Pete diario.
A los pocos días de aquel recital, volviendo a mi casa de laburar, me cruzo con el kiosco de revistas donde trabajaba Silvio, mi Apu favorito. Como ya a esa hora, casi nadie compra nada, nos pusimos a hablar un rato. Su padre ya estaba en su casa, por lo que no tendríamos a alguien espiándolo o apurándolo para que labure.
Me pidió disculpas por cómo me trató previo al pete. Estaba muy caliente. No se controló. Se dejó llevar por el impulso. Le hice saber que no se hiciera problema. Que no pasaba nada. A mí me encantó, sobre todo, su miembro. Quedé fascinado con eso. Hasta me había hecho pajas pensando en eso.
Lo sorprendió mi respuesta. Fui contundente. Me hizo saber que él también me dedicó pajas y que se le estaba parando de solo pensarlo. Mi semblante cambió al escucharlo, pero no tanto como la de él, cuando le propuse que deje de pajearse para volverlo a estimular. Sus cejas se levantaron, su boca se abrió.
Me metí en el kiosco, en el estrecho espacio entre el mostrador, él y los que están en la pared, a su espalda. Me arrodillé ante Apulino, ¿para rezar? ¿para agradecerle a dios? No, para poder contemplar NUEVAMENTE esa morcilla hermosa. Estaba dormida, pero era cuestión de tiempo para que todo eso se despierte. Eso logré.
Sus pantalones rodaron, hasta los pies. Lo mismo sus bóxers. Al fin la tenía cara a cara, toda para mí. Mis babas salían a borbotones de mi boca. Era una catarata. Estaba feliz por volver a verla.
Tanto metérmela en la boca, se contagió del calor que emanaba de la misma. De una tiradita de cuero, se volvió una verdadera goma enorme. Sabía tan rica, que no podía parar. Aunque ya haya acabado, no hubiera frenado jamás. Si era por mí, viviría chupándosela.
Al fin tenía esa berenjena venosa en su total esplendor. Mis labios se abrieron como los pétalos de una flor, para recibir ese aguijón. Quería extraerle el néctar. Deseaba vaciarlo. Deshinchar esos huevos hermosos rellenos de semen. Eran enormes. Preciosos. Peludos. Oscuros. Arrugados.
Quería ponerse de frente, pero yo estaba tan prendido que no lo permitía, ni por el espacio, ni porque no quería dejar de succionarla, así que tuvo que atender a los clientes de coté, como podía. Pobrecillo. Trataba de concentrarse al vuelto, pero no había caso. Estaba enfocado en mí, en mis morros, dirían los españoles.
No me separaba de ese pico, ni cuando lo soltaba literalmente. Nos seguían uniendo unos hilos de su semen y mi saliva. Le mostraba lo blancuzca que se puso mi babita, debido a sus fluidos ricos. Eso le ponía mas tiesa la sin hueso. Me chorreaba en demasía. Qué apetitoso.
Se fue el cliente, dejándonos, por fin, solos. Aproveché para hacerle lo que mas le gusta: comerle los huevos. Le froté la lengua por ahí un buen rato, para trepar hasta lo mas alto de su pene. Saborearlo en cuerpo y alma. Volví a atracarme, como si fuera un sánguche. Me la mandé entera.
Le pedí que no me mire porque vamos a captar la atención de alguien. Que la caretee un poco. No me dio bola, continuó mirándome hasta el final. Por suerte, no jodió mas nadie.
Las venas crecían, a medida que el tiempo pasaba. Se la usaba de micrófono. Hasta que, de lo bien que la estaba pasando, su pija empezó a gatillar cuatro balas líquidas, que fueron a parar a distintos puntos de mí. Uno, que fue el primero, en mis ojos y nariz. El segundo, en mi frente. El tercero mas cerca de la boca y el cuarto fue mas certero a mi boca y mentón.
Cerré los ojos y me extasié saboreando ese semen. Me agarré lo que fue a parar a mi pera para pasármelo, cuál crema, por ahí y todo el cuello. Lo que sobró, en mis labios. Los otros lechazos, los saqué con la palma, limpiándola, posteriormente, con la lengua.
Su miembro se dormía, pero no se lo permití. Se la seguí tragando para terminar con mi labor, ¿cuál? La de fumarle el habano de carne.

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