Historias de Terror, capítulo III: Velma y Mike.
En esta oportunidad, soy Velma Dinkley, personaje de Scooby-Doo. Tenía la típica vestimenta, que incluye: una polera naranja, anteojitos, el cortecito carré con flequillo y una pollerita roja que, a duras penas, alcanzaba a taparme los cachetes de la cola.
¿La locación, querido lector? Por supuesto, como no podía ser menos... era en una casa, supuestamente, embrujada a la que, las maravillosas pistas que encontré, me llevaron allí. No tenía duda alguna de que, algo tenebroso, se cocía en aquel maldito lugar.
Entro al cuarto rápidamente, donde parece que toda la oscuridad converge. Sigo esa intuición que me llamaba poderosamente la atención. Era un cuarto pequeño, con una cama y un par de muebles, pero todo normal, nada por lo que deba resaltarse.
De mi importante escote, saco la lupa, aquella arma que me ayuda en cada misterio que me impulsa a resolverlo y la que me ayuda a encontrar huellas que me cuenten dónde debo ir. Como tenía bastante espacio allí, no era mala idea guardarla.
Me distraigo buscando entre uno de los tantos muebles que estaban en aquella extraña habitación. Allí, encuentro un interesante frasquito que contenía un líquido blanco, como viscoso. Por supuesto que me llamó poderosamente la atención.
Lo agarro, lo miro por todos lados con el fin de hallar alguna pista importante. Lo acerco a una lamparita que había por ahí, todo para poder observarlo más detalladamente, sin perderme de ninguna posible ayuda. Pero no encuentro nada, qué pena.
Lo abro, huelo su interior. Me atrae mucho su aroma, me resulta muy familiar, pero, finalmente, lo cierro con mucha frustración, al no poder obtener absolutamente nada que me dé algún indicio. Y bueh... mala suerte, amiga mía, pensé.
Mientras analizaba el curioso frasquito, alguien, a unos pocos metros detrás mío, se encontraba oculto detrás de las cortinas. Lo podía presentir, pero no le di mucha cabida realmente, a esa corazonada que me surgió de la nada.
Tras dejar el frasco en su lugar, me pongo a limpiar mis anteojos, ya que estaban algo sucios y eso impediría una búsqueda óptima. Paso la manga de mi polera y, entre tanto manipularlo, se me cae al suelo. Pegué un grito del susto, pensando que se romperían. Al pedo, porque no ocurrió.
Me agacho, para poder levantar mis lentes. Esto, hizo que mi corta pollerita, quede más corta todavía. Si antes no me tapaba casi nada, al inclinarme, me tapaba muchísimo menos. Dejó al descubierto mis pompas gordas, a merced de cualquier degenerado que ande cerca. Por suerte, no había nadie... ¿o sí?
Ese misterioso alguien que se encontraba justo detrás mío, pudo ver con todo detalle, en 4K y en un HD bastante nítido, la tanga roja que tenía metidísima en el medio de la cola aquella noche. En todo su esplendor, se podría afirmar.
De pronto, sentí algo duro acercándose a mi cola, cada vez más. Una mano tocándome la espalda. Todo esto, como es de imaginarse, captó poderosamente mi atención, lo que consiguió que, automáticamente, me dé vuelta sin dudarlo, con algo de miedo.
Su mano, que no le importaba no ser invitada, fue directamente al cachete de mi cola. Levantó la diminuta pollera que tenía puesta, que mucho no se interponía entre nosotros, y la observó por un rato considerablemente largo.
Me puse las gafas en la cara, para poder observar más detalladamente al invitado indeseable. Casi me infarto, no lo podía creer. El miedo me invadió por todo el cuerpo, pero ello no impidió que llamara a los demás miembros de la pandilla.
Llamé a Shaggy, pero nada. Llamé a Fred, tampoco. A Scooby, pero ni rastro de que alguien venga a rescatarme. Entonces, no me quedó otra que obedecer a la enorme criatura para que no se ponga como loco y quiera despedazarme o hacerme algún tipo de daño.
Hizo una seña como para que me dé vuelta. Obvio que le hice caso. Me puse de espaldas. Observó mi culito gordo entangado. Lo aprobó haciendo una seña con el dedo pulgar hacia arriba. Estaba satisfecho con lo que podía ver.
Yo sonreí, como siguiéndole el juego. Además, le agradecí por el lindo halago que le hizo a mis posaderas. No quería contradecirlo, arriesgándome a hacerlo enojar por alguna boludez, por supuesto. Nunca sabía cómo reaccionaría.
Hizo otra seña. En esta oportunidad, era como que quería que las hiciera rebotar. Le pregunté si había entendido bien. Asintió, así que... me incliné un poquito (mis dos nalgas se asomaron mal por debajo de la pollera, obvio) y me puse a perrear al ritmo de alguna canción que sonara en mi mente.
De nuevo me hacía señas que no podía entender. Creí que me dejaba ir, así que... extrañada, le pregunté. Obviamente, esto no era. Repite la seña más efusivamente ahora, pero, esta vez, lo entendí mucho mejor. Fue más clarito. Significaba que me saqué la pollerita.
Medio incómoda, acepté el sarpado pedido. No podía negarme ante semejante hombre, lo aclaro. Era demasiado grande para mí, en ambos sentidos (ancho y largo). Podría dejarme una herida importante por renegar o querer hacerme la rebelde.
Chau pollerita roja, no me iba a oponer. Entonces, me deshice de ella de inmediato. La hice deslizar por mis piernas hasta caer al suelo. Luego, la alejé de mí para que quede lo más lejos posible. Quedé con la pequeña tanga del mismo color que tenía debajo.
Otra señal de aprobación con el dedo me hizo. Menos mal, estábamos bien. "¿Me puedo ir ya?", le pregunto. Claro que no, ¿qué clase de pregunta es esa, Velma querida? Todavía tenía que dar una vueltita para él, ante sus degenerados ojos.
Con cara de algo de incomodidad, le di el "ok" y di una vueltita exclusiva para él. La hice. Como fue algo rápida para él, me pidió otra de nuevo, pero una más lenta. En cuanto estuve de espalda, me frenó para que me quedara así.
Apoyé las manos sobre el mueble que tenía en frente mío y me sujeté de allí para estar mejor en la pose. Entonces, se me ocurrió mover las nalgas, como generando un leve temblequeo. Le pregunté si le gustaba. Por suerte, le encantó... o eso me dijo con la cara.
En un momento, no sé por qué, se me dio por mirarle ahí abajo y noté tremenda erección que me dejó boquiabierta. No lo podía creer. Tremendo bulto se le marcaba, como una clara señal de que tenía una terrible tararira monstruosa entre las patas.
Juro que no podía creer el tamaño que tenía esa cosa. Era tanto así, que caí de rodillas al suelo... inconscientemente. Era como si mi instinto de putita, me lleve a hacerlo sin pensarlo si quiera. Quedé completamente cautivada por todo eso.
Pasaba la yema de mis dedos por ese pantalón inflamado por ese bulto gigante. Estaba totalmente idiotizada frente al tamaño de esa monstruosa cosa. Incluso, se me hacía agua la boca de solo verla. Ahora sí que no quería que apareciese Shaggy.
Le bajé los pantalones, con los bóxers al mismo tiempo, para finalmente poder tenerla frente a mis ojos. Cuando al fin la tuve, no lo pude creer, era tal cual la imaginaba. Enorme, delgadita, carente de pelos, cabezona, venosa, con terribles huevos.
Abrí la boca, solo para dejarla entrar. Fue cuestión de que se adentrara la puntita por unos escasos segundos, para poder deleitarme completamente. Tanto así, que, de inmediato, dije "mmmmmhhh... qué rico". Nunca fui tan sincera al respecto.
Mi monstruito favorito, no me dijo ni "gracias". Pero, para ser sincera, no me importó en absoluto ese pequeño detalle. Me pareció muy diminuto en ese momento. Solo me aboqué a generarle todo el placer que pudiera brindarle... bucalmente, claro.
Seguí prendida firmemente de la punta, con mis labios apoyados sobre la parte inferior y superior de su miembro. Jugueteaba usando mi lengua. Acompañaba con mis manos mientras le tiraba el cuerito para atrás. Cogoteaba sin parar esa bella verga.
Conforme pasaba el tiempo, más carne me metía en la boca. Llegué, incluso, a pisar la mitad de su chota con mis labios. Me desafiaba a estirarme un poco más. No me costaba tanto tampoco, es que, ya tenía algo de experiencia en el tema.
Le encantaba que rompiera mi propio récord cada vez más y se notaba. La mirada de degeneradito que ponía era indescriptible. Sumado a eso, estiró su brazo para apoyar su mano sobre mi nuca y hacerme deglutir más carne de la que iba tragando.
Su mano, me permitió alcanzar lugares que, quizás, no hubiera llegado tan pronto. Para colmo, Mike también movía su pelvis para adelante, cuando yo iba para atrás, haciendo que pudiera llegar aún más lejos todavía. Me tenía ahogada de la emoción. Literal.
Tuve que frenar para tomar algo de aire, ya que me estaba ahogando posta. Es que me lo hacía muy bruto el guacho. Amaba que me lo haga como un bruto, pero igual, no podía continuar de esa manera. Necesitaba respirar un toque. Entonces, paré.
No pasó ni medio minuto, que ya me tenía prendida al pete otra vez. No podía perder un solo segundo, ahora que tenía tremendo biberón para mí solita. Debía aprovechar esta oportunidad única de poderme dar el lujo de devorar algo tan delicioso.
Hice un esfuerzo sobrehumano, para tratar de romper mi propio récord y pasar la mitad de esa preciosa chota. Se podría decir que lo logré, porque creo que estuve a unos escasos milímetros de tocarle los huevos con el mentón. Lo hice ver las estrellas con eso.
Le ataqué las pelotas. Ahora, era turno de esa zona que me encantaba. Entonces, le levanté la poronga, la pegué contra su pancita para poder mamarle los huevos más cómodamente. Pasé mi babosa lengua por esas arrugadas bolas, de arriba a abajo, una y otra vez.
En el último lengüetazo a sus huevos, fue tremenda. Tanto así, que la ligó el tronco de su vergota también. Sí, así es, aproveché para dejarle el rastro de mi saliva a ese tronco gordo y venoso. No me pude aguantar de hacerlo estremecer de esa forma.
En cuanto le solté la pija, cayó sobre mi cachete. Lo adoré. Se sintió muy rica la sensación de ese pijazo. Así que... volví a aferrarme oralmente a ese falo endurecido. Por ahora, solo la puntita, que la masajeé con mis labios gruesos, los que tanto le gustaba.
Ayudé a mi boca con las manos, palpándolo de forma efusiva para que largue más rápido todo el néctar que estaba guardando y que estaba deseando que me dé. Pero tampoco me convencía mucho hacerle la paja, quería que tarde un poquito más en darme la mema.
La baba, nunca era suficiente, ya que, debido al calorcito que le suministraba con mis manos, se le secaba rápido. Pero no me importaba, yo seguía escupiéndosela para lubricarla y que esté más que lista para cuando tenga el fuerte impulso de penetrarme.
Desde su degenerada perspectiva, podía ver, con toda claridad, mis dos cachetes tragándose el pequeño hilo que, con tan poca tela, conformaba la delicada tanga colorada que tenía puesta aquella tétrica noche que, de la nada, se puso a llover.
No paró de relojeármelo ni por un instante. Tampoco los cachetes gordos que salían por los costados. Tanto así, que no paraba de decirme las cosas depravadas que pensaba hacerme en unos pocos minutos, cuando deje de mascarle la goma de carne.
Sabiendo esto, me aproveché. Empecé a menear de acá para allá, ante sus ojos libidinosos. Le gustaba tanto que hiciera eso, que, de castigo, me sujetaba fuerte de la coronilla, solo para ahogarme con ese pedazo gigante que tenía colgando.
No nos pudimos aguantar más, y me pidió que le entregue el orto (así me dijo). Entonces, puse una de mis patas sobre uno de los muebles que se encontraban allí y me di un par de chirlitos en la cola, mientras esperaba que se acercara con la pinchila re dura.
Escupió su mano un buen rato con cara de cochinote bárbaro. Se manoseaba la verga sin parar, ni dejar de mirarme el ano abierto que tanto lo calentó, esperándolo y así fue que se acercó. Se agarró la chota y la metió en el agujerito negro, pero profundo, que tanto lo hacía desear.
La primer sensación que tuvimos, fue hermosa. Nos hizo gemir de placer a los dos a la vez. Fue re loco, porque sonó al unísono un "¡AY!", pero que salió de nuestras bocas de una forma muy dulce. No fue dolor, en lo absoluto.
Sin soltarme los cachetes de la cola, empezó atacándome con su glande. Después, arremetió con el tronco venoso, hasta el fondo, pero despacio. Finalmente, dio su estocada última, empujando con su pelvis hasta lo más profundo que podría penetrar.
Una vez hecho esto, quién dio la grandísima sorpresa, fui yo al moverme furiosamente. No se movía él para hacerme la cola. No, fui yo. Mike, solo debía quedarse paradito, sin hacer nada. Disfrutar de cómo le corría el cuerito con mi anillo de cuero.
Iba y venía por el gordo tronco de ese hombre. Respeté su forma, para que no se salga del interior de mi culito y pudiésemos disfrutar los dos juntitos de esa maravillosa pose, sin problema alguno. En especial él, que solo debía sentir, quedándose parado.
Le propinaba sus merecidísimos culazos. Lo empujaba unos pocos centímetros para atrás, cada vez que lo chocaba con mis nalgas. Estas colisiones, provocaban un estallido de mi piel con su piel, que lo estimulaban muchísimo más, dándole más ganas de explotar en mí.
Se puso tan loquito con esto, que se empezó a mover él también para culearme. No se pudo aguantar el hecho de estar ahí parado sin hacerle nada a mi culito goloso. Incluso, le dio más velocidad a la feroz garchada que nos estábamos pegando.
De pronto, su palma estrelló lujuriosamente contra uno de los anchos cachetes que conforman mi gordo culito. Este choque, generó un tremendo chasquido que resonó en casi toda la habitación. Fue muy parecido al de un látigo cortando el aire.
Me la sacó del ojete, para ir a sentarse en una de las sillas que habían por ahí. Con la pija re dura, golpeó una de sus piernas, como llamándome, para que vaya a hacerle compañía ahí y pueda seguir serruchándome el upite con la misma locura que nos envolvía.
Obvio que le hice caso. Me puse encima suyo, tomé su verga y la llevé hacia mi hoyito devorador de pijas. Justo en ese momento posterior, lo empecé a mover, pero ahora, de arriba hacia abajo, para continuar con este enloquecedor ritual de apareamiento.
Mis nalgas subieron y bajaron salvajemente encima de su tronco. Parecía un terremoto sexual, que solo lo ponía en peligro a su largo pinocho. Realmente fue mi pose favorita, debería decir. Por lo menos así, podíamos estar a pleno completamente los dos.
Pese a no poder verle la cara con total comodidad, gracias a esa maldita careta que se interponía entre mi vista y este muchachote, sabía que él estaba viendo las estrellas por culpa de mi culito atrevido. Además, por los quejidos que brotaban de su boca.
Mi orto no paró de rebotar encima suyo, ni por un solo segundo. Él solo se dedicó a estimularse con esto, a sostenerme para que no me caiga y, de paso, me manoseaba tanto los cachetes, que me dejó sus huellas digitales bien impresos allí.
Si se veía bien de cerca, uno podía observar cómo mi orto devoraba vorazmente su pija. Desaparecía casi enteramente. No le tenía piedad mi culito, ¿por qué debería, no? Si es goloso, hay que dejarlo tragar sin decirle nada, que disfrute.
Me movía como una olita sobre el mar, impulsada por un fuerte viento. O, tal vez, como si fuera el océano mismo, formando esas olitas para poder erosionar esa dura roca que se interponía en mi camino, hasta desgastarlo y que no quede nada de él.
Estuvimos un largo rato así, hasta que le fuimos bajando a la velocidad de a poco y me terminó pidiendo que cambiemos de posición nuevamente. Obviamente le hice caso, ya quería sacarle la leche, pero que me diga él cómo quería.
Otra vez como en la primer posición, pero, en esta oportunidad, no apoyaba una pierna sobre uno de los muebles, no. Sino, los codos. De espaldas hacia Mikey. Con la colita abierta, como esperando su verga para que me penetre cuando guste.
El nuevo gran problema que surgió en este momento, fue que, otra vez, me movía yo hacia él y no la inversa. Esto ocasionó que el muchacho tenga sus merecidos culazos... y algo mucho más fuerte: hacerlo eyacular pronto.
Así es, no pasó mucho tiempo de esta pose. Me dio un par de vergazos en la "colacha", y, gracias a esto, logré sacarle toda la mema, la que tanto venía deseando de hace rato. Pero no nos adelantemos, vayamos por parte, diría el Jack.
Habrá estado tres minutos dándome mis merecidos pijazos en esa pose, hasta que, al fin, decidió escupirme todo su delicioso jugo blanquecino dentro de mi culito. Alto atrevido, pensé, ¿cómo no me avisó? Pero bueh... ya fue, se sentía rico igual.
La tenía adentro de mi orto, mientras su pistola de carne empezó a gatillar unos buenos lechazos. Salían violentamente, calentitos, deliciosos. No sé cómo describirlo realmente, ya que siempre uso las mismas palabras, pero es que, de otra forma, no puedo hacerlo.
Cuando la sacó de mí, me puso algo triste por haber terminado ese acalorado encuentro, pudo notar que me dejó el culo blanco, chorreando su leche saliendo como una gotera. Fue el verdadero enchastre el que dejamos en el suelo.
Me dio una rica nalgada, como diciendo "bueno, negra, listo, ya está, terminamos", pero yo seguía en la misma pose, como esperando a que siga dándome pija. Como consuelo me hizo limpiar las gotitas rebeldes que le quedaban colgando de la punta de la garcha.
Se la dejé impecable, podría decirse, sin temor a pecar de soberbia. Quedó toda lustradita, impecable, mucho mejor que cuando me tocó chupársela. Casi que podía reflejarme en los bordes de su gorda cabezota.
En eso que estamos terminando, mientras lo miro, veo que tiene floja la máscara. Se le cae al piso y pude ver que no era un monstruo. La sorpresa fue gigante al descubrir que, quien siempre estuvo detrás de ese disfraz, era ni más, ni menos que... el mismísimo Shaggy.
-"La puta madre, Freddy, con razón no me vinieron a ayudar mientras pedía auxilio", le dije mientras pataleaba como una nena caprichosa.
-"Perdón, Velma, lo tenía que hacer. Al verte con esa pollerita, no me pude aguantar", respondió el caradura este.
-"Ahora, ¿qué le digo a Shaggy?", pregunté nerviosa.
-"Lo que quieras, yo me voy antes que me agarre Daphne".
En fin, ¿qué le podía decir por esto? Ya me había hecho la cola, y... deshacerme no existe. Por suerte, porque la pasé fantástico, no debería estarme quejando. Solo me quedaba hacerme la que refunfuñaba. Ajo y agua nomás.

Comentarios
Publicar un comentario