El rolinga.

 El término "rolinga", deriva del nombre de la super banda, los rolling stones. Hace referencia a toda aquella persona que ama y disfruta de ellos. Pero no es solo eso, también surgieron miles de agrupaciones que intentaron replicar la fórmula que aplicaron. Algunas hicieron mas Blues. Otras, se sumergieron a ese Rock and Roll primigenio. Además, repetir todo lo que implicó el movimiento de los hippies. Era un maravilloso menjunje que, a mí, me cautivó.

En esos años de adolescencia, la música me había atravesado por el costado más pesado del Heavy y el estruendoso Punk, pero también me dejé llevar por las preciosas notas que salían de toda esa movida primeramente mencionada en el anterior párrafo. Supe mamar mucha influencia de amistades, para derivar en esa mezcolanza extraordinaria. En esos años, no muchos querían variar de ritmos. Si eras heavy, escuchabas eso. Si eras punk, escuchabas eso. Suerte que yo no era así de termo.

Además de todo eso, conocí músicos buenísimos que me recomendaron vagar por el circuito under, sin quedarme con lo que resonaba tanto en el "Mainstream". Esto fue lo que me permitió conocer, no solo mas sobre el tema, sino, además, que codearme con todo tipo de personas. También nutrirme de pensamientos diversos. Todo lo que pateé, terminó abriéndome la cabeza de una manera gloriosa. Lo agradezco de alma.

Entre toda esa gente, conocí a un viejo vecino. Este hombre, fue mi segundo profesor de guitarra (el mejor, porque se concentraba en enseñarme más desde la perspectiva folklórica). Un joven Gabriel (o sea, yo), de 23 o 24 años aprox, concurría a su casa a aprender. Pero el fin de todo, no era solo ese. Además, quería cruzarme con su hijo, el rolinga. El que fue el meollo en todo este brete.

Al principio, solo nos saludábamos de lejos. Eso, me conformaba bastante. Yo me quedaba mirándolo hasta que iba a su habitación. Cierta vez, el padre lo cagó a pedos (lo retó), por tener esa actitud para conmigo.  Se acercó, de una forma poco cordial, me dio la mano y se fue. No quise lavármela nunca mas. 

Pocos días después de eso, me lo crucé y me pidió disculpas por esa situación. Su excusa fue que tuvo un mal día. Las minas, el laburo, ya sabés... lo mismo de siempre. Cruzamos un par de palabritas y terminé aceptándole tomar una cerveza en un futuro inexistente. Sin fecha. Ambos sabíamos que jamás surgiría.

Cuando se fue, me animé a exteriorizar la emoción que me embargaba la invitación. Parecía una colegiala que pudo hablar con su ídolo Pop. Entré feliz a mi edificio. Saltando de dicha. No me importó haber tenido una jornada horrenda, ese morocho era capaz de modificarme el estado anímico.

Tiempo de no tener ni noticia de él, me lo termino topando en un bar por el que siempre debía pasar. Estaba un tanto "alegre" (bastante pasado de copas, diría yo). En cuanto me vio, me recibió con los brazos levantados, demostrando una alegría muy llamativa. Ni bien lo vi, noté, en sus gestos y en su aliento, que estaba en estado de ebriedad. A pesar de ello, le devolví la gentileza de su caluroso recibimiento y me senté a conversar con él.

La charla fue muy amena. Lo conocí muchísimo más. Supe que se llama Silvio, que tenía mi edad, que trabajaba en un kiosco de revistas y que vivía con el padre porque lo cuidaba con su hermano. Su salud no estaba en la mejor versión, pero todavía la remaba. Eso era bastante evidente para mí, pero... dicho por él, escupido por su boca, tiene otro color.

Permanecimos callados por unos minutos, disfrutando que, de fondo, sonaba una canción que le encantaba. Se trataba de Guasones, una banda bien rolinga, la cual, yo amaba al cantante. Me compartió el porqué de su alegría extrema, era por eso mismo: de que iba a ir a verlos. El lugar, era en La Plata, en el estadio Único. El otro asunto, era que había terminado con su novia, la tóxica. Se sentía libre, pero le sobraba una entrada. Se la iba a regalar, pero... como se pelearon, se quedó con la misma.

Como no sabía si venderla o no, me invita. Yo acepté, obviamente. Sin dudarlo. Pero que me tenga paciencia para pagársela. Me pidió que me quede tranquilo, que no hacía falta. Era un regalo. Le comenté que estaba enamorado de Facu Soto (el cantante) y que era un sueño volver a verlo. Es el amor de mi vida. Puso cara de que le extrañó lo que le había dicho, pero no le dio bola y continuó la triple celebración.

Previo a aquel evento acordamos cómo y cuándo vernos. Lo arreglamos todo. Fue tan así, que parecía nunca llegar. Se me hizo larguísima la espera. Pero, al fin, llegó...

Esa tarde de noviembre, casi diciembre, nos encontramos. Él tocó el timbre de mi depto, ya que vivíamos en el mismo edificio. Allí estaba ese hermoso muchacho, con su piel morena similar al tono de Apu, el personaje de los Simpsons. He de ahí su apodo. Vestido con un enterito (o jardinero) mal abotonado, unas zapas marca topper, una remera de los stones, sus medallas hechas de púas y un pelo todo alborotado debido a su carencia de peine. Muy rolingoso todo.

Me sentí muy princeso estando tan poco vestido, remerón largo hasta mi culo de Guasones y un Jean, a penas holgado. No tenía intenciones deliciosas. Solo la de disfrutar de un recital. Pero, tristemente, por mi mente vagaba todo tipo de pensamientos sexuales. Algunos incluían ropas sugerentes para ambos. Otras, simplemente, no poseíamos ropa alguna. Estábamos como Dios nos trajo al mundo, deleitándonos con las delicias mundanas que ofrecían nuestros cuerpos.

Vuelvo a mí y logro ver que hizo una sutil invitación a su auto, con una sonrisa apenas dibujada. Acepto su invitación solo para terminar sumándome ideas mas pecaminosas. Intenté, en vano, evocar algunos que logren sacarme de ese costado oscuro de mi cerebro. Era mas fuerte que yo.

De camino, en su auto, charlamos y escuchamos temas de la banda. Danzábamos (como podíamos) y cantábamos hasta arribar al Estadio donde se llevaba a cabo dicho evento.

Tocaron un par de grupos soporte para abrir el show. Estábamos como sardinas enlatadas. No cabía un alfiler. A tal punto era así que, sin querer, le llegué a manotear el bulto como cuarenta veces (y, creo, que a los demás también). Se lo tomó tan a joda que, en cierto momento, me terminó diciendo "si me seguís manoseando el ganso, te voy a tener que coger".

La vergüencita perduró hasta que salió Soto al escenario. Ese bulto hiper marcado, envuelto en un pantalón plateado a lo Jim Morrison, me hizo olvidar del chongazo que quería ganarme. Ladré, bailé, moví el ojete, me conmoví con sus baladas, prendí el encendedor. Fui feliz viendo a ese hombre hermoso meneando el paquete.

Entre mis movimientos de orto, generé que me puteen algunos, que otros se sintieran incómodos y que mi chongo se tenga que insultar con ciertos energúmenos. Nos fuimos corriendo hasta llegar lo mas adelante posible, hasta que sonó "my love" y la muchedumbre nos obligó a, un poco más, abotonarnos. Como era un toque mas alto que yo, atinó a abrazarme con un solo brazo, para sujetarme. Para que no nos perdamos. 

Llegamos a la parte mas frente al escenario posible, casi a sentirle la respiración al cantante y, como si se tratase de un truco de magia o un milagro, Facu entonó la parte mas melosa de la canción: el estribillo. Justo la parte que decía "y quiero enloquecerme de amor, como esa noche que te vi y no dudé en acostarme con vos, mi amor". 

Hasta ese momento, cerré los ojos y llegué a pensar que Facu me cantaba al oído por delante, me respiraba con ternura y Apu, hacía lo suyo por detrás. Estaba en mi salsa. La dulzura fue cortada con el chorizo groso que poseía ese muchacho que, de a poco, se iba despertando. Mi cola no paró de comer, hasta que... llegó el mejor momento: cuando tocaron un tema bien movidito que no conocía porque era del nuevo álbum.

Con mi solo salto por sentir un Riff tan alegre, mi cola generó un efecto que acrecentó la felicidad de "Apucito". Ahí me di cuenta que el muchacho venía sin ropa interior. Le pregunté por eso y su respuesta fue afirmativa, lo que me dio mas ganas de brincarle. A pesar de eso, estaba tan alzado por Facu, que casi ni le presté atención al bultazo que se le estaba formando a mi pobre acompañante.

En fin, aprovechando la música, moví el orto como un desquiciado contra el muñeco de Apulino. Hasta estuvo a punto de acabar, según me dijo. No sé si exageró o no, pero... no me extrañaría debido a todo lo que nos tocamos. 

Se aguantó el lechazo como un campeón, hasta el final del recital. Trató de que no se note su erección, sujetándose la verga con la mano. La tenía en el bolsillo. Estábamos como locos ambos dos. Tan así era la cosa, que, ni bien salimos y vi los carritos de choripán, grité con voz de petera "ay, mirá cuántos choris, qué hambre, quiero dos". Me agarró, me llevó al auto y lo hicimos. Sí, el tan ansiado polvo, nos lo echamos.

Agarramos una calle oscura con el auto, paró, peló el ganso, tomó mi nuca y me hizo atragantarme en verga. Bufaba desaforadamente, ante la sensación de mis labios al tacto con su glande. Llevó su cabeza para atrás, relajándose y se dejó llevar. El poder de mi boca lo llevó a lugares recónditos del placer que jamás había visitado.

Subí y bajé a lo largo de ese venoso tronco oscuro, haciendo que gima sin parar. Además, me detuve allí un ratito. Cerraba sus ojos. Seguro volaba bien alto. Ardió hasta consumirse finalmente.

No me llevó mucho tiempo hacerlo acabar, la verdad. Se ve que tenía muchísimas ganas. Se moría de ganas por rozarse conmigo. Por sucumbir conmigo bien adentro. 

Me acuerdo que, absolutamente toda su leche, fue a parar a mi garganta. Un par de gotitas rebeldes nomás, se salieron de mí y se quedaron pendiendo de mi pera. Me enteré de aquello recién cuando sonreía y posó su dedo en mi mentón para limpiármela. Le hice entender, con un gesto, de que quería beberla también. Me metió ese dedo índice gordo, como si se tratara de su verga. Bien hasta el fondo.

Con un relax terrible, me preguntó: "¿qué me dijiste que querías? ¿chori?" "Ya no -contesté-, ya me llené".



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