Mi barrita de chocolate, parte 2.
Luego de ese rico 69 y de la mini siesta, mi negro hermoso atinó a llevarme a la habitación. Yo pensaba que era para dormir mas comodamente, digo... el piso estaba re duro y frío. Una vez frente a la cama, a sus patas, me arroja y caigo boca arriba. Me agarra de los pies para darme la vuelta . Abrazo la almohada para buscar dormir, pensando que ese era el fin de tal acción. Pero, de pronto, siento unas manos que me sujetan fuertemente. Una lengua penetra en mi agujerito de manera salvaje e inesperada. Sus labios gruesos también se hicieron sentir. Hundió tanto la cara y comió tanto, como si fuera su plato favorito y estuviera hambriento. Sacude la cabeza de lado a lado y de arriba a abajo mientras me apretaba las nalgas.
Su pija no tardó en ponerse dura, así que... procedió a embadurnarnos en gel. Veintitrés centímetros por siete, se disponían a penetrarme. A inmiscuirse en mi cavidad anal, que estaba bastante apretadita para lo que es ese enorme pedazo de carne. Amagó. En realidad, no quería todavía. Simplemente, empezó a escupirle para humedecer y prepararlo para lo que se venía. Le cayeron tres escupitajos y un dedo que sirvió para acomodar toda la agüita. Sus dedos me provocaban un placer intenso, de esos que no había sentido jamás. Yo ya había experimentado, pero no con una verga tan grande, ni tan gorda. Le pegaba a mis cachetes con ese palo oscuro. Con sus manos gigantescas también.
Luego de varios cabezazos y gargajos mas, el entierro tuvo lugar. Primero, su cabeza que, tras varios intentos fallidos por el gel, lentamente iba adentrándose en el mundo interno de mi cola. Luego, el tronco venoso. El dolor me invadió por completo. Mis lágrimas salían a borbotones, pero, en el fondo, lo disfrutaba muchísimo. Y eso que, aún, no llegó la mejor parte.
La fuerza de su cuerpo le permitían poder tomar el impulso suficiente para bombearme el culo hasta el fondo. Sacarlo y meterlo enteramente. Mi culito pedía a gritos de esa morcilla, y lo sabía muy bien. La angostura de mi ano le daba una sensación tan deliciosa que, a los 5 minutos, soltó todo lo que llevaba dentro para largarlo en mi interior. Yo quería embriagarme de amor, beber del pico hasta la última gota pero, el apuro de la lujuria que desató... lo obligó a quedarse ahí hasta el final. Para terminar, se tiró encima mío. Suspiró. Transpiraba como loco. Largaba mas agua que su anaconda cuando escupió el veneno. Me abrazó bien fuerte, de atrás pero nuestros cuerpos necesitaban respirar. Nos quedamos un buen rato así.
Me fui a bañar, lo dejé descansando. Al tiempito de haberme empapado bajo la lluvia de la ducha, se abre la cortina para descubrir que era él. Le hice espacio, obvio, era su casa. No paraba de abrazarme de atrás, de apoyarme la vergamota. Me franeleaba. Yo, me hacía la difícil hasta que tiraba el jabón al piso.
No sé cómo hacía su corazón para llenar de sangre tan rápido ese mazacote de carne, pero lo lograba. Se engarrotaba como si tuviera 20 años, pero solo tenía un poco mas del doble que yo. Se calentaba con el mero roce. Lo tocaba y crecía.
Nuevamente excitado, me puso contra la pared. La canilla me daba justo a la altura de la pelvis, lo cual, no podía hacer otra cosa mas que parar la colita. Pero él, dulcemente, me comió la boca. Se ponían fogosos. Dejó de apoyarme para que su dedo medio haga su trabajo nuevamente. Levanté la patita, entregadísima. Se agachó para poner el tapón para que no se escape el agua. De rodillas, comió su nuevo plato favorito por tercera vez o cuarta en el mismo día. No paraba, era complaciente sin que se lo pidiera. Sabía bien cómo hacerlo.
La bañera se llenó, igual que él. Cerramos la canilla, corremos la cortina y se acuesta con un brazo fuera de la tina. Su verga se asomó por entre todo el agua que inundaba el lugar. Me mostró lo que tanto escondía, un enorme consolador. Mi sonrisa en seguida salió a la luz, dando a entender que, su presencia, fue muy grata para mí.
Le tiro la goma en agradecimiento al gesto. Aunque me ahogue tanto, que me toque la campanita y que tenga que hundir la cara en el agua. Me quedé haciéndole una paja, mientras lamía el frenillo y lo veía disfrutar. Lo miraba a los ojos para que vea el placer. Mis dos manos subían y bajaban a lo largo de esa VERGA negra. Sus manos en mi nuca me llevaban hasta lo mas bajo. Me pegaba en la lengua con su poronga. Se hacía la paja encima. Se la hacía yo. Sus ojos se volvieron blancos. Sujetaba mi pelo largo para que no moleste, hasta que, otra vez, quiso que le cabalgue. Me senté encima, de frente. Saltaba bien rápido, le movía la cola. Me pedía que no parara. Lo cacheteaba bien fuerte. Me dibujaba sus dedos en mis nalgas. Desgraciadamente, estaba tan resbaloso por el agua, que se me salió de adentro y disparó todo para afuera. Chorros largos e intensos.
Sus renacuajos quedaron nadando. En mi afán de tomarlos, me di vuelta. Me tiré de cabeza. Al ponerme boca abajo, mi colita quedó expuesta. Gran peligro. Mi negro agarró mis nalgas, me las abrió e introdujo su consolador muy dentro de mí. Grité de placer. Fue hermoso. Le pedía más, a la vez que le pedía que quería que me lo sacara. Cuando me lo sacaba, lo quería todo adentro. Hasta que empezó a acelerar. Me tenía loco. Estaba en mi punto más álgido. Se ayudó con otro dedo. Me recibí de su puta.
Me hizo pararme, que tenga paradita la colita. Me abrió las nalgas nuevamente, para empezar a cogerme con la lengua. Se ayudaba con el consolador. Me lo metió hasta el fondo. Acabé. Mis piernas temblaban, casi que me caigo de lo debilitadas que estaban. Ya estaba más que satisfecho de haberme comido esa barrita de chocolate.

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