Cremita (parte I).

 Siete de la mañana en Mar del Tuyú. Aprovecho el incipiente solcito para ir solita a asolarme un poco, total estaba demasiado pálida mi piel y necesitaba un beso del astro rey que me deje colorada. Además, no hay nadie allí a esta hora. Me pongo un shorcito, agarro un toallón, protector solar y listo, ya está, a la playita.

 Una vez allí, encuentro un rinconcito cerca de un médano. Pongo el toallón, me siento encima, me saco el short para quedar solo en tanga. Solo restaba pasarme algo de la crema para proteger mi delicadita piel de las insanas quemaduras del sol, así que... me paso en los brazos, en las piernas, la panza, pero... ¡OIGA!, falta una parte.

 Al percatarme de ello, me empiezo a preocupar. Claro, en mi afán por tener privacidad para tostarme sin vergüenza a que me vean mis amigos, me fui sola, pero no calculé eso. ¡Qué bolú...!, empecé a lamentarme. Al pedo, porque, más pronto que temprano, aparecería el alma caritativa que me salvara de ese incierto destino.

 Estando boca abajo, con los codos bien firmes apoyados sobre el toallón, pasaba un morocho en short, con el torso bien bronceado. Se me hizo agua la boca. Luego de eso, me limpio y le pido el favor de que me dé esa manito que tanto me hace falta. Esa maldita manito que me hubiera venido bien que sea alguno o alguna de mis amigos.

 Con todo el amor y la paciencia del mundo, le explico al flaco este que me encantaría que me ayude. Como el pibe era re contra macanudo, accede. Me enamoré ni bien aceptó sin chistar, un amor es. Quedé toda empapada en cuanto dijo que sí.

 Se arrodilla ante mí, a centímetros de mi cola. Primero pasa sus rudas manos sobre las lomas que conforman mis nalgas, en son de limpiarlas, de quitar alguna molécula de mugre que ose en posarse sobre ellas. Fue un acto mucho más que amoroso.

 Luego, se echó del spray abundante crema sobre las manos, se las frotó y comenzó su proceso de protección solar. Arrancó por mi espalda, bien arriba. Fue bajando, masajeando de a poco, hasta alcanzar (¡MÍNIMO!) a las zonas paliduchas de mis caderas.

 Una vez más se gatilló una buena cantidad de líquido, pero, en esta oportunidad, fue para atacar mis nalgas (más concretamente, el sector norteño de las mismas). Lo hacía lentamente y, a su vez, bien fuerte, apoyando su peso sobre cada brazo. Lo estaba haciendo bien rico.

 Entre tanto, charlábamos de lo lindo. Lo interesante arrancó cuando se sumergió a masajear mis cachas. ¿Que "cómo", estimado lector? Simple, ni bien me tocó esas zonas, me empezó a hacer tiritar de la excitación, ya que lo hacía demasiado rico. Le daba tremendos cachetazos a mis mofletes.

 No podía creer lo delicioso que se sentían sus manos recorriendo cada sector de mis pompas. Encima me decía y me preguntaba cosas con doble sentido, como "¿lo sentís bien adentro?" o cosas de ese estilo que me ponían los pelos de punta. Las risas cómplices y/o picarezcas, no tardaron en llegar.

 En un momento, me las estiró tanto, que llegué a sentir algo durito allá atrás. Sí, ya tenía una más que  interesante erección y me la hacía sentir con las nalgas. Pero no le di bola, porque estaba muy metida en la hermosa sesión que me estaba brindando gratuitamente.

 Una vez terminado el asunto, me las limpia de arena y me hace saber que esto no sería gratis, algo tendría que darle a cambio. De alguna forma debía pagarle al pobre muchacho, no podía haber desempañado tan buena labor e irse, así como así, con las manos vacías.

 Si tenía algo en mente, debía decírselo prontamente para discutir la forma de pago, ya que todo esto (mientras me manoseaba todo el orto), me produjo esto, decía a la vez que se le salían los colmillos y chorreaba babas como una catarata.

 Quedé boquiabierta totalmente al darme vuelta y percatarme que era cierto, la tenía re dura. Ese pantaloncito ya le empezaba a apretar la pija, formando una carpita sexy que no paraba de tocar desde la punta hasta la parte más baja que le permitía la prenda que tenía puesta.

 Como ya tenía el corpiño de la malla casi salida, me la terminé sacando totalmente, quedando completamente en tetas. Esto provocó que, las manos del susodicho muchacho, las quiera acariciar con total impunidad. Sin preguntar, ni nada.

 No le importó un carajo que estemos a plena luz de la mañana, en una playa pública donde cualquiera pudiese encontrarnos haciéndolo, ni que yo no le hubiera dado el consentimiento requerido para abordarme de esa manera. Solo le importó saciar su hambre de sexo... éramos dos.

 Como yo no le decía ni "sí", ni "no", solo había quedado boquiabierta mal, diciendo que no lo podía creer en sus distintos sinónimos habidos y por haber en los actuales existentes idiomas, el chaboncito siguió rozándome el muñeco por la cola. Estaba espectacular, no me podía oponer.

 No paraba de besarme, con unos besitos tiernos y a su vez sexuales. Tampoco dejó de atacarme el cuello con su sensuales labios. Menos que menos de mecerse encima de mi cola, hasta que su pinga se endurezca, no como una roca, sino, como un metal directamente.

 Lo excitaba mucho más el hecho de saber de que, en Capital, se encontraba mi novio, aquel que no quiso acompañarme y prefirió quedarse para salir con sus amigos. Aunque ya, muchos de ellos, me habían confesado lo putañero que era, lo mucho que me había cagado, así que... procedí con esa verga.

 Por fin peló la verga. Se puso delante mío, se bajó un toque el pantaloncito blanco que tenía puesto (lo suficiente), y permitió que se asomara ese pinocho atrevido que tan vivo lo tenía. Estaba con el casquito afuera. Rapadito en su totalidad.

 Miré para todos lados a ver si no había algún degenerado intentando observar gratuitamente el acto. Al notar que un médano nos alejaba de cualquier imprevisto, me entregué al fin escupiéndole la punta del pingo y tragándoselo sin compasión.

 Una de sus manos, que ya recorrieron varias partes de mi cuerpo, ahora estaba sobre mi nuca. Era la misma que me acompañaba en mi travesía a lo largo de esa verga gruesa. Me llevaba a transitar sin asco todo ese jugoso cogote que poseía el muy hijo de puta.

 La cruel jugada de hacerle garganta profunda, lo hacía estremecer mal desde la punta de los pies hasta el último pelo de la cabeza. Una vez que llegué al fondo, el chaboncito empujaba su pelvis inquieta bien profundamente en mi jeta y lo hacía sin parar.

 En cuanto las arcadas se hacían presentes, me soltaba para que yo pueda alejarme y disfrutar de la riquísima babita que se rebalsaba de nosotros. Entonces, la agarraba para luego pajearlo con la boca con toda la impunidad que se me fuese permitido. 

 Por ver si venía alguien, moví mi cabeza hacia los costados, haciendo que su verga forme una montañita dentro de mis cachetes. Parecía que me cepillaba los dientes, pero no, era su pijota que se adentraba ferozmente en mis cavernas bucales.

 Se puso toquetón, ¡ay, por Dios, cómo lo hacía ese hijo de puta!. Me coló zarpadamente mal unos dedos bien adentro del culo desde aquella perspectiva. Se hacía el que me quitaba la arena, pero su única intención, era la de hacerme tronar las nachas con las palmas.

 No sé cómo, pero, para esta altura, un enorme chorro de baba colgaba de mi pera. Me percaté ni bien me desprendí de su pito. Bah... en realidad, fue mi chongo el que se rescató de ello. Me advirtió que lo tenía, sacándomelo con la punta del choto.

 Para nuestra desgracia, en un momento, un corredor y un par de caminantes, rondaban por ahí en sentidos opuestos entre sí, pero alejados a nosotros... ¡POR SUERTE!. Ninguno se pudo dar cuenta de lo que ocurría entre ese médano degenerado.

 Ni bien se pasó ese susto de mierda, yo me relajé y él volvió a pelar la poronga, ya que se había puesto el short otra vez. A pesar de eso, se le re notaba esa tremenda erección. La tenía demasiado parada el hijo de puta, no podía ocultar todo eso.

 Los invasores se fueron, pero no por mucho. En cuanto puse mis labios lascivamente sobre ese glande, otro "runner" se hizo presente. Maldita sea, eran viejos gordos, ¿por qué les pintó hacerse los sanos ahora que tenía una buena pija para desayunar?

 Nos hicimos los que estábamos charlando, a pesar de yo estar en tanga tirada sobre la arena y él frente a mí. Por suerte, desde su perspectiva, ninguno podía ver algo, debido a que mi cabeza tapaba cualquier atisbo de sexo entre ambos.

 Tan molesto fue, que el pobrecillo tuvo que levantarse para espiar por si las moscas. Como no vino más nadie, al fin pude abrir la boca con toda la furia y tener ese chotón hermoso metido. Por estar espiando, miré para otro lado, sin notar que el otro estaba con los pantalones bajos dispuesto a ser devorado.

 Otra vez me tenía atragantándome con su precioso chorizo. En cuanto me salí, rocé mis labios en su frenillo para usárselo cual lápiz labial, pero que, en lugar de pintarme de rojo, me pintó de blanco. Unos buenos hilos de líquido preseminal me bañó los mismos.

 Esta vez sí, parecía que, al fin me iba a dar de su mema calentita. Tanto acogotar el ganso un buen rato, terminó soltando todos sus pibes crudos que fueron a dar a mi cara, y que quedaron pendiendo de mi pera, pero también de mis mejillas. Las cuales, poco después, terminé sacándolo con unos dedos.

 Quedó de cama el desgraciadito. Por suerte, él pudo sacarse la leche, pero yo, sin embargo, quedé con la colita caliente. Quizás, pronto pueda saciarme un poquito... o eso espero.

 


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