La herramienta del cerrajero.
Nos encontramos una tarde preciosa de sol tenue, en la casa de mi hermosa mejor amiga Eli. Estábamos pelotudeando a full, escuchando algo de linda música mientras hablábamos, tranquis las dos. De repente, a Eli le pinta ir al baño (para hacer lo suyo, obvio). Cuando termina, busca salir y la puerta no cedía. Estaba trabadísima, como hinchada por la humedad que había en Buenos Aires, en general. Al ver lo que pasaba, me acerco a intentar ayudarla. En vano, porque tampoco pude hacerlo. Estaba trabadísima mal. Qué garrón, justo que nos estábamos cagando de la risa mal, pero bueh... Cacé el celular de una, busqué el número del cerrajero del barrio y le marqué para que venga. Solo entonces, le avisé a Eli, para que se calmara. Aunque ella estaba calmadísima. Para nuestra suerte, como estaba a dos cuadras de nosotros, no tardó más de diez minutos. Menos mal, porque yo ya estaba a las puteadas limpias. Lo hacía en cada idioma habido y por haber. Llegó Sergio...