Recogiendo la ropa.
En el edificio que vivía antes, cuando estaba con mi mamá, estaba en la planta baja. Esto, nos permitía tener un lindo patio... chiquito, pero lindo al fin y al cabo. No nos podíamos quejar. Al menos teníamos para colgar la ropa mojada al aire libre.
Mi mamá dormía la siesta en aquel momento, queriendo colgar mi ropa mojada para que se seque al tenue sol que había en esa tarde. Pero, por alguna razón, me pintó salir a descolgarla en tanga. Supongo que no tenía ganas de ponerme la calza. Además, estaba en casa, ¿qué pasaría, no?... ¿NO?
Pésima idea porque, como si se tratara de un maldito gualicho, en el momento en el que me encontraba destendiendo un toallón rojo, se asoma la cabecita de Walter, mi vecino, a pedirme... no sé qué mierda, porque, encima, ni le presté la más mínima atención al loco. Alto inoportuno.
Del susto, me paralicé. Jamás me hubiera imaginado que le iba a pintar asomarse justo en aquel instante en el que estaba haciendo eso en tanga. En mi mente, lo puteé en todos los idiomas habidos y por haber. No era para menos, nunca me hace eso... y justo viene a ser esta la primera vez.
Trata de calmarme diciendo que no vio nada, pero ambos sabemos que eso era mentira. Era bastante evidente que me había visto la cola, se le notó en la expresión cuando su cabecita sobrepasó el tope de esa medianera inútil. El peor de todos los mentirosos.
Como ya dije, se llamaba Walter el chaboncito este, pero... como era rollinga hasta la médula, yo le decía "Roli". Tenía mi edad, aproximadamente, era un morochazo divino con esa piel tostada, ojos redonditos y negros, grandote, gigante... todo lo que debe tener un MACHO.
-"Como si no te hubiera visto antes el culote", dijo en tono burlesco sin quitar la mirada de allí.
-"¿Cuándo, boludo?, dejá de mentir", le respondo haciéndome la brava.
-"El otro día que estabas tomando sol boca abajo, aproveché y te miré el orto, boluda. Te dediqué cuatro al toque".
Quedé boquiabierta. No sabía cómo reaccionar, porque sí estuve tomando sol boca abajo unos días antes. Pero, claro, no sabía si me lo decía en joda para hacerme enojar o, simplemente, me estaba confesando una travesura muy sarpada.
-"En serio, boluda, tenías una tanga negra, como la que tenés puesta ahora, metidísima en el orto que me hizo babear todo", continuó.
La confesión me dejó patitiesa, pero traté de elaborar alguna respuesta rápida como para cortar con tanto atrevimiento. Para mi desgracia, no se me ocurrió nada y el chaboncito continuó con su metralleta de guarangadas que me hacían calentar en ambos sentidos.
-"Casi me acalambro la pija de tanto dedicarte pajas".
-"Sin comentarios, la verdad", fue lo único que se me ocurrió decirle.
-"¿Qué, vos nunca te pajeaste, boluda? ¿Tan puritana sos?"
Toda esta conversación se desenvolvía mientras su mirada se fijaba en mis cachetes. No los despegó nunca de ahí el muy pajero. Para colmo, se me caían las cosas de las manos, de los nervios que me agarré por eso mismo. Alta vergüenza, amigo.
Me agaché a buscar lo que se me había caído y, de ahí en más, los "¡UH!" no paraban de brotar de su boca. Era uno tras otro, cada vez que hinchaba mi colita al inclinarme para el lado donde se encontraba mas claro su campo de visión. Qué degenerado de mierda.
Hacerme la enojada fue la mejor idea que se me ocurrió (o mejor dicho, la única), eso derivó en un pedido de ayuda de inmediato. Le exigí que se cruce la tapia y me acompañe a levantar todo lo que se me había caído por su culpa. Maldito niñato virgen.
De un solo salto, alcanzo a pasar sus piernas para el lado de mi propiedad. Fue cuestión de un pestañeo y el tipo ya estaba en mi suelo. Parecía un gato el brinco que pegó, fue tremendo. Me dejó impresionada, pero mal.
Hizo unos escasos metros y ya estaba al lado mío. No le costó absolutamente nada estar conmigo, solo un suspiro nomás. Calculo que la leche también fue incentivo para que se convierta en una especie de felino que podía hacer lo que quiera por mí.
En fin, como yo ya había terminado casi, aprovechó de ponerse detrás mío para tantear mis músculos isquiotibiales (esos que van detrás de las piernas y debajo de la cola, creo). Con la excusa de sentirlas "fuerte", me preguntó si iba al gym o qué hacía para mantenerlas tan firmes.
A cuatrocientos kilómetros se olían sus intenciones. Yo ya lo había calado al toque. Entonces, me pongo derecha y le hago un gesto como diciendo "ya sé a qué querés llegar, toquetón, dejá de chamullarme, chanta". Algo así. Palabras mas, palabras menos.
El tipito se dio cuenta de una y se alejó con las manos arriba, como diciendo "no estoy tanteando nada, mirá dónde tengo las manos", pero, para ese entonces, ya me había impreso sus huellas digitales en todo lo que se llama "cola". Un poco tarde, guachín.
Pese a ubicarlo, sus ojos se habían hecho uno con la piel de mi culo. No sabía donde terminaba uno y empezaba el otro. Para sumarle otra, se mordía los labios y echaba esas miradas de estarlo comiendo crudo con mucha intensidad.
-"Ayudame a bajar las tangas, querido", le dije... ¿PARA QUE? Pésima elección de palabras.
El chaboncito, sin dudarlo ni un solo segundo, enredó sus pulgares con la tirita de la tanga que tenía puesta y tironeó hacia abajo con la fuerza suficiente, siguiendo el camino que trazan mis piernas... hasta abajo, bien hasta abajo, papi.
-"¿QUE HACÉS, ENFERMO?", le digo emitiendo gritos apagados para no despertar a mi vieja y que nos atrape en esa situación.
-"Lo que vos me pidas, mami", me contesta con una insolencia y un tono de voz muy de depravado.
Entonces, me arrincona contra la pared ejerciendo la fuerza suficiente para no dejarme escapar, tampoco me permitía usar las manos para defenderme ni nada. Igual, era algo al pedo, porque el pibe medía como un metro noventa aproximadamente y era gigante mal.
Después de forcejear en vano por un pequeño lapso, finalmente, me dejo llevar por esa calentura que yo también sentía y le permití hacer lo que mas deseaba. Es más, hasta le paraba la colita para que pueda observar mejor cada rincón que no pudo hacer antes.
El Roli, estaba prendido fuego, pues pretendía recorrerme la espalda con sus labios, de apoyarme el ganso, metérmelo, no tenía ni idea de qué iba a hacer y eso la bajaba. Así que... le dije, como podía, "haceme el orto, papi, dale".
Largó una pequeña carcajada mientras se agarraba la pija para luego puertearme la cola con ella. La sostenía para guiarla hasta mis nalgas, para que, con su glande, las separara y se vayan separando como Moisés separó las aguas.
Una vez que estaban bien abiertitas, ideal para que él pueda hacer su labor, la empezó a empujar para que se adentre en mis cavernas anales. Qué rico se sentía, por favor, me hizo suspirar del amor y todo. Estaba bastante sabroso.
Los gemidos que emitía mi jeta, obligaron al Roli a que me tape la boca automáticamente, mientras alimentaba mi culito con su morcilla morena. No quería ninguno que despertáramos a su suegrita. Ni ahí, seguime dando matraca, papi.
¡Ay, qué deliciosa sensación me produjo! Grité de placer. Aunque traté de aplacarlo, se me escapó de más. Me tapó la boca, un tanto tarde, porque ya se me había salido gran parte de ello. Mejor afuera que adentro, diría el "Sherk".
Ya me había metido hasta el tronco, ahora, lo que faltaba, era que me serruchara el orto. O sea, la mejor parte. Apoyó su mano contra el muro, y me bombeó el ojete de una forma extraordinaria. Creo que, hasta ese momento, nunca me había culeado así.
La rapidez con la que la mandaba y la sacaba, me hizo pensar que tenía bastante experiencia haciendo culitos. Eso se podía sentir. Era un muchacho bastante agil. Desde esto, mis ganas por conocerlo mejor, se reflejaban cada vez más.
Mientras me daba bomba, me dio mis merecidísimas nalgadas hasta marcármelas. Las pellizcaba. Sí, a ambas. Me tiraba del cabello con bastante fuerza. Me decía las cosas más sucias que me podría imaginar.
Me mordía los labios del goce. No lo podía evitar. Estaba volando en pleno orgasmo. No quería que pare de clavarme. Necesitaba mucha de esa pija enviciable. Hijo de puta, cogeme, rompeme el orto, le gritaba.
Él me dio con los gustos que tanto le exigía. Me serruchaba el orto con más fuerza, como un toro enardecido. Pero estaba cayendo en mi trampa, si lo hacía más rápido, todo su néctar divino se esparciría a la misma velocidad.
Así fue. Unos segundos después, tenía toda su leche agolpándose en su poronga gorda, apunto de querer salir expulsada. Emergió hasta hacer contacto con mi ano. Se desparramó por todo mi interior y lo expelí, como una catarata blanca.
Junto con su pija, el muchacho quedó rendido sobre mí. Casi en pose de marchitarse. Es que le succioné toda la mema con la cola, toda la que podía, casi como si le hubiera colocado años de vida. Pobre lechero, le dejé secos los huevos.
Con la poca energía que le quedaba, se subió los calzones antes de que nos agarre su suegrita en pleno acto. Luego, los pantalones. Le costó, pero consiguió hacer ese simple movimiento. Menos mal, porque sino, se lo hacía yo.
En cuanto a mi culito, quedó con un manchón de semen que chorreaba de mi hoyito. Me lo limpié con la mano que después fue a dar a mi boca, por acción de mis dedos. Estaba riquísima. Gracias, vecino, lo amo mucho.
Saltó el pequeño mural que separaba nuestras propiedades inmobiliarias y desapareció en las fauces oscuras de la misma. Yo lo observé, hasta que el horizonte se lo tragó definitivamente. Qué rico, vecino, ojalá se repita mas seguido.
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