El examen oral.

 Otra vez debía una materia. En esta oportunidad, era la de Lengua. No era raro que me la lleve, la verdad. Era bastante flojita en esa asignatura, pero bueh... trataba de ponerle onda, al menos.

 La cosa es que, mientras rendía el examen escrito, sentía los ojos del profesor encima mío, recorriendo mis piernas como podía, ya que el maldito pupitre se interponía en esa vista que tanto anhelaba tener.

 Como me di cuenta de que lo estaba haciendo, me puse el borde de la lapicera en la boca, y me la pasé por los labios... como si fueran una rica pija larga. Pero, por supuesto, eso no fue lo único.

 Además de eso, abrí las piernas para que la pollerita de mi uniforme no le moleste en la vista. Así fue que conoció la tanga negra que me había puesto aquella tarde de exámenes.

 El muy pajero no me sacaba los ojos de encima; ni de la entrepierna, ni del escote que, ligeramente, dejaba entrever mis pechos. Era una vista delicada, pero algo se podían notar.

 Harta de hacer tiempo, me pongo de pie con la hoja y se la llevo. Tenía una obvia cara de resignación. A varios barrios de distancia se podía ver que, bien, no me había ido. Pero bueeeh...

 Antes de regresarme al pupitre, me subí un toque la pollerita y volví a mi banco. En cada paso, mis glúteos se asomaban con toda la impunidad del mundo, desde la parte inferior de la misma.

 Sus ojos se adhirieron completamente. Los vio mientras me dirigía a mi lugar, no los despegó ni por una milésima de segundo, en tanto yo estuviera de espaldas. Alto pajero.

 Corregía la prueba. En eso, me llama. Voy. Me pide explicaciones sobre algunas respuestas ofrecidas. Se las explico chamullándole como la mejor. Pero no alcanza. Se dio cuenta de que era mentira.

 Lo bueno era que, como estaba bien escotada, se distrajo lo suficiente mirándolas un buen rato. A la vez que miraba detalladamente, yo intentaba explicarle mis respuestas incoherentes. En vano.

 Como era tan bueno mi profe, me mandó al banco a corregir aquellos errores. Supongo que, al exponerle tanta carne delante de sus narices, bajó unos cambios y me dio una manito... una por ahora.

 Una vez que terminé de responder correctamente, me volví a levantar para llevársela y que me apruebe finalmente. Estaba muy bien, pero... todavía faltaba una segunda parte para que me pueda ir a casa.

 Comentó que me faltaba la parte del oral para que ya haya finalizado, mientras decía esto, se acariciaba las piernas y la entrepierna de una forma muy lasciva. Era obvio lo que quería, debía dárselo.

 De rodillas ante él, pasé mis manos para hacerle caricias a esa misma zona donde tanteó. Lo froté sin parar, por doquier. No dejé un solo espacio sin recorrer con mis degeneradas manos.

 Todo esto, le empezó a generar una linda erección. Se le iba notando de a poco. La pija se le marcaba en ese elegante pantalón de vestir color negro. Re loco, todavía se le paraba al cincuentón.

 Bueno, en fin, ya era hora de ver más. Se agarró el botón, se lo desabotonó. Se agarró la bragueta, se la bajó. Movió un poco el culo para que, al fin, sus pantalones caigan desmayados al piso.

 Tenía unos graciosos bóxers negros. Sinceramente, no me sugerían ningún tipo de sensualidad, pero bueno... lo entiendo, no era nada previsto. Había sido todo improvisado en el momento.

 Sus bóxers también cayeron desfallecidos al suelo, para dejarlo así en pelotas. No era enormes, tampoco era manicero. Eran peluditas, pero adornado con el típico pelito de hombre mayor.

 Como aún la tenía un tanto fofa, me puse contra la pared, sobre el pizarrón, para bailarle un poquito. Básicamente, solo levanté la pollerita de mi uniforme para mostrarle cómo tenía mi colita. 

 Se ve que quedó encantado con ella. Tanto así, que movió un toque la silla hacia mí, solo para poder alcanzar mejor cómodamente, para poder nalguearme, toquetearme frenéticamente. Estaba loquito.

 Debo admitir que tenía muy buena mano para toquetear eróticamente. La experiencia no fue en vano. Se hacía notar en su forma de tocar. Me había calentado bastante. Ahora, por su culpa, quería pija.

 Se levantó, se acercó hasta mí. Me hizo sentir, con la cola, la erección que le había generado. La movía para adelante y atrás, como si me estuviera culeando. Me la apoyó toda. Qué rico se sentía, quería más.

 Me puse en cuatro patitas de una. Ni lo pensé. Esta peculiar vista, le hizo estallar la cabeza al ver mi culito en cuatro, desde esa perspectiva. Se enloqueció completamente. Creo que tenía el 10 asegurado.

 Después de todos los piropos habidos y por haber que le pudo haber dicho a mi culo, mientras respiraba agitadamente, me arrodillé de nuevo, lo miré con cara de puta y le dije: "Gárcheme, profe".

 Pidió que le chupara la pija, no iba a aguantar este culito. Entonces, le hice caso, era mi profesor, no podía desobedecerlo si quería aprobar, ni provocarlo de forma negativa. Así que... eso hice.

 Me mandé el tubo de carne a la boca, para succionarlo. Ni bien sintió mis labios apoyándose sobre su pija, se estremeció totalmente. Casi que se le pusieron los ojitos en blanco, como poseído.

 Con la mirada fija en mi profe, empecé a pasear a lo largo y ancho de ese caño carnoso. Amaba el saborcito de la saliva mezclada con el líquido preseminal que largaba el pene a medida que se calentaba.

 La hacía para todos lados. De frente, para los costados. Entraba como sea, de las mismas poses; de frente, para los costados, inflándome los cachetes. Estaba como una loca feliz, tirándole la goma.

 Lo pajeaba un poquito, una buena cantidad de segundos, a la par que miraba su miembro endureciéndose mas. Luego, repetía de nuevo todo el proceso que comenté en el párrafo anterior.

 Cuando me prendí de nuevo, no usé mis manos. Solo utilizaba mi boca para darle placer, como si fuera una profesional en el pete. Tanto ver porno, ya tenía mucha noción de cómo volver loquito a un hombre.

 La mejor parte de todo esto, era cuando me alejaba unos pocos milímetros, y mi labio grueso quedaba unido a su pito, como si mi inconsciente (o lo que fuere) no quisiese separarse más de allí.

 No tardé nada en regresar. En esta ocasión, no solo me volví a prender del pete, sino que, además, me la tragué entera. Me quedé ahí unos pocos segundos, hasta que me vengan unas lindas arcadas.

 Está bien, no era muy grande, pero era bastante gruesa, podría decirse. Tenía unos pocos pelitos, parecía depilada prolijamente de pura coquetería. Pese a eso, unos pelitos se quedaban en mi boca.

 Repetí esa deliciosa garganta profunda que le hice, como unas cinco veces aproximadamente, hasta alcanzar el punto de que se me pusieron rojos mis ojitos, al borde de la lágrima.

 El viejo degenerado, agarró un mechón de los pelos que se encontraban en mi nuca para dominarme y poder así, someterme a una buena garganta bien profunda. Hasta que él lo ordene.

 Mi boca, era un océano interminable de saliva (y... algo más, que ya se imaginará qué es, estimado lector), que fue a dar, una pequeña parte, al suelo. Otra, mucho más grande, a mis pechos. 

 Se sintió tan rico para ambos, que me pidió que dejara los brazos para atrás, cerrara los ojos, que abriera la boquita (como él la llamó) y que se encargaría del resto. Le hice caso, claramente.

 Sujetó firmemente el mechón del pelo que se alojaba en mi nuca nuevamente y empezó a serrucharme la jeta el hijo de puta. Estuvo así un lindo rato. Si fuera por mí, que me la dé así toda la noche.

 La mezcla de sabores me encantaba. Solo cerraba los ojos y me dejaba llevar por aquellas sensaciones que me otorgaba la situación. No sé cómo explicarlo, en verdad. Sobre todo, al oírlo gemir.

 Al sacármela, la apoyó sobre mi cara y me empapó de su delicioso manjar. Ahora, no solo tenía mojada la comisura, sino, además, la pera y parte de mis mejillas. Mas no nos importó en lo absoluto.

 Continué peteando como la peor de las putas. Parecía no cansarme jamás. Estaba en mi salsa. Tanto así que, sacarme un diez, realmente me quedaría chico. Me merecía un cien a estas alturas.

 Ahora, le tocó el turno a sus huevos. La puse bien cerca de su pancita y, mientras lo pajeaba, le devoraba las pelotas sin parar. Era una catarata de besos y lamidas, una detrás de la otra.

 Estaba deseosa de leche. No podía cerrar la boca ni por un solo instante. Es que, quería ser precavida, por si soltaba algo de su esperma en mi cara mientras ocurría esta loca cabeceada. Pero nada. 

 Como ya era un tipo bastante grande, buscó la silla para sentarse. Necesitaba descansar su cansado cuerpo. Lo hizo, pero sin dejar que su verga se suelte de mi boca. Era como si no la quería largar.

 Se la besé por todos lados: el tronco, su cabeza, la base, los huevos. No recuerdo que haya dejado algún sitio sin recorrer con mis labios y, por su reacción, lo que yo hacía estaba haciéndole ver las estrellas.

 Le hice como dos gargantas profundas seguidas. Eso sí que le encantaba mal. Lo calentaba demasiado. Le escupí la pija, lo que cayó justo encima de su cabezón, a un costadito. Luego de ese garso, le hacía una deliciosa paja para, finalmente, poner la frutillita del postre: una tragadita más.

 Nunca paré de pajearlo bien rico. Por más que la tuviera toda adentro de mi jeta, jamás lo dejé. Me encantaba correrle el cuerito para atrás con la mano sin parar. Es que debía cascarlo por más que no lo quiera, para ayudarlo a darme toda su lechita calentita más pronto que tarde.

 Ya empezaba a mezclarse deliciosamente algo de su líquido pre seminal y mi babita. El gustito era el que me lo advertía, es que estaba cambiada. Ya no era solamente el típico gustito a poco y nada de su pene. No. Además, se puso mucho más espesa y también calentita. Estaba bien humectada. 

 Me sonreía como podía, porque estaba más poseído por la calentura que otra cosa. Se mordía los labios con muchísimas ganas. Demasiadas. Se le ponían en blanco los ojitos. Gemía. Los músculos de su pelvis se retorcían, no sé cómo explicarlo. Eso era una buena señal, claramente.

 Mi babita se adhería a mis labios otra vez. Signo de que se estaba poniendo jugosa la cosa. Lo pajeaba. Me pegaba en la cara con su chota. Qué lindo era sentir eso. Me la pasaba por toda la cara, hasta que abría la boca y permitía que se adentrara en mis profundidades orales. Qué deleite.

 Iba y venía con mi boca a lo largo de su miembro. Primero, me concentraba en hacerle estallar la cabeza. Pero, luego, lo miraba, con cara de puta, con tal de que lo ayude a darme la mema ya mismo. Es que, el chupársela tan rico, me hacía dar mucha sed. Me ponía totalmente sedienta. 

 Le devoré los huevos mientras le hacía la paja. Jugaba con ellos usando mi lengua. Se los babeaba completamente. Le encantaba, así que nunca paré. Proseguí y me puse más puta. Cualquier cosa que lo calentara tanto, yo lo iba a hacer. Era su esclava, no iba a parar.

 De pronto, me colgué haciéndole la paja. Fue tanto, que empezó a salir a borbotones sus gotitas de leche. Algunas, muy pequeñas, colisionaron contra mi pecho. Otras, un poco más grandes, cayeron en mi lengua que rodaron hasta mi pera. Como también hubieron otras, que murieron en mis labios.

 De la cara, me empapó la parte que está entre la nariz y el labio superior. También un poco el labio inferior. Sin mencionar el chorrazo que me recorría el mentón que me dejó con un delicioso hilito de su mielcita blanquesina colgando. En definitiva, me quedó gran parte de la cara mojada en semen.

 -"¿Aprobé, profe?", pregunté.

 -"Si pudiera ponerte cien, lo haría. Pero tenés diez nomás. Hermoso pete me hiciste".

 -"Cuando quiera darme otra clase, ya sabe cómo aprobarme: con un buen examen oral".

 Reimos.

 


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