El regalo (o ¿el día que conocí al papá de mi chongo parte... 0 -PARTE 2-?).

 Un 22 de octubre del 2017, era el cumple número 27 de Lea, mi intento de chongo de ese momento. Para festejarlo, como era de costumbre, lo hacía en su casa. La idea, era hacer algo íntimo con sus amigos mas allegados. 

Como todavía estaban peleados con su novia, ella no fue, así que... me sentía con mas libertad de encararlo, mirarlo y juguetear con él. Hasta estuve elucubrando en mi cabeza, cómo iba a ser nuestro encuentro. Pero, ahora, me faltaba algo importante: su regalo. Como, aún, no le había entregado el rosquete, pensé que su premio por esperar, podría ir por ahí. Me compré el hilo con el que hacen los moños para regalo, lo armé y, el día de la fiesta, lo llevé.

Esa noche, el saludo fue acorde a lo vivido anteriormente, bien apasionado, pero con carpa para que ninguno pregunte nada. Ya que no teníamos pensado blanquear la relación, es esperable esta actitud. Menos él, que no sabía si aún tenía novia o no.

La joda estuvo muy buena. Bastante copada. Los nervios se apoderaban de mí, a medida que el tiempo transcurría. No sabía si el regalo le gustaría, si la pasaría bien, ni si sería el momento o el lugar para poder hacerlo. Ya que, varios encuentros eran de solo sacarle la leche con la boca, pensé que sí. Me convencí, pero también me invadía la inseguridad. Nunca me había pasado esto.

Cuando todos se fueron y quedamos él y yo, desatamos el aluvión de besos. Siempre fue el pie para terminar haciendo el delicioso, al menos a mi boca. Después de varias mordidas, sabíamos lo que queríamos. 

Me encerré en el cuarto, dejándolo con la pija mas tiesa que Tután Kamón. Le llamó poderosamente la atención que hiciera eso. Una vez dentro, me bajé los lienzos y pegué el adorable moñito que me había hecho. Subí mi pantalón, le abrí la puerta para que prosigamos con la sesión de besuqueo intenso, hasta que... me arrodillé ante él.

Obviamente le quería hacer creer que todo marcharía de la forma mas normal, hasta que después de varios minutos cabeceándole el pupo, me puse de pie para bajarme nuevamente la prenda y decirle "feliz cumpleaños, papi". 

Además del moño, le dejé una nota que rezaba lo siguiente: "feliz cumple, amor, soy toda tuya" y una carita contenta. Pensó que solo se trataba de una broma. De jugar con sus sentimientos, ya que, él me venía pidiendo la cola hace rato. Pero yo tenía el miedito de defraudarlo. Su verga tampoco me daba mucha seguridad, porque era un pingo bastante largo y algo ancho. Sentía que me lastimaría. Mas sabiendo que Lea, no tenía tanta experiencia en el arte del sexo anal.

La desesperación por querer metérmela, lo llevó a olvidarse de que debía lubricarme la zona previamente. Lo frené para pedirle que me chupara el orto. Esto no fue una puteada, pero él lo tomó así, por lo que le causó gracia y continuó en su camino a penetrarme sin humedecer.

No le importó. Metió la cabeza, que iba abriendo paso en mis paredes anales. Luego el tronco. Hasta cierto punto, lo aguanté. Seguía empujando. El dolor no cesaba, pero, en el fondo, se sentía rico. 

Me preguntó si quería parar, ¿es en serio? Pensé, ¿ahora que me está encantando? No, no pares nunca, bebé. Seguime detonando el culo, grité. Esa ferocidad con la que salieron mis palabras, generaron en él, un ímpetu que nunca le había visto antes. Henos aquí, garchando como dos putos animales en celo. Como si fuera nuestra primera vez. Bueno, sí, lo era. Pero de ambos individualmente me refiero.

La locura que le producía mi estrecho culito, sumado a la anchura y largura de su falo, nos condenó a caer en el abismo del frenesí sexual que ambos sentíamos. Estábamos entregadísimos al calor que emanaba nuestros cuerpos. Al hambre de la carne. Famélicos de la pasión que desbordábamos en ese mismo encuentro. 

Mi garganta se desgarraba de gemidos, hasta que, en esos vaivenes de lujuria, produjeron el coito mas esperado por ambos. Todo rastro de masculinidad de mi macho, fue a parar a mis insaciables cavidades anales. Chorreaba su jugo. Una gotita rebelde descendió de lo mas alto para dibujar una estela que iba desde lo mas alto hasta la parte baja de mi pierna.

Nos acostamos a dormir haciendo cucharita, con una sonrisa dibujada de oreja a oreja en cada rostro. El único atisbo de miedo se cernía sobre mí. ¿Le habrá gustado? Era lo que mas saltaba en mi mente mientras intentaba conciliar el sueño. Un pequeño consuelo me ayudó a dormir, y fue el de que, en ese preciso instante, tenía su morcilla entre cada nalga, como si se tratase de dos pancitos que encierran una salchicha bien colorada. Como la de él. 

Otra cosa que me había tranquilizado, fue el hecho de que cayó rendido primero al letargo. A la vez que me hacía la cabeza, mi chongo, ya estaba en el quinto sueño. A pesar de aquello, no paré de hacerme la cabeza.

Al otro día, al levantarme de la cama, lo despierto sin querer. Hago un pequeño ejercicio de estiramiento que consistía en tocar los dedos de mis pies. Lo cual, implicaba dejar el corta churros (como él le llamaba), a merced de la vista de este señorito. 

Entre la modorra y la espabilación, logró tener en todo su contexto mi pozo ciego, el cual, puso contento a cierto amigo que Lea tenía.

Al darme la vuelta hacia la cama, lo veo a mi chongo boca arriba con la carpa ya desplegada. Wow, qué bello terminar y empezar el día garchando. 

Me tiro de palomita a la cama, para destapar ese esplendoroso pedazo y, ahí estaba, completamente endurecido por la excitación. Las sábanas destapaban lo que ya se veía venir. Una forma fálica me llenaba de éxtasis.

Sentado en la cama, lo pajeo, lo acaricio, lo lleno de mimos. Me lo llevo a la boca. Yo ya tenía experiencia sacándole leche oralmente. Miedo no tenía, hasta que... una mano se posó sobre mi culito. Un escalofrío me recorrió la espina. 

Pidió que pusiera cada pierna al costado de su cabeza. Lo obedecí, claro. Me senté en su cara. Al fin se dignaba a cogerme con la lengua. Mal no lo hacía. Al contrario. Me estremecía. Mis pupilas se perdían por debajo de los párpados.

Su lengua fue ayudada por unos dedos que despegaban la carne que conformaban mis dos glúteos. Un maestro comiéndome el culito. Era enorme, encima y bien traviesa. Amaba cuando jugaba con su saliva para usarlo en mi upite. Lo escupía. El sumun del orgasmo. Hábil, experto y mas calificativos se me cruzaban por la mente cuando succionaba mis partes.

Yo no me quedé atrás. A la par que transcurría todo eso, cuando no me interrumpía el placer, me agachaba solo a saborearle la poronga. Mis labios, apoyados sobre el tronco de su pija, subían y bajaban, tal y como le haría una paja. Ya era pura saliva... como mi culito.

Como mencioné anteriormente, era la primera vez que se dignaba a comerme el agujero, por lo que también lo era tener la nariz tan pegada a sus huevos en cada bajada. Saboreaba cada sensación. Cada centímetro de ese miembro.

Una vez que no podíamos embadurnar mas nuestras partes, mi muchacho vociferaba con vigor atravesarme las cachas con su hermoso mástil. Le obedecí, claro, poniéndome encima suyo. Agarré su "nepe", me incliné hacia delante, abrí el hoyo y lo metí yo mismo.

Lo pajeo hasta que se introduce por completo. No podía ni mirarme de lo rico que la pasaba. Yo tampoco, obvio. Estábamos en el Nirvana del sexo. Eso se puso peor cuando lamía mis pezoncitos.

Eran mis brazos quienes lo rodeaban ahora, apoyándome en la almohada en la que él ponía su cabeza. Me sujeta de las caderas para estirarlo hacia adelante, permitiendo así, que mi ano se abra. Qué delicioso se sentía los sablazos que me propinaba. Nos mordíamos los labios. Las venas se dejaban ver.

Me dejó quietito para ocuparse del asunto. La sensación solo se iba, cuando se le zafaba de mí. Pero no tardaba ni medio minuto en guiarla con la mano por el camino correcto hacia el goce. Su baba en mi cola y mi baba en su chota, hacía que, los golpecitos al estrellarse, sonaran mas fuertes y mas excitante.

Recordé la melodía de un reggaetón y su correspondiente movimiento de ojete para ayudarlo a acabar con esto. Él se sosegó. Era mi turno de hacerlo sabroso. El meneo de mis carnes cumplieron su deber, haciéndole estallar en pedazos dentro mío... una vez mas.

Esa misma explosión se percibió como algo que nunca había experimentado antes con él. Creí que fue el mejor polvo que nos echamos. Eso me decía su rostro. Sus palabras también. Estaba relajado, como nunca. Como si se hubiera sacado una tonelada de encima. Pero aún faltaba mas.

Mientras de mi culo chorreaba semen, como si fuera una gotera de un techo, mi leche no tardaría mucho en escalar hasta mi glande para que me toque a mí. Eso hice. Me levanté y me pajeé sobre su miembro. Se veía fachera toda cubierta de mi juguito. La agarré para limpiarla con la lengua, con los labios. Terminar mi labor al fin. 

Levanto la cara, porque la tenía sobre su pelvis, para mirarlo. Demostrarle que mi tarea ya estaba realizada. Cuando me vio, se rió debido a un hilo de guasca que pendía sobre mi mentón, el cual, nunca noté hasta que nos vestimos, nos fuimos a desayunar y su padre, que no tenía sus lentes, no podía ver con claridad, nos cruzó y me preguntó qué era eso.

Nos reímos mirándonos, a la vez que, rapidamente, me aseé esa zona con mucha carpa para confesarle que era la leche que tomé de desayuno, la misma que me preparó su hijo. Nos creyó, obvio, si fue la verdad...



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