Blues del chupavergas (Capítulo I).
Esta historia, tiene sus raíces en mi época de secundario, cuando conocí al pibe más hermoso que vi en la vida. Juan Manuel se llamaba (o se llama, no sé). Estábamos en tercer año y ya era un adonis. Era perfecto por donde lo mire.
Nos hicimos amigos, al toque, pero no perduró mucho. Pasamos a cuarto, solo que él se cambió de escuela. Perdimos la frecuencia con la que nos veíamos. Y digo esto, porque vivíamos a la vuelta, pero no nos cruzamos más.
A pesar de estar tonteando con Lucas por aquellos tiempos, me permití fantasear con un tercero. Es que, cierta tarde (porque íbamos en ese turno), lo vi sin remera, en cuero y me mojé toda la cola. No pude parar de ver ese lomazo.
Nunca había tenido un pibe tan marcado tan de cerca. Era increíble. No me olvidé nunca más esa imagen. Quedó marcada en mí profundamente. A tal punto que, llegué a casa, y le tuve que dedicar algo. Me dejó como loquita, diría el Bananero.
Lastimosamente, para mí, aquello sucedió en el salón de clases, frente a otros compañeros (incluido Lucas). Me tuve que aguantar. Respirar profundamente y hacer de cuenta que no pasó nada. Seguir de largo (aunque, lo miré de reojo).
Anécdotas aparte, muchos años después (10 aprox.), volví a mi casa de trabajar y, ahí estaba, frente a mí. Caminando en sentido opuesto al que yo iba. Todo trabado, viniendo del gym. Igual que siempre, como si el tiempo no le hubiera transcurrido.
Nos vemos y nos detenemos para saludarnos. Tras el beso, mi mano se posó sobre su hombro, para que, luego de este, se deslizara y pudiera tantear todo lo que tenía en esos biseps. Estaba durísimo. En su lugar. Me babeaba completamente.
Recuerdo perfectamente esa charla, como si hubiera pasado ayer. Me acuerdo de cada palabra y de que los minutos se fueron como el agua se va entre tus manos. Me reí como nunca y, encima, pensábamos muy parecido, en varios aspectos.
Pasaron dos horas. No quería entrar a mi casa, pero debía hacerlo. Le ofrecí mis disculpas para continuar mi rumbo. Me di vuelta y seguía parado... mirando. Supongo que se quedó así hasta que abrí la puerta de mi casa y entré.
Una semana después, lo volví a topar. Solo que, esta vez, no volvía de laburar. Me disponía a ir a trotar a la plaza un toque. Necesitaba elongar un poco los músculos. Tomar aire. Me sentía asfixiado. Pobrecito de mí.
Cuando salí, otra vez lo vi, a unos metros de donde yo estaba. Acercándose. Todavía estaba lejos, pero ya estaba abriendo los brazos para recibirlo. Que no se note lo desesperado, pensé. Mas sí, que me chupen el orto, que se note todo.
Lo abracé bien fuerte, tan fuerte como pude. Le di un beso donde cayeron mis labios... en su cuello. Yo creo que lo sintió. Algo sintió. No digo que le haya gustado, no lo creo. Pero algo le pasó por dentro. Algo le desperté, probablemente.
Ni bien nos soltamos, nos pusimos a charlar. Una vez más, el tiempo se nos quiso escapar, pero... en esta oportunidad, lo invité a caminar juntos hasta la plaza a trotar. Me costó hacer que aceptara, pero lo logré. Fue una tarea titánica.
Como yo vivía a dos cuadras, lo convencí a acompañarme. Luego, cuando llegamos, le propuse que lo hiciéramos juntos... en esas mismas palabras. Medio que quedó en shock escucharme decir "te invito a que lo hagamos juntitos", beboteándole.
Le terminé la frase al notar que quedó boquiabierto. Estupefacto. Se lo aclaré, claro. Quedó más tranqui, aunque también puso un gesto de decepción. Quizás, sí quería cha-cha. Chinwenwencha. Si era por mí, le bajaba la caña ahí nomás.
Dimos un par de vueltas hasta que decidimos volver. Nos cagamos de risa. Verdaderamente la pasamos muy bien. Al menos yo. Creo que me estaba enamorando. Era mi hombre perfecto. No podía creer poder tener este vínculo con Juanchi.
De regreso a casa, lo acompañé a la suya que, como ya dije, quedaba a la vuelta de la mía. Charlamos un rato más hasta que, de sus propias palabras, surgió una invitación hermosa: salir a pasear a La Agronomía (un barrio que es, en su mayoría, espacio verde... como un enorme barrio-plaza). Acepté, obvio.
Se podría decir que era nuestra primera cita. Por lo que estaba bastante nervioso. Sentía que debía coquetearle. Impresionarlo. Pero no sabía cómo. Pensé que no tenía las herramientas suficientes para hacerlo. Me frustré.
Con la excusa de que había usado la bici, me puse las calzas. Otra vez. Me animé a hacerlo a plena luz del día, aunque me vieran todos. No me importaba, solo me enfoqué en Juanma. Igual no se me veía mucho, pues... remera larga.
La tarde transcurrió normal, hasta que me animé a hacer algo (es una taradez, pero lo hice): me tiré boca abajo al pasto, apoyándome solo en los codos. Él estuvo al lado mío, pero sentado de frente. No pude ver si todo el rato me fichó, solo vi un par de reojeaditas.
Inventé miles de excusas con tal de quedar en pompas. No me importaba si otro más notaba que tenía unas calzas. La cosa era que Juani lo viera. Nadie más. Los demás eran de palo. Solo a él le mostraba mis posaderas.
De nuevo, todo normal, hasta que, por alguna razón, me avivé de contarle mis experiencias homosexuales. No sé cómo lo hice, pero pensé que era ahora o nunca y me aventé a una pileta que no sabía si estaba llena o vacía.
Al principio, no me creía. Flashaba que lo estaba haciendo en joda (no sé cuál sería mi motivación para eso, pero bueh...), hasta que aflojé la lengua y le conté de algunas de mis andanzas preferidas, las que creía que le calentarían. No omití ningún detalle.
Me daba la sensación de que tenía una curiosidad sincera, porque, a pesar de que no guardé detalle, me costó llegar a eso. No tenía idea si podría chocarle o no, así que... traté de ser sutil. Al pedir que no lo sea, me relajé y largué absolutamente todo. Quedé vacío.
Tras mis anécdotas, me confesó un sueño erótico que tuvo. Era uno homosexual; soñó que se garchó a un amigo suyo. Quedé tan sorpresa como todos ustedes. Pero, al consultarlo por internet, cuando llegué a casa, me decepcioné. No era como creía.
Bueno, me adelanté bastante. Mis disculpas. Regreso. Volviendo a nuestros respectivos hogares, discutimos sobre lo que podría significar. Que no lo tome tan literal que, probablemente, era algo que nada que ver y, así fue.
En fin, quedamos para vernos por segunda vez, en forma de cita. Ahora, de noche. Sí, acordamos que sería más divertido salir a beber algo. Creo que, durante la secundaria, tuvimos una sola salida (pero como amigos y con más gente).
Llegó esa noche, por fin. Busqué la tanga más sexy y me la puse, el Jean más ajustado y me lo puse, la remera más cortita y me la puse, las zapas menos rotas y me las puse, el perfume más rico y me lo puse, las llaves, la plata, los forros y marché directo a la puerta para retirarme.
Una vez en el lugar acordado, ni bien nos cruzamos, me arrojé a sus brazos. Lo apapaché todo (lo debo haber asfixiado). Otra vez, mis besos llovieron directo a su cogote. No fue uno, ni dos, ni tres, sino, cuatro. Se podría decir que lo comí a besos.
Nos fuimos a un barcito que había por ahí, en la av. San Martín. Uno de los tantos que hay. Abundan por allá. Uno más precioso que el otro. Estaba repleto de gente. Entre los lugares para sentarse y la cantidad de personas que transitaban, sumado a que las calles no son muy anchas, se nos dificultó transitar.
Al final, entramos a uno muy humilde, pero no había problema. Yo solo quería estar con él. Nos fuimos al rinconcito más apartado y oscuro del local. No por vergüenza, ni por algo en especial, sino, porque queríamos privacidad y que no nos moleste tanto la música alta.
Hacía tanto calor que, lo primero que pedimos, fue una cerveza fresquita tras otra. Pasaron como agua. Estábamos muy sedientos y se notaba. Saltaba a la vista eso. Incluso, me imaginé que le acabamos los cajones de birra nosotros solos.
El exceso de rubias, me provocaba ir al baño constantemente. El tema era que, al ser un rincón el lugar que elegimos, debía pasar por donde él estaba sentado. Apartarlo de mi camino, digamos. Debía pararse por la culpa de mis riñones de nuez, jajajajajaja.
La cosa es que, de tanto pararse, se aburrió y dijo "nah, pasá, tengo paja de levantarme". Se ve que el escabio lo achanchó, así que... pasé nomás. Le puse toda la cola en la cara que, por cierto, no parecía estarlo sufriendo a eso. De hecho, me parece que por esa razón no se quiso mover más.
Nos pedimos unas fichas de pool, claro, no podían faltar. Es siempre una genial excusa para rozarlo, pararle la colita o tocarlo. Precisamente las tres hicimos. Lo cariñoso que estábamos, no te lo puedo explicar. Bueno, sí, ahora te cuento, estimado lector.
En el primer partido, los métodos de distracción fueron sutiles... pero efectivos. Cuando jugaba yo, me distrajo asustándome de cualquier modo, gritándome (como ya había mucha bulla, no le hacía nada un par más) y hasta haciendo ruidos. Obviamente, ganó él, por estar menos ebrio.
Para el segundo, la cosa se puso más sexual. Como me parecieron injustas sus trampas, me puse las pilas en devolvérsela. Al ser su turno, le paraba la cola en frente suyo, le rozaba el bulto o sino, le tocaba sus partes pudendas. Muchas veces logré mi cometido.
Me terminó culeando de nuevo en el juego. Fue un abuso casi. Metió todas cuando me restaban como tres o cuatro. Pero, la mejor parte, me la llevé yo con esos hermosos roces que nos pegamos. Dejó bastantes huellitas en mi piel. Sobre todo, en la parte de mi culito.
A estas alturas, lo alegre que estábamos, nos hizo bailar pegaditos... ahí, delante de varias personas. Cierto, me adelanté, compré unas fichas de la rocola y puse algunos temazos. Se me arrimó solo a apoyarme desde atrás.
¿Cómo llegamos a esto? Lo cuento. La mesa donde nos encontrábamos, estaba bien al fondo. Pero, al fondo, fondo. Es decir, para llegar ahí, debíamos pasar por el marco de una puerta que no hay. Que seguro antes lo tenía, como si fueran dos habitaciones distintas. En esa otra habitación, atrás de todo nos quedamos. Bien anti sociales los tipejos jajajaja.
Más adelante, en la parte trasera del primer cuarto nombrado, estaba la mesa de pool y, unos metros más, casi en la entrada, la rocola. A nada del acceso principal. Allí metimos como cinco fichitas para deleitar al público presente con nuestras canciones favoritas.
A la segunda o tercera que meto, unos brazos me abrigan. Eran los suyos. Unos besos cálidos me llueven en las mejillas. Eran los suyos. Encontré la mezcla perfecta de ternura y calentura en esos abrazos que nunca me habían dado hasta ese momento.
Unos blues bien sexis empezaron a sonar, obligándome a desatar mi costado más perra. Era inevitable cuando sonaron los primeros acordes de AC/DC. Estábamos en un trance hipnótico. Demasiado tarde, otra persona se apoderó de mis caderas.
Sentí sus manos bajar hasta enredarse con el hilito de mi tanga. Al parecer, ya lo había notado, porque no actuó sorprendido ante tamaño descubrimiento. Todo lo opuesto, se sujetó aguerridamente de allí. Me pa que le encantó.
Su calor me abrasaba cada vez más. Se hacía más presente. Más evidente. Su pelvis se frotaba con mis nalgas. No podía pensar en otra cosa que no sea tenerlo a ese hombre totalmente desnudo frente a mí, ante mis ojos. Pero no, enfrié mi mente, solo para que estos juegos se vuelvan más indecentes.

Comentarios
Publicar un comentario