El hada de las pijas.

 Marcha del orgullo. Disfraz de hadita es lo que A PENAS cubre mi cuero. Una pollera de tul del color del arco iris cubría de mis caderas para abajo. Colitas a los costados de mi cabeza. Una tanga roja coladísima que adornaba mi culito. Unas medias de Lycra que, vergonozosamente, llegaban hasta las rodillas. Arriba solo una especie de remera. Maquillaje a full. Estaba toda divina. Era otra persona realmente.

 Con la compañía de mis amigos del colectivo, nos dirigimos rumbo al Obelisco, el lugar estipulado para celebrar, donde pasamos allí, casi toda la tarde. Bailamos, escuchamos música, caminamos, saltamos, comimos, vimos hombres, fue todo un cago de risa. La pasamos súper bien posta. Todo, hasta que se fue el sol y decidimos volver para que no se nos haga muy tarde. La mayoría tenía que laburar al otro día, y estábamos lejos de casa.

 Nos fuimos a la parada. Lo habremos esperado, mínimo, unos veinte minutos. Una barbaridad. Encima, yo, todo trajeado. Alta vergüenza. Para mi suerte, llevé una campera que, mas o menos, podía taparme algo. Podía disimular, digamos. Pero, aún así, si me movía un poco, se me notaba el trajecito cuasi porno que llevaba puesto. Nunca más, pensé. Esta es la última que me disfrazo tan sarpado.

 Cada uno se bajó en su respectiva parada. Cuando me tocó a mí, saludé a mis dos chicas que restaban esperar. Me preguntaron si no quería que me acompañen. Les dije que si era para joder un rato más, podían. Pero si era por algún miedo tonto, que no lo hagan. Que no se desvíen de su casa por tamaña gilada. Que no se hagan drama, total, MÁS no me iban a poder romper el culo.

 Bajé, ya estoy fuera. Ahora, solo queda patear las diez cuadras que faltan para llegar a casa. Tranqui. No pasa nada. Es pan comido el resto. No tengo de qué preocuparme, claramente.

 Como era una noche ligeramente calurosa y, además, no habían moros en la costa (era una calle solitaria), me animo a quitarme la campera. Me la re jugué. Ya fue, pensé, ¿qué podría pasar?

 Me pongo a buscar las llaves antes de llegar a la puerta, pero alguien se me adelantó. Sí, mi chico: Apulino. Estaba del otro lado de la puerta. Me la abrió (a la puerta) y me permitió pasar. Un verdadero caballero.

 Se estaba yendo a no sé dónde. Probablemente a serme infiel. Pero, al verme con el vestidito de tul que dejaba muy poco a la imaginación (porque sí, la parte inferior de mis glúteos quedaban bastante expuestos), se le fueron las ganas de cagarme. 

 Ni bien me vio empinar la cola para intentar subir por la escalera, me empezó a pedir algo a cambio, por solo permitirme entrar. Alto caradura. Pero bueno, en el fondo, me pareció lo justo.

 Ni bien subí dos peldaños, una mano traviesa se roza violentamente contra mi nalga derecha. Me doy vuelta, y era él, obviamente, manoseándose el bulto y haciéndome la siguiente pregunta "¿cuándo me vas a entregar la cola, bebé?" Así, tal cual. Literalmente.

 Mientras mis labios deletreaban la palabra "nunca", en mi mente, ya estaba perpetrando las mil poses que haría con él para entregarle el orto. Sí, ya estaba caliente. Así de fácil era.

 Al ver la negativa, se preparó para encarar a la puerta hasta que oyó que lo llamé. Se da vuelta y era yo desde un quinto escalón mostrándole fugazmente la tanguita. Me la levanté solo para que la vea.

 Esa era la señal que tanto esperaba. Se vino como un rayo contra mí, solo para apoyarme y llevarme a lo más oscurito que pudimos encontrar en todo el edificio. Un rincón en el segundo piso.

 Me tenía agarrado de la cintura. Levantó levemente mi pollerita, enchufó su pija a mi culito entangadísimo y marchamos, cual trencito, directo a la estación que nos haría felices (sobre todo a Apu).

 Me bajó la bombacha hasta las rodillas. Lo mismo hizo con su pantalón y calzón. Peló su poronga color marrón oscuro, se la escupió un toque, me escupió el hoyito y, cuando lo quiso introducir, me di vuelta haciéndole un gesto de que no con los dedos. 

 Me arrodillé para darle amor bucal. Casi que me lo saca, porque necesitaba mi culito. Lo hice calentar por eso, pero tampoco podía negarse a los ricos petes que yo le hacía. Ya los conocía, así que... no rehusó.

 Cerró los ojos y, según él, se imaginó que mi boca era el agujerito de mi culito para embestirlo mejor. Con más ganas. Se imaginó también que mis mejillas eran los cachetes de mi cola, para cachetearlos mejor. Ya se parecía al lobo de Caperucita roja.

 El muy hijo de puta, en venganza, cada vez que me la metía, me hacía garganta profunda. Para que me queje, o algo, no sé... pero no se daba cuenta que, a mí, eso, me encantaba. Quería más. Cuando me la sacaba, ya la extrañaba. Así sea un segundo nomás.

 Mis ojos comenzaron a vertir lágrimas. No era para menos, ese pedazo gordo y largo de, aproximadamente, unos 20 centímetros, me estaba atragantando en cada estocada. Necesitaba tomar un poco de aire cada tanto.

 Lo miro picaronamente acompañado de una sonrisita. Pongo la carita de costado, saco la lengua para chupársela desde el glande hasta deslizarme por todo el tronco. Él ya sabía la que se venía: mi chupada de huevos.

 Así es, llegué al destino donde vive su felicidad. Al menos el punto que lo hace vibrar. Pero no sin antes recorrer cada punto de esa chota hermosa. Necesitaba que se sacudiera de principio a fin.

 Primero, pasé mi lengüita por sus bolsas escrotales un lindo rato. Segundo, me los metí en la boca uno a uno, para luego, introducirme los dos. Tercero, me los saqué solo para rozarlos con mis labios húmedos y, así, repetir el ciclo una y otra vez.

 En tanto él, se agarró la pija para pajearse. La tenía llena de venas. A nada de la explosión seminal. Se aproximaba una erupción de sensaciones deliciosas. Tanto para mí, como para Apu.

 Vuelvo a escalar por su berenjena, hasta escalar hacia la punta e introducírmela sin piedad. Solo pensaba en bajar y darle placer hasta el fondo. Pajearlo con todo lo que tenía, que, al parecer, no es poco.

 Ya estábamos cerca del puto final. Yo no quería, pero así debía de ser. No podía aguantarse más el semen bien guardado. Tenía que subir y derramarse por completo en mi carita. Tal y como a él le encanta.

 Me la sacó solo para apoyar su porongón sobre mi mejilla y pajearse bien rico hasta escupírmela toda. Así me tuvo el muy desgraciado, con su preciosa verga haciéndomela desear a más no poder.

 Estuvo de esa forma unos segunditos hasta que su veneno se volcara en mi cara, a chorros, como mi fiel proveedor de semen que era. Dejarme contenta con toda la capacidad que poseía. Porque sí, me humectó la frente, el pelo, la mejilla y la boca, por supuesto.

 En seguida me pegué a su pene solo para limpiarle los restos de lechita que quedaban colgando. No quería dejar ninguna evidencia de nuestro delicioso delito. Debía deshacerme de ellas.

 Una vez que nos limpiamos, se subió el bóxer y el pantalón. Yo, de mala que soy, puse excusa para ponerme de espaldas y, así, subirme la tanguita con la colita cerca de él. No pudo quitarme los ojos de allí mientras se abotonaba.

 "Qué mala que sos", repetía en voz baja, casi como un susurro, un lamento o un mantra. Le di un buen chape, uno bien caliente, me agaché una última vez y me fui a casa.

 La verdad es que sí, era re mala, porque me cansaba de mostrarle el orto y no entregárselo. Prontito llegará ese día. Despreocupate. Por lo pronto, solo me queda devorarme su varita para echarnos un buen polvo.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Caperu-colita rota y el choto feroz.

Pinta mi colita.

Calza justo.