Fiestita privada.
Hubo un tiempo, a mis veintitantitos (25, digamos) en que fui animador de fiestas para chicos en un salón. Bah... era de los personajes que, se supone, debe entretener y hacer maravillar a los nenes.
Me tocaba hacer varios personajes. A veces de alguno conocido, como Minnie. Como mis compañeros (todos hombres, por cierto), me veían como pez en el agua vestido de mujer y, además, amaba hacerlo, me terminaban por dar siempre ese, u otros disfraces femeninos. Y ellos, de pez, de perro, etc.
Una vez terminada nuestra labor, los chicos se iban con los verdaderos animadores y sus padres, a bailar. Nosotros, re antis, nos íbamos a otra parte del salón a tomar cerveza y conversar.
En esos momentos, la fiestita se tornaba más privada y de adultos. Me sacaba el short que usaba debajo de la pollera de Minnie, me ponía tanga, me subía la pollerita y, ¡a mover el ojete se ha dicho!
Casi siempre estaba apretando con Pluto, Mickey, spider man (mi 2do favorito) y hasta con Bob Esponja. Pero, con el primero, tuvimos algo más cercano.
El morocho que caracterizaba a ese personaje, era Leo, un trigueñito rico, de mi estatura pero ancho de espalda (tipo rugbier) de 24 años. Con altas piernas que aguantaban mi gordo culo encima suyo.
Todos notaban la tensión sexual que se gestaba entre nosotros cuando bailábamos. Era cuestión de tiempo para que todo se desatase en un torbellino. Yo le perreaba mucho a él. Él me tocaba mucho la colita a mí. Los chistes sexuales eran mutuos.
Un día me hizo una joda muy deliciosa. Como ya era costumbre, cuando terminábamos de bailar, yo me sentaba encima suyo a descansar y tomar algo. Pero, esta vez, iba a ser diferente. Por dentro de su traje de Pluto, puso una zanahoria de plástico en punta, justo donde yo debía apoyar mis posaderas. Ni bien la sentí, quedé re "wtf". Se le paró, pensé. Ni bien sentí la forma, me percaté de que no era una zanahoria de carne. Lo miré, me cagué de risa y, siguiéndole la joda, le pedí que la dejara, que no me molestaba tenerla adentro, que era re cómoda.
Para mi suerte, aquel día, me puse un hilo dental divino, muy diminuto. El cual, dejaba muy poco a la imaginación. Mucha piel al aire tenía.
Él notó que el hilito rosita que tenía puesto, era nuevito y me lo hizo saber. Me asombró que conociera tanto la ropita interior que suelo usar. Por lo que, las advertencias de mis compas, comenzaron a tener sentido.
Me levanté a recoger un vaso de plástico que se había caído, dejándole todo mi orto atravesado por el pequeñísimo hilo dental que me había puesto para él, frente a su rostro. Se la meneaba de un lado al otro. Quedó al interperie. En su cara, basicamente. Cuando volví a sentarme, ya no era la zanahoria la única en punta.
Empecé a sentir la sin-hueso rozarme la zanjita. Me abría los cachetes. Era gorda y cabezona. Ya la podía descubrir. Jugueteé con ella. La agarraba bien fuerte, la sobaba.
Le bajé la bragueta y le hice sentir mis panes con su morcilla negra. A pelo. Sin disfraz, ni ningún intermediario. Lo hice sufrir. Se puso como loquito. Nos empezamos a rozar. Casi que cogemos ahí, delante de todos. Con carpa.
Los pibes se empezaron a ir. Los padres con sus hijos, también. Ya casi no quedaba nadie, solo los dos que limpian, el dueño y nosotros.
Vestido de Minnie, me dirijo al baño, hago mis cosas y salgo. De camino, me lo cruzo al dueño, a los que limpian y, finalmente, a Leo.
Nos encontrábamos sólos junto a un pasillo, frente a una tarima que funcionaba de escenario. Nos tapaba una cortina. Mi plutito se me acerca al oído y me desafía, "es ahora o nunca". Bajé la mirada, y pude observar que la tenía re dura. Se le formaba una carpita. Acepté, pero que se deje el traje puesto. Y así fue nomás.
Cansados de caretearla, nos permitimos sacarnos estas desenfrenadas ganas que nos teníamos hace tiempo. Para nuestra suerte, no se encontraba nadie. Éramos él, su pinchila, mi colita, mi boca y yo. Ya con eso, era suficiente.
De la calentura que tenía, no le importó que no se la chupara. Me puso contra la madera que había ahí, me hizo parar la colita, me corrió el hilito, abrí las piernas, se bajó él la bragueta de Pluto, peló esa verga morena que poseía (parecida a un chorizo) e hizo lo suyo. Como no tenía ropa interior, fue directo al grano.
Observó una milésima de segundo mi cola, le dio un par de cachetazos, una escupida, se agarró la pija y me embistió, practicamente, cual toro bravo y feroz, pero que, en vez de muleta de torero, eran mis pompis. Su nalgada se sintió como si fuese con un guante. Suavecito, pero con vigor. Su pene, no paraba de entrar y salir de mí. Tenía tal ganas que, parecía un perro de verdad haciéndome el orto.
Me agarró de la cintura, me puso contra la pared que teníamos detrás. Una que separaba el baño de mujeres del de hombres, para dármela toda con más ímpetu. Se notaba que hacía mucho no tenía relaciones, porque no le tomó mucho tiempo acabar. O las ganas que me tenía, eran realmente grandes. Yo tampoco tardé. Estábamos ardiendo.
Ufff... cómo golpeaban sus huevos contra mi culo, se sentía muy exquisito. Era música para ambos. A él lo llevaba a querer clavármela mas rápido. A mí, a querer todo su esperma calentito lo mas pronto posible. Estábamos re contra abotonados.
No paraba de decirme lo mucho que deseaba esto y hace mucho (desde el preciso instante en que nos conocimos, diría yo). Lo mismo sentía yo. Fue un flechazo instantáneo. Solo que a mí, Cupido me lo clavó en la cola. A él, no sé.
Cuando, al fin, acabó dentro mío, se sintió como si hubiera explotado. Un chorro enorme se esparcía por toda mi cavidad anal. Fue rápido, pero bien intenso. Fue como si hubiera dejado su vida entera allí.
La lujuria se aplacaba de a poco. Él, recostado sobre mí, con su hermoso pene metido en mi ano. Agotado, hace un gesto de que ya pasó todo. Pero, de mi hoyito, salía su líquido del amor. Chorreaba su juguito precioso.
A mí, todavía me quedaban ánimos de limpiarle la verga. Es que todavía tenía restitos de lactosidad ahí. Yo soy muy limpita. Me arrodillé delante suyo, y terminé mi labor.
Volvía todo a la normalidad, ya no éramos uno. Ya no estábamos unidos por nuestras partes. Éramos compañeros de trabajo. Pero otra fantasía, una que desconocía, ya se había cumplido.

Comentarios
Publicar un comentario