La herramienta del cerrajero.

 Nos encontramos una tarde preciosa de sol tenue, en la casa de mi hermosa mejor amiga Eli. Estábamos pelotudeando a full, escuchando algo de linda música mientras hablábamos, tranquis las dos.

 De repente, a Eli le pinta ir al baño (para hacer lo suyo, obvio). Cuando termina, busca salir y la puerta no cedía. Estaba trabadísima, como hinchada por la humedad que había en Buenos Aires, en general.

 Al ver lo que pasaba, me acerco a intentar ayudarla. En vano, porque tampoco pude hacerlo. Estaba trabadísima mal. Qué garrón, justo que nos estábamos cagando de la risa mal, pero bueh...

 Cacé el celular de una, busqué el número del cerrajero del barrio y le marqué para que venga. Solo entonces, le avisé a Eli, para que se calmara. Aunque ella estaba calmadísima.

 Para nuestra suerte, como estaba a dos cuadras de nosotros, no tardó más de diez minutos. Menos mal, porque yo ya estaba a las puteadas limpias. Lo hacía en cada idioma habido y por haber.

 Llegó Sergio, el cerrajero. El alma me volvió al cuerpo. Tanto así, que no me importó estar en un minishort rojo, de esos que son comidos por mis cachetes hambrientos, que siempre buscan figurar.

 Nos saludamos de un rápido beso e inmediatamente lo llevé al departamento de mi queridísima amiga, donde, finalmente, le mostré la puerta que tenía el inoportuno desperfecto.

 El chaboncito, apoyó la mochila que cargaba, corrió la bragueta, la abrió, metió la mano, se puso a buscar algo y sacó una herramienta que lo ayudaría con la ardua tarea que le tocó aplicar con nosotras.

 Ni bien se agachó, pude fijarme en la musculosa que tenía puesta, me permitía ver esa espalda y esos brazos trabajados que tenía. Me empapé. No era musculoso mal, pero tenía lo suyo que me encantaba.

 En su mano, una ganzúa, que le permitía empujar la puerta para destrabarla. El esfuerzo que conllevaba aplicar en esta herramienta, lo hacía sacar los músculos de sus brazos. Tremendo. Me mojé más.

 Me hacía un par de preguntas que... qué sé yo. Eran sobre si era la primera vez que se trababa o algo así, ni pelota le di. Yo solo atinaba a contestarle todo que sí. Ojalá no haya preguntado nada malo.

 En eso, que está dele empujar con sus manos y dándole con sus caderas para ver si la puerta cedía, me pide el favor de ayudarle a pasarle el destornillador que tenía en la mochila. Lo ayudé.

 Obvio que le dije que sí. No había problema alguno en ayudarlo. Ni lo pensé si quiera. Estaba en modo buena persona, no me opuse en lo absoluto. Algún granito de arena debía poner en la causa.

 Como buena samaritana, me incliné hacia la mochila, con toda la cola enfrente suyo, a su costado, solo debía girar la cabecita para poder contemplar en su totalidad mi colita golosa vestida de rojo pasión.

 El tipito puso toda su atención en mi culito redondo, mientras estaba agachada buscando su enorme herramienta de cerrajero, en vez de concentrarse en la tarea que debía llevar a cabo el muy gil.

 Cuando me giré para alcanzárselo, bajé la mirada directamente a su entrepierna, porque resulta que alguien estaba demasiado contento y se hizo notar mediante un hermoso bultazo en su lompa.

 -"Buenos días -, dije con una sonrisa de oreja a oreja sin quitar la vista de allí -alguien se despertó".

 -"Uh, perdón, espero no te ofenda, pero tenés un orto espectacular. No lo pude evitar", dice el atrevido.

 -"No te preocupes, que fue el mejor piropo que me pudieron hacer".

 Todo eso le dije con una sonrisa dibujada en la cara, mientras le desataba el buzo que tenía en la cintura, para luego bajarle la bragueta del pantalón que tan sensualmente tenía.

 Su pija, que alcanzaba los dieciocho centímetros con toda comodidad, estaba endurecida mal. Se le escapaba algo de la pielcita del glande por entre el prepucio, como si quisiera hacerse ver.

 Ni tiempo a verlo o a analizarlo si quiera, me atraganté con ella de una. No lo pensé ni por medio segundo, si quiera. Me la mandé en un periquete. Estaba exquisita, toda calentita.

 Comencé a cogotearle el ganso. Iba y venía por el largo de su hermosa verga, con el fin de lustrársela con la boca. Le dejaba un rico rastro de baba en ella que salía de mi boca, en la parte superior.

 El chabón, pese a ver las estrellas gracias a mis dotes de petera profesional, nunca largó la puerta. Siguió tratando de abrirla, empujando vigorosamente con su esbelto y poderoso cuerpo.

 Soltó al fin el picaporte para ayudarme a cabecearlo, como para no perder el rico ritmo que se formaba al juntar nuestras partes. Nos deleitábamos juntos, con total pasión que se desbordaba al tacto.

 Me cogía la boca como un campeón. Introdujo, por lo menos, un 80% de su pepino. Encima, su mano en mi nuca, me obligaba a no poder salirme. Prácticamente, quería asfixiarme con la sin hueso.

 Agarró mi nuca con firmeza, para poder garcharme la boca. Yo no tenía que ni moverme, solo abrir mi cavidad bucal para recibir su húmedo pedazo lleno de mi babita calentita, que entraba y salía solito.

 No exageré cuando dije que, ese chotón, era pura saliva. Caía por todos lados, como si fuera un helado que se derritía. Solamente debía pasarle la lengua por donde estuviese húmedo, para limpiarlo. 

 Prácticamente, hice eso a lo largo y ancho de su tronco venoso. Pero era en vano, ya que se le humedecía cada vez más. Me generaba una mezcla de desesperación con un rico orgasmo.

 Cómo le gustaba cogerme la jeta, ya que no se sosegaba. Estuvo un rato ahogándome entre su carne y mi agüita bucal. Solo la sacaba de adentro mío un corto lapso, para caminar a lo largo del pedazo.

 También jugueteaba con sus bolas, mientras me garchaba. Las sujetaba para acariciarlas un rato en tanto me hacía aquello. Eso le daba una sensación más linda todavía, que mejoraba su experiencia oral.

 Susurró a mi oído algo así como que me quería hacer la cola, no se quería aguantar las ganas de pasar su precioso miembro en los interiores de mi orto. Estaba desesperado de ganas por porbarlo.

 Me puso contra la puerta y me entró a dar murra por el orto, como un campeón. Como si estuviésemos contra la pared, pero era contra la puta puerta que no se abría más... por suerte.

 No paramos de gemir juntos por un rato, estábamos extasiados entregándonos al calor que emanaban nuestros cuerpos. Es que... la fricción, nos re contra calentó y, al cogerme tan rico, se ponía peor.

 Encima, no conforme con abrirme el orto a pijazos, me lo abría con la mano que se posaba en la nalga, dejándome el hoyo expuesto a cualquier cosa. No me protegen. Quedé expuesta a ese lobo feroz.

 Desde su perspectiva, veía cómo su verga adentraba en mi culito y, los golpecitos que me propinaba, hacía olitas en la piel de mis nalguitas. A su vez, hacían un ritmo sexual al chocar uno con el otro.

 Mi pelo, lo tenía totalmente agarrado de un solo mechón. Tenía mi cabeza para atrás por culpa de esto. Estaba inmovilizada. Faltaba que me atara de las manos nomás, porque no podía oponerme.

 Entre gemidos y pijazos, di por empezadas las confesiones diciendo: "uf... hace rato quería culearte". "¿En serio deseabas mi culito?", fue mi duda. Él tiró un "seeeee, desde que tu amiga nos presentó".

 Todo eso, fue fruto de una mezcla de suspiros con una respiración agitada que no nos dejaba hablar para nada normal. Casi que nos costaba entendernos, como si tuviésemos que buscar intérprete.

 Esto último, pareció excusa para darme vergazos más fuertes. Llegué a pensar que el ruido molestaría a los vecinos, pero... mejor ni pelota. No daba cortar el mambo, así que... no dije nada y siguió serruchándome la cola como loco.

Inoportunamente, de la fuerza que hacíamos al coger, la puta puerta se abrió... y ahí estaba, Eli maquillándose como si no le importara pasar todo ese rato encerrada en ese pequeño baño.

 -"Ay, joya, abrieron la puerta".

 Cuando se dio cuenta que Sergio estaba detrás mío, con los pantalones bajos, haciéndome el orto como un desquiciado mental, Eli quedó perpleja. No lo podía creer. Quedó boquiabierta.

 -"¿Vos me trabaste la puerta para garcharte al cerrajero?", preguntó la muy rapidita.

 -"¡Ay...!", exclamé yo...

 -"¿Alguien necesitaba un cerrajero?", preguntó Sergio.

 -"Sí, yo también quiero", contestó la muy putita de mi amiga.

 Lo llevamos entre las dos al sofá más grande y cómodo del living. Lo sentamos. Le arrancamos la ropa con los dientes, hasta dejarlo completamente en pelotas, con la pija bien dura y nos pusimos a jugar.

 Ahí estaba, a unos escasos centímetros de nuestros rostros, durísima, esperando a ser deglutido por nuestras voraces bocas. Pero todavía no. Primero, nos dispusimos a contemplar esa belleza.

 No había tiempo para poesía, él quería ser devorado ferozmente por nosotras. La ansiedad lo carcomía con la maldad que nos caracterizaba a ambas. Por favor... qué digo, no?

 Bueno, en fin, la primera en deglutir esa preciosa verga, fue Eli. Estiró el cogote lo más que pudo, solo para que su gruesa boca alcanzara la hermosa punta rosada que tanto deseaba. Menos mal.

 La cogoteaba toda la hijo de puta esta, de adentro pa'fuera. Estaba sabrosa se ve. Estuvo así con su cabezona por un rato largo. Al parecer, recuperó todo el tiempo que perdió sin petearlo.

 ¡Qué hija de mil puta, qué manera de chupar pija! Iba de arriba a abajo, de adentro a afuera, de los huevos hasta la punta de su verga. Qué suerte que tiene Sergio, se encontró con dos profesionales.

 Me animé a tirarme. Le pasé la lengua por mi costadito. También, de arriba a abajo, como para generarle más sensaciones sensacionales (valga la redundancia) en su falo.

 La garca de Eli, no la largaba ni en pedo. Yo tuve que estirarme para poder alcanzar su pielcita. Entiendo que me porté mal al no compartirlo, pero tampoco me castigues así, mala, pensé.

 Ahora sí, era mi turno. El hermoso cerrajero que nos estábamos comiendo, se apiadó de mí, agarrándose la verga y apuntándola hacia mi lado para que pueda saboreársela de nuevo.

 Mientras yo hacía lo mío, Ser estiró una de sus manos para manosearle las gomas enormes que se puso Eli. También, se puso re contra manosero el muy guacho. No paró de tocar ni un ratito.

 Atacamos su verga entre las dos con nuestras lenguas juguetonas. Ella desde su izquierda. Yo, de su derecha. Qué hijas de puta fuimos, eso nos va a llevar directamente al infierno. De cabeza.

 Nuestras lengüitas se alternaban. Yo se la chupaba en la cabecita y, ella, en la parte de abajo, casi en los huevos. Después, nos cambiábamos para que ambas podamos disfrutar de ese miembro hermoso.

 Para estas alturas, no sabía si había chupado algo de su líquido preseminal, mi saliva, la saliva de Eli o qué carajo era eso. Pero no me importó. Simplemente, me dejé llevar por la calentura que tenía.

 Eli, se dejó garchar las tetas por unos minutitos. La puso entre ellas con sus manitas, la apretó firmemente con sus tetas y empezó a subir y bajar por ese precioso falo duro como una piedra.

 Por favor, lo estábamos volviendo loquito a Sergio. Estaba gimiendo, jadeando, con los ojitos en blanco, no se le entendía bien lo que decía. Estaba hecho un pelotudo total el chabón este.

 Ahora me manoseaba las gomas a mí. Qué rico se sentía. Pero más rico era ver cómo lo pajeaba con las tetas. Me parecía tentador ver ese glande asomándose entre los montes que hacían de sus pechos.

 Entonces, estiré el cogote lo más que pude, saqué la lengua para alcanzar ese glande que se presentaba entre esas dos cabezas de enano. No quería quedarme sin la ración de pija por un rato.

 Era mi turno, pero... yo no perdí el tiempo con pajas de tetas, directamente me lo llevé a la boca para disfrutar del rico sabor de ese líquido preseminal que va escapándose de a poquito por su uretra.

 Hice el mayor esfuerzo para que, aquellas gotitas traviesas, no se derramen tanto y caigan rodando por el glande hasta caer en el piso, o donde sea. Había que ser limpios. No desperdiciar nada.

 De pronto, se quiso levantar para que nos vayamos a la camita y podamos estar mas plácidos, pero... no nos pudimos aguantar: le seguimos comiendo la poronga a lengüetazos exquisitos.

 Otra vez; yo, atacaba a su izquierda con mi boca. Ella, a su derecha. Incluso, hacíamos movimientos que iban al unísono con nuestros labios, que imitaban excelentemente el ritmo de una paja.

 Era como si, con Eli, nos diéramos un rico beso, pero... con una pija interponiéndose entre nosotras, que nos servía como obstáculo para que no pudiésemos cometer el mas rico de los pecados.

 La cara de Sergio, era inenarrable. Era un gesto que nunca antes había visto. O sea, sí... era la de placer, pero potenciado a la enésima potencia. Estaba claramente muy a gusto con nuestra labor.

 Movía sus caderas, a pesar de que nosotras ya nos movíamos de lado a lado. Supongo que era para sumar aún más sensaciones que lo llevaran directamente a la total locura. No me caben dudas.

 En seguida nos fuimos a la camita. Casi que corriendo, es que ansiábamos con todo el alma ser penetradas por la verga gorda y gigante de ese macho alfa, que nos partía la cabeza.

 Fuera shorts. Fuera tangas. Solo nos dejamos las blusitas que todavía nos dio cosita sacarnos. En cuanto a él, obviamente, ya estaba totalmente desnudo, sin restricciones de ropa, sin barrera de tela.

 El chabón quería que nos demos un beso de a tres. Accedimos, obvio, queríamos darle con todos los gustos al muchacho. Todo con tal de no pagar el servicio que nos brindó el pobre pibe.

 En ese "beso", no sé a quién chapaba. Solo sentía dos lenguas, cuatro labios que me atacaban por doquier, por ambos extremos que no me dejaban en paz. Me lo toqueteaba sin piedad.

 Para colmo, las manos de Sergio, no se quedaron quietas ni un segundo. Nos tanteó las nalgas a ambas sin parar, como un cochino degenerado que no aguantaba más las ganas de hacernos cositas.

 No solo las tocaba, también las acariciaba. Les daba muchísimo amor. No dejó un solo milímetro sin recorrerlas con sus manos. Dejó sus huellas digitales, como si fueran un pasamano. Alto atrevido.

 Se hizo bien el gil por un momento, y dejó que uno de sus deditos (el anular para ser más precisos) se colaran entre los dos montes gigantes que conformaban mi cola. Me hizo querer mucho más.

 Olvidé de mencionar que, él tampoco se quedó libre de todas sensaciones lujuriosas, no. Entre las dos, le hacíamos una deliciosa paja que, por alguna razón, no lo hizo terminar todavía. Qué aguante.

 Oh, sí, en cuatro patas y sobre la cama sintiéndole la pija entrando y saliendo violentamente del agujerito de mi culo, se siente mejor. Mucho mejor. Es innegable que la cosa cambió radicalmente.

 Para peores de males, el flaco este me larga un cachetazo en la cola, que me deja loca mal. Plasmó su manota gigante en uno de mis cachetes con un color rojo tan intenso como el fuego del infierno.

 Siguió clavándome salvajemente, sin detenerse ni para tomar aire. Hasta hacíamos un ruido tan fuerte al chocar nuestras pieles, pero no nos dábamos cuenta. Estábamos ahogados de sexo los dos. 

 ¿Eli? Eli estaba pajeándose, mientras observaba cada cosa que hacíamos. No la habíamos descartado, solo se permitió tener un momento de voyeurismo, como nunca antes lo había tenido.

 ¡PLAS! ¡PLAS! ¡PLAS! ¡PLAS! seguía sonando su cadera descontrolada al estrolarse violentamente contra el cutis de mi culito gordo. Pero podía sonar más fuerte, eso era bastante evidente.

 Cambiamos los lugares. Ahora, le tocaba a la afortunada colacha de Eli. Qué envidia me dio que ahora tenga la suerte de darle de comer a ese orto. Yo quería seguir con mi tanda de pija.

 Era mi turno de observar cada detalle que pueda llevarme al punto más álgido de la excitación. Me la tuve que aguantar, pues... no me bastaba con los dedos, ni con un dildo. Solo una pija podía calmarme.

 Pese a eso, de todos modos me colé los dedos en el hoyo de mi culito goloso, mientras no me perdía ni una sola milésima de segundo en lo que ocurría en aquella cama ruidosa.

 Me llamó con el dedo, pero, esta vez, quería que me ponga en cuatro, con la colita bien paradita ante sus depravados ojos, mientras que mi amiga del alma se quedase así, sin moverse.

 Obvio que le hicimos caso. Yo me puse a su lado emulando la posición que tanto me había pedido hacer. Qué otra cosa podíamos hacer? Nada, no teníamos nada que perder realmente.

 De la nada, sentí su verga adentrándose en mi orto. Qué rico, me hizo gemir en cuanto sentí su glande. Fue una sensación extremadamente deliciosa, ya que extrañaba que me rellene el orto.

 Empezó a bombearme el ojete con ese pingón degenerado. Chocaba sus caderas con muchas ganas contra mis nalgas, mientras le acariciaba el ojete a mi amiga, con mucho amor. Alto guanaco.

 La sacaba de mi culo y hacía lo mismo con ella. Incluso las nalgadas también las cambiaba. Me daba durísimo a mí, con todas las ganas. Se ve que le gustaba descargar su ira con mi poto.

 Una vez más me dejaba sus dedos marcados al rojo vivo. Sobre todo, cuando Eli y yo nos dábamos unos ricos besos delante suyo. Era una forma de calmar ese amor que brotaba de repente.

 Los besos, las nalgadas, la estrechez del agujero de mi culo y lo putita que nos poníamos para él, lo llevó a que su leche, que ya había salido de sus huevos, encarara de una hacia la punta de su chota.

 Nos pusimos de rodilla, ante nuestro macho del momento, a pedirle, a rogarle que nos arroje de su exquisita miel blanquecina en nuestra cara, para calmar la irrefrenable sed que nos generó.

 Por supuesto que nos hizo caso. Sacudía su verga delante de nuestros ojos, a su vez que nos veía desde esa perspectiva buenísima, chaparnos con Eli, nuestras tetas, nuestras bocas sedientas, todo.

 -"¿Quieren mi guasca, putas?", preguntó como si estuviera sacadísimo.

 -"Sí, queremos toda la lechita", contesté yo, beboteándole.

 -"Ajá", dijo Eli con más ganas de ser bañada por semen que de existir.

Tanto sacudirse la nutria, un hermoso chorro de semen comenzó a dispararse con mucha presión encima de mis tetas. Fue como una cascada de leche que salió repentinamente. Fue excitante.

 Me salpicó en las gomas a mí, la salpicó en las gomas a ella. Sin previo aviso. Ambas quedamos empapadas mal con el más rico de todos los fluidos que puede tener un hombre: el esperma.

 Pese a que ya estaba mucho más aliviado, de su verga seguían saliendo un par de chorros que quedaban dando vueltas por ahí (menos intensos, claro, pero salían igual). Tremendo, por favor.

 -"Qué cargado vino el cerrajero", le dije a mi amiguita.

 -"Ay, ¿viste, amiga? Te dije que venía con una buena herramienta".

 Reimos los tres con la cara llena de su leche.

 


Comentarios

Entradas populares de este blog

Caperu-colita rota y el choto feroz.

Pinta mi colita.

Calza justo.