LA coca-COLA.

 Gasti volvía al negocio, pero, esta vez, tan solo quería una coca. No parecía interesado en coger, solo comprar.

Yo le hacía ojitos cada tanto. Hasta que me notó. Le pregunté si le gustaba la pollerita nueva que me había comprado, la tenía puesta. Asintió con la cabeza afirmativamente.

Me dio la sensación de que no quería calentarse, por lo que decidí ponerlo a prueba: me di vuelta, me levanté la pollerita y le mostré el hilito blanco con un pompón en la parte trasera.

Se asombró nuevamente, moviendo la cabeza. Pero yo, quería que moviera otra cabeza dentro mío.

Me encantaba cómo se vestía siempre, le quedaba sexy todo. Esos Jeans apretados al bulto y sus camisas, lo hacían un hombre serio pero sensual. Mis ojos se deleitaban.

Cuando le cobré la gaseosa, le pasé la botellita por los huevos, mientras lo miraba con cara de puta.

Su pija se empezó a parar, su cara cambió y con el gesto mas atorrante que tenía dijo: "así que... querés coger? Está bien, pero te voy a culear acá". Bajo la bragueta, peló su porongón y la apoyó sobre el mostrador. No puso mucha resistencia.

Vino hacia mí, donde yo estaba, me chapó como un desquiciado que hacía años no hallaba poder descargar su pasión, me dio una vuelta de 90 grados, me agarró del cuello y empezó a pasear su mano a lo largo de mi raya y de mis cachetes.

Su yema acariciaba la tela que cubría mi hoyito. Corrió el trapo, para introducir sensualmente uno a uno. Tomó un chupetín paleta que había detrás mío, en una de las repisas del negocio, para azotarme con él.

Me avivé y le agarré la pija. Se la sacudía solo para hacérsela poner bien dura, pero no era necesario, porque la situación, ya lo había excitado lo suficiente.

Sus caricias de caramelo, eran una mezcla de dulzura con lujuria. Pero se volvieron pervertidas cuando lo pasaba por entre mi zanja y me mostró que lo lamía. En la segunda pasada, ya la sentí toda humedecida. Era su babita rica.

Se agacha, me muerde un cachete que, probablemente, estaba todo pegajoso por el dulce. Le pega nuevamente. Estaba entregadísima. Era toda suya, bah... lo era desde que atravesó esa puerta.

En eso, alguien entra. Gas se esconde debajo de la mesada que nos separa de la clientela. Me apoyo sobre la madera, paro la cola. Se percata de ello, va por atrás agachadito, levanta mi pollera, para que le quede de sombrero, y se pone a lamer de su plato favorito.

Mientras atiendo a mi cliente, mi chongo saborea cada recoveco que oculta la prenda favorita que me puse para él. Corre mi hilo nuevamente y se alimenta de la fruta sin morderla.

Trato de no gemir al hablar con el señor que vino a comprar. Al llegar a la caja para cobrarle, casi se me escapa.

Ni bien se va, mi macho se pone de pie detrás mío. No aguantaba mas. Tenía que ponerla.

Mi hoyito, que se dilataba de solo pensar que iba a dejarse penetrar por esa hermosa verga, se abría de par en par en espera de su pedazo.

Me puertea el upite, prepara la poronga y me enviste con ella... una y otra vez hasta el fondo. Fuerte. Chorreaba algo de rico juguito. Se notaba a leguas que no podía dejar pasar un segundo mas.

Mientras me sujeta de atrás, me besa en la parte de arriba del hombro, luego el cuello, me frota su rasposa barba de dos semanas. Muerde. Estaba feroz.

Hasta que, de tanto "treque-treque", exhaló un larguísimo suspiro, señal de que toda su miel había salido. En efecto, así era. Mi culo se encontraba totalmente bañado de su leche. Pude palparlo.

Sí, resulta que, antes de acabar, la saca y apunta justo a la parte baja de mi espalda, donde recibe toda su guasca. Allí, cada gotita rodó hasta alcanzar mis redondas cachas, como él las llamaba.

Me acomodé la tanguita. Él, con carita de picaro, mientras se guarda la chota y se sube la cremallera, halaga el trapito que me había puesto por si lo encontraba. Acaricia el pompón como si fuera la bocina de su auto. Una nalga mía tronó a la par que su palma colisiona con ella.

Me da vuelta, me chapa otra vez y me deja, en la tirita del hilito, dos billetes. Uno por la coquita. Otro, por la colita. Así me dijo, con las exactas palabras que te las escribo aquí. 

La satisfacción no se iba de su rostro. Cazó la gaseosa, la paleta, pasó por el otro lado y se marchó.

Me puse bien la pollerita y, desde que fue hasta que cerré el negocio, no paré de pensar en esa lengua juguetona, esa verga peluda y esos huevos expulsadores de litros de semen. Imposible no querer entregarle, si soy su puta. Imposible oponerme.



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