¡¡SOPLÁ LA VELA!! (o ¿el día que conocí al papá de mi chongo parte... 0 -PARTE 1-?)

  En mi cumpleaños número 27, mis amigos planearon hacer algo. Al principio, todo pintaba aburrido, dubitativo. Hasta que todo derivó quedando en la casa de Tati, otra integrante del mismo grupo de amigos. Una genia, ya que ni yo podía poner para mi propia fiesta. Lea, que todavía no éramos nada, era la segunda opción por si las dudas. Me propuso, delante de todos, que, si él la ponía, iba a ser en mi cola. Bello "chiste". OK, pensamos todos. Acepté, pero pensando que era una joda. Lo veía muy macho para que pase algo realmente, ¡JA, hermosa fue la sorpresa que me llevé!

En fin, no hubo dramas y terminamos haciéndolo en la primera. Como yo no era muy amiguero, ella se dio el lujo de invitar gente suya. Yo no tenía dramas. Después de todo, era suya. Me dio el permiso de llevar a alguien, pero como no tenía a nadie, fui solo. 

El lugar se encontraba a diez cuadras de donde yo vivía, por lo que me permitía comprar escabio antes de caerle en un kiosco que había de paso. Le caí con cinco cervezas, las cuales, fueron puestas en la heladera inmediatamente. Mientras tanto, podía disfrutar de otras ya frías.

Como el comedor era grande, corrieron los smarts TVs bien pegados contra la pared, pusieron internet y youtube para pasar música al palo. Mi chico ya estaba ahí. Lo agarro para sacarlo a bailar. Nos tiramos altos pasos. Los famosos "pasos prohibidos". Todavía no estaba picado, por lo que no estaba tan desinhibido como para danzar un toque, pero me siguió la corriente. Pobre.

Se hicieron las doce, me cantaron el feliz cumpleaños. Amigos, desconocidos y fliares de Tati reunidos para eso. Qué miedo, qué vergüenza. Soplé la vela. La música resurge. Para esta altura, la borrachera nos pegó a casi todos.

El tiempo pasaba y la gente venía. Otros, se tomaron el palo recién a la una. Estaba hermosa la noche. Mas no podía pedir. Pero, para mi sorpresa, faltarían muchas cerecitas para mi postre.

En uno de los tantos temas que sonaron, una mano me agarra y me arrastra a la pista: era Leandro. Asombrado, con un cuarteto de fondo, le confieso que amo bailar con él. Me entrelaza con mis brazos, poniéndome de espaldas, para susurrarme que también le encanta.

Aprovechamos el calor de la situación, que todos estén en la suya y que todo lo ameritaba, para tocarnos completamente. Me da besos en el cogote. Me da vuelta solo para chaparme con muchas ganas. No salía de mi pasmo. Llegó a creer que no me gustó, pero le expliqué que jamás me hubiera esperado que hiciera eso. Como el encanto fue mutuo, decidimos comernos mas seguido a lo largo de esa noche.

De tanto apretar, la cosa se puso bien hot. Me muestra que tiene la pija dura, le digo que vaya yendo a la terraza. Pido una porción de torta a Tatiana para luego subir yo. Lo tomo de las manos, lo llevo a un quincho que había ahí y, estando él contra la pared, chapamos fuerte y parejo. La sin hueso se hace sentir, se la acaricio, me arrodillo, lo miro desde allí abajo, le saco el pantalón, queda, por fin, en slip, se lo quito también y... uff... ¡qué pedazo! Un enorme miembro emerge de las oscuridades de su ropa interior, rígido, soberbio, altivo. Es como la trompa de un elefante. No era gruesa, pero lo compensaba con una hermosa forma cónica.

Lo primero que atino a hacer, fue agarrar mi pedacito de torta que estaba en la mesada, para untarlo en todo su enorme miembro. Mis manos, completamente sucias de chocolate y dulce de leche, suben y bajan a lo largo de su tronco. Le pongo unos confititos. Lea empieza a entonar el feliz cumpleaños, para terminar pidiendo que le sople la vela. Eso hice. Le limpié la poronga con los labios. El enchastre fue menor. 

Le hacía la paja. Me atragantaba con ella. También hacía ambas a la vez. Le lamía y besaba el tronco de la gaver, de arriba a abajo. Llegaba hasta los huevos, me quedaba ahí. Lo masturbaba a la vez que le devoraba sus testículos. Cerraba los ojos de lo bien que la estaba pasando. Los abría solo para verlo disfrutar. Estábamos a pleno. Ay, todo era divino, pero... ¿podés creer que sentimos los pasos de alguien? Sí, me puse de pie, me fui a distraer a esa persona que se acercaba para darle tiempo a Lea vistiéndose.

Como yo era el cumpleañero, no era muy difícil que notaran mi ausencia. Mi amigo nota que tengo los labios llenos de dulce de leche y chocolate, pero, ADEMÁS, un aliento raro. Le digo que son unas gomitas avinagradas que me hicieron comer "en joda". No le dio mas importancia. Descendimos. A los minutos, nos sigue mi chico, que se va corriendo directo al baño. Por lo que supe después, era para ir a descargar a mano. Vuelve a mi, relajadísimo. Hecho una seda. 

Finalmente, a eso de las 6, la gente encaró directo a la puerta para retirarse a sus respectivos hogares. Lea se quedó, porque vivía relativamente lejos. Un domingo, era imposible que encontrara colectivo a esa hora. Desde entonces, no sucede nada mas interesante que valga la pena recalcar en una historia como esta.

Esto no se iba a quedar así, por supuesto que no. En la semana nos mensajeamos para vernos y terminar lo que empezamos. Acordamos vernos en su casa. Como había gente, decidimos ir a la terraza. El ritual de labio contra labio, se hizo presente. Eso, acrecentó la temperatura, lo que derivó en manoseos. 

Retomamos el punto en el que habíamos dejado. Nuevamente me encontraba con la campanita de la garganta siendo asediada por su enorme miembro. La punta de su chota empujaba con fuerza hasta alcanzar mi faringe. Esto hacía que, mi único modo de comunicación, sean unos ruidos vocales, ya que me tenía bien agarrado del pelo, cosa de no poder escapar con facilidad.

Me soltaba cuando le apetecía, para que le riegue de baba al liberarme. Aprovechó esto para darme vergazos en la mejilla o en la frente. Dependiendo dónde la quería. La volvía a introducir, solo para mover su pelvis y cogerme hasta el fondo. Mi respiración debía ser, obligadamente, nazal.

De repente y sin avisar, su ya llorona chota, expulsó unas riquísimas lágrimas calientes sobre mi boca. Fluyó hasta inundarla. Sus huevos habrán quedado como pasa de uvas, de lo exprimidas que las dejé.

La respiración agitada que expelía, se transformaron en un suspiro profundo de pasión. Le demostré que aún poseía su juguito de amor en mi boca, tragué delante suyo, con sus ojos como testigos, abrí y ya no había ni rastro de sus hijitos. Todos fueron a parar a mi estómago.

Se la seguí chupando como si nada. Creo que, la sensación que le generé, lo voló de este planeta. Lo sintió desde la punta de los pelos, hasta la última fibra de sus pies. Al menos eso, me hizo creer su cara.



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