Negras vacaciones (Parte I)

 Eran vacaciones de verano en mardel, programadas con Eli (sí, mi compañero de andanzas). Pero, esta vez, no teníamos planeado ir a buscar chongos, no (o, al menos yo, no lo había pensado). Solo rondaba en mi cabeza la idea de desconectarme de Babilonia.

 Nos pusimos mallas, cazamos nuestras toallas, lo necesario para tomar sol, plata, sombrillas y nos fuimos a la playita. Una vez allí, buscando lugar dónde quedarnos, nos topamos con un balneario nudista. Nos re llamó la atención eso, ya que nunca habíamos entrado en una. Eso hicimos. Entrar. Nos dijeron lo que podíamos y no hacer. Lo que no era tan obligatorio. En fin, cosas típicas. Allí estábamos.

 Le seguimos dando pata hasta que encontramos un rinconcito interesante (aunque, basicamente, era todo igual, pero buah...), clavamos las sombrillitas y allí nos quedamos.

 Mas allá del horizonte observable (a la izquierda de mi compañero de andanzas) se empezaron a dejar ver unas sombras absorbidas por la perspectiva de la luz. Casi que indescifrables. Se trataba de tres brasileros morochos llamados Joao, Raphael y Luis. Se nos acercaron a preguntarnos cómo llegar a "no-sé-qué-lugar" y se terminaron re contra instalando. Unos capos.

 Rapha y yo, pegamos toda la onda del universo. Parecíamos encajar a la perfección (literal). Mientras el chinwenwencha de Eli se agarró a dos. No paré de reírme y sentirme cautivado con el mío. Estábamos re embelesados con nuestros nuevos amigos.

 Nos pidieron que les mostremos MDQ, que los llevemos a recorrer y ver toda la costa. Yo no era experto en el lugar, ni mucho menos, pero algo conocía por mis anteriores idas. Les dijimos que sí. Obviamente, de todo eso, se ocuparía el internet. Hermosa adquisición.

 En cierto momento, necesitaba que alguien me vuelva a pasar protector, ya que sentía que no me había pasado bien. No sabía cómo avisarle al marmota de mi amigo, que no se entere mi nuevo amigo que quería eso. Pero, se ve que fui muy obvia, porque, Raphi, me preguntó si quería que le pase. Yo asentí sin dudarlo. Debo haber quedado como un pajero. Encima, el lugar era en mi espalda y la parte baja.

 No le importó nada. Agarró el frasco, lo agitó, lo apretó y se tiró todo el protector en la palma. Me pidió que me acostara bien, boca abajo y, ¡PLAF! Manotazo en la espalda. Sentí una mano gigante que, en dos giros, ya abarcó todo. Cuando llegó a mi cintura, hizo un movimiento extraño, seguido de un ruido aún mas extraño. Era que estaba todo contracturado. Después de eso, era una plumita. Le agradecí relajándome completamente.

 -"¿En la colita también?", preguntó con ese portuñol peculiar. Mi carita de pícara sinvergüenza me delató. Obvio que quería sentir sus manotas acariciándome las nalgas. Era increíble. Tenía mucha habilidad guardada. Me hizo entender que era fisioterapeuta, o algo así. De esos que te hacen masajes, te descontracturan y te hacen volver eternamente para... "no-sé-qué".

 Sus manos recorrieron cada recoveco de mis glúteos. Masajearon cada carnaza de mi piel nacarada. Casi me duermo, otra vez. Estaba en el paraíso. Cuando finalizó la sesión, les dio un pequeño golpecito. Sonó como un chasquido para el afuera. Pero, para mí, resonó en lo mas profundo de mi ser. Qué talento. Se me olvidó mencionar que, él, para todo esto, se encontraba de cuclillas ante mí. Pero, cuando aplicó su magia, se tuvo que poner más cómodo. A su término, tan solo yació al lado mío, de costado a mí. Con un puño apoyado en su sien.

 Ladeé solo mi mitad del torso, seguí boca abajo y, desde esa perspectiva, pude contemplar ese bello lomo. Ese físico espectacular. Que no estaba TODO marcado, pero, para mí, era suficiente lo que ya tenía. Soy cero exigente, la verdad (aunque, tengo mis gustos). De ahora en mas, todo es charla y risas.

 Su acento bahiense, a esta altura, ya se me hacía atractiva. Ni hablemos de su piel tostada. Inconscientemente, lo miraba y me mordía los labios. Mi mirada parecía intentar coquetearle. Pero no era yo, eran mis deseos mas profundos que se manifestaban con solo ver a ese hombre en pija. Hombre que ya me acarició hasta el alma.

 Su sola presencia me cautivaba. Pero sin mencionar que, a cms de mi torso, había un chorizo gordo que no podía dejar de pispear cada tanto. Yo creo que él ya se había percatado de ello. Por lo que, encendió la fogata que dio lugar a este incendio. Se manoseaba el ganso cada tanto, con la excusa de "acomodarlo". Me ofrecí a sostenérselo. El diálogo se volvió xxx, sin quererlo. Pero no me quejé.

 Me invitó a ir a nadar para dejar sólos a los tres degenerados que nos acompañaban y, de paso, poder estarlo nosotros también. Jugamos una carrera al mar. Le gané. Mi premio fue la de poder observar en su máximo esplendor esa morcilla gruesa viniéndose hacia mí. Nos quedamos en el lugar indicado en el que el agua, tapaba nuestras partes delanteras.

 Empezamos a salpicarnos, como dos chicuelos. Éramos dos niños en una juguetería. De todos modos, mis intenciones no eran esas. Solamente quería ver ese torso de "Superman" empapado. Era un verdadero Adonis. Un deleite.

 Con el portuñol más básico que le salió, trató de indicarme el sector donde se encontraban nuestros tres degenerados amigos. Sí, Eli ya estaba pasándose el lápiz labial negro en los labios de esos dos mazacotes. De esos dos monstruos enormes. 

 Al parecer, a Raphita, le estaba encantando lo que pasaba. A tal punto, que se agarraba el amiguito y se lo estrujaba con muchas ganas. Con la otra mano, pensé que me abrazaría. Pero no, qué iluso fui. Sus dedos se detuvieron en las lomas gordas que componen mi cola. Las acariciaba.

 Le pregunté si quería jugar a la "Piragua". No sabía cómo era, así que le contesté que era como el teto, pero abajo del agua. Basicamente, le estaba invitando a coger. Como no era argentino, no la captó. A lo que repreguntó qué era el "teto"? Y mi inminente respuesta fue la de "yo me agacho y vos me la metés". Nos reímos, porque se dio cuenta que no era así. Comprendió que él debía interrogar.

 Agarró viaje al toque ni bien entendió. No sé si fue TAN buena idea, porque nos salteamos el enorme paso básico de chuparle la pija. Ablandar un poco mi agujerito con una buena mamada anal tampoco. Pensé que sería suficiente con la enorme masa líquida que nos rodeaba. Pero no para ese GORDO porongón. Me di vuelta, entregado. Sin esperarme la que vendría. 

 Su pija gorda y de veintiún centímetros comenzaron a taladrarme el ojete. De a poco se iba adentrando en mí. Primero corrió mis cachetes. Luego, abrió mi agujerito. Su glande se asomaba y prosiguió con el cuerpo venoso que, debido a la humedad, podía serruchármelo con toda la comodidad del mundo. Eso hizo.

 Me dio como a cajón que no cierra, bien fuerte y parejo. Esa verga me estaba rompiendo todo por dentro. Era muy intenso. Encima, Raphita, me lo hacía rápido. Para colmo, ver lo rico que la estaban pasando los otros, le alimentaba más ese ímpetu libidinoso. Así es, estaba como loquito dándome bomba por la cola. Bien, bien piola. 

 No sé si eran las olas o qué, pero... cada tanto se le resbalaba de mi culo. Quizás sea la euforia de la calentura. Solo sé que su eyaculación llegó, y fue conformado por cinco lechazos bien calentitos. Como finalizamos antes, nos quedamos boludeando lejos de los demás.

 Tras toda esta pantomima, nos arreglamos, no juntamos los cinco, nos vestimos y nos fuimos a comer algo. Estábamos cagados de hambre. Almorzamos. Paseamos por la playa una banda, hasta el anochecer. De allí, volamos hacia algún restaurant, cenamos y terminamos en algún bolichito marplatense. De esos que son muy lindos. 

 Una vez en el hotel, borrachitos, nos dispusimos a dormir. Pero no. El alcohol nos puso mimosos, así que... organizamos un baile allí mismo. Pusimos musiquita y, en joda, les hicimos un Striptease (sí, en chiste, porque no pensamos que llegara a derivar en esto). 

 Juntamos las dos camas individuales y sentamos allí a los morochos. Expectantes, observaron el espectáculo de principio a fin, hasta quedar en tangas. Eli en un bellísimo hilo y yo, en una tanga de encaje roja, de esas que me encantan usar. Meneé a más no poder las carnes que me tocaron tener al compás del ritmo. Nosotras nos cagábamos de risa. Ellos, gozaban como nadie.

 Al darnos vuelta, dijeron "eh... maso. No tanto, eh?" La cosa es que nos engañaban, se levantaron a hacer de cuenta que iban a hacer otras cosas, y estaban totalmente erectos. La canción, el alcohol, la algarabía y las hormonas, nos arrastraron a nuestros instintos más bajos. Sí, tan bajo como esas tres entrepiernas.

 Ahora me tocaba a mí el power trío. Como Rapha ya me había probado, ahora, quería con Luis y Juan (o Joao). Gran idea, eh? Esos dos negros, eran más altos que el anteriormente nombrado. No solo eran más altos, también más anchos... y allá también. 

 Juancito y Lucho, se vienen hacia mí. Me hacen sanguchito. Les saco la remera, mientras me bailan apretados o me besan la espalda. Juancho, que estaba a mis espaldas, deja su huellita labial con besos (no fue literal, no tenía la boca pintada, solo me daba besos). A su vez, Luchito, me recorría con sus manos y me chapaba. Para todo esto, los otros dos, ya estaban en la cama, uno arriba del otro.

 Cuando, al fin, Juano, llega a mi culito para comérmelo, Luchín, me lo abre con sus dedos y me daba besitos de lengüita. Qué rico la chupa. Era un profesional. Casi que acabo. 

 Como le había encantado hacerme eso, se pone de pie, me agarra de la mano y me lleva la cama, al lado de los otros. En realidad, el que se echa en el catre, era Lu. Claramente, quería que le haga un pete y me puse lo suficiente para hacérselo mientras mi otro negro, me come el tirapedos.

 Ahí estaba, frente a mis ojos, una morcilla con una punta menos oscura, como rosadita. Mojadita. Me le abalancé y me arrojé de cabeza directamente. Mi boca buscaba estimular ese muñeco juguetón. Le subía y bajaba el prepucio una y otra vez, con la boca hasta chocar la punta de la nariz con la pelvis. O, tal vez, me ayudaba con la mano.

 En tanto, mi orto, abierto como una flor, esperaba ser fertilizado por el enorme aguijón de un abejorro negro que tenía detrás. Mis nalgas, cuales pétalos, se separaban para permitir que mi estigma quede totalmente expuesto de par en par.

 Ya estaba preparado, bien humectado para que se deslice con la facilidad necesaria que nos posibilite un orgasmo digno. Así fue, su socotroco me derretía de felicidad cada vez que entraba. Pero, como tenía la boca llena, no podía hacerle saber a mi negro que me estaba cogiendo bien rico. Aunque, supongo que lo adivinó. 

 Otra vez mi culito, fue víctima de un torrente lácteo. No sé cuántos fueron, pero sentí varios como con Rapha. Juancito (o Juancho Talarga, como lo apodamos con Eli), se echó al lado del anteriormente nombrado. Todo transpirado. Con gotitas sexis que transitaban sus pectorales duros como una roca. Dios mío, qué caliente me puse. Hasta acabé gracias a él. Manché las sábanas, pero no me importó. Valió la pena esa paja.

 Lucho (que, ya para estas alturas, le decíamos Lucho Portuano) todavía se hacía de rogar en lechearme. Pobre de mí, yo con una sed tremenda, mirándolo como una puta, sacando lo más perra que tengo y este tardaba en dármela toda. Pero no me rendía, porque, cuando quiero algo, lo obtengo, mi amor.

 En portugués, claro, mis tres nenes admiraban cómo chupo pija. Mis métodos, el empeño, la alegría que le pongo a la hora de hacerlo. Todo ese conjunto, los hizo querer curiosear a los otros dos.

En fin, llegó su hora y me salpicó toda la carita. No brotó tanta como con los otros dos machazos, pero fue lo suficiente para mí. Qué ardua tarea, madre mía. Casi que me hizo doler la mandíbula.

 Me quedé dormido encima de estos dos chongazos. Por otro lado, estaban los otros dos, también asanguchados. Caímos rendidos. Bien alimentados con leche, morcilla y huevos.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Caperu-colita rota y el choto feroz.

Pinta mi colita.

Calza justo.