La pornista.

 Todo arrancó cuando me quise postular para hacer de porrista en el equipo. Para ello, debía vestirme apropiadamente. Me puse una pollerita cortita con los colores del club, medias de lana hasta las rodillas, una blusa que no tapaba nada mis tetas, borcegos, y, finalmente, las porras. De peinado, me puse unas chuletitas que me quedaban divinas.

 Bueno, en fin, fui hasta el lugar indicado y me presenté ante un grupo de personas que me fueron diciendo ante quién tenía que hacer el casting. Finalmente di con la persona, era el profesor de ed física Germán. Estaba muy bueno, por cierto. Viendo esto, medio que me inhibí, pero bueno... traté de no pensar en ello. Me concentré, digamos, aunque me costó al principio.

 La primer prueba era de destreza, consistía en hacer una pirueta: pararme de manos por unos segundos. Esta acción, hizo que mi pollerita destape mi colita y la deje al aire. Creo que vio con claridad que me había puesto una tanguita negra bien chiquita. Tanto fue así, que me lo hizo notar el muy hijo de puta. Qué vergüenza me dio. Aunque, rápidamente, tuve que olvidarme de eso.

 La siguiente, consistía en dar una voltereta. Lo logré, pero... otra vez la maldita vestimenta permitió que, el ya curioso profe, me viera hasta el apellido. Parecía que sus pedidos eran siempre que termine con la falda hecha una serpiente enroscada y se contemple en su totalidad mi piel desnuda. Qué risa me dio, no sabía dónde meterme, ¡JE!

 A continuación, se basaba en abrirme de piernas. Ni más, ni menos. Solo debía tirarme al suelo y abrirlas de par en par, cual compás. Por suerte con esa no se veía mucho. El tema surgió en la previa a ello, como que debía agacharme y eso hacía que se escabullera un poco más de muslo por debajo de la misma prenda. Pero bueh... para esta altura, ¿qué más da? Tenía que ser mío el puesto. Ya estaba desvergonzada.

 Cuando me agaché a buscar mis porras, seguí el camino de la degeneradez que estaba tomando. Total, parecía irme bastante bien por ahí. No debía abandonar nunca ese barco. Daba la impresión de que estaba encantado con mi desempeño. Así que... me incliné y le mostré todo el culito. Sí, de nuevo. Por tercera o cuarta vez, ya no me acuerdo. Perdí la cuenta.

 Por último, la que me consagraría sería cantar una canción improvisada, una que logre levantarle el ánimo al grupo. Se me ocurrió entonar una con el más típico ritmo de todas. Arranqué: "dame una P -exclamé-, dame una i, dame una J, dame una A, ¡PI-JA! ¡PI-JA!". De lo putita que le parecí, para aprobar faltaba el paso final. Aprobar el oral.

 ¡GLOC! ¡GLOC! ¡GLOC! ¡GLOC! Hacía su poronga penetrándome violentamente la garganta. La metía toda sin compasión. Tanto así, que me ponía a babear mares y mares. Encima, me tenía bien sujeta de la nuca. No podría escapar de esos pijazos que estaba dispuesto a darme. Era imposible. Así que... me entregué.

 Cómo le gustaba ahogarme con su pene. Luego de un rato, soltarme, para dejarme tomar aire unos segundos, mientras despejo mi boca de mis hilos de baba y volver a disfrutar a fondo de esa belleza. Se ve que le calentó mucho el casting.

 Volvió a llevarme a su trompa de elefante rosa. Una vez más quería como asfixiarme en su pedazo. Estaba estupendo. No me quejaba para nada. Hágame eso, profe. Mátame a vergazos. Le pediría más. Fija. Así, quiero partir.

 Cada vez era más el líquido preseminal que se desprendía de mi jeta por culpa de eso. También tosía como loca, es que, la calentura, lo hacía clavarme la verga como un loco desaforado, necesitado de las sensaciones que generan la eyaculación. No me dejaba respirar ni un poco el muy desgraciado.

 ¡Qué pedazo, profe!, parecía Peter Parker en la fabulosa parodia que hizo el Bananero. Pero no, esto era realidad. Estaba de verdad ahogándome en una chota gigante que estaba hermosa. Para colmo, estaba re bueno el guacho y logré calentarlo. Era un premio gordo el que me llevé. No lo podía creer.

 Pide que me ponga de pie (de espaldas más precisamente), que me incline un toque. Claro que sí, quería ver mi culito abierto cómodamente. De paso, además, metérmela hasta el caracú. Qué rico se sentía en esa posición. No paraba de hacerme gritar como una loba en celo.

 La garchada que me estaba pegando, era descomunal, y como me hacía mover mucho, buscaba algo de estabilidad, así que... me sujeté de un árbol que había por ahí cerca y me dejé seguir coger el orto como lo veníamos haciendo. A pesar de esta decisión, su fuerza superior, me removía demasiado la estantería.

  Ya me dolía la colita. Necesitaba parar. Pasa que me daba bien duro. La fricción de su poronga endurecida y larga, me producía un dolor indescriptible que se mezclaba con excitación. No lo podría equiparar con absolutamente nada. Era todo hermoso. Necesitaba que me siga dando como cajón que no cierra.

 Para peores de males, sus manos jugueteaban con mis pezones. Eso hacía que se pusieran bien duritos hasta no poder más. Estaba muy mimoso el profe Germán. Muy toquetero. Pero sabía bien qué puntos son los mejores para acariciar o hacer estremecer. Vos, dale nomás, le decía, nunca te detengas, amor.

 Como buen hombre de gimnasia, me puso a hacer un par de ejercicios mientras me garchaba. Se tiró al suelo para que yo haga sentadillas un buen rato. Sí, así es, esa pose divina me hizo hacer que hace una banda no practicaba. Por suerte, le demostré que es uno de mis ejercicios favoritos.

 Entre mi culo y su chota, formamos un mate. Yo puse el recipiente. Él, la bombilla de cuero. Y así le dimos de comer carne a mi cola, por un rato largo, sentándome en su chota. Tristemente, recorría tanto su extenso tronco, que, cada tanto, se me piantaba de adentro. Por lo que debía agarrársela para volvérmela a meter.

 Esto no nos retenía en lo absoluto. Al contrario. Me ponía más puta todavía. Lo ponía a mi culito a comer más carne, abriéndolo con las manos para que se la lastre como un angurriento. De esta forma, mi chongo, gemía a la vez que me puteaba por lo trola que estaba siendo. Fue música para mis oídos.

 Tanto brincarle encima de forma tan agresiva, apresuraron a sus huevos a segregar de su viscoso material más delicioso. Por lo que me advirtió que se vendría el aluvión de guasca, pero yo no le hice caso y eso que quería beber, mas preferí seguir a mi ritmo. Estaba demasiado concentrada parece.

 Entonces, sin advertirlo, de una corrida de cuero que le pegué, su pija escupió una severa cantidad de semen proveniente de sus bolas por culpa de mi culito, manchando gran parte del mismo, por supuesto. Para mi penar, no fue adentro, fue casi todo a mis nalgas o a su pancita. Lo que me llevó a arrojarme de cabeza a beber.

 Como manchó gran parte de sus testículos también, me puse en cuatro patas con la cabeza bien gacha, para intentar limpiar esas zonas. Dejarle impecable tal y como estaba antes de arrancar esta incansable sesión sexual que nos dimos, era la nueva misión que me dispuse a llevar a cabo.

 Así es, le lamí las pelotas un buen rato, mientras lo pajeaba bien rico, cosa de que no se le duerma el amigo después de tan implacable polvo que nos echamos. Creí que no lo lograría, pero, hasta ahora, venía dando excelentes resultados mi pete. Encima, iba por la segunda extracción láctea del día, y venía bárbaro.

 Nunca le habían mamado así los coquitos, recuerdo que me dijo después. Sí, así, usando esa palabra. Casi me desmayo de la risa. Con tal amor, se lo hice, que le pareció de las mejores experiencias homosexuales que tuvo. No podía creer lo buen succionador de escrotos que era yo. Mejor que varias mujeres con las que se había cruzado alguna vez.

 Bueno, en fin, continuando con el tema, me desplacé nuevamente hasta la punta de su pinga, para seguir mamándosela. Apoyé el glande sobre la punta de mi lengua, mientras le hacía más deliciosa de las pajas. Tenía una linda perspectiva mía desde ahí, sentada, con cara de puta, tirándole el cuerito como una perra alzada.

 Eso, lo incentivó tanto, que no tardó mucho en volver a eyacular. Encima, salió una obscena cantidad que fue a dar a mi lengua. Casi se me cansa la mandíbula esperando a que termine de salir, y no ocurría. Mientras más recorría su pene, seguía virtiendo más líquido, como si se tratara de un pomo de dentífrico.

 El hombre, que no paraba de sisear a la vez que despedía su pegajoso fluido peneano, acabó de una vez por todas. Con la misma cantidad. Ni más, ni menos. Se ve que tenía bastante acumulando. Por Dios, pobre muchacho, lo que debían ser esos huevos. Ya le dolían al rozarlos, probablemente. Digo yo.

  Al demostrarle que todos sus hijitos se fueron por mi caño, me dio permiso a que me levantara, me apurara y me vistiera. Que no daba que lo encontraran con las manos en la masa, garchando en el mismo club. Iba a costarle su puesto. Obviamente, el puesto era mío, me rompí el culo para ganarlo.



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