Festianal.

 En Caseros, hace ya algunos años, se llevó a cabo un mini festival. En él, pasaron los más que consagrados Auténticos decadentes y Kapanga. Bandas que amo con todo mi corazón.

 Esa misma mañana, entonces, me puse una remera negra cortita de Kapanga, un pantalón de bambula (o más conocida como "pantalón hippón") viejo y rotoso que tenía, y desfilé directo para lo de mi amiga.

 Allí, conocí a un más que variopinto grupo de personas maravillosas, de las cuales, me enamoré al instante. No conocía a casi nadie de ahí, pero me permití ser extrovertido un rato. Pasarla bien.

 Todo transcurrió normal en el trayecto. También en el comienzo del show de las primeras bandas under. Pero, en cierto momento, se nos acerca un muchacho muy copado, interesante a charlarnos un poco.

Se trataba de Hugo, un pibe de tez blanca, morocho de pelo, bastante alto, flaquiiiito, ojos negros, parecido a Fido Dido, ¡Ja, ja, ja, ja! Tenía una remera de Zeppelin y un short deportivo de River.

 A todos nos cayó joya, pero andaba muy sociable charlando por doquier a todo mundo. Después nos dimos cuenta el "porqué". Resulta que era el baterista de la banda que tocaba dentro de un rato.

 Al verlo en el escenario, quedamos flashando y, como si se tratara de un hiper-famoso, choluleamos durante toda su función. Igual ni nos registró, nos encontrábamos bien lejos de los artistas.

 La verdad es que siempre estuvimos sentados en el césped del recinto (era un lugar abierto). Estábamos en el sitio indicado, ya que no encontrábamos demasiado lejos, ni cerca, entonces, se podía charlar.

 Finalizado el mismo, se bajó a buscarnos. Se acercó nuevamente para conocer la opinión que desarrollamos de su música. Fue excelente, así que... no pude decirle nada malo. Me había encantado.

 Juro que trataba mirarlo a los ojos, porque yo, como ya dije, estaba sentado. Él, de pie, enfrente mío. Me era complicado retener las pupilas estáticas en su rostro, sin bajar, aunque sea, un ratito. Yo quería.  

 Haciéndole ojitos y con una sonrisa inconsciente, le comenté que me había encantado el estilo hard rock que hacían. Era la verdad. Sonaban muy AC/DC, banda que amo profundamente.

 Agradeció encarecidamente mi sinceridad. Se percató de que realmente le habíamos prestado atención. Eso lo sintió como un piropo. Lo apreció y se le notó muchísimo. Me generó ternura aquello.

 Le comenté que le había tirado un beso desde acá y, me contestó con un "uy, qué pena no haberlo visto, para devolvértelo". Me sonrojé toda. Te juro, estimadísimo lector. Fue un momento muy "tiernis".

Al hacerse cada vez más de noche, las agrupaciones que se iban acercando, tenían cada vez más notoriedad. No solo en el circuito under, sino, también en el ambiente mas "mainstream" (por así decirlo).

 Los decadentes por fin llegaron. Me agarra de la mano y me propone ir a bailar. Miro a mis amigos para "preguntarles" si no les molestaba dejarlos. Claramente, la respuesta fue afirmativa. Acepté. Fuimos.

 No nos bailamos todo el repertorio, eso está claro, ¿no? Pero, lo cierto, es que cada tanto volvíamos con los pibes para ver que todo esté bien. No abandonarlos tampoco. Que sepan que está todo en orden.

 La fiesta estaba por llegar a su fin, pero no lo nuestro. Los roces se hacían cada vez más evidentes. La atracción no venía solo de mi parte, por suerte. También la sentía él, y me la hacía sentir, por su pollo.

 Uno de las franelas que recuerdo, era la del momento en que "lo empujaron" hacia mí, y le sentí todo el ganso frotarse con mis cachetes. Ambos pestañeamos al unísono, en son del placer. Fue muy rico.

 Otra, fue cuando, en medio de un paso de baile que intentábamos llevar a cabo, le toco, sin querer, el bulto. Es que, movimos tanto las manos, que se estrellaron ahí. Nunca otra parte no sexual, ¿no, Gabi?

 Y, la última, haciendo el famoso pasito del cuarteto, pero en un tema cumbiero de ellos. Me terminó tocando él, adrede. Porque, claro, me lo debía, me dijo. Traté de no sonrojarme, que no se note.

 Los "deca" habrán terminado, pero... nosotros, recién estábamos arrancando. 

 Nos sentamos un toque con la muchachada. En círculo. Comí un poco de lo que había sobrado del almuerzo de hoy. Lo que habíamos llevado y morfamos entre todos. 

 Las primeras notas kapangueras dieron pie a un aullido grupal que se debe haber oído hasta en Neptuno. Fue tremendo. No les bastó con los que ya pasaron. No. La gente, todavía, quería más.

 Así es, una enorme masa de personas se amucharon cerca de la tarima que albergaba a todos los músicos. La energía se palpaba. Todos deseábamos Rock. Estábamos famélicos de ello.

 Por alguna razón, nos acercamos a la valla que estaba cerquita de ellos. Lo más cerca posible de los integrantes. Le propongo que se quede detrás mío, solo para cuidarme del gentío. Guiño, guiño. 

 El apretujamiento, nos pegaba demasiado. Casi que creí que éramos uno sólo. Era carne de mi carne. Esta situación lo llevó a poner los brazos contra los postes que conforman las vallas, para poder zafar.

 El restregón se volvió cada vez más intenso. Al borde que sentía su verga poniéndose re dura sobre mi cola. Lo miraba y se ponía incómodo, pero, al toque, le hice entender que me encanta. Que no pare.

 Para que no se avergüence tanto, corrí su short para hacerle lugar a mi mano, le agarré la pija y se la amasé. Para todos lados le hice la pinchila. Tenía el tremendo rifle bien duro. Para esa altura, su bóxer, seguramente, ya no aguantaría más. Cierto, no se había puesto. Qué pajero me puse con eso.

 Por su parte, él no se quedó atrás. Al darse cuenta que yo quería pinga, me quiso devolver el favor metiendo su mano en mi pantalón, en la parte trasera. Todo con tal de darme un poquito de cariño.

 Uno de sus traviesos dedos, se deslizó hacia mi rajadura. Elevó la tira de mi ropita íntima (que, por cierto, se calentó al percatarse del tipo que era) y me lo coló por unos minutos que parecieron eternos.

 Sin importarle una mierda, se corrió el short, peló la berenjena esa que tenía colgando, me bajó el pantalón lo suficiente, me corrió la tanga negra que me había puesto y me la mandó a guardar todita. Bien rico.

 Se movía de atrás para adelante, pero, a mí, me hacía mover de arriba a abajo. Despacito, que nadie se entere. Que sea un secretito entre él, yo, los allí presentes y quien se encuentre leyendo este relato.

 Se mordía los labios mientras me daba masa. Cerraba los ojos, estaba completamente entregado. Gemía pegado a mis oídos, para que escuche todo lo que tenía para decir. Además de que me mordía el cuello y me lo sujetaba con fuerza, casi ahorcándome.

 Por mi parte, trataba de caretear mi orgasmo para que no seamos atrapados. Que nadie note que estábamos culeando de lo rico. Era una tarea bastante ardua.

 Cada tanto, se escupía la garcha para que me entre toda. Enterita. Para mandarla toda bien fuerte, tal y como a él le gustaba. 

 Apreté los músculos del anillo de cuero para hacerle vomitar el enano y, así fue. Solo habrán pasado dos minutitos después que lo hice, salpicando como un desgraciado. 

 La mayoría de sus renacuajos fueron a parar a mi hoyito, pero como la sacó, también manchó una de mis nalgas y a mi isquiotibial. Concluido el asunto, escondió su rifle por dentro de su short. Yo, por mi parte, también. Me limpié así nomás, me acomodé la tanga, me subí el pantalón e hicimos de cuenta que no pasó nada.

 Nos acercamos a los pibes cuando sonó el último aplauso al conjunto estelar de la noche. Estaban levantando lo que dejamos en el pasto. Botellas, algo de comida y manteles, fueron los sobrantes que debían guardarse. Lo demás, al cesto. La salida era el siguiente paso.

 El señorito me estuvo hablando hasta la parada del bondi. Quedó completamente satisfecho, por lo visto. Yo no, quería memona todavía.

 Eran casi las doce. Algunos debían tomar otro medio de transporte. Otros, debían ir para otro lugar. En definitiva, me dejaron sólo. Sólo con ese papucho.

 Al ver esto, Huguito decidió acompañarme un rato, ya que era una calle bastante oscura. Acepté.

 Fue muy lindo de su parte. Le agradecí el gesto. Me dio a entender que, al lado del orgasmo hermoso que le hice pasar, este favor, era NADA, por lo que, no le costaba hacerme la gamba en esa.

 No quise admitirle que para mí fue grandioso también, para que no se agrande (porque sí, era medio agrandadito, fanfarrón). Pero no me pude aguantar, lo tuve que decir. Y sí, efectivamente, le quedó el ego por las nubes.

 Se hizo larga la espera. Por suerte, él me entretuvo, lo pude conocer un toque más. Me comentó de su trabajo, hobbies, la familia, entre otras cosas. Tenía una hija de tres años con una ex pareja que, maduramente, lograron acordar desintegrar la relación.

 En esa, tuvo unas ganas insoportables de mear. Se puso de pie, se arrimó al cordón de la vereda, corrió su short a lo largo del pene y meó. Yo todavía, le hacía jodas con que va a pasar el colectivo y le va a arrancar el miembro.

- "Ojalá fuera tan larga -me dice-, pero, con mis casi 20 cms, me conformo". Yo, me babeaba y, este, deseando tener más. Pará un poco, loco. Dejá de quejarte que ya tenés la trompa de un elefante ahí.

 Se dio vuelta mientras se la sacudía, con el glande completamente fuera. Se acercó a mí, en son de convidar. Me vio cara de hambriento parece.

- "Asqueroso. Sacudí bien eso y después hablamos", le dije, mientras me intentaba tapar el rostro para que no me alcance alguna gotita de orina.

- "Hace un rato no decías lo mismo. Al contrario, querías más carne por popa, insaciable". Definitivamente, este pibe, me sacó la ficha. Me agarró en el aire.

- "Basta -le retruqué-, sentate que, en cualquier momento llega el colectivo y no me lo pienso perder. Volviendo al tema anterior, sí, a mí también me encantaría tener más de cola. No sé, algo mejor".

- "Pero si tenés un culo gordo y precioso, ¿qué flashás? También es lampiño, como me encantan a mí. Gran parte de toda la guasca que me saltó, fue por ese ojete macizo que me agrandó el chorizo". Lo poeta me enamoró. Realmente me supieron cautivar sus palabras soeces, su furia al relatarlo y lo visceral que era. Sin tapujos. Parecía sincero.

 Lo más atrapante de aquella secuencia, además, fue que le iba creciendo. Se la sacudía. La agitaba sobre la palma de la mano para revivir ese hermoso monstruo.

 Mis labios, se convirtieron en un desierto que debía ser humectado por mi baba, mi lengua. En su perspectiva, era un pasivo mirando fijamente esa manguera de carne que se le formaba con tamaña inflamación.

 Sonrió, dándose cuenta de lo que sucedía por dentro mío. Era muy obvio que no paraba de ratonearme con todo eso. Ya era alevoso lo mío.

 Me hizo tantearle el aparato. Lo hice, porque, claro, no puedo desobedecer yo. Mis mimos no ayudaron en nada, siguió creciendo hasta tenerla enorme.

 Me hizo un gesto con la cabeza y la ceja, como invitándome a ir más allá, a otro lugarcito. El sitio se encontraba detrás de la parada, contra un alambrado que no permitía el paso a un terreno baldío. Muy romántico, la verdad.

 Sinceramente, no me interesó que no sea el gesto más tierno que tuvieron conmigo. Fui de todos modos. No me quedaba otra. Me hervía la cola. No voy a ser deshonesto, no busco romanticismo tampoco.

 Me puse de espaldas a él, frente al alambrado. Entregadísimo estaba. Me dejé llevar por el ardor anal que contenía. Mi culito pedía pepino a gritos, era evidente. 

 Se escupió el glande, lo esparció por todo su miembro y empujó para que, furiosamente, penetre en mi ano abierto. Mis cachetes le dieron el visto bueno, se corrieron y permitieron que ese salchichón se adentre.

 El alambrado se agitaba ferozmente, como si se tratara de toda una hinchada fiel, pero enardecida que alentaba a su club favorito. Nuestros gritos también se le asemejaban bastante.

 Bajé un poco más mi pantalón, para sacar la chota al aire y poder pajearme sin que deje de darme bomba. La metí entre los espacios que formaba cada alambre para que me ayude a masturbarme.

 A los pocos minutos, logró que me saque toda la leche. Fue tan rica la culeada, que no duré mucho. Fue la fiel demostración de que quedé encantadísimo con su "performance" sexual.

 En tanto, continuaba en lo suyo. Era bastante durador, a pesar de que le hacía cosas para deslechearlo al toque. Podía sortear bien mis obstáculos. Encima, me cogía hermoso. No quería que me la saque nunca.

 Después de tanto bombearme el culo, me advierte que está por acabar. Le aviso que la quiero toda en la cara. Que me muero por probar su lechita. Que ando sediento de su mema caliente.

 Todos esos comentarios, mezclados de gemidos, generan que toda su esperma se suba velozmente hasta la punta de la chota y desee erupcionar como un volcán.

 Me la saca del orto, me arrodillo ante él, le abro la boca y espero a que su memona exquisita se vuelque por donde más le plazca. Siempre y cuando sea mi rostro, claro.

 Así fue, cada gotita se estroló contra mi cutis facial, en espacios que parecían ser inverosímiles o irrisorios. Rincones que ya habían sido bañados de chele, pero... que, de todos modos, me resultaba así.

 Mi ojo izquierdo fue el más afectado. Pero ninguno más ridículo, como mi nariz. Casi me dificultaba respirar. Hasta que me lo destapé. Nos dio muchísima risa, un poco nos sacó de la zona "hot".

 Mientras me limpiaba, un colectivo se aproximaba. Efectivamente, era el mío. Le hice el gesto para frenarlo. Casi que se me escapa el muy desgraciado.

 Huguito espantado, me escribe su número en el celular para que no se corte esta bonita amistad (ejem, ejem). Para que sigamos viéndonos, saliendo o hasta comiendo juntos (guiño, guiño).

 En fin, paro al bondi, le indico que voy a Liniers y pago. Me voy para los asientos traseros donde había para sentarme. Lo saludo desde la ventana.

Al momento de indicarle mi destino al chofer, el tipo me mira raro. Con cara de susto. Y sí, es que no me quité el lechazo que aterrizó sobre mi pera. El susto fue épico.

Con la mano le digo adiós a este muchacho desde el colectivo. Hermoso día de música y sexo.

 


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