La herramienta y el baúl.

Me dirigía a pagar unos trámites con un amigo. A la vuelta, como escuchamos unos ruiditos raros, encaramos un taller que había por ahí, por Liniers. Estábamos cerca de la casa de ambos, así que... no había dramas en hacer tiempo. Entrando al taller, nos recibe un muchacho que nos pide que esperáramos al mecánico, que estaba haciendo no sé qué.

Yo, haciéndome el que sabe, me puse frente al capó abierto, mirando el motor. De espaldas a la puerta de donde, se suponía, estaba el profesional en autos. Seguí esperando, inclinado frente a esta increíble ingeniería, que era para mí. Me vestí con ropa común, nada sugerente. Pero, por alguna razón, se me marcaban las posaderas en la vestimenta.

El muchacho llegó y, ni bien se apersonó, hizo una observación bastante soez sobre mis glúteos. "Yo le metería la mano a ese baúl", admitió. Ni bien dirigí mi mirada hacia él, para propinarle las groserías mas vulgares que pudo haber escuchado algún cristiano sobre esta Tierra, me quedé obnubilado de amor.

A pesar de la cantidad de grasa que contenía su cara, no impidió poder ver sus hermosos rasgos (sus toscos, pero masculinos rasgos). Como tampoco su mameluco pudo ocultar sus brazos enormes y tatuados, ni su abundante bulto que relucía por ahí. Era imposible. Quedé con la boca abierta (y la cola también).

Me pidió que hiciera a un lado el "baúl" de su lugar de trabajo. Esa forma de dirigirse a mí, me hicieron empaparme en sudor que recorrió hasta mi colita. Se supone que, el problema, provenía de algo suelto en el motor, o algo así. La verdad, no le presté atención. Por suerte, mi amigo sí. Me pidió que le pasase un par de herramientas que estaban a mi lado. Con mucho gusto cooperé. Entre tanto, opinaba sobre lo que había sucedido en el automóvil, me tiraba un par de sonrisas que me sonrojaban. Estaba re baba. Para colmo, haciéndose el sexy, se pasó un par de veces la llave inglesa por los huevos. Le eché varias ojeaditas.

Al finalizar su trabajo, el cobro se volvió de mil pesos (para ese entonces, era una barbaridad, un dineral). Ambos quedamos boquiabiertos, por lo que intentamos hacer una vaquita para pagarle. Como no llegábamos, y, basicamente, me sentía culpable de semejante cifra, le pedí a mi amigo que me esperara afuera. Que, en un rato, todo se solucionaba. Así es, querido lector, a cambio de su descuento, ofrecí el "baúl" que tanto le había gustado al susodicho. Dicho sea de paso, no me costó nada abrirlo para él.

Sin que su ayudante nos note, lo agarro detrás del auto, para menearle un poquito para su deleite, manosearle la herramienta de carne también y, además, le moví la carrocería por encima de la misma. Ya lo sentía contento. Se da vuelta para avisarle al pibe que trabajaba para él, que se iba a ir un rato a su "oficina" para discutir unas cosas sobre el monto. Que nadie nos moleste PARA NADA. Nos adentramos, cierra la puerta, me apoyo sobre su escritorio. 

Antes de empezar todo, me pide que revise el segundo cajón. Doy la vuelta, me agacho para espiar (hace lo mismo, pero con mis cachas) y observo que se trata de una tanga roja y una pollerita de jean bien chiquitita. Me los pongo en el bañito que se encontraba allí nomás. Salgo. Lo primero que me percato, es que quedó pasmado con cómo me quedaba la prenda. Me hace seña con el dedo para que me le acerque. Allí voy. 

Me agarra de la cintura mientras nos besuqueamos. Sus enormes manos peludas y grasientas, las dirige sobre mis nalgas, las acaricia mientras me come la boca. Su respiración se vuelve mas pesada. Ya puede resaltar mas el bulto por sobre su mameluco.

Verle eso, me provocaba tremenda excitación. Le bajo la cremallera para terminar sorprendiéndome con que no llevaba nada puesto. Parecía una porno. Al llegar a la parte mas baja, su pene, se desvaneció, como si se tratase de una paloma. Era un bicho grande que abarcaba casi un puño y medio. Me agaché, abrí la boca para permitirme disfrutar de ese manjar. 

El roce de mis dientes lo volvían loco. Sus huevos largos y arrugados delataban que no era ningún niño. Pero, lo que mas noté que lo perdía (aparte de todo lo que acabo de nombrar), era que me pasara su verga por toda la cara como si se tratase de una crema.

Me hizo poner de pie, chaparlo un rato más, hasta que se decidió a ponerme de espaldas, contra su escritorio. Sacadísimo, empujó todo lo que se encontraba allí con el brazo. Logré divisar que había una foto de una mujer que cae boca arriba sobre el piso.

Me apoya la verga, con pollerita y todo. Comienza a juguetear. Me hace inclinarme contra el escritorio. Se asomaba un poquito de la bombachita que llevaba puesta. Eso, lo pone al rojo vivo. Me baja la tanguita hasta las rodillas y arremete con toda.

Con el fin de calentarme, pone su hermoso pene, lo aprieta con mis nalgas, como si fuese unas tetas haciéndole una turca. Se pajeaba desaforadamente con ellas. Cambia, escupe dentro mío, lo introduce con su dedo, lo lame un poco y, empujando, lo ayuda a meterse con su poronga. Era bastante ancha, por lo que me hizo doler un poquito. 

Me lo empieza a hacer con mucho entusiasmo. Siente lo ajustado de mi cavidad. Estaba tan encantado con lo apretado que estaba mi ano, que empieza a balbucear incoherencias a mi oído. Cosas incomprensibles.

La transpiración no era lo único que humectaba nuestros cuerpos: su saliva, la mía y su líquido preseminal, empezaron a hacer más fácil la penetración. Casi que bailaba. Fue tanto así, que, de un buen empujón, brotó el enorme chorro de guasca que tenía guardado. Se repitió como cuatro veces. Casi que me pidió disculpas por acabar tan pronto, pero es que no daba mas.

Ni bien la sacó, su leche empezó a salir de mi culito, como si la estuviera cagando. La saca acompañado por un suspiro de sexo y guarda su herramienta en sus calzones. Agradeció por mis servicios. Me hizo el descuentito el cual, le pagué, dejándoselos en su escritorio, me vestí y me fui. No sin antes avisarle a mi amigo que ya estaba todo saldado.



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