El hincha bichos (parte 2).
Como la cita doble anterior fue todo un éxito, decidimos organizar otra. Solo que, esta vez, en vez de en un bar de rock, fue en un boliche. Matu decidió esto, y con tal de verlo, acepté.
El lugar era uno horrible que ni recuerdo el nombre, pero, al menos, era barato. Nos juntamos en la parada del bondi. Obviamente, no paramos de decirnos cosas con doble sentido, con respecto a eso. Me contó que tenía el auto en el taller, por eso nos teníamos que ir con esa mierda.
El colectivo llegó tardísimo y hasta el orto. Nos pusimos a un costado de la puerta. Pasó primera Naty. Luego, Lea, yo y, obviamente, él iba a subir por atrás mío. Le puse todo el culo en la cara. Viajamos bien pegados, abotonados. Cerca de nuestra parada, pudimos sentarnos. Me hizo el chiste de sentarme en su pierna, lo obedecí.
Al fin llegamos a nuestro destino. Descendimos por la parte trasera. Pagamos entrada en el antro al que Mati tuvo la brillante idea de ir y nos metimos. Bailamos toda la noche bien pegaditos las cumbias que tanto le gustaban. Casi todas eran colombianas o santafecinas. Re lindas. Lo mejor de esa música, era que no podía delirarme. No se escuchaba nada. Solo cuando íbamos al baño.
A eso de las 6, cuando salimos del boli, recién ahí pudimos hablar mas. Se empezó a poner picante, bardero, descansero de nuevo. Buscaba sacarme. Me sacó tanto que, en una calle tan silenciosa, tuve que gritar mi típico latiguillo, el que tanto quería escuchar:
-¡¡¡CHUPAME BIEN EL CULO, BOLUDO!!!
-Bueno, si me lo pedís así, si eso querés -eran sus constantes respuestas-.
Nuestros acompañantes se cagaban de risa, porque sabían lo mecha corta que era y lo rompe bolas que era él. Me aconsejaban no enojarme para que no me moleste mas. Primero descubrió que no me gustaba que me joda con Vélez. Después, con el rock. Ahora, ya tenía una tercera, me provocaba con un pibe que había conocido en ese boliche horrendo. Con que, al menos, no parecía calienta pava como cierta persona (yo, claro).
Lo mandé a la mierda re caliente, pero tenía razón. No quería admitirlo, pero es que me había encantado hacérselo. Aparte, yo, era un pendejo boludo.
Se disculpó, nos dimos unos besos de reconciliación (fue de los mas ricos que nos dimos). Nos agarramos de la mano y seguimos, como si nada. Me contó de las pajas que me dedicó tras aquella noche.
El bondi justo pasaba. Fuimos corriendo hasta la parada, nos subimos. Cerca de lo de Naty se bajaron ambos. En la mía, nosotros. De camino, encontramos una panchería abierta. Me pedí dos. Mientras me miraba sorprendido, me dijo:
- ¡Cómo te gusta la salchicha, putín!
- Obvio -le contesté-, me las comería a las dos al mismo tiempo.
Eso dio pie a que nos contáramos de proezas sexuales. De la cantidad de putas y putos que se comió. De la cantidad de vergas que me mandé (no fueron tantas hasta ese entonces, pero se las conté todas). Éramos felices admirando nuestras travesuras. Miraba cómo me ponía la salchicha a la boca, simulando hacer un pete. Nadaba en sus babas al ver mayonesa en mi comisura. Parecía semen que me chorreaba. Me la limpió. Era un tierno. Todo un caballero.
Estábamos a ocho cuadras de mi casa, pero no me quería volver. Quería quedarme todo el puto día con él, pero debíamos marcharnos. Estábamos cansados ya. Se nos cerraban los ojitos. Me alcanzó hasta la puerta de mi casa. Nos despedimos, no sin antes apretujarme una nalga y darme un beso super hot para convencerme de coger, pero no logró nada. Hermoso todo.
Durante la semana nos mandábamos SMS diciéndonos lo mucho que nos extrañábamos, lo que nos haríamos. También nos vimos un par de veces. Me fue a buscar al trabajo en algunas oportunidades, sin ser un rompe bolas con coger. Era el hombre perfecto. Hasta me daba flores que cortaba de por ahí. Era todo un galán. Sí que sabía cortejarme.
Ese sábado lo agarró ocupado, yendo a jugar a la pelota y al cumple de un amigo. Seguro garchó como loco. No me importa, no iba a hacerme la cabeza. Se habrá sacado toda la leche que decía tenerme. Que haga lo que quiera. Acordamos que al otro día, nos iríamos a los bosques de Palermo.
Parecíamos novios comiendo en un Pic Nic, pero no nos molestaba parecer algo que no éramos. Sin ataduras, ni rótulos, ni títulos, todo es mejor. Nos llenamos de besos hasta el hartazgo. Esa es la dicha. Nos comimos a chapes hasta que me dijo que se le paró la pija. Teníamos que detenernos.
Como yo había llevado un morral, me lo pide prestado para taparse la hinchazón. "No hay modo de terminar una salida con vos, sin que quede con la pija dura -me dice-. Aparte, todavía tengo que demostrarte cómo chupo culitos, ya que siempre me lo pedís". Pobrecillo, hacía pucherito y todo. Al fin llegó el tren. Hora de ir a casa.
Al llegar a su estación (que era una antes que la mía), me devolvió el morral. Todo el trayecto que restaba para mi casa, me quedé pensando en lo malo que soy con él. Que ya no debería hincharle tanto el bicho, aunque me encante hacérselo. Aunque me guste mas que hacer petes. Y no hay (casi) nada que ame mas que dejárselo hinchado por segunda ocasión.

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