La verganza (2da parte).
Tras la exhaustiva sesión sexual, nos encontramos sudados, así que, lo invito a pasar a casa a bañarse. En mi mente, al ya estar satisfechos, imaginé que esto no terminaría en otro polvazo. Grasso error.
Entramos a mi casa mucho más relajados. Se mete en mi ducha y se baña.
A los 10 minutos, le abro la cortina para yo meterme a hacer lo mismo. Inesperado.
Tanto vernos desnudos, nuestros cuerpos sucumbieron ante las descontroladas hormonas que exigían más.
Le toco la pija aludiendo que me equivoqué, que la confundí con la canilla. Ya que estás ahí, lavamela, exclamó. Al quedarme tanto en solo tirarle el cuerito, le provoco una dureza nuevamente.
Mientras le hacía esto, las miradas cómplices aparecieron. Las sonrisas picaronas dijeron presente.
Tenía que levantar la cabeza para mirarlo. Era muy alto.
"Ninguna mina me comió la verga con tanto amor. Se nota que te encanta y practicaste bastante", me decía. Tan solo había estado con 3, pero con solo 1 duré lo suficiente como para mejorar mi técnica.
Me daba vergüenza que me viera de esa forma, pero, a su vez, me excitaba.
Se sentó en el borde de la bañera, mientras, yo (de espaldas a él), me seguía bañando. No paraba de mirarme. Me comía con los ojos. Sentía su vista penetrándome con toda lujuria. Lo sentía en cada hoyito de mi ser.
Me tuve que inclinar para lavarme las piernas, y sentí que se hartó de mirar sin entrar en acción. Fue su dedo el que prendió el fósforo cerca del kerosén.
Al roce, inconcientemente, gemí, provocando que (como si lo empujara un fantasma o una atracción magnética nos atrajera) se pegara a mí para empezar otra vez.
Era su boca, ahora, comiéndome el orto. Era la lascivia la que lo impulsó a ensalivarme el hoyo. Recorría el borde primero, después lo introducía bien hasta el fondo.
Estábamos contagiados. Ambos queríamos lo mismo. Ahora, era su turno de volverme loco. Y eso hizo.
Me lo escupió, lo lamió, lo dedeó, lo saboreó. Todo junto. Ya lo tenía recontra entregado. Listo para ser penetrado. Pero, en cambio, continuó y continuó. Casi acabo sin tocarme. Me hizo ver las estrellas.
Le empecé a pedir carne a gritos. No podía más. Seguía comiendo. No paró. No se detuvo a pesar de mis exigencias. Acabo. Parecía que me había salido 3 litros de leche. Fue maravilloso.
Se paró y me dijo al oído que fue en devolución al tremendo petardo que le hice. Debió haber sido muy bueno para que me devuelva semejante favor. Quedé seco. Me temblaban las patitas.
Sale del baño. Yo me quedo terminando de bañarme. Salgo a secarme, y ahí lo veo: acostado sobre mi cama, boca arriba, con el toallón tapándole sus partes nobles. Me seco un poco. Me recuesto a su lado, pero boca abajo... y dormimos.
A eso de las 12 del mediodía, me despierto. Una mano suya, estaba sobre mis posaderas. Logro ver que sigue dormido en la misma posición y con el mismo toallón, pero que, a pesar de ello, esto no le impedía esconder el tamaño de su erección. Estaba como el Obelisco. Babeo.
Tenía los ojos cerrados, pero no sé si dormía realmente. Le corrí el toallón. Ahí estaba, todo parado. Duro. Esperando a ser estimulado. Lo único que lo tapaba, era su propio prepucio.
Lo empecé a pajear, porque, como era de costumbre, cuando veía una pija parada, debía tocarlo. Le masajeo su miembro. Lo hago poner mas durito. Abre un ojo, se mueve a penitas.
Yo, seguía pensando que dormía. Mi petiso no se hizo esperar más. Abrí la boca. Primero, ataco su cabeza, que ya lagrimeaba un poco. Se la limpio.
Yo ya estaba en cuatro, desayunando. Con mi culo apuntando directo a su cara. De pronto, siento una mano trepar por mis partes. A lo que me dice: "vení, poné las piernas acá". Pongo mi culito cerca de su cara... otra vez. Un rico 69 estaba ocurriendo. El primero en mi vida.
No sabía si gozar o hacer gozar, así que... hice las dos cosas y me dejé llevar. Lo hacía hermoso. Me dejaba temblando. Yo quería hacerle lo mismo.
Mis glúteos se empezaron a abrir como una flor en primavera. Sus dedos se arrastraban. Se desplazaban suavemente. Otra vez su lengua jugueteaba en mí. Se movía de una forma casi hipnótica. Me distraía, pero ese pete me traía de vuelta.
Me la morfé entera. De arriba a abajo. Succioné cada parte de su miembro. Sobre todo, la parte de atrás de su pija. Sus huevos. Lo llené de babas en su puntita. Mis gruesos labios deseaban de forma desaforada posarse sobre su piel. Nos hacíamos estremecer mutuamente.
Cómo amaba hacerme la cola con esa boca. Era su comida favorita. Era un adicto. Casi que pedía repetir en cualquier momento. Ya sea de desayuno, almuerzo o cena. Hasta le gustaba mas que mi oral (y eso no era poco decir).
En cierto momento, me siento completamente en su cara. Lo ahogo, lo obligo a que me chupe bien el culo con todo fervor. Mi agujerito queda totalmente expuesto a su cara, a su boca. Su guasca saltó con mucha fogosidad. Mucho calor. Nos quemábamos juntos y, al fin, nos íbamos a calmar.
Me embadurnó el rostro con toda su miel de amor. Fue una delicia tragarme todo su semen. Nunca voy a decir que me siento lleno.

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