El hincha bichos (parte 3).
Como les comenté en la anterior entrega, quedé reflexionando bastante sobre mi comportamiento con Matu. Que debería cambiar, o debería dejar de histeriquearle, entregándole el rosquete.
Cuando llegué a casa, aquel domingo, me llega un SMS suyo preguntándome si había llegado bien. Le contesto que sí y que me perdone por mis actitudes, que no van a volver a pasar. Que lo quería mucho, me parece un amigo fantástico. Sí, mi decisión fue la de que seamos amigos.
Nos conectamos al MSN a charlarlo mas comodamente, y llegamos a esa misma conclusión: que encaremos la relación así. La cagada era que me encantaba demasiado pasarla con él. Me hacía reír mucho, me hacía enojar mucho y era mutua la cosa. Al aceptarla, también acordamos en seguirnos frecuentando, pero sin la presión de pretender algo mas.
Una de esas veces que nos vimos, fue cuando me invitó a tomar helado. Te comento cómo pasó, estimado lector: comenzó una mañana, cuando yo estaba en el laburo y recibo un mensajito suyo. En el mismo decía que me extrañaba y que quería verme. En definitiva, mensajito va, mensajito viene, acordamos en tomar un helado post trabajo.
A eso de las 8, cuando estaba cerrando, cayó. Termino de apagar las luces, bajar las persianas y me reúno con él. Para nuestra suerte, muy cerquita de allí, se ubicaba una heladería que cerraba los viernes a eso de la 1 de la mañana. Entramos, hacemos nuestro pedido y esperamos afuera, donde habían banquitos.
Me comenta de que en su laburo lo atosigan mucho. Que quería renunciar. Trato de convencerlo de que lo piense bien, que no está tan fácil conseguirse otro. Insulta a su jefe y a sus compañeros de oficina, y cito: "mi patrón es alto salchicha. El peor de los soretes también. Mis compañeros (sobre todo, Rodolfo), es tremendo pancho. Me tienen harto. Los odio". Palabras mas, palabras menos.
El asunto allí, es que yo quise pegar alta reflexión y me salió el tiro por la culata, diciéndole: "¿por qué usamos los términos "salchicha" o "pancho" como insulto? Con lo deliciosas que son ambas cosas. Yo me comería 30 por día".
La cara de pervertido que puso ya me estaba avisando que iba a largar alguna doble, en cualquier momento. Hasta que se hicieron presentes: "bueno, pero a vos porque te encanta la salchicha de cualquier pancho que te encontrás por ahí, putita".
Mi cara de (no tan) sorpresa se materializó también, pero se la devolví con un: "de cualquiera, menos la tuya, gil". Se rió con dolor, pero sin dejar de tirar sus misiles: "eso nunca se sabe. Ya te vas a atragantar con esta salchichota. Nunca digas de esta leche no he de beber".
"Jamás, con lo cara que está la leche...", fue mi comentario, digno para apaciguar el asunto. Haciéndose el sordo y el chistosito, le manda: "¿qué? ¿Que en la cara querés la leche?" Tristemente, esto derivó en un sin fin de palabras con la doble. Ni hablemos de cuando llegó mi helado. Mis lamidas, para él, pesaban mas que mil dobles sentidos.
Cada vez que se colgaba mirándome, me morfaba el cucurucho como si de una verga se tratase. Nuevamente, pobrecillo, qué forma de hacerlo sufrir. Pero bueh... qué se joda, por tontín.
Si debo de confesar algo, diría que me divierte y me excita hacerle esto. No lo podemos evitar. La atracción sexual era mutua e intensa. Quedaba loquito. QUEDÁBAMOS loquitos. Para esta altura, ya estaba mas que claro que iba a pasar algo tarde o temprano.
Terminamos y nos fuimos a una bolera (lugar donde se juega al Bowling), a distraernos un rato. Encargamos zapatitos de nuestra medida. Yo, 41. Él, 44. Quedé asombrado por el tamaño.
"Y hay otro tamaño mas que te falta averiguar -tiró al toque-. Cerrá la boca que te puede entrar una chot... digo, una mosca". Mi gesto fue de "ay, ojalá". Pero solo se lo dije con la mirada. Me conformé con eso, para que después no me critique de calienta pavas.
Me acercó a la pista para enseñarme, ya que, en el trayecto, le aclaré que nunca jugué a los bolos. Me aclaró que él se ocuparía de eso, tal y como lo hizo tantas veces en otras cosas (?) En sí, era cierto, me tiró varios tips en el pool y, ahora, al boliche. Buen maestro era. Arrojé un par de bolas, tiré algunos pinos, y... sí, perdí, pero no estuvo mal por ser la primera vez. Yo era feliz de todos modos porque no paró de apretarme.
De camino a nuestras casas, nos compramos una birra, nos fuimos a la orilla de la vía del tren y nos pusimos a hablar de nuestras fantasías. Le conté lo mucho que fantaseaba tener unas tetas grandes, que me las cojan y que me las llenen de lechita. Tanto ahí, como la cara. Su sonrisa me hizo percatar de que le encanta la idea, a lo que, al toque le hice saber que no se haga ilusiones. Tras ver la decepción dibujada en su rostro, largué la carcajada mas sincera de mi vida. En el fondo, ambos sabíamos que, si o si, me atragantaría con la sin hueso que cargaba entre las piernas ese hombre.
Las que él contó, fueron de garchar en la calle, en su laburo y en la cancha. Me babeaba con pensarlas, pero siempre cara de Póker. No insinuar calentura, era siempre la mejor estrategia. No quería que supiera las ganas que tenía de bajarle la bragueta ahí mismo. De masajearle el ganso. De cumplirle la primer fantasía.
Entre chamuyo y chamuyo, aprovechaba para tocarme. Yo no me quedaba atrás tampoco y bajaba la mirada. Se pasaba la cerveza por la pija para que se la agarre. Era un nene. Le hacía ojitos, me llevaba el dedo a la boca, en son de "bebotearle", aunque, no lo hacía queriendo. Tampoco me quedaba durmiendo en los laureles: cuando se la pasaba por ahí, le acariciaba la punta, como si de un pinchilón se tratase.
Al percatarse que nada pasaría, que sería inútil cada intento, levantó su brazo, miró su muñeca simulando espiar un reloj que no tenía, para concluir la cita. Ambos debíamos ir al trabajo al otro día. Era necesario dejarlo todo así.
Un último beso fue el símbolo de la despedida. Unas tocaditas finales. Di media vuelta, y encaré para el lado opuesto al que él debía ir. Unos metros mas adelante, me volteé para hacerle un gesto de adiós con la mano. Seguía parado en el mismo lugar, observando, a lo que atiné a bajarme el pantalón, mostrarle la tanga que me había puesto y gritarle "mirame esta, gil". Era la primera vez que me vio así, pero no la definitiva.

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