LALO-nganiza
Esta historia comienza en el barrio de Flores. Una noche cualquiera, de un mes y un año cualquiera.
Con dos amigos, nos dispusimos a recorrer un toque el barrio hasta dar con algún sitio entretenido. Tras varias cuadras, dimos con un pub de mala muerte. De allí, se despegaban las notas más crudas que pudimos escuchar.
Se trataba de una banda Punk que intentaba hacer un cover del tema de Sumo, "fuck you". No sonaban mal, pero pienso que los equipos no los ayudaban para nada. Todo era muy precario. Aún así, me fascinaban.
Nos sentamos en una mesa, cerca del escenario. Nos llegaron maní y cerveza. Estábamos a pleno con la muchachada. Como uno de mis amigos era del palo, nos juntamos a agitar la cabeza al son de esa música maravillosa. El otro, era mas del rock and roll y el blues, por lo tanto, se copó hasta ahí.
En eso, detrás del cantante, se escondía el punky más lindo que vi en mi vida. Era el violero principal. Ponía cara de malo, pero era un osito de felpa.
Se llamaba Eduardo, se hacía llamar Lalo. Tenía mi edad. Era casi de mi estatura. Una de las cosas que me enamoró, fue el tatuaje que poseía en su pectoral izquierdo. Era un dibujo de "the exploited". Wow, quedé con la boca abierta. Se lo pude ver porque estaba en cuero.
Tres canciones más tarde, se bajan del escenario. Se separan. Un par se van a su mesa, otro (que era el más sociable) se nos acercó a darnos un flyer y el mío, se fue a la barra. Lo tenía bien vigilado.
Su cresta azul y esa pinta de chico rebelde, me tenía enamorado. Lástima que ni cinco de pelotas hasta ese momento.
Luego de varios recitales a los que asisto, la cosa siguió igual, pero al menos le saqué algunas palabras. Comenzamos a hablar.
Uno de sus shows, me invitaron al camarín. Cosa que acepté encantado. En un momento, los muchachos me dejan sólo con Lalo.
Le comenté que "a mí también me decían Lali". "¿Por Lali Espósito?", preguntó (sí, al principio, no me veía muy rockero). "No -le dije-, por Lalinda Cola". Nos reímos ambos, como dos virgos.
Aprovechando esta situación, nos pusimos a hablar normalmente. Fue lo que rompió el hielo entre ambos. Todo marchaba lo más bien, hasta que me contó sobre su adicción a hacer culos (sí, amaba el sexo anal).
Yo nunca fuí muy aficionado a que me hagan la cola, pero... con tal de tenerlo agarrado, hice la excepción y, de alguna forma, lo fui llevando para contarle sobre mis ex chongos también músicos.
Le conté que ya había estado con un plomo, un bajista y un batero. Solo me faltaba un guitarrista y un cantante.
Además, sobre uno anterior que tenía la costumbre de palmearme en la cola para tener suerte en el reci.
Lo sorprendió profundamente que yo haya tenido amantes hombres y que estos sean quienes me la ponen a mí (pasiva, bah...).
Creo que, eso, lo calentó bastante. La curiosidad fue más fuerte que él y quiso saber cómo se vería "mi burra" (tal como él la llamaba).
Me di vuelta, me incliné y desplacé mi pantalón hasta las rodillas, dejándole las nalgas bien expuestas. Solo una tanga con encaje me "tapaba".
Los ojos se le abrieron de par en par. No paraba de babearse. Su amiguito empezó a moverse allí abajo.
De repente, una palma tronó estrepitosamente contra mi cachete. No fue nada raro, sino, hasta que lo volvió a hacer una y otra vez. Lo repitió como cinco veces. Eso ya me estaba excitando.
Lo duro que me daba me volvía loquita. Encima, no solo hacía eso, también dejaba su mano allí y la acariciaba un ratito.
Acercó la silla y, con ella, su cara. Ya no deseaba cachetearme, quería tocarse. Me raspaban sus bigotes en el cutis. Me corre la tanga.
Mis cachetes separados por su cara, le daban luz verde a que me haga lo que quiera. Su lengua enorme fue la primera en penetrarme. Era realmente grande. Me hacía extasiar.
Se puso mas de frente, agarró mis nachas, las abrió, la introdujo más todavía, me escupió la cola, me deja el hoyito bien expuesto y continúa lamiendo, hasta casi adentrarse.
En eso, un pibe irrumpe nuestro encuentro. Le avisa a Lalo que en diez minutos arrancaba el reci. Por suerte, un coso con ropa nos tapó. No se nos vio nada, ¡pero qué susto!
Mi chongo le dice "si, si, si, si", cosa de correrlo rápido y que no enfríe el ambiente caldeado que se estaba gestando. Corta mambo de mierda pensamos.
Se baja el lompa hasta los pies, se escupe la poronga y me dice "bueno, dale, vení, sentate en esta". Era una sillita muy de mierda donde él estaba, pero confié.
Suavemente me fui sentando en su pija, ya que la tenía muy gorda y un poco grande. Harto de esperar, me agarra fuerte para llevarme hacia sí y dominarme, para ser quién me da mis ricos vergazos.
Me da tan duro que, por momentos, siento sus huevos golpeándome.
¿Nuestras caras? La de él era con el ceño fruncido, como enojado, pero porque me garchaba con mucha furia. La mía era de placer, obvio, de disfrutarla toda.
La silla nos alerta de que va a empezar a ceder. Me pide que me levante. Me pongo de pie contra el mueble maquillador que tenían allí, me bajo la tanga hasta las rodillas.
Al agacharme para bajarme la tanga, le pongo los dos globos que tengo de nalgas sobre su pelvis, apretándole la pinchila contra la panza. Eso, lo calienta más.
Se los muevo para pajearlo con ellas. Se pone rojísimo. Si seguía así, lo deslechaba todo.
Me agarra de la remera que a penas me tapaba el orto, y retomamos el polvo.
Estuvo culeándome así unos minutitos más. Solo que, ahora, podía retenérmela un ratito adentro.
Como había quedado encantado con la paja que le hice con los cachetes, me pidió que lo repita. Y eso hice. Temblé solo para enloquecerlo.
Se sacó la remera porque transpiraba. Esperaba su propio coito. Encuerado, sexy, ese vozarrón queriendo más. Dios mío. Qué ricura.
Doy vuelta mi cabeza, solo para mirarlo estallar arriba mío. Pero no fue sólo. Llegamos juntos, practicamente.
Lalo salpicó de chechona mis nalgas. Quedaron como una laguna, un charco de guasca sobre mí. Me encantaba que me acaben allí. Era mi segundo lugar favorito.
Me las acicalé rapidamente, pasándole los dedos y chupándolos para deshacerme de evidencia.
Me apuré antes que entre alguien más. Antes que nos vuelvan a interrumpir. Reímos.
Todavía se sacudía la pinchila. La frotaba en mi piel. Tocaba mi zanjita con ella, dejando rastros húmedos al pasar. Me hacía morder los labios.
Se acordó que debía salir a tocar (y no mi cola). Me nalgueó para avisarme que se va. Se vistió rapidamente.
Me vestí yo también, bah... solo nos pusimos los pantalones. Era lo único que nos faltaba para estar listos.
Salió dos minutos tarde, pero lo dio todo, así como me la dio toda a mí. Con la misma intensidad. Fue el mejor espectáculo que vi de ellos. Lejos.

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