Sexo año.

 ¿Qué clase de miembro de la comunidad LGBT no tuvo algún conocido (llámese amigo, compañero de trabajo, de escuela, etc), que te histerisqueaba? De esos que te tiran palos, y no sabés si son reales o falsas, que no sabés hasta que punto llegar y que, a pesar de no haber pasado nada, sabés que hay algo más. Algo así me sucedió con un compañero de la escuela en sexto año.

 Todo comenzó en ese último año. En la escuela, con un pibe que, si bien ya conocía unos años anteriores, no teníamos la confianza necesaria para jodernos así. Solo podría decir que éramos unos simples conocidos que se saludaban en pleno patio, en los recreos. Ni amigos, ni nada. Hasta que nos ponen, por primera vez, en el mismo turno, la misma división, el mismo curso.

 Se llama (o llamaba, no lo sé) Agustín. Obviamente, era el típico chabón que me gustaba, grandote, machote, vozarrón, sexy, chamullero, histérico y maldito conmigo. Tenía todos los números para sacarse la lotería y ganarse mi cola, digo... mi cora. Solo restaba saber cómo venía de abajo. Era lo único que me quedaba por averiguar. Porque, en lo demás, me lo comía crudo. 

 Yo creo que, la patada inicial, se dio en cierta ocasión cuando estaba hablándole al profe (bah... no recuerdo si era al profe, o la preceptora). Estaba agachado, dándole la espalda a la clase, con los codos apoyados en su escritorio, culito para arriba. La cosa es que todos estaban en otra, hablándose entre sí. Menos él, que me dijo de todo, menos "te amo". Fue el único que se enfocó en mi cola e hizo que algunos también se fijaran y le siguieran el chiste. Pero... un chiste termina ahí nomás... ¿o no?

 Durante los recreos más cortos (el de cinco minutos), algunas veces nos juntábamos en el patio casi todos los pibes, a charlar sobre alguna boludez. Como nos poníamos casi en ronda, la primera vez que lo hicimos, pedí que se corrieran, pero al no hacerlo, Agus me dijo: "vení, sentate en esta", apuntándose allí. Obvio que iba a tomarle la palabra. Eso hacía.

 El primer palo que recuerdo haberle tirado, fue en un crudo invierno, cuando no andaban bien los radiadores de la escuela. Había cierta falla en la calefacción. Le dije que tenía el culo frío, necesitaba calentarla en alguna estufita. Le pedí la suya, me salió tan naturalmente, que aceptó con total normalidad. Sí, me abrazó de atrás, solo para contagiarme de su calor.

 La situación fue así: estábamos hablando lo más bien, hasta que notó que tenía frío. Le dije que sí y le pregunté si él no tenía. Al decirme que no, le toqué la mano, y noté que era cierto, la tenía re calentita. Ahí fue que, como una incipiente putita, le dije que tenía la cola fría, que necesitaba calentarla. Le pude haber dicho cualquier otra parte, pero no. Justo esa me salió.

 Para que no desconfíe, le pido que sienta la temperatura de mi piel (la de ahí). Me bajo un toque el lompa, le agarro su mano, la llevo a mi cutis y la percibe toda. Me da la razón. Me da el sí, así que le permití apoyarse con total estabilidad sobre la pared. Me llama, me pongo de espaldas y me dejo caer sobre él, cayendo primero mis partes traseras sobre su pito. 

 Como recién empezaban a salir los primeros celulares con cámara, en las fotos que les pintaba sacar, siempre elegía sentarme sobre su Pinocho. Fue en esos momentos que aprendí, casi como un profesional, a cómo sentarme correctamente sobre el amigo de los pibes a los que les hacía eso. Convengamos que él tampoco se oponía demasiado a mi elección.

 El TP del último año, me tocó hacerlo con él. Bah... no me tocó, elegimos hacerlo juntos, porque casi no quedaba gente. Fue como un descarte total la elección. El mismo consistía en crear una empresa irreal sobre algún producto y hacerlo funcionar. Nos tocó un negocio de compra- venta de sillas, ya que no las fabricaba el propio local. Era todo producto ajeno.

 Para hacerlo, nos teníamos que juntar en su casa, en mi casa o en la calle. Preguntar a gente que trabajaba en comercios reales y de ahí, llevarlo al nuestro. Fue complicado, porque no sabíamos un choto sobre ese producto, pero, por suerte, nos ayudaron una banda esas personas. Recuerdo que fue un suplicio total, ya que me hacía trasnochar y dormir muy poco en aquellos días.

 Como promesa, le dije que si aprobábamos todas las materias, le comería la boca de un beso en la fiesta de Egresados. Se lo dije sin pensar, casi sin fe a lograrlo. Él aceptó, creo que tampoco nos tenía demasiada esperanza. En parte también, era como para incentivarme a mí mismo. Ahora que accedió a eso, no podía desaprobar ninguna. Era mi nueva meta (que me la meta).

 Cuando salíamos de la escuela, teníamos la costumbre de juntarnos con otros tres pibes en la esquina de mi casa y quedarnos a charlar, hasta que el hambre nos ganara. En unas cuantas despedidas, mis labios se posaban en su cuello, haciendo que creciera la tensión entre ambos. Pero también sucedió que, los suyos, aterrizaran sobre mi comisura. A nada de que sea un buen beso, como dios manda.

 En los baños, cuando nos rateábamos de los actos escolares, también nos poníamos cachondos. Éramos los mismos cinco pibes, nos juntábamos a fumar al lado del mijitorio. Hablábamos puras boludeces, pero era más lindo que ir a esos actos aburridos, a que nos caguen a pedo solo por respirar. Obvio que estaba bien que lo hagan, ya que, a veces, nos pasábamos de boludones, pero bueno... teníamos entre 18 y 19 años, ¿cómo querían que fuésemos?

 En una oportunidad, me hice el que tenía ganas de mear y me bajé los pantalones, sin darme cuenta que dejé el culo al aire (guiño, guiño). Encima lo tenía a Agus de frente apoyado sobre la pared. Me habrá relojeado sarpado el culo, ya que, cuando me di vuelta, tenía su mirada puesta en mí y con una sonrisa juguetona, a punto de llevarse el pucho a la boca. Quedaba como fascinado.

 La segunda vez que hice eso, mi suerte fue distinta, ya que me dio mi merecida nalgada, por portarme mal, para que no sea tan prostituta. Se puso al lado mío a orinar, y ahí pude conocérsela por vez primera. Era hermosa. Me babeé todo. Colgué tanto, que hasta me cagó a pedos por no hacerlo con carpa. Alto gil fui. La idea era esa, justamente, vos ves, yo veo. Nos deleitamos la vista mutuamente.

 Luego de esas ocasiones, juntarnos en su casa, era la trampa ideal para desatar esa tensión sexual. Pero nos calmamos, porque, sus padres, andaban por ahí. No estábamos 100% solos. Debíamos aprender a controlar nuestros impulsos más primitivos de una vez por todas. Los odié, aunque eran re buenos conmigo, pero yo quería coger con su hijo.

 Hasta que, un finde, me invitó a quedarme a dormir. Como había solo una cama, armó un colchón abajo, para él. Pero, ni bien entrada la noche, le pedí que me acompañe, que tenía miedito de dormir solita. Se puso de pie, se acostó a mi lado y me cuchareó. De lo que se percató una vez al lado mío, fue de que yo no tenía nada puesto. Me había quitado el bóxer minutos antes. Eso, y decirle que me culee, eran lo mismo, prácticamente.

 Claro, es que la invitación fue improvisada todo allí mismo. Yo no había llevado nada para ponerme. Estaba en pelotas, literal. Entonces, solo atiné a quedarme en ropa interior. Me quiso prestar, pero le dije que me gustaba más dormir así. Que, si no le molestaba, no habría problema, lo haría así. Como no objetó, lo hice. Me permitió sentirme como en casa. Un tierno.

 Pasada la medianoche, luego de una larga charla de cosas paranormales y de yo haberle advertido que me daría "cuiqui", le pido que se venga conmigo. Accede. Me pongo de espaldas a él. Se sube a la cama. Me tapa. Me acobija. Me abraza de atrás, arropándome completamente. Brindándome todo el calor de su cuerpito en un instante. Es que, aquella noche, hacía frío.

 Aquella noche, a pesar de eso, no pasó nada. Juro por mi vieja que no pasó nada. Fue cucharear tiernamente, darme su calorcito y listo. Ni siquiera posteriormente, ya que él, al otro día, se despertó, se levantó, se cambió, se bañó, me preparó un desayuno y seguimos el deber escolar que nos habría juntado primeramente. Se comportó como todo un caballero. Parecíamos recién casados.

 A los meses, arruinadísimos, entregamos el trabajo. No queríamos saber nada, ni con la entrega de diplomas, ni con la fiesta de egresados, ni con nada que se vincule a la escuela, pero teníamos que hacerlo, ya nos habíamos comprometido en dar una manito con lo que más se pudiese. Sacamos energía de no sé dónde, y contribuimos.

 En la entrega de diplomas, sucedió lo que relaté en esta oportunidad. Ya di bastante detalle al respecto. Así que... pasemos a la fiesta. Esta misma fue una joda en un bar que luego se hacía boliche. Nos pusimos de acuerdo y nos dividimos los gastos de forma equitativa. Reservamos el lugar, y listo, ¡a festejar! Fue tremenda la organización que nos pegamos esa vez.

 La noche fue tranquila en la cena, hasta que llegó el momento del bailongo. Con el paso de las horas, el beso se hizo presente. Me lo recordó Agus, encima. Me le acerqué lentamente, le sonreí, le saqué el pucho que estaba fumando, y le comí la boca con todo el amor del mundo. Luego de eso, una compañera nos dijo que hacíamos alta pareja, nos reímos de eso, la joda continuó.

 Como no queríamos que la cosa se corte, acordamos hacer una fiesta por Navidad. En esa vez, nos vimos en otro bar. Uno que solo era eso. Tampoco sucedió la gran cosa, solo me crucé con alguien que ya estuvo en mi vida que, en otro relato, lo comentaré. Lo demás, fue tranca. Bailamos apretados un poco, charlamos, nos reímos y, casi, casi, surge otro chape. Fue en broma, pero... ¿qué tan en broma?

  Uno de esos días, del año siguiente, la parejita del curso, nos invita a los dos a salir un finde. Aceptamos. Por alguna razón, nos daba la impresión de que nos veían como la parejita gay del curso también. Re loco. Nos reíamos mucho de eso, ya que no había pasado nada, jamás. ¿Todos olían ese quilombo de hormonas, menos nosotros? ¿O cómo era el asunto? Bueno, en fin, continúo.

 Aquella noche, nos fuimos al cine, luego a cenar, compramos unas birras y terminamos en la placita del barrio a eso de las dos de la mañana. Por alguna razón, de todos los bancos que hay, elegimos sentarnos en el piso. Ellos dos, normales (el uno al lado del otro) y yo, sentado encima de su pinocho, POR SUPUESTO. Como debía de ser. Como el tata Dios manda.

 La cosa es que, nos pusimos a jugar a las cartas y, en un momento, una de ellas, se me vuela. Para ir a buscarla, no me pongo de pie, no. Como estaba ahí nomás, me pongo en cuatro patas delante de su cara. A centímetros de su bello rostro, exhibiéndole mis pompas abiertas justo antes de volver a devorársela de un sentón. Encima, después los muchachos pusieron música. Fue la peor idea que se les pudo haber ocurrido.

 Para aquella ocasión, no fui hecha una femme fatale. Solo me puse un joggin bien discreto. El único detalle, es que se me pegaba mucho a las carnes traseras. Entonces, sumado a la acción de ponerme en cuatro, generó que quede como una putona calienta pitos. En el fondo, sí lo era, pero no fue tanto mi intención en ese instante. Ya daba por perdida aquella batalla con ese chico.

 La canción me gustó tanto que, sin darme cuenta, para bailar, tuve que brincar, olvidándome que, debajo mío, se encontraba el agustinito. La chica de la pareja que nos acompañó, me susurra un "cuidado, boludo, te va a terminar culeando". La miré con cara de "eso es lo que quiero, precisamente". Nos reímos como boludas. Continúo en mi mambo moviéndole el orto de arriba a abajo.

 La gota que rebasó el vaso, fue cuando gané la partida. Lo festejé meneándole el ojete sin vergüenza. Mi sorpresa fue que, esta vez, sí resultó. Su pija se empezó a parar. A tal punto, que, a medida que se le iba poniendo tiesa, quedaba cada vez más sentada sobre su tronco cárnico, con las dos nalgas separadas solamente por su grueso falo. Era la primera vez que se le ponía dura por mí (o, por lo menos, que me entero).

 En lugar de dejarlo en paz, frotaba mi zanja abierta, un poco más. Eso, la engarrotaba más, por supuesto, hasta que le aplasté la verga de un culazo. Pobrecito. Pero, en lugar de dolerle, le encantó. No podía dejar de erectarse. Llevó su torso para atrás, se apoyó en el suelo con sus manos y se puso re pajero mal. Le dieron unas ganas terribles de culearme. Me lo dijo al oído.

 Despacito sentía que movía su verga, frotándola entre mis cachetes, en mi zanja. Con mucha carpa, que nadie se entere de que me la estaba poniendo toda. Qué rico se sentía ese aroma a peligro, porque no queríamos calmar nuestras alocadas hormonas a pesar de que teníamos compañía. ¿Debíamos tranquilizarnos y esperar a que se vayan? Se ve que para él, la respuesta era que "no". Ya que calenté la pava, ahora, tenía que tomarme el mate.

  "Qué pena que no sos una mujer, sino, te la pondría toda -me repetía cual mantra con una voz agitada, tan cerca del oído, como podía-. Tenés mejor cola que cualquier mina que haya conocido. Me hacés ratonear mal. Las pajas que te habré dedicado". Me dejaba colorado el pabellón  auricular con solo pronunciar estas palabras libidinosas que salían de su boca.

 ¿Les dije que nunca pasó nada? Mentí, gente. Una vez que se fueron a comprar unas birras y pudimos, por fin, quedarnos solos por un rato, le bajé un toque el pantalón, le corrí el bóxer, hice lo mismo conmigo y sucedió lo tan ansiado por ambos. Mi culito mordía su viborita para agarrarlo y poder pajearlo lo más bien, hasta que me escupa en la colita. Qué rico, papi.

 Cuando, de lejos, vimos volver a la muchachada, guardamos todo lo que teníamos fuera. La cagada es que no habíamos terminado ni a palos. Seguíamos re calientes y con unas ganas terrible de sacarnos la leche. Aprovechando que seguíamos solos, como un maldito que es, se acercó a mi oído y me dijo, casi como un secreto: "esto, no se va a quedar así". Claro, como al fin pudo ver mi culito desnudo, delante de sus ojos hambrientos, sus ganas crecieron (igual que su verga).

 Tratamos de calmarnos para poder caretear estas ganas locas que teníamos. Nos sentamos bien. Intentamos pensar en cosas que enfríen nuestra mente, pero, al menos yo, no pude. Seguía con unas ganas inconmensurables de que me la ponga toda. De que me arranque la ropa y me arrebate estas ganas de sexo desenfrenado. Eso se notaba con cada mirada que le daba.

 Cinco birras más tarde, a eso de las tres y pico, luego de charlar largo y tendido, encaramos todos hacia nuestros respectivos caminos. Cada pareja por su lado. Opuestos el uno del otro. Bastaron solo dos pasos largos bien dados para llegar a la esquina, y un par más para alcanzar el rincón más oscuro de la misma cuadra, donde pudiésemos descargar los deseos que veníamos acumulando hace meses, de la forma correcta.

 No hizo falta ni beso, ni nada. Solo ver que ya no estén dentro de nuestro radar de visión, decirnos las palabras mágicas, mirarnos con lujuria y buscar el lugar más oscuro que podamos hallar. Todo eso nos llevó nada de tiempo. Nomás debía agarrarme, llevarme e indicarme para dónde deseaba que nos internáramos, buscar nuestro nidito de amor momentáneamente.

 La calentura nos llevó a arrancarnos la ropa de la parte baja, sin pensarlo. Por mi parte, solo me bajé el joggin, me corrí la tanga. En cuanto a él, lo mismo. Cayeron rendidas hasta nuestras rodillas. Me puso contra un árbol que había ahí y me abría las nalgas a vergazos a su merced con cada embiste que me pegaba. Ay, papito, esa pija larga (de unos 19 cms, aprox), sí que me hacía temblar.

 Me agacho un toque, para poderla sentir mejor. No me equivoqué, las sensaciones se acrecentaron solo con eso. Por lo menos, para mí. No lo podía creer. Encima, su cadera no era la única que hacía un estruendo sabroso al colisionar contra mi piel, no. Sus manos enormes, también lo hacían, y era un placer infinito al que me sometían. Me volvía loco ese hombre.

 Luego de esto, me agarra de la cintura (con la chota adentro) y se sienta en el borde de la plaza, donde me obligaba la posición a darle de sus merecidos sentones en su pedazo. Era yo quién manejaba la situación ahora. El que dominaba la jugada, era yo. Así que... recibiría de su cuota de satisfacción, cuando a mí se me daba la regalada gana, y a aguantarse. Al que no le guste, que se joda.

 Por supuesto que, los culazos que recibiría esa verga, iban a ser corridos. No la iba a hacer desear ni un poco. Si fuera por mí, se la daba toda ya mismo. Era lo que más queríamos ambos. Complacernos hasta la última gota de amor. Saciar nuestros impulsos más libidinosos en los pocos minutos que teníamos para sacarlo todo. Así se sentía, era ahora o nunca.

 Luego de eso, me avisa que quiere acabar. Me da una nalgada para ponerme de pie. Le obedezco. Se para él también. Me hace arrodillarme delante suyo, para tirarme cada gota de guasca que salga de su glande. Así fue, después de un rato jalándosela sobre mi lengua juguetona, su pinchila se decide, al fin, expulsar todo su rico juguito blancuzco en mi carita. Sobre todo, la deposita sobre mi frente, mis ojos, mi nariz y mi boca. Es más, me queda una corrida en la mejilla.

 Le sostuve la pija, mientras le pasaba la lengua al costado. De norte a sur, se la embadurné por completo en mi saliva. Le comí los huevos. Volví a caminar por el tronco hasta alcanzar la tan ansiada puntita. Garganta profunda bien salvaje de unos cuantos segundos. Otra vez se repite el ciclo, una y otra vez. Es que no quería que se vaya, sin que pruebe mi talento con la lengua. 

 Terminamos juntos. Nada más que, yo, lo dejo sobre el piso, para más tarde sentarme y embarrarme las nalgas con ella. Creo que, lo que más quería, era un lechazo en la cola, por eso hice eso. Pero no puedo negar que, un facial, es lo que más me gusta. Lo mejor del mundo mundial. No lo niego ni a palos. Peor aún, si es con tantas ganas y tanta mema cayendo de lleno en mi rostro.

 Ni bien acabó, me la seguí pasando por la boca. Le besé la puntita, hasta volver a devorármela por completo, solo dejando sus huevos por fuera de mi boca. Claro, acariciarlos con los labios. Si podía con la lengua, ¿por qué no? También. Le daba de latigazos con la misma. No podía parar. Lo vi estremecerse con todo esto. ¿Mi nuevo objetivo? Era que, esa pinga, no se duerma.

 Por fin pudimos expulsar estos "demonios" que se venían acumulando en nuestras mentes (y otras partes, claro). Ya con la poronga limpita y casi dormida, se sube el lompa. Yo, hago lo mismo, me acomodo para que nadie note lo que sucedió aquí, hace un instante. Que nadie más se vaya a enterar de esto. Será nuestro secreto mejor guardado, del que solo sabremos los dos. 



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