San Calentín.
Tenía una cita con un chongo por el día de San Valentín. Pero, por culpa del tarado de mi primo Jorge, que había venido a visitarme para contarme que estaba muy triste por haber cortado con su novia, tuve que cancelar dicha salida. Vino sin previo aviso. Pero no solo se acomodó en casa, como si nada, sino que, además, se sentó en uno de mis sofás recientemente acomodados a llorar. Alto conchudo. Encima que no me trajo nada de regalo, se pone a entristecerme el ambiente festivo que tenía aquella tarde. Abrumada, se me ocurre una idea genial que podría satisfacernos a ambos. Entonces, lo miro, me devuelve la mirada, le sonrío como teniendo la idea más revolucionaria de la historia y le digo: "no te preocupes, tengo la solución definitiva". Me arrodillo en frente suyo. Le bajo el pantalón con bóxer y todo. Entonces, quedé atónita por lo que vi, una tararira tremenda. No sé si llegaba a veinte o no (no me sorprendería que sí llegase), pero... que, encima, era bastant...