La agarro con la mano.
Mi amiga Sonia, iba a un curso en la escuela que era extracurricular, o algo así. Allí, conoció a un chabón con el que había pegado onda y que, además, se llamaba Mariano. Onda, en el sentido de amistad, no de algo más romántico.
ACLARACIÓN: ya todos habíamos terminado la escuela secundaria, pero, como era extracurricular o algo así, igual podía ir a cursar esta verga de curso. Por las dudas lo aclaro, no sé por qué me pintó.
La cosa es que, después de un tiempo, se decide a invitarlo a salir con nosotros. Le llevó tiempo decidirse, porque no se animaba al principio. Alta vergüenza le daba. Pasa que, al gustarle el loquito, bueno... le costaba pedírselo.
El punto acordado para encontrarnos, era en la plaza, pero antes, debía hacer una parada en el kiosco para pegar una deliciosa birra. Como el negocio me quedaba a mano, aproveché y fui sin chistar unos minutitos antes de cruzarme a los pibes.
Por suerte, no había nadie comprando, por lo que no debía hacer fila. ¡GENIAL!, me puse chocha por eso mismo. No tardaría tanto tiempo. Menos mal, pensé. Así que... me puse en la puerta e hice el pedido al muchacho del negocio.
Mientras estoy esperando que el pibe me alcance lo pedido, se acerca un chaboncito de gorra, musculosa y de pantalones tipo guerreros. La musculosa no era porque estuviese trabado, simplemente, hacía calor aquella noche. Era bastante delgado.
En eso, gira la cabeza y me nota. Mueve la cabeza como saludándome. Yo le devuelvo el saludo con una sonrisa. Como se veía bastante apetecible, mi siguiente jugada era la de seducirlo. ¿Y cuál fue esa estrategia de seducción? Bajarme los "lompas".
Así es, querido lector, enredé mis dedos pulgares en el elástico del pantalón adidas que me puse aquella noche y dejé que se deslizaran por mis caderas, hasta alcanzar la parte baja de mis glúteos, para que observara la ropa interior que estaba usando.
El chaboncito gira la cabeza otra vez y logra verme a mí, con esos pantalones deportivos casi a la altura de los muslos, mostrando esa diminuta tanga negra que me había puesto aquella noche, para esa salida, siendo comida por mi propia cola.
Al loquito le cambió la cara. Se le puso de un desinterés normal (que pondría cualquier persona desconocida a otra) a un interés bastante "peculiar". No quitaba sus pupilas de mis partes traseras, por supuesto. Esa era la intención.
-"¡Linda burra!", dice el chinwenwencha.
Le agradezco mientras me pongo colorada y le sonrío como una virgencita. Obvio, todavía conservo algo de decoro... aunque no lo parezca. Sobre todo, porque el tipito estaba divino y, que me diga algo así, me hizo sentir totalmente halagada.
Entonces, se estira hacia mi lado (como si nada) y estira uno de sus brazos para cachetearme la cola con toda la impunidad del mundo. Alto atrevido, pensé. Quedé boquiabierta un buen rato, eso sí que no me la esperaba para nada.
Re caradura de mi parte, porque, si hubiera conservado bien arriba aquel viejo pantalón holgado, no hubiera pasado esa colisión entre la palma de su mano y uno de mis cachetes. Pero bueno, no me quejo, estuvo hermosa la nalgada.
El culo de la botella embolsada, se asoma por la ventana del quiosco. Era el quiosquero, avisándome que ya estaba listo el pedido, que podía pagar para llevármelo cuando quiera. Por fin, flaco, tardaste una bocha en encontrarla.
Se lo recibo y me voy. Claro, como tenía que darle la espalda para marcharme, seguía viendo mis glúteos asomados, partidos al medio por ese hilito que yo llamo tanga y, el loquito, no podía dejar de verla mientras partía hacia el horizonte.
Con la excusa de que me estaba acercando a una zona bastante oscura del barrio, decidió no comprar y acompañarme hasta el lugar donde me estaba dirigiendo, obviamente, con una de sus manos apoyadas sobre uno de mis cachetes redondos.
Hartos de fingir, nos dejamos comer por la oscuridad de las calles solitarias que nos faltaba transitar, para comernos la boca sin asco alguno. Nuestras bocas dejaron salir las lenguas para poder saborearnos mejor el uno al otro. Todo con pasión.
Como él me agarró despiadadamente las partes traseras sin asco, yo le agarré la parte delantera también, como para dejar equilibrada la cosa. Le sostuve el paquete firmemente, como para que no lo deje escapar.
No solo se lo agarré por fuera (no me conformé con eso nomás), también por dentro. Sí, corrí ese pantalón militar, el bóxer también y pude alcanzarle el pajarito para poder amasárselo. Salieron unos ricos masajes de ese encuentro previo.
Sus depravadas manos recorrían cada centímetro de mi nalga. No solo una, la otra también. No se quedaba quieta ni por un instante. La cacheteaba, las acariciaba, jugaba con ellas, les hacía de todo el muy atrevido. Todo, sin parar.
De espaldas a un árbol y en cuclillas ante él, le bajé los pantalones. Ver esos calzones formando una carpita, me hizo babear como una loca. Parecía una canilla mi boca. No podía creer lo grande que era esa cosa que tenía entre las piernas. Casi de otro mundo.
Ahora sí, la ropa interior también cayó. Quedaron sobre el pantalón y las zapatillas, tapando esas medias negras que tenía y que hacían juego con mi tanga. Demasiada coincidencia. El destino ya nos había juntado de hace mucho parece.
Tenía una pija hermosa, como de veinte centímetros más o menos. Venosa, bien blancuzca, con una cabeza rozagante mal. Lampiña, igual que esos dos huevos gordos que le colgaban detrás de la susodicha verga.
Al primer lugar al que ataqué, fue a su glande. Le mandé un besito re tierno a la puntita de su "nepe". Hacerle esta simple tontera, le voló la cabeza, ya que hizo unos gestos que me hizo saber que le encantó mal. Sé esto, porque ni bien lo hice, lo miré directamente.
Luego de eso, me la metí en la boca al toque, como si me estuviera cepillando los dientes. No me importaba absolutamente nada. Este me inflaba los cachetes (de la cara) como si fuera un cepillo de carne (justamente).
La paja que le hacía con la mano, mientras chupaba su cabeza, lo ponían loquito. Es que lo hacía como una petera profesional, además, le metía demasiada pasión al asunto. Encima le mandaba lengua a las partes más sensibles de la verga.
Recorrí gran parte de aquel largo tronco de su chota, un deleite total que me pegué con mis golosos labios. Pero, principalmente, me quedé yendo y viniendo por la cabeza con toda la impunidad que podía tener este puto mundo.
En un momento, comenzó a mover la pelvis para clavármela él. Yo solo me quedé quietita por un instante. Permitía que su miembro entre y salga de mi boca. Me la mandaba a guardar entera. Creo que no me metía los huevos, solo porque no podía. Sino, también entraban. Hijo de puta.
Se sosegó de repente. Me dejó a mí tomar el control, lo que me concedió el poder deslizarme hacia cualquier parte de su amiguito. Estaba todo permitido. A pesar de eso, solo me dediqué a chuparle esa misma zona. Sobre todo, en la parte del frenillo, donde sé que tiene más sensaciones ricas.
En cuanto a mí, mi lengua traviesa se sigue paseando a lo largo de ese tronco (ya) venoso. Quería una vez más, volver a meterme ese pingo, pero se me complicó. Estiré mi lengüita y, al tercer intento, pude cumplir con mi cometido: continuar dándole un buen placer bucal. De los que no se debe olvidar jamás.
Trato de llegar hasta el fondo. Pero era tan larga, que me costaba. De todos modos, trataba de romper mi propio récord. Al menos tocarle la bragueta con los labios. No lo conseguía. Me resultaba imposible. De todos modos, ese muchacho la estaba pasando espectacular, se le notaba en la cara.
La babita que me salía, comenzaba a descender por ese tronco venoso. Las gotitas rodaban desde mis labios para tocar la cima hasta lo más bajo de ese miembro. Morían allí, de manera precipitada, sobre el pantalón de este chico. Qué envidia siento al pensar que pueden hacer eso.
Mis ojos se cerraban por el delicioso sabor que sentía en la suave piel de ese pene. Las papilas gustativas, me estimulaba muchísimo tenerla en la boca, comérsela completa, porque siempre me pareció que estaba re bueno y verle ahora la pija, aumentó muchísimo más mi percepción de él.
Ahora quería introducirme el pene en la colita, pero, como estaba tan sarpado el pete, el chaboncito comenzó a empujar, desde sus huevos, una rica cantidad de semen. Dije "¿Qué, ya?". Sí, señor, el chaboncito, comenzó a escupirme desde la verga.
¡Llegó el hermoso momento! Luego de un estruendoso gemido de Nano, le saltó toda la esperma violentamente sobre mi boca; humedeciéndola así, por completo. Fue como si estuviera tomando desde una mamadera de carne.
Me inundó la boca, casi hasta la garganta. Me ahogó con su rico juguito masculino. Lo saboreé todo; cada gotita, cada lechazo, cada mililitro cúbico que virtió sobre mi boca. Qué deleite, Dios mío. Quería mucho más. Insaciable.
Lo miré directamente a los ojos y le mostré que la tenía toda ahí, en la boca. Luego, hice los gestos de que la trague... así era. Se fue todo por el caño carnudo que conecta mi boca de mi estómago. Todos sus hijos se fueron por el tobogán de mi garganta.
Por último, se terminó limpiando la pija con mi lengua juguetona. Lo poco que le quedaba colgando, lo desprendió de ahí. La sacudió violentamente, para dejar cada pibe crudo indeseable en mi lengua. No había duda de que ya estaba vacío.
Una vez satisfechos por lo sucedido, nos acordamos de que estábamos en algo. Me subí el pantalón (cosa que acompañó dándome una buena nalgada) y cada uno en la suya. Yo, seguí mi viaje al lugar acordado. Él, caminó unas cuadras para atrás y compró el fernet con coca.
Llego al sitio. Allí estaban todos los pibes, solo faltaba el enamorado de Sonia. Qué tipo más tardón, dije. Tenía la sensación de que iba a ser la última en llegar, pero no... sorpresivamente, fui la anteúltima. Todavía hay gente más maleducada que yo.
A lo lejos, lo veo al pibe con el que acababa de cabecear. Veo que Sonia salta por haberlo visto, lo saludo de lejos. Se va corriendo hacia él. Lo saluda. Puta madre, acabo de cabecearle el pupo al enamorado de mi amiga. Nunca quise que me tragara tanto la tierra.

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