Paja colectiva.

Retiro era el lugar al que me dirigía. Una vez que el tren arribó allí, me bajo. Veo la hora, estaba perfecto. Tenía tiempo de ponerme a leer y todo. Busco un lugar de descanso, tipo living que hay en el mismo lugar para esperar el momento indicado.

Sentado al lado mío, se ubicaba un chongazo morocho de barbita abundante. Me miró, sonrió, le sonreí y continuamos en lo nuestro. Faltando veinte minutos para partir, me levanto y voy hacia la plataforma. Una voz en el altoparlante anunciaba la llegada de mi micro.

Por alguna razón, sentía que no venía sólo. Alguien me acompañaba detrás mío. No era una ilusión mía, se trataba del susodicho morochazo. Otra sonrisa se hizo presente. Le doy mi bolso al chico que me atiende, me da el ticket, le doy al chofer mi pasaje y me subo al bondi.

Como tardé un poquito arreglándome las zapatillas, se me habían desatado los cordones, alguien se me para al lado NUEVAMENTE. Una vez más, era mi sombra, solo que, esta vez, tenía su bulto a centímetros de mi cara. Me resultó un tanto incómoda la situación. Pero no era una incomodidad mala, sino, que era una vergüencita tonta que asomaba por mis mejillas.

Su mirada se dirigió a mí, y casi que percibí una mano que quiso posarse sobre mi nuca, cual abeja lo hace en una flor. Lo sentí como una mezcla entre mimo y un "¡a comerla!". Quizás, nada que ver. Quizás, solo me quiso correr del medio, para subir primero. Pero bueh... en fin, fue un detallito mas en la cuestión.

Cuando me levanto, me hace la seña como para dejarme pasar primero. Asiento con la cabeza, agradeciendo. El tema fue que, ni bien puse un pie sobre el escalón del colectivo, ya sentí una respiración en mi nuca, una apoyadita de cola, una manoseadita trasera. Todo junto. Como si me quisiera impulsar de un vergazo. Cerré los ojos, respiré hondo y lo atribuí todo a mi imaginación. A medida que escalaba un peldaño, lo sentía cada vez mas fuerte. Apresuré el paso, porque me estaba calentando mucho. La incredulidad me estaba jugando una mala pasada.

Encuentro mi asiento en la segunda fila. La que está casi, casi en frente del ventanal enorme del segundo piso del transporte. Yo quería ir en ese lugar, pero no había mas boletos. Con ese me tuve que conformar.

El bullicio provocado por la gente que iba subiendo, no me llamó la atención. Pero sí lo hizo uno en particular. Un murmuro suave, pero impertinente, me suplica con una voz indecorosa "¿podrías mover ese culito, por favor?" Sus manos se hallaban justo donde empieza mi espalda, en la parte mas baja. Me desinclino para desafiarlo con la mirada y permitirle el paso. 

Ni bien intenta hacerlo, mis caderas y mi cintura se movilizan (por sí solas) de forma intensa. Aparece un lavarropas que le retuerce la pija para todos lados. Huye hacia su asiento. Nos quedamos mirando desde nuestro lugar, hasta que se acomodó en su espacio. Un pasillo nos separaba.

Al ratito, y con mucha confusión encima, se percata de que debe sentarse al lado mío, justo donde van los individuales... ¿o no?

 Me preguntó dónde debía ir él. Me da el boleto, lo reviso y me inclino totalmente, hasta desplazarme cerca de la chapita que está en el techo. La que dice el número. Todo para dejarle mis nalgas casi, casi para que haga lo que quiera.

 Se queda relojeando, sin carpa. No le importaba que lo notara o no. Se mordía los labios de forma libidinosa. Qué lindo era hacerlo desear. Un descaro en su plenitud por parte de ambos.

 Se ve que él no reservó, o, tal vez, era la primera vez que viajaba. No lo sé. Le indico que tenía su lugar allí mismo. Que estaba en lo cierto. Era el de al lado mío, pero yo, estaba con el que venía con acompañantes. El asunto es que estábamos ahí nomás. 

 Una persona se sienta conmigo, pero del lado de la ventana. Lo bueno, es que se duerme al toque. No cena, ni nada. Estaba cansado parece. Planchó la oreja para palmar nomás. El micro arranca. Partimos directo a Córdoba.

 Se me olvidó mencionar que me había puesto calzas, el tipo de pantalón que usan los ciclistas. Leggins les dicen en otros lados. Una que era oscura. 

Cuando me despierto de una corta siesta, luego de cenar y que no pase nada con este muchacho, alcanzo a verlo masturbándose (por el movimiento logro adivinar que lo es). Como me encontraba acostado de costadito, el señorito, lo hacía mirándome.

 Me generó desconcierto, pero también, calentura. Morbo. Esos ratones que aparecen en estas situaciones que puede que nos atrapen haciéndonos cositas bien deliciosas, ya saben.

 A mi otro costado, veo que mi acompañante estaba re contra dormido. Al notar esto, me corro un poco la calza, dejando mi tanguita negra al intemperie. Toda para este chico morbosito.

 Espío por encima de mi hombro, por el rabillo del ojo para darme cuenta que estaba pajeándose a cuatro manos. Mirándome en mi totalidad. Sin carpa. Cada ángulo de mi cola.

Tenía sujeta bien aguerridamente el sable corvo de carne que escondía entre sus piernas, como si fuera un guerrero. Lo acariciaba. Subía y bajaba a lo largo de ese tronco venoso. Me miraba para morderse los labios hasta dejarlos color carmesí.

Quería extender su mano izquierda hasta palpar mi cutis, mientras se tocaba con la otra. Logró tantear a penas una, pero no se lo permití. Lo cacheteé. Le histeriqueaba. Lo volvía loquito.

En silencio, me pedía que lo pajeara pero con el hoyo, con la boca o con lo que desee. Pero no, mi respuesta fue contundente. Siempre decliné a su petición.

Yo también estaba re caliente. Entre verlo masturbarse, verle la pinga y que me toquetee con tanta insistencia, se me paró. Pero me abstuve. No quise deslechearme. Preferí contener todo esa energía.

 Le hice saber que yo estaba consciente de su perversa situación. Que me encantaba mirar cómo se auto complacía. Que si fuera por mí, lo ayudaba, pero me generaba mas calentarlo. Ponerlo durísimo.

 Pasó un buen rato para que, de tanto masajearse el enano, logre eyacular. Pero siempre mirándome. Con las pupilas fijas a mi par de glúteos paraditos. Ejercitados por sentadillas para momentos así.

Su primer lechazo saltó bien zarpado, logró irse bien lejos. El resto de los chorros, fueron a dar a su tronco venoso, al dedo índice y al anular que sostenían vehementemente ese pedazo que tenía.

Todo se escurría lentamente, como si estuviera hecho ideal para que pudiera observar todo el recorrido de ese exquisito líquido, que babeaba mi boca, haciéndome codiciarlo. Limpiarlo. Pero no. Firme.

Los dedos empapados en guasca, los extendió hasta mi culito y se los limpió en mi zanja negra. Eso me encantó. Fue inesperado. Lo amé. 

"Te perdiste de beber esto, bebé", me dice, a la vez que introduce su dedo anular en mi hoyito, que se iba abriendo para darle la bienvenida. Cerré los ojos. Casi que me dejo llevar.

Se lame ese mismo dedo, aquel que introdujo en mis lugares mas profundos. Las puertas donde la libido se desata.

Se sube el short (con bóxer incluido) y se duerme al toque. Lo envidié, porque yo estaba como una lechuza. Ahora que estaba caliente, estaba peor. Con menos sueño y mas ganas de pija que nunca.




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