Cuando la mente viaja.
Viajar en bondi o en tren a la hora pico, para cualquier ser mortal, es la peor pesadilla. Para mí, es la oportunidad para encontrar algún incauto que pueda caer en mi red de seducción.
Me estimula el tener que rozarme con desconocidos, y despertarles la libido de manera inesperada.
Como la vez que viajé en el 47, y un morocho hermoso, como de 1,90 y pico, de labios bien gruesos y ojos bien negros que, encarando hacia la puerta, pasa por detrás mío. Me agarra la cintura como pidiéndome permiso y yo le muevo la cola hacia atrás para sentirle todo el pedazo.
El muchacho, al parecer, le encantó y se quedó un rato mas. Entre bache y bache que el colectivo se va topando a lo largo del viaje, el roce de mi cola con su pene, le va produciendo una leve erección que, a su vez, me va generando una sensación igual de hermosa. Sin embargo, no me quedo solo con estos movimientos vertiginosamente sensuales. No, también mis hormonas me obligan a tener que bajar la mano para sentir mi logro con mi propia piel. Y así fue, le manoteo sus partes bajas, me va haciendo saber que mi mano lo va haciendo bien rico. Le hago una buena paja por encima de la ropa. Su cara me cuenta que lo disfruta y que también le ratonea el hecho del riesgo permanente de que seamos captados con las manos en la masa. Sí, CAPTADOS, porque él también me acariciaba la cola. Sentía sus dedos grandes subiendo y bajando en la parte interior de mis cachetes.
Sus manos grandes recorrían de arriba a abajo, de derecha a izquierda, hasta que... ¡PUM! empecé a sentir algo duro, gordo y grandote (que no era un dedo) rozarse en mí.
A todo esto, habían pasado dos paradas (desgraciadamente, ninguna era la de él, je) de la que él debía bajar. Preocupado entonces, le suena el celular. Lo atiende. Era su novia retándolo porque estaba llegando tarde a su cita con ella.
Acerca su boca a mi oído, susurrándome algo que mis hormonas no me permitieron interpretar con claridad. Supuse que era su número, a lo que le pedí que me lo anote en la mano, con mi lapicera negra (ah, si, porque olvidé aclararles, estaba yendo a clases, yo tendría unos 17 años). En fín, me lo anota y lo primero que me dice en SMS (sí, todavía se usaban) "qué linda te quedaba esa tanga negra, bebote. Noté tu tirita por arriba del pantalón y se me puso bien dura". Yo solía salir con ropa interior de mujer a la escuela. Me encantaba. Acertó, pero yo me quedé manija de esa manija, de comerme ese manjar... al menos por ahora.

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