Calza justo.
Sábado a la noche, casi madrugada del domingo. La sed me invadía. La escasez me limitaba. Por ello, tuve que ir corriendo a comprar un par de birras, o de fernet. Lo que pudiera. Así que... agarré unos billetes y salí.
Para mi suerte, los chinos que están a la vuelta de mi casa, estaban abiertos aún, así que... me puse contenta y entré con una sonrisa de oreja a oreja, saltando en una pata de la felicidad. Encima, estaba barato todo. Matanga, dijo la changa.
Al salir, me crucé con un grupo de seis chabones aproximadamente, que se encontraban escabiando y cagándose de la risa a los gritos. Sí, a los gritos los muy descarados. Les chupaba un huevo los vecinos a los que podrían molestar.
Uno me detuvo chistándome para que me detenga. Lo logró. Se arrimó a mí a charlarme entonces. Era muy simpático el morochote, me hacía divertir mucho. Pero, sobre todas las cosas, era interesantemente encantador su voz.
No sé si le atrajo más mi remera de AC/DC, que luchaba en vano por pasar de la mitad de la cintura, o la rojiza calza que marcaba cada una de las curvas que poseía mi cuerpo. No me lo supo contestar con claridad, así que... simplemente, lo dejó a mi criterio.
Aquella media hora que nos detuvimos a parlotear, bastó para querer conocernos más a fondo. Así que... le puso unas excusas a sus amigos y encaramos a una cuadra oscura que había por ahí nomás para... "tener más intimidad".
Claramente, nuestras intenciones eran bien sucias. Me rodeó apoyando una mano sobre la pared, como para no dejarme huir. Porque sí, por alguna razón, pensaba que podría escapar. Me fui con él por ahí, para después salir corriendo. Alto gil el muchacho.
En un momento, me hago la gila, como que le voy a dar un beso de despedida en el cachete y me abraza para no permitirme ir. El tema fue que apoyó su boca sobre mi cuello y allí dejó uno de sus besos marcados en mi piel. Tramposo de mierda.
Obviamente cedí ante su petición de dejar de hacerme la que quería irme, para rendirme. Sobre todo, cuando sus manos se posaron sobre mis muslos, para acariciármelos frenéticamente. Me perdió. Desde ese momento, fui toda de él.
Sus manos estaban por todas partes. Acarició cada zona que podría llamarse como "culo", con una locura que lo quemaba por dentro. No solo por encima de las calzas, también internamente. Llegó a palpar con su propia palma lo que conforman mis nalgas y la tela con la que fue hecha mi tanga.
Me puso de espaldas. Contra la pared. Peló su hermosa verga gorda y morenita, bajándose el short que tenía puesto muy a penitas por debajo de los huevos, lo suficiente solo como para que le quede su tan ansiada tararira (por mí) al aire.
Entre tanto, yo, me bajé las calzas solita también. Quedé con mi tierna y gorda cola blanquita. De igual forma, solo por debajo del pliegue de los cachetes. Lo suficiente como para tener las cachas al aire para que me pueda garchar.
Allí estábamos, él con sus calzones negros por debajo de la chota, exhibiendo así su amiguito. Yo, en tanto, con la calza roja pasión mostrando una cola entangadísima ante sus ojos, una que era colorada que decidí ponerme aquella tarde.
Gracias a eso, la garcha se le puso más dura, con las venas hacia afuera. Lo primero que hizo fue empaparse la palma de la mano, embadurnarse la pija con ella, hacer lo mismo con mi agujerito y arremeter con toda hasta el fondo contra mí.
Tras acomodar mi tanga por encima de una de mis nalgas, se pudo dar el lujo de embarcarse en la aventura de sumergirse entre mis nalgas. Luego, alcanzar el hoyito húmedo que esconden esa misma montaña de carne y entregarse al placer.
Lo apretadito de mi culito, le hacían poner como loquito el pito. Más todavía. Una vez que lo introdujo, no pudo parar de penetrarme ni por un segundo. Lo estremecí demasiado con cada estocada que me propinaba el muy desgraciadito.
Sus manos que, al principio, se posaron sobre mi cadera, se decidieron a juguetonear salvajemente contra mis pobres cachetes. Le daba bien duro, como sacado. Es más, llegué a creer que quedó encantado en hacerme eso.
La forma de mi agujerito, le permitía que el cuerito pueda tirarse para atrás en repetidas ocasiones. Eso lo estimulaba mal cada vez que me cogía el orto. A mí también, por supuesto. Estábamos totalmente embravecidos con esto.
- "No sabés cómo me calentaba cómo te quedaba la calza, hija de puta -me decía al oído agitado-. Explotaba esa cola. Encima se te marcaba la tanga mal. Ahí supe que te tenía que hacer el orto mal. Una calentura me agarró".
Sus huevos, que golpeaban salvajemente contra mis piernas, los podía sentir cómo se re contra bamboleaban mal. También sentía cómo su pelvis golpeteaba contra mi culito. Hacía un ruidito que nos volvía loquitos a los dos.
Yo creo que, al tener la colita paradita, quebrando la cintura, el chaboncito se calentó mucho más. Gracias a esto, me parece, pudo acabar mucho más rapidito, ya que tenía una excelente vista de mi cola gorda glotona.
Sí, así como les dije, el chaboncito empezó a acabar. A pesar de haberle pedido que me avise, no me hizo caso y dejó que la leche fluya directamente a mi culito, sin siquiera advertirme del Tsunami colosal que se estaba aproximando.
Todo fue a dar a mi recto y que, gracias a unos ricos peditos, salieron como un escupitajo o el chorrazo que le salen a las ballenas del lomo. Se sentía muy rico, pero no se salvó de mi cagada a pedos, ya que le pedí que me dijera cuando acabara.
Se sintió tan satisfecho el culeado este, que cayó desmayado sobre mi espalda. Casi dormido quedó. Le importó un carajo que lo haya retado, es más, me ignoró. Es que se dejó llevar por las ricas sensaciones que le generaban el post polvo.
Tras este fogoso forcejeo, nos pusimos la ropa. Yo, me coloqué bien la tanga y me subí la calza. Siempre de espalda al muchacho. Él, por su parte, se subió el calzón, el short y encaramos para donde andaba su gentuza. Alta vergüenza por tener que volver a ver esos rostros, pero bueno... otro camino no tenía.
Y así, el pibito veía desde la puerta de los chinos, cómo mi culito se alejaba cada vez más de él. Podía ver mi calza apretadita bamboleándose para todos lados mientras me iba empequeñando a medida que daba un paso más.

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