Caperu-colita rota y el choto feroz.
Iba Caperucita, dando brinquitos. Estaba feliz yendo a lo de su abuelita. Hasta que, de pronto, una flor hermosa la cautivó, atrayendo su curiosa mirada. Esta misma estaba muy debajo de sí, lo que la obligó a tener que agacharse de más.
Entre tanto, detrás de un árbol muy cercano, se escondía la hambrienta mirada de un lobo baboso. Se relamía a más no poder al notar la carne fresca que, inútilmente, intentaba ocultar la delicada tela que poseía nuestra inocente señorita.
Al feroz animal no le quedó otra que presentarse. Salió de la pobre guarida improvisada que le brindaba aquel árbol, para tincar tímidamente el hombro de la distraída jovencita y poder presentarse en persona, como se debe.
El curioso bicho quería saberlo todo, pero... principalmente, dónde era que se dirigía en este instante. Lo cual, la incauta señorita, respondió sin miramientos, ni cuestionamiento alguno. Pobre, cayó en la trampa.
Como si se convirtiera en un rayo, se fue directo al sitio señalado. Porque conocía el bosque mejor que nadie, mejor que la palma de su mano. No le daban las patas a la desgraciada criatura para llegar, estaba hecho un demonio.
Allí, se encontró con una señora recostada en la cama, es que estaba mayor. Entonces, la obligó a salir. La maniató, la durmió con un somnífero que aplicó en un pañuelo que luego apoyó sobre su nariz y la encerró en un armario.
Por la ventana, ya se podía ver muy cerca a la jovencita. Por lo que tuvo que apresurarse a ponerse las enaguas y la demás ropa que encontraba por ahí de la pobre vieja. Lo logró, obvio, era casi como su amada viejecita.
Toc, toc, decía la puerta, era Gabi (Caperucita) quien tocaba la puerta. Al fin habría llegado. "Pasá", exclamó una voz. Se abre. Allí estaba. Al fin había llegado su tan esperada víctima. Otra vez, comenzó a babear como una catarata.
La muchachita entra, se acerca a la cama de su pariente, le pregunta cómo se encuentra. Al ver el desmejorado semblante de esta, no duda en darle un beso en la frente para tomarle la temperatura... y sí, claramente, ahí nota lo caliente que se encontraba la "señora".
"¿Sabés qué podrías hacer por la nona, Caperucita? -pregunta con una voz desdichada- podrías hacerme unos ricos masajitos en las piernas". Al haber aceptado la ingenua señorita, procede a ayudarla, pero no antes sin dejar su canastita de mimbre en un rincón.
Agachándose para depositarla en el suelo, es que, la cortita caperuza que tenía aquella tarde, dejaba escapar una chiquita bombachita que tenía. Con ella, se dejaban divisar unos gordos cachetes que pusieron juguetón al lobo.
Ahora, se vuelve a su "abue", se detiene a mirarla más detalladamente, con lo cual, le llama muchísimo la atención ciertos aspectos que antes no habría notado... y se lo hace saber en el preciso instante que se pone a hacerle los susodichos masajes.
-"Abuelita, qué ojos más grandes tenés", dijo la chica.
-"Son para verte mejor".
-"Abuelita, qué orejas más grandes tenés".
-"Son para oírte mejor".
-"Abuelita, qué nariz más grande tenés".
-"Es para olerte mejor, ¿no querés ver esta también?", preguntó el lobo cochino a la vez que se señalaba las partes y se corría las sábanas, mostrándome su cuerpo desnudo.
-"¡Abuelita, qué pija más grande tenés!"
-"Ah, cómo la conocés, ¿eh? Es para culearte mejor, putita".
Así es, la tenía recontra parada. Era una verga depilada y hermosa. Bien cuidadita que, a pesar del frondoso pelaje de la bestia, esa zona era lampiña. Se podía ver al detalle, una poronga muy preciosa en todos sus aspectos.
Su pija rondaría los veinte centímetros de longitud. No era para nada chica. Al contrario, era un falo enorme para mí. Para colmo, era bastante ancha, como la de un negro bien equipado. Solo que esta no lo era.
-"Vos no sos mi abuela", le dije fingiendo el enojo, a la par que le sostenía la verga.
-"Por suerte no, pero... ¿importa eso?", respondió el lobo pajero mientras sonreía.
Me agarró de la nuca, para guiarme de camino a la gloria donde me esperaría una maravillosa chota, toda dura y jugosa. Obvio que me dejé llevar, hasta abrí la boca para recibirla como se merece. Chocha, y muy hambrienta de carne.
Apoyé el codo sobre la cama para asegurarme estar bien cerca y confortable, todo para poder darle la mejor de las mamadas a ese desesperado ser, necesitado de mi amor el que solicita a gritos bastante silenciosos.
El hombre canino que me acechaba, se acomodó plácidamente sobre la cama, poniendo su brazo sobre la cabeza para recibir esa felación de una forma mucho más placentera. No daba más de felicidad o, al menos eso decía su sonrisa.
En tanto yo, no paré de tragar esa goma que no dejaba de ponerse dura. Sobre todo, porque, con mis labios, en varias ocasiones, pasaba de la mitad de su amiguito y eso lo ponía mucho más contento. Lo extasiaba mal.
Corre la tela que intenta recubrir mi cuerpo para poderme nalguear un poco. La alcanza con su gigante mano. La deja totalmente descubierta. Al verme la pequeña bombachita que tenía puesta, se pone más al palo.
Nunca me detuve en mi deber de darle amor con la lengua a ese pito. Para colmo, estaba sabrosísimo. Los besos que le repartía, eran sinceros. Es que mis labios se derretían solo con el contacto que teníamos de piel a piel. Lujuria pura.
Seguía, la perra seguía y seguía tirándole la goma a ese pervertido cánido. Le chorreaba mi saliva por cada costado. Caían las gotas a granel, hasta morir en sus pelotas gordas, las que se hallaban al final de ese camino largo.
Mi lengua jugueteaba con la punta de su choto. Se deslizaba intensamente por el frenillo. Luego de eso, ¡a atragantarme con toda! Sí, me la mandaba a guardar enterita, hasta que me toque la campanita de la garganta.
El muy toquetón, se quiso sentar mejor para poder llegar a mi cola de nuevo y poder tantear mejor la zona. Quedó encantado con todo lo que veía detrás mío. Se desesperaba al verlo pero no poder hacerle algo real. No importa, el pete estaba sabroso.
Todo el líquido que se amontonaba en la punta de su verga, lo recogía con los labios. Luego de eso, lo empujaba con la lengua para que termine siendo tragado por la aspiradora que tengo de garganta. Sus futuros hijitos, se morían por ahí.
-"¿Te gusta, Caperucita?", preguntaba el curioso lobito.
-"Sí, me encanta, pero... ¿qué hiciste con mi abuelita?", le decía yo, inquisitoriamente.
-"No importa, después la buscamos", decía el muy descarado mientras me agarraba de la nuca y me hacía ahogar de nuevo en su miembro gigantesco.
Claro, le importaba más saciar su apetito lujurioso, que ayudarme a buscarla. Igual, debo admitir que yo también fui perdiendo el interés en encontrarla con cada minuto que me comía la pija enorme de ese tipo. Medio que me olvidé.
Los besos de lengua a su cabecita no se hicieron esperar, continuaba con mi ardua labor. Es que no daba para perder un minuto más deglutiendo ese gato muerto que tenía entre las patas. Era inevitable totalmente.
Finalmente, se estiró una vez más para desacomodarme la ropita interior y susurrarme con voz de degenerado que quería cogerme el culito. Obvio que acepté, yo también tenía unas re ganas. Mi colita estaba en llamas.
Así que me paré. Él se sentó al borde de la cama. Me bajó el calzón. Me puso contra la pared con las manos apoyadas allí, que levante una pierna y abra bien el ortito, como me dijo. Lo repito literal. Usó esas palabras.
Al principio creí que me daría bien duro contra el muro, ahí nomás. Pero no, fue piadoso. Esa pinchila iba a hacerme doler la cola si entraba en seco. Por lo tanto, se escupió un toque los dedos y los metió bien al fondo de mi hoyito.
Me calentaba mal que me tocara de esa forma. Podía sentir cómo me prendía fuego con solo sentirlo. Peor aún fue cuando su lengua se introdujo en mi ranura. No lo podía creer lo rico que lo hacía. Tanto así, que mis ojos se pusieron blancos.
Ahora sí, se puso derecho para ponérmela entera. Me agarró una nalga, se agarró la pija y la llevó rumbo hasta la ciudad del deseo. A lo más profundo de mi ser, para ponerme a temblar las patitas de la emoción.
El hijo de re mil putas este, no me la metió de una. No, amagaba. Solo la frotaba por el pocito que se halla entre mis nalgas. La rozaba como para volarme la cabeza intensamente. Le encantaba hacerme desear. Calculo que fue una venganza por lo que le hice la primera vez que nos vimos.
Lo hacía despacito al principio. Metía su pito adentro de mi culito tranquilamente, como si no hubiera apuro. Disfrutábamos de ese goce que nos llevaba hacerlo.
Para colmo, su manota se estrelló violentamente contra una de mis cachas, dejándomela colorada de una. Es que, mi blancuzca piel, hace que cada golpecito se note, sumado a que mi macho tenía una manota gigante que plasmó su obra de arte con una fuerza inesperada.
El hecho de que me tironeara el cabello, me calentaba mucho. Sujetó un gran mechón y lo llevaba hacia sí. Su otra mano, la posó sobre una de mis caderas firmemente. Aunque, cada tanto, la paseaba por donde se le antojase.
Todo esto, hizo que la velocidad vaya incrementándose inconscientemente. No lo buscamos, simplemente, se dio. Nuestros cuerpos pedían algo más agresivo, así que... tuvimos que escucharlos y darles con el gusto.
Su verga al fin entró con toda. Sus huevos golpeaban contra mis cachetes. Gritábamos ambos. Era como una orquesta a dúo que no paraba de recitar los versos más sexuales que nos podíamos imaginar. Al mismo nivel.
¡PLAF! ¡PLAF! ¡PLAF! decía el endemoniado ritmo que nos hacía perder hipnóticamente. Los coros iban sonando a la par con esa inusual percusión bien sólida. Estábamos en la misma nota, en el mismo compás.
Balbuceaba incoherencias, casi incomprensibles. Creía que solo eran gemidos o cosillas que se le ocurrían por la leche que tenía amotinada en su cabeza. Entonces, trataba de no darle mucha relevancia en lo que intentaba decir.
Tras todo eso, se sentó en la cama. Me llama con el índice para que me siente en el pelado, pero, ahora, en esa otra pose. Por supuesto que le hice caso. Me fui de espaldas hacia él y aplasté el culo sobre su enorme poronga, sin pensarlo.
En este caso, era yo quien tomaba la batuta. Yo tenía el control. Apoyé las manos sobre sus rodillas y, con ellas, pude mecerme para poder darle la cola cuanto quisiese. La movía yo. Sí, me encantaba el hecho de tener el control, aunque medio que me cansaba. Ya no estaba en tan buen estado físico.
Desde su perspectiva pudo admirar mejor mis nalgas paliduchas. Eso lo incentivaba una banda. Estaba mucho más caliente que antes, ahora que las podía contemplar desde una mejor vista. Por Dios, gran pose que nos pudimos dar.
Los culazos que le propinaba no le bastaban. Estaba sacadísimo mi peludo chongo, así que.. me agarró de los cachetes para guiarme más (no pudo con su genio). Tenía que ser él, quien pueda tomar las riendas y culearme. No podía solo relajarse para disfrutar.
Sus pectorales, no muy marcados, se le movían por acción de mis ortazos. Los abdominales, casi desaparecidos, también se deslizaban debido a un "terremORTO" que tenía encima suyo. En la parte más baja a centímetros de su chori, las venas comenzaban a asomarse.
Me pide que me levante. Le hago caso. Desde su posición, pudo percatarse cómo, mientras me ponía de pie, su enorme chorizo negro iba dejándose ver mientras salía de mi culito. Se ve que se había tragado una banda de todo eso que le colgaba al muchacho.
Ahora, era su turno. Me hizo acostarme en el borde de la cama con las patas apoyadas sobre sus fuertes hombros. Entonces, se agarró la pija para frotarla sobre mi incauto hoyito, el cual, me puso muy contenta al sentir su presencia cercana.
La garchada comenzó. Estaba riquísimo cómo me cogía el culito. Hijo de puta, qué rico me culeaba. Si fuera por mí, que me la ponga por toda la eternidad. Necesitaba sentirla para siempre, que no me la saque nunca.
Esa pija morena con la punta rosada, que parecía un dedo gigante, no paraba de entrarme al culito. Lo quería todo adentro mío, y con esta posición, me la podía meter entera. Encima, resbalaba como los dioses, haciendo una experiencia mucho más deliciosa.
No hay mucho para decir. El chabón me taladró el ojete un buen rato así, pero no hay mucho que señalar. Solo podría comentar lo rico que se veía cómo se le brotaban las venas a ese HOMBRE. Por doquier le salían.
Cambio, referí. Me hizo ponerme de espaldas a él, en la misma posición, casi nada cambiamos, solo que, en este momento, me hizo poner con el orto bien paradito hacia él, apuntándole, para que me lo coja bien fuerte.
Esta fue mi pose preferida. LA MEJOR. Es que, su mano posada firmemente sobre mi espalda baja, él de rodillas detrás mío dándome con vigorosidad, sumado a lo bien que lo hacía, dio como resultado algo maravilloso. Lo mejor del polvo.
Con su verga me pegaba la serruchada de mi vida. Se movía como los dioses posta. Se ve que tenía demasiadas ganas de coger. Tenía una leche bárbara. Lo puse bien al palo, o quizás, simplemente, él ya lo hace así. Me enamoré.
El colchón se sumó a la lujuriosa orquesta. No solo éramos nosotros cantando, ahora, agregamos al pobre colchón que, junto con mi cola y sus huevos, marcábamos el paso rítmico. Sus rodillas clavadas allí y mi cuerpo movedizo por sus manos, lo generaban.
Estaba matándome con ese cuchillo de carne, clavándolo en mis partes traseras. Pero era una muerte sabrosa, de la que podía ser víctima cuantas veces a él se le ocurriese. Ya no podría denominarme "víctima", ya que me estaba entregando voluntariamente.
Cómo amaba estrolar sus dedos contra alguna de mis nalgas. Las dejaba peor que mi caperuza el muy sacado. Pero no quería que se calmara, quería que continuara dándome con toda. Sin ninguna piedad, por favor.
Para estas alturas, nos movíamos a la par, de adelante hacia atrás, para extasiarnos más. Era como que ayudaba a aumentar las sensaciones más deleitantes que nos pudiésemos imaginar.
Por fin dijo las palabras mágicas: "¿querés mi lechita?". Entre gemidos y gritos, intenté decirle que sí. Por supollo que entendió. No paramos. Me siguió dando murra hasta que la sacó de mi orto, la sacudió un ratito tirándole el cuerito hacia atrás para terminar salpicándome como una lluvia.
Su semen se disparó descontroladamente hacia mis nalgas (claramente), mi ropita (la poca que tenía), mi pelo, parte de mi cara y el colchón. Para coronar su victoria, terminó dándome en las cachas con su pija, como si fuera un martillo. Así se limpió el glande.
Una vez pasada la agitación, me preguntó si me gustó jugar con el lobo. Obvio, le contesté, pero... todavía faltaba saber dónde estaba mi abuela. Ahora en un ratito la buscamos, dijo mientras sonreía y daba su último chasquido contra la piel de mi culito. Bueno, fue mi respuesta con sonrisita picarona mediante.

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