20x5
Una noche increíble debía pasar en un antro increíble. El mejor, para mí, de la zona. Me estoy refiriendo a "40x5, tributo bar", un sitio creado exclusivamente para homenajear a una de las mejores bandas de Inglaterra: Los Rolling Stones. Pero, primero, vamos por partes.
Esta puti-aventura da a lugar una noche aburrida, de un sábado aburrido. Necesitaba salir, tomar aire, tomar alcohol, tomar leche... ALGO... o todo junto. Yo me fiaría del dicho que reza lo siguiente: ten cuidado con lo que deseas, porque podría cumplirse. Así fue.
Casi ninguno de mis amigos se copó. Solo una, que fue quien me hizo la segunda. El caso es que, ella (Tatiana es su nombre), ya había arreglado algo con otras personas, pero no tenía drama en sumar a alguien más. Sobre todo, porque, quien organizó todo, fue, precisamente, Tati.
Tras haber acordado, me dispongo a vestirme. Entre todo mi ropero, busqué qué ponerme. Allí, encontré mis pantalones hippies que hacía banda no me ponía. Noté que me había crecido bastante el culo, me quedaba casi pegado. En fin, también cacé una remerita blanca de los Stones que tenía. Salí. Fui muy feliz.
Fui hasta lo de mi amiga. Estaba lleno de gente desconocida. Como unos siete, más o menos. Y sí, entre toda esas personas, pude encontrarme con el rolinga más hermoso que vi en la vida: Lucas. Sí, como si fuera un castigo del destino, ese nombre persiguiéndome.
Me le acerqué para saludarlo. Al principio, fue pura frialdad. Me dio un beso en el cachete y continuó su charla con una chica. Era normal, ya que, conmigo, ni fu, ni fa. Solo noté que captaba su atención, cada vez que pasaba cerca suyo. Pero nomás cuando me agachaba.
Inicié la previa sirviéndome algo de birra. Aproveché que estaba en la cocina, junto con mi amiga. Como era la única que conocía, intenté que me contara de su amiguito. Guiño, guiño. Me contó su nombre, que teníamos la misma edad, que trabajaba y tenía una hija. Datos poco relevantes para mí, sinceramente. Aquella labor, debía ser llevada a cabo por mí, así que... puse manos a la obra.
En el living, haciendo una ronda, estaban los pibes. Encaré hacia el equipo de música, para poner unos temaikenes de los Rolling. Muy vivo fui, pues, para hacerlo, debía inclinarme. Obviamente, los planes que tenía en mente, eran otros: exponerle mis cachetes.
Sentí sus ojos posados sobre mí. Sin confirmarlo con mis propias retinas, lo noté. Era demasiado evidente, así que... me puse en pose de rana, para que me quede el culito bien abierto, para su comodidad. Su reacción fue taparse la boca con una mano.
Me di vuelta para acomodarme placidamente en uno de los sofás que habían. Mi ego crecía al saber que este muchacho me acechaba visualmente. Que ya tendría una posible víctima más. La pregunta ahora era, ¿debía calentar la pava o tomarme ese mate con leche directamente?
En fin, luego de algunas birras, la gente ya estaba lista para partir. Eso hicimos.
De camino, en cierto momento, se me acerca, me saluda, me habla. Pregunta mi nombre, mi edad, a qué me dedico. Estaba re preguntón. Parecía más una entrevista que una chance para conocernos un poco. Aún así, eso no nos detuvo para pasar un rato riéndonos.
Encima de lindo, tenía carisma, chamullo y me hablaba de cosas interesantes (al menos interesantes para mí, claro). Estaba re loco, pero era una locura hermosa. De esas que no ves muy seguido en general. No sabría describirlo bien. O, quizás, es una mera excusa para no hacerlo. No lo sé.
En la calle tampoco perdió la oportunidad de ficharme el orto, ni yo de mostrarlo. Hasta sé que se habría visto las tiras, de no ser que, era de un color cuasi de mi piel, sumado a la oscuridad que abundaba por ahí, resultaba imposible que la conozca.
Entre el calor por la caminata y el escabio, en cierto momento, quiso sacarse la remera para "acomodársela" (según dijo). Ahí noté esa pancita birrera, ese torso fofo (pero grandote), un tatuaje en el pecho de un corazón, un escudo de Racing y una frase de Los Redonditos de Ricota. Todo muy idílico.
Me mostró aquel Tattoo, para hacer hincapié en el tema del fútbol. Se lo elogié. También le conté que era de Vélez. Esperé la típica cargada, pero no. A cambio de eso, me contó que le guarda cierto cariño al club por su difunto padre. Zafé como el mejor.
Una vez llegados al bar, buscamos alguna mesa dónde sentarnos. Cerca de la ventana fue donde hallamos el indicado. Elegimos el perfecto, porque éramos los que recibían la frescura ni bien entraba alguien. Además de que podíamos dialogar sin dejar de disfrutar de la música, debido a la lejanía de los parlantes.
Lucas se sentó a mi lado. Al suyo, Mariana (la chica con la que lo encontré conversando), Rafa, Mauro, Virginia, el Chino, Tete, Tatiana y, finalmente, yo. Así estaba conformado el numeroso grupo. Pusimos chochos a los meseros, imaginate.
Las pizzas y la cerveza, empezaron a desfilar por aquella redonda mesa. Las risas sonaban a penas más fuerte que las maravillosas canciones ejecutadas por el quinteto británico. El humo del cigarro, convirtió aquel recinto en un callejón londinense. Pero no importaba, todo estaba joya.
A medida que aumentaba el alcohol en sangre, los palos acrecentaban también. Los chistes con doble sentido, se hacían presentes. Las tocaditas, no paraban de llegar. Por ejemplo, cuando mi mano se resbalaba por sus piernas. Como tenía una bermuda, pudimos hacer contacto de piel con piel. Mi manita y la parte superior de esas patas peludas.
Obviamente, esta inesperada acción, le cambió el semblante. No para mal, pero sí se notó que no lo vio venir, ya que, no solo le acaricié la gamba, sino que, además, escalé muy cerquita de sus partes pudendas. Con eso, le demostré que quería "cha-cha". Ahora, solo le quedaba activar.
Me pinta ir al baño. Ni bien me levanto, como me hablaron en ese preciso instante, utilizo esa excusa para que le quede mi culo a la altura de su cara, la gira solo para tenerla frente a sus ojos. Lo sentí. Tuvo a pleno mi culito frente a su campo de visión. Menos mal, porque era lo que quería que pasara. Estaba todo friamente calculado, ¡Je, je!
Como Lu tenía el brazo apoyado sobre mi respaldo, lo tuvo que sacar para darme espacio a salir. Aunque, no solo hizo eso. También se puso de pie para correrme la silla y facilitar mi salida. Es que la cerveza no me ayudaba para nada. Al contrario, fue el mayor de mis obstáculos.
Al verme un poco mareadita, se ofreció a guiarme hasta el baño. Me sujeta del brazo y me acompaña hasta allí. Se estaba portando como todo un caballero. Se estaba ganando mi corazón. Hasta me resultaba inevitable mirarlo sin reírme de manera vergonzosa. Un lindo.
Una vez allí, Luquitas se va a la parte del lavabo a enjuagarse la cara, para despabilarse un poco. Yo, me fui a la del mingitorio a hacer lo mío, solo que, en vez de bajarme el pantalón lo suficiente para sacar el pito, me lo bajé hasta la parte inferior de la cola. Dejando así, todo mi orto al aire.
Mi desconcertante manera de mear, le llamó la atención a través del espejo, haciéndolo girar instantáneamente, de forma brusca. Se quedó atónito por un rato largo, en un punto fijo: mi ojete. Hipnotizado por cómo se mecía de un lado a otro, mientras hacía lo mío.
A pesar de que le daba charla, le costaba seguirme el hilo. Supongo que era la borrachera, no el hecho de que yo esté así frente a sus pupilas. Pero bueno, la ilusión de que sea por mí, es mucho más poderosa. Me encanta ser la razón de tenerlo embobado.
Ni bien se abrió la puerta, se abalanzó sobre mí, con la intención de abrazarme y levantarme la prenda. Casi que, por esto, me meo encima. Lo cagué a pedo. Aún así, le importó poco, ya que la prioridad era cubrirme el cutis del cu... lis.
Me lleva hasta el lavamanos, me lleno de agua las manos, con la cruel coincidencia de que, cuando me agacho a humedecer mi rostro, quedamos con su pija y mi orto frente a frente. Listos para que lo mío se devore todo lo suyo sin piedad, como una jeta hambrienta. Lo único que nos separaba, era su ropa y la sutil tela de mi tanga.
En ese instante, logro recordar levemente, que se puso un poquito contento. Pero, como había más gente a nuestro alrededor, se concentra en lo que habíamos ido. En mí. O, por lo menos, eso fue lo que me dijo tiempo después, cuando me recordó lo sucedido aquella noche.
Nos retiramos. Volvimos a la mesa. No pasó nada, desgraciadamente. Lo único, es que aminoré radicalmente la cantidad de alcohol que ingeriría. Ya estaba ebrio, necesitaba volver a mí e incluso me estaba sintiendo asqueado. Necesitaba estar careta un rato.
El chongazo nuevo, fue todo lo contrario. No solo siguió chupando birra, sino que, además, le agregó un par de tragos (entre ellos: Fernet). Le dio durísimo una hora y media más, que fue lo que faltaba para terminar la joda. Por suerte, mucho más para que salga el sol.
Cada uno se fue por su parte, excepto cinco de nosotros, que nos fuimos a la misma parada a esperar los respectivos bondis. Para nuestra suerte, el 146, colectivo que debía agarrar Lu, no llegaba. Pero sí, el 80, que era el que le correspondía a los otros tres piscuíses. Se van, la libido se despertó.
A los cinco minutos de haberse retirado, se desató la debacle hormonal entre doble sentidos, tocaditas y piel al aire. MUCHA piel al aire. Sobre todo de mi parte que, aprovechando la oscuridad, pelaba más de lo que me correspondía.
Mientras Luquitas estaba sentadito en el umbral de un negocio, comportándose como un angelito, yo me bajaba a la calle para vigilar el bondi. Como me sentía bastante ojeado por este sujeto, le ponía la cola en todas las posturas conocidas, pero con la ropa puesta. Para que la viera desde todas las perspectivas. Que no se pierda ni una.
En eso, se empieza a quejar de cómo chupó (o bebió), la cual contesté con un contundente "¡CHUPÁ ESTA!", a la par que me agarraba una nalga (la derecha, si mal no recuerdo). Su respuesta instantánea fue la de recordarme que no se ve nada, pues... ¡OSCURIDAD! A lo que, sin pensar, le vuelvo a mostrar mis pompas.
Nuevamente tenía mis cachas al aire, columpiándose ante él. Deseosas de tragar cada pene que se le interponga. Queriendo que, cuál toro embravecido, me paletee. Pero que, en vez de con el cuerno, sea con esa poronga que todavía la desconocía como tal.
Me llama con el dedo. Quería que me acerque. Que le manosee el cuerno. Estaba dispuesto a presentármelo, siempre y cuando yo, a cambio, le saque la leche que venía acumulando de tanto mirarme el trasero.
En el trayecto, me distraigo con el poste que indica la parada. Me dispuse a hacerle un bailecito erótico, con la clara intención de entretenerlo, obvio. Que no se aburra hasta que llegue el bondi y, me parece, que lo logré, porque se olvidó un rato largo de que solicitaba mi presencia al lado suyo.
"Ay, papi, quiero que vengas a hacer la cola acá", dije, mientras me puse de espaldas para meneársela. A lo que respondió que "la parada, no está ahí. Está acá", y sí, se agarraba la chota. Sutiles nos pusimos. Ya queríamos culear. Bah... no solo queríamos, ¡LO NECESITÁBAMOS!
Tras afirmar esto, se puso de pie para demostrarme que estaba en lo cierto, que no exageraba para nada. Otro poste parecía estar en su entrepierna, generando un tremendo bulto que sobresalía a pesar de la poca visibilidad. A pesar de que su ropa también lo impedía de sobremanera, mis pupilas lo veían a la perfección.
Me relamí completamente al ver ese pinocho. Me puse más puto todavía. Me apoyé contra el capó de un auto que estaba por ahí, estacionado y paré la cola. Levanté la patita (lo más que pude, porque tenía el lompa bajo ¡jaja!) en son de trolita. Para que active de una vez por todas. Necesitaba tenerlo dentro.
Se me acerca, alzado, dispuesto a adueñarse de mí. Despacio. A pasos agigantados. Siento sus manos sobre mis hombros, su respiración sobre mi cabello y su... ya-saben-qué... cerca de mi culito. Lo rozaba y se sentía tan rico. Me hacía desear más, el hijo de puta. La quería toda adentro. Estaba desesperada.
El muy cruel, no quiso darme bola. Prefirió seguir frotándome. Rozando su pedazo enorme en los interiores de mi zanjita, apretándola con mis nalguitas. Tocándola. Pegándole. Fingiendo que estaba por hacerme el culo, aunque, era claro que todavía no. Quería que se lo pidiera a gritos, como buen putito.
Siento la rasposidad de su barba fregarse contra mi cachete. Buscaba mis labios, mis besos. Los estiré. Me los dio. Sentí una electricidad hermosa recorrer todo mi cuerpo. Me sujetó con su mano, nos fundimos, nos abrasamos de una. Más ganas me dieron de que me posea.
Me corre la tanga. Me escupe el hoyo, para luego ayudar con el dedo a empujar el escupitajo más a mis interiores. Se sentía delicioso, me hacía estremecer. Estaba prendido fuego, hasta que no aguanté y le dije en un semi-grito: "¡METEMELA YA, DALE!", ahí supimos que era hora de empezar.
Sacó su tararira con carpa. Sin bajarse nada, solo se corrió los harapos que tenía. Le costó, pero lo logró finalmente. Fue lo primero que nos dio alivio. Ahora, lo que debía seguir, era que me practique sexo anal de manera bruta, cuasi animal. Sin piedad, como debe de ser. Como una buena puta, le exige a su machimbre.
En cuanto a su miembro, era enorme (como de 20 cms), finita y cabezona. Bien erguida, un poco torcida para el costado nomás. En la base, una cabellera abundante que ocultaban dos huevos arrugados. Eran gordos, de esos que no podés parar de chupar. Se convierten en una adicción, en la primera probada. Ya conocía los de ese estilo.
Estaba preparada para fertilizarme. Con, apenas un roce, podría escupirme un violento lechazo en cualquier momento. Prefería que eso no sucediera, que disfrutemos unos minutos más de una rica penetración. Estaba jugosa, a punto caramelo. Expectante a ser correctamente estimulada, para largarme el veneno que, celosamente, guarda.
Como un látigo, me golpea con su verga. Se siente tan rico, que no puedo escribir esto sin querer tocarme. Me excito. Quiero volver a percibir con mi piel, ese trozo desnudo, estrolándose contra mis nalgas, mi espalda baja o mi huesito dulce (que de dulce, tiene poco).
Ahora sí, después de tres escupidas y amague, va introduciendo poco a poco el morocho cabezón. Primero, este, va abriendo paso por mis carnosas cavernas para el resto de su miembro. Era una obra de arte ese pito erecto adentrándose. Quería más. Lo disfruté a pleno.
Me sujeté los cachetes, los estiraba, para que pueda ver mejor mi hoyito. Sirvió para que me serruche el ojete más exquisito, con más ferocidad. Estaba hecho una fiera mi loco. Una vez que empezamos, no pudimos parar de coger. Al fin nos estábamos sacando estas ganas locas.
Aunque no la tenía gorda, me hacía doler, pero me encantaba. Me hacía morder los labios con amor y dolor al mismo tiempo. Era una contradicción constante que me volaba la cabeza. Una contradicción a la que me haría esclavo con todo el amor del mundo. Entregadísimo.
Pese a lo bien que la estaba pasando, a que deseaba que esté así eternamente, el sol comenzaba a salir. Los coches circulaban más pronto. Eso era señal de que debíamos apurarnos, de que debería acabar lo antes posible. Mejor, porque era lo que quería también.
Sin mediar una palabra, pensamos en lo mismo: debíamos acabar rápido. Lo más pronto que se pudiera. Así que... me empujó por el orto, a tal punto, que me golpeaba fuerte. Chocábamos ruidosamente. Se volvió una máquina de sudor.
Y, entre todos esos pijazos que me propinó, se le escapó su néctar dentro mío. Quería que sea afuera, porque amaba ver la leche derramada, escurriéndose en la cola. Pero bueno... no se pudo aguantar, lo tuvo que arrojar sin poder negarse, pero fue un hermoso alivio.
Después de dejármela un ratito "intentando" sacarla, comenzó a deslizar su dulce miel a lo largo de su chorizo hasta alcanzar mi culito abierto. La inundó. Lo dejó todo derramado sobre mí, solo salió cuando, de un pedo, los borbotones empezaron a brotar. Me ensucié las bolas con esas gotitas traviesas.
Al fin llegó su colectivo, era hora de marcharnos. El sol quería asomarse, indicio de que debía estar en casa. Miré la hora. Efectivamente, era tarde. Me fui, cagando leches.
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