Hinchada tengo la cola (Parte 4)
A las pocas semanas de ocurrido esto, me llega un sms a mi celu. Era Mati. Quería verme esa noche (era viernes). Mi felicidad fue plena al ver que quería mas de mí, a pesar de que lo dejé "calenchu" hace unos días (bah... NOS quedamos así).
El lugar de encuentro, no fue otro que en su casa. No pasó nada, señor lector. Quédese tranquilo. Lo único que me hizo, fue proponerme una cita, ir a la cancha del bicho. Allí, se enfrentarían los equipos de nuestros amores. Acepté, pero como jugábamos de visitantes, tenía que ir camuflado. No podía ir con la del Fortín. Debía ir con la de Argentinos Jrs. Pobre de mí, se me congeló el pecho por mas de tres horas.
Aproveché eso, para cambiarme la ropa. No sé por qué me pintó sacarme hasta el pantalón, quedando en tanga delante suyo. La tanguita era con los colores de Vélez y un moñito en la parte frontal y un pompón detrás. Lo re jodí. Lo corrí de su cómoda, lo empujé hasta los pies de su cama donde quedó sentado justo en frente de donde puse la cola. Me incliné para "buscar" sus camisetas, la remera que tenía no llegaba a tapar nada mis pompis. Quedó totalmente expuesta ante sus ojos.
- Uh, ¿de nuevo vas a calentarme el chori al pedo, boluda? -estaba re contra resignado-
- ¿Cómo dice, atrevidito? -le tiré-
- Así como escuchaste, putita -me dice amenazante, mientras se pone de pie, estando yo vulnerable, expuesta, con la colita paradita-, ¿sabés las de pajas que me tengo que hacer desde que te conozco? Me saqué mas leche manualmente que lo que me saqué en toda mi vida. Volví con la chota echando guasca como loco. -No sentí empatía, al contrario, me puse en campaña para dejarlo mas al palo todavía-.
Me dio la camiseta mas enorme que podía haber encontrado. Me quedaba tipo carpa.
- Tomá, -me comenta mientras me la da- tapate un poco esa burrona, bebé.
- Ponemela vos, papi -le respondo provocativamente, guiñándole-.
Suspiró profundamente y me hizo caso.
- Ah, así me gusta.
- No te hagas ilusiones, esta es la última vez que te obedezco.
Las miradas se entrelazaban de nuevo. Me miraba de arriba a abajo. Se rió de que me quedara como pollera. Mientras me dio un sopapo en la cadera, para decirme:
- No era necesario que te pongas en tanga, si era una remera lo que te iba a dar nomás.
- Pasa que me encanta estar así. Todo el día lo estoy en mi casa. Era para que me digas cómo me quedaba. -Era mentira que me la pasaba así todo el día, si todavía vivía con mi madre-
- Te queda dibujado. Perfecto. Hermoso, pero no quiero que me dejes como los otros días, con la pinchila dura. Buah... dale, ponete el pantalón y vamos.
Como ocho cuadras nos separaban de su casa a la cancha, fuimos a pie. De camino, nos propusimos una apuesta. Si Vélez ganaba, cenaríamos alguna vez en donde guste. Si Argentinos ganaba, después de ochocientas propuestas sexuales, terminó quedándose con que le compraría un fernet. Durante el partido, no paré de acariciarle la pierna (o lo mas cercano a la entrepierna). No paré de incomodarlo, de calentarlo.
Festejó como un loco el gol de su club. Me re deliró. Le salió del alma lo descansero. Estaba re nervioso. Cuando llegó el del mío, se quiso morir. Prefirió que lo trague la tierra a seguir ahí. Con su mirada me dijo que se lo llevaban las putas de lo caliente que estaba. Me amenazó con mostrarles a todos la tanga que tenía puesta si festejaba. Me cagué de risa en su cara. Con carpa, claro.
Con la finalización del mismo en empate, cerramos la apuesta con que ambos haríamos lo que nos prometimos. Él se compró una pizza, y yo el fernet y la coca. Nos buscamos una placita y nos sentamos a comerla. Tras dos porciones, tomamos lo justo y necesario de la gaseosa hasta dejarlo para preparar el fernet en la misma botella. Se lo preparé. Quedó encantado. Muy rico se lo hice, dijo. Sí, con la borrachera, llegó el doble sentido.
Me pidió que le mostrara la bombachita diminuta que tenía. Le mostré la tirita, quería que me ruegue que quería verla. Pobrecito, se saboreaba. Le agarré la pija por arriba del lompa, lo tapé con la caja de la pizza y lo pajeé un poquito. Le tiraba el cuerito para atrás. Le di un re beso. Me pide de nuevo mostrarle la colita, a lo que, me pongo de pie, me bajo un poco el pantalón, me subo la camiseta y quedé con todas mis cachas al interperie.
Siento un fuerte cachetazo en mis partes. Luego otro y otro y otro y otro mas. Estaba a full con mis nalgas. Le pasaba el dedo a mi rayita, para después pasárselo en la lengua. Le empecé a bailar para frotarme la cola entre su miembro. Estaba durísima. Abrió las piernas, peló la pija y me susurró al oído un "¿te animás a coger en seco?" Ni lo pensé, obviamente me senté en el pelado. La cagada era que yo tenía que ser quien se moviera, pero bueh... todo, con tal de saciar esta hambre de carne que tenía.
Después de un par de sentones, vimos que una patrulla pasó. Tuvimos que recatarnos. Ya eran mas de las doce. Podíamos ir a su casa a terminar lo empezado, ir a un telo, o, simplemente, continuar ahí. Pero no, el señor prefirió, de camino a su casa, hacerlo en el umbral de una puerta. Como yo también estaba con ganas, acepté y volví a cabalgarle la verga. Necesitaba cambiar de posición, así que, teniéndola toda adentro me llevó hasta un árbol que había a metros de donde estábamos y continuó serruchándome el orto.
Varias nalgadas y pijazos después, mi celular suena. Era mi madre. No podría decirle que se detenga, porque estábamos en nuestro clímax. La atendí y hablé como pude. Traté de disimular lo que me estaba sucediendo.
Quería saber dónde estaba y qué estaba haciendo, así que... mi respuesta fue que estaba en lo de un amigo, comiendo. No era del todo mentira eso, solo que no estaba comiendo por la boca. El hijo de puta no acababa más y, encima, me la dejaba adentro un buen rato. Cada segundo se sentía mas espectacular.
Dejé de prestarle atención a mi mamá, a tal punto que, cuando quise cortarle, de un vergazo que me metió, se me cayó el celu al piso. No se hizo nada, pero igual me dolió el golpe. Tampoco quería que siga escuchando y que, en el frenesí, se me escape un gemido, me escuchara y se preocupara o se enterara de lo que pasaba. Alta vergüenza.
Su verga vomitó todo lo que podía contener. Fue la erupción de un volcán dentro mío. Qué delicia fue sentir su viscoso semen brotando de mí, como si se tratase de una cascada. Al fin se nos dio. Se mordía los labios con los ojos cerrados como agradeciendo a Dios, mientras me apretaba las nalgas. Volaba.
Se subió su ropa interior, su pantalón rapidamente y se agachó para alcanzarme el celular, mientras yo hacía lo mismo. Un amorsh. Llamé a mi señora madre para comunicarle que, probablemente, llegue DEMASIADO TARDE a casa aquella noche. Lo tomé del brazo y seguimos camino.
Los besos brotaron como locos en cada esquina, no se hicieron esperar. Mas que ya había descargado bastante leche (aunque, según él, tenía mucha mas acumulada que quería soltar, ya veremos).
Ni bien entramos a su maravilloso depto, me descalcé, me saqué el pantalón, las zapas, me lavé las manos, me até el pelo con dos colitas y me derrumbé en un sofá que tenía por ahí. Caí cola arriba.
Desde la perspectiva de Matute, en la cocina, que era donde se encontraba él, se podían ver dos montañas gigantes de carne, que ocultaban una tirita blanquesina y azulada entre las dos, ya que, la camiseta de su club pedorro, se me había subido. Quedaron al aire sin darme cuenta. Estaba cansado. Quería dormir un poco.
De pronto, siento una mano masajeándome el orto (la zanjita, mas precisamente). Era él. Lo adiviné. Abrí un poco los ojos y, nubladamente, pude ver que ya estaba erecto. Tremendo este muchacho. Mientras me acariciaba, se tocaba, el degeneradito.
Le hice espacio para que se siente. Terminó poniéndose donde quiso. Mas precisamente, donde yo apoyaba mis partes, quedando, así, con la cola lista para unos azotes.
Eso hacía cada vez que cerraba los ojos. Pero no solo le pegaba a mis pobres nalguitas, sino que, además, le escupía y escarvaba con sus dedos dentro de mi hoyito. Así, era imposible dormirme.
Terminé entregándome a sus placeres, porque, la verdad, la forma en que me comió el orto, nadie me lo había hecho. Me contagió su calentura. Quería.
Pero, primero, un poco de histeriqueo. Me levanté, me puse de pie frente a él. Su cara cambió. No entendía nada. No dudó que, si me devoraba el upite, terminaría cediendo. Tenía MUCHA razón. Qué buen manejo de lengua. En fin... me senté nuevamente al lado suyo y le tanteé la verga, mientras chapábamos.
Ya la tenía baboseando, por lo que no me costó que se le ponga durísima. Se sacó la remera. Pude ver que, en su pectoral izquierdo, por encima de la tetilla, tenía tatuado el escudo de Argentinos, lo que me recordó lo amargo que es. Le lamí la tetilla (con tatuaje incluído). Todo esto, sin parar de masajearle la poronga.
Se bajó el lompa con slip y todo, y... como lo sospechaba: su verga estaba babosita. Ya tenía hilitos de "precum", como me gusta decirle. Se ve que mi cola lo venía motivando de antes. Pero ese no fue el único detalle que noté, no. Su pinchila tenía forma de hongo. Era la famosa "porhongonga". Allí recordé, que, cuando me hizo la cola contra el árbol, me dolía cada vez que me la sacaba. Ahora comprendí el porqué.
Era la primera vez que me tocaba un chongo con una pija así. Era bien finita en el tronco y con una cabeza tipo paraguas. Muy loco como la tenía. No me desagradaba la idea, por lo que, me tiré de cabeza a experimentar.
Mientras saboreo toda su erguida masculinidad, otra interrupción apareció. Esta vez fue por parte suya. Unos amigos lo llamaron para jugar a la pelota, pero estaba ocupado. Yo ya estaba jugando a la pelota, con sus pelotas.
Si para mí fue complicado hablarle a mi madre teniendo su verga dentro, imaginate lo que fue para él, hacerlo, mientras le cabeceaba el pupo. Ni bien se entera porqué de su llamado, los manda a la mierda con un rotundo "¡NO!". Corta y sigue concentrado en el petiso.
Como yo estaba en cuatro patitas al lado suyo, no tardó en percatarse que podía usar sus dedos para estimularme a mí. Humedeció el índice y dos mas para escarvar nuevamente. Lo hizo tan rico, que casi le eyaculo en su sofá. Pero me contuve.
No hubo caso, quería cogerme. El pete le encantaba, pero quería mas el muy insaciable. Así que... aproveché que estaba sentado para ser yo quien tenga el control. Le moví tanto el orto, le di tantos culazos que, no se pudo controlar y, otra vez todo fue a parar a mi hoyito.
¡Qué pena, qué lástima! Quería darme su néctar en la boquita, para que la pruebe. Pero no pudo aguantarse cómo le moví el cachetero (como a él le gustaba llamarle). Me limpié la colita y nos fuimos a la cama.
Al acostarme en su cama, me tiré sobre las sábanas (sí, en tanga, no me tapé, grave error). Él fue a bañarse. Estaba agotado, pero sucio, según decía. Cuando salió, me vio así. En vez de arroparme, otra vez se puso juguetón. No le bastó con toda la mema que le saqué. Qué tipo mas calentón. Me encanta.
Ni bien salió de bañarse, me buscó. Me encontró en su cama. Echado en tanga, cola arriba de nuevo. En lugar de acostarse al lado mío, se tiró completamente desnudo sobre mí. Solo la tira de algodón de mi tanga, separaba a su vergota de mi zanjita.
Se levantó para irse mas abajo (en mi cola, para ser mas preciso). Introdujo su lengua en lo mas profundo de mi culito. Se sentía riquísimo. Aunque me hacía el lindo, y lo re cagué puteando por despertarme, me pidió que lo insulte mas. Que eso le daban mas ganas de comer hasta la última miga de mi plato.
Le dije de todo, recorrí de pe a pa todo el vocabulario registrado (y no tan registrado) por la RAE, solo para que se motive a cogerme con su lengua. Parecía famélico, y yo era el banquete que estaba esperando a ser engullido por él. No paró de pajearse mientras observaba las cavidades internas que poseía. Las que guarecían a mi hoyito, como si fuera un tesoro.
Como un salvaje, me corrió la tanga definitivamente, para poder aprovechar la humedad de mi cola. Arremetió con toda hasta que solo queden sus huevos fuera. Le dio con toda. Sin piedad. Con pura pasión. Buscaba partirme al medio literalmente. Gemimos juntitos. Al unísono. La sacó y se pajeó para echarme todo lo suyo en la puta cara. Era su puta. Nos dormimos uno arriba del otro.
Al otro día, me desperté sin el mastodonte encima (por suerte), estaba al lado mío. Dormía boca arriba como un bebé. Bajo la mirada y me percato de que su amigo estaba en su máximo esplendor. Estaba llamándome, pidiéndome que lo mime.
Me acerqué, me posé sobre él, se la agarré y comencé a extraer toda su miel. Despierta. Lo primero que ve, es mi carita pegada a su miembro. Mirándolo. Trataba de no despertarlo, pero... no, misión imposible. Ya era tarde. Mis manos le hacían una apasionada paja. La escupía para que resbale mejor y el ruidito nos excite el doble.
Nota que estoy desnudito. Me hace una seña con el dedo para que me siente en su cara. Obedecí. Me abrió el culito con los dos dedos índices para poder alcanzar mi anito con la lengua. Gozaba como una perra en celo, apuntando la cara al cielo raso, con los ojos cerrados. Pero sin descuidar jamás su riquísimo chori. Nunca paré de pajearlo. Nunca paré de hacerlo gozar.
Al acabar, su esperma brotó como si fuera el agua de una fuente. Alcanza mi cara, mis manos, su pancita y parte de la cama. Limpié absolutamente todo con la lengua, pues, en mi casa, criaron una persona limpita.

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