Penetieso Blues (Parte I)

 Once de la noche de un sábado. Esa noche era la acordada. Me dirijo a su casa. Fui así nomás, no me empilché demasiado. Unas calcitas con las que Juanchi jamás me había visto y la reme de Pappo que me compré la última vez que salimos.

 Toco timbre. Me atiende. "Ahora bajo", dice. Ahí lo vi, bajando los escalones con su shorcito deportivo puesto, en cuero. Hacía calor, claro. Debía estar suelto de ropita. Se acercaba meneando ese muñeco que se le marcaba con el meneo que ejercían sus musculosas piernas. Dios mío. Me babeé todo. Mente en blanco.

 Ni bien abrió la puerta, los besos no se hicieron esperar. Ni siquiera un "hola" fuimos capaces de pronunciar. Fue increíble. No pudimos evitarlo. Nuestros labios se unieron como si tuvieran un imán cada uno. Su boca sabía a birra, pero no me importó. Me lo quería comer crudo a ese pendejo hermoso.

 Continué mi camino rumbo a su casa, me adelanté en subir las escaleras que nos llevaban a su depto. Al verlo detrás mío hipnotizado por los movimientos realizados por mis caderas, mirándomela fijo, quebré la cintura para que parezca más grande. Me pa que él tampoco se podía aguantar más.

 Una vez en el piso donde él vivía, saca la llave, no sin antes agarrarme del vientre y apoyarme toda la garompa en la cola. Se la sentí toda. Ya la tenía durísima. Y claro, subió dos pisos con los ojos pegados a mis nalgas. Era inevitable para él con lo pitoduro que es. Otra vez nos atacaríamos chapando el uno al otro. 

 La intensidad no pararía a pesar de que tenía que cerrar la puerta. No sé cómo lo hizo. Práctica, quizás? Quién sabe. La cosa es que no se detuvo hasta hacerme estrecemer. Se ayudó con las manos abriendo mis nalgas, estimulando mi ano sin parar. Hizo que me mojara toda.

 Corrió la parte de las piernas de su short, dejando el pajarito al aire y de ahí me prendí para siempre. Fue una delicia lo mucho que me hizo desear ese pene que se iba inflando cada vez más hasta alcanzar los 17 centímetros. 

 No podía frenar de frotar esa verga con mi boca. De correrle el cuerito hasta dejarle esa cabezota bien expuesta. Hasta que le babee el enano. Estábamos insaciables el uno del otro. Nos necesitábamos para poder explotar de amor mutuamente, ¿para qué contenernos, no? 

"Mmmmmhhhh..." decía mientras le saboreaba la salchicha. Mientras le tiraba la goma en un salvaje ritmo lujurioso que nos extasiaba, con el tiempo, cada vez más. Y así fue cómo humedeció con sus juguitos toda la cara. No dejó un solo rincón sin ser cubierto. Me la pintó completamente.

 Uf, por fin pudo desahogarse sin la ayuda de sus manos. Ya extrañaba mi habilidad bucal. Se acomodó el lompa para dirigirse al baño. Una vez fuera, pasó a la cocina, donde estaba yo y lo dejé patitieso, boquiabierto, patatónico. No le daba crédito a lo que estaba observando.

 Era yo, empezando a preparar las pizzas, pero solamente con el delantal de cocinero puesto y una tanga que me había puesto. Lo miré de atrás y le pregunté si quería empezar. Claro que quería, acabar también. 

 Se hartó de ver mi culito redondito, como le decía él, y no hacerle absolutamente nada. Se dejó llevar por la tentación. Se arrodilló detrás mío, me corrió la tanga, separó mis nalgas y terminó lamiéndome el upite. Hasta no dejarlo bien mojado no iba a dejarlo en paz. Estaba muy predispuesto a ello.

 Mmmmmmhhh... esa lengua húmeda y juguetona bordeó todo mi hoyito necesitado de atención. Levanté una patita para apoyarla sobre un banquito que tenía al lado, solo para abrírselo para Juani. Eso, facilitó que pueda saborearlo en su totalidad. No me lo agradeció, porque tenía la boca llena. Obvio. No le permití decir ni "A". Tenía que ser todo mía esa boquita.

 Ni bien soltó mi pavito, para poder usar sus manitos, pudo observarlo todo chorreando. Su saliva correteando por la puerta de mi orto, fueron razones suficientes para calentarlo más todavía. El doble, quizás. Habrá sido una milésima de segundo, pero le bastó para electrocutarlo de sexo. 

 Esta situación hizo que se le ponga como una roca nuevamente. Ver mis cachetes, siempre hacían que sintiera un cosquilleo en los huevos. Las ganas de pelar el ganso continuamente aparecían. Con este chico, tengo una fuente inagotable de leche. Era tremendo pajero.

 Mientras me chupaba el culo, se pajeaba a cuatro manos. Por favor, qué talento poseía esa lengua. Me hacía temblar las patitas. Lo amé. Pero, en su cabeza, no solo me estaba devolviendo el favor por el tremendo pete que le hice, no, quería preparar mi colita para su enterrarme la batata. No buscaba hacerme acabar ya... pero lo logró. Increíble.

 Al ver que empecé a chorrearme, en vez de indignarse por no esperarlo, le encantó. Se sintió halagado ya que era de sus primeras veces que se comía un culo. Su desempeño fue excelente, debo admitir.

 Se puso de pie solo para franelearme los hombros, besármelos y susurrarme al oído que, ahora, quería hacerme el culo... o, por lo menos, otra mamada. Había que aprovechar la baba que se escurría de agujerito, así que... opté por la primera opción. 

 De una nalgada, me hizo decidir rapidamente por entregarle el marrón. Se sintió excitante ese golpe, me la dejó marcada. Me incliné más, apoyándome sobre la mesada que tenía de frente y entregué todo lo que tenía detrás. Era todo suyo. No podía negarme. Debía sentirlo bien adentro y eso hizo: me la empezó a hundir.

 En eso, que estábamos en tremenda fiesta, se escucharon unas llaves. Se trataba de la madre de mi negro. La explicación a esto, es que él todavía vivía con la madre. No me quejo de esto, al contrario, yo ya sabía. Pero pensé que no iba a venir esa noche. Que iba a irse al bingo toda la noche. Pero no, resulta que recién llegaba del trabajo, todavía no se había ido de joda.

 Del susto, atinamos a manotear la ropa rápidamente para ponérnosla, a pensar en frío para calmarnos y a recibir a la doña con la mejor de las ondas. Poner la mejor sonrisa. Por dentro yo pensaba "vieja corta-mambo. Te odio". Y así era, la odiaba mal.

 Suerte que preparamos todo velozmente. Suerte también que no me vio las calzas, porque, aunque ya me conocía y se notaba mis elecciones sexuales, no quería mostrarme así ante ella. Era su casa. Debía respetarla a pesar de todo. Yo, a mi suegrita, la respeto y la banco siempre.

 A la pizza la terminamos de hacer al toque Roque, pusimos la mesa y nos sentamos a morfar cual familia Ingalls. 

 Todo marchaba joya, hasta que se me ocurrió tirar un par de palos. Que ya comí, y lo miraba a Juancho. Que ya estaba lleno, y lo mismo, etc. Por suerte, nunca se percató. Solo fue risas entre nosotros.

 Como no vino a quedarse a cenar, se mandó tres porciones y se fue. Sí, ya teníamos la casa para nosotros... OTRA VEZ. Era hermoso. Pero, a pesar de aquello, decidimos tomarnos nuestro tiempo.

 Podíamos hacer lo que quisiéramos y eso hicimos. Se sacó la bermuda que tenía para quedar en calzones. Me saqué mis calzas para quedar en tanga y, así, nos tiramos al sofá. Fue el mejor momento de la noche: el del postre.

 Después de ganarle en la Play, me levanté para dirigirme al balcón. Me estaba asfixiando el olor a tabaco de sus puchos. Necesitaba aire. Me apoyé en la baranda y ahí quedé mirando la luna un rato, escuchando a los vecinos que pasaban por ahí.

 No le debe haber gustado mucho quedarse mirándome el "tujes" desde el sillón, cómo mi remera hace un esfuerzo sobrehumano en vano al intentar tapármelo.

 Se levantó. Se acercó. Me contó al oído lo mucho que le calentaba tener mi ojete así. Me lo demostró poniendo su verga dura entre mis nalgas. No me sorprendió, pero tampoco lo esperaba. No mintió.

 La luna nos ponía románticos, pero también cochinos (bah... él me arrastró a mí). Nos dejamos caer en la reposera que había detrás nuestro y nos entregamos al amor. Corrimos nuestra ropita interior y nos dimos masa.

 Me sujetó de las piernas (la parte de atrás de las rodillas), se agarró la verga, la guió hasta mi agujerito, lo introdujo directo a mi ano abiertito y me empezó a serruchar el orto. Qué rico se sentía. No podía mantener los ojos abiertos, ni la boca cerrada. Así que... aprovechó de besarla.

 El movimiento asesino de su pelvis alborotada, me provocaba placer puro. Pero, también, dolor. Al no estar previamente trabajada, con cada ensartada me rompía. Aunque, además, me encantaba. 

 A Juani daba la impresión de estar totalmente insano por las sensaciones que le provocaba mi huequito. Ya no era el mismo, estaba enajenado, concentrado mal en hacerme gozar el culito. Me caliento de solo pensarlo.

 El sudor que transitaba su esbelto cuerpo, no ayudaba en nada a calmar ese fuego que prendimos. Al contrario, enardecíamos más todavía. ¿Imposible de creer? No me parece. Tremendo.

 Llegó la hora de cambiar de posición. Me tiro al piso, levanto un toque la cola y me dejo envainar por su sable corvo impensable de dejar de desear. Pero, en lugar de esto, se apiadó de mí.

 Un rocío cayó sobre mi delicado cutis (algunas dentro de mi hoyito). Vibré de la emoción cuando se deshace allí dentro, mojándome mal. 

 Unos dedos agarraron mis nalgas, las separaron y tiró más escupitajos. También le pasó la lengua por doquier, hasta le daba besitos bien ricos.

 Con sus dedos escarbaba el pozo más profundo al que se sometió. Jugaba a cavar, a enterrar su hueso cabezón. 

 Al fin se dignó a cogerme. Arremetió con toda contra mí. Se habrá dado cuenta de lo mucho que me dolía su pija gorda taladrándome el ojete y se apiadó.

 El muchacho parecía que estaba haciendo lagartijas por la pose. Apoyaba aguerridamente sus brazos al piso. Tanto así, que se salían las venas. Era un espectáculo. 

 Siseaba y gemía como un loco sobre mi nuca, cerquita de mi oído. Me encendía más eso que los vergazos que me daba en la colita. Sí, así de hermoso era.

 Para estas alturas, su sudor se asemejaba más a una lluvia copiosa que regaba mi espalda (otras partes también). Me regaba sin cesar. 

 Tercera posición a la que me invita a disfrutar. Levanto el cuerpo para ponerme en cuatro patitas ante mi chongo, abrí el orto y lo preparé para que me garche salvajemente. Así fue, me hizo la cola hasta el fondo.

 Sus huevos bailaban al ritmo que imponía su verga. La voz cantante en esa banda, era yo, que me hacía sonar como el instrumento sexual de su predilección. Eso era para mi chico.

 Por debajo, acariciaba mis pezones. Parecía conocer mis debilidades, los puntos precisos para hacerme estallar. Me los pellizcaba, pero despacito. Los toqueteaba sensualmente. Sabía hacerlo. 

 Me comentaba, entre quejidos, lo rico que se sentía escarbar mi hoyo con la punta del choto. Era una sensación que nunca había experimentado. Que sus novias jamás lo llevaron tan lejos. 

 Si bien ya lo sabía (porque conocí a una de sus ex), me entonaba que me lo cuente mientras lo hacíamos. Volvía este banquete un manjar exquisito e irresistible.

 Nunca le chuparon la pija, ni los huevos. Tampoco le tragaron la leche. Menos entregarle el orto. Pobrecito, se perdió del placer más grande que nos dio ser humanos: el sexo oral y anal. Clave.

 Por el contrario, yo, no solo lo engomaba. Sino, que, además, le tiraba la goma, se la chupaba con muchísimo amor, me dejaba empujar la caca con el cabezón y hasta que me bañe en su néctar de lujo. Era la puta más sucia.

 Le rogué que me pegue en la cola, que me tire el pelo, que me escupa todo el orto y que haga todo lo que más desee conmigo. Hacerle realidad sus fantasías más profundas. Así fue, me llenó de moretones el culo, todo escupido, me dejó casi pelada. Fui suya por un mínimo instante. Qué tipo más morboso... igual que yo.

 La calentura que me embargaba, generó que yo explote primero. Un aluvión de guasca nació de la profundidad más desconocida de mi ser. No sé de dónde saqué tanto, la verdad. Nunca me pasó. Fue tremendo. No podía creer. Basicamente, me dejó agotado.

 Ahora sí, luego de varios vergazos, uno de ellos, hace que se le resbale la chota, haciendo que le escupa toda afuera. El primer lechazo salió disparado con la violencia de un balazo sobre mi espalda y parte de mi pelito. Sí, quedó teñido de blanco por su culpa. 

 El resto de lo que le faltaba sacar, lo expulsó manualmente. Todo aquello cayó placidamente sobre diversas zonas de mis partes traseras. No solo mi espalda, también mis nalgas fueron bendecidas con sus mieles pálidas.

 Los residuos que no pudo lanzar desde su vergota, se la sacó frotándome la punta de su chori en los cachetes. Incluyó mi rayita. No dejó ni una zona sin ser marcada por su "vergamota". El hijo de puta no paraba de darme placer, a pesar de ya haber terminado.

 Tras esta experiencia arrazadora, se desploma encima mío. Su cuerpo inerte, que se va entibiando lentamente, se rinde ante esta descarga indescriptible. Para que semejante lomo, semejante hombre, sea vencido así, imaginate lo que fue, ¿no? 

 De mí, ni hablemos. Fui carne de un sánguche conformado entre ese mastodonte y el piso frío que me retenía. Rodeado de ese charco de esperma que salió de mí. Se asemejaba bastante a la escena de un crimen, más que a dos personas que hicieron el amor.

 Su chori, que queda mordido por mis dos panes, se iba enfriando... de a poco. Su torso también. Pero eso puede ser gracias al viento que se levantó. Ya serían como la una de la mañana, sumado a que estábamos en un tercer piso y, encima, habíamos transpirado como locos, daba como resultado un cuerpo friolento. 

 Aquello lo impulsó a ir en búsqueda de su ropa. Al menos de sus calzones. Eso hizo, se vistió, por así decirlo. Todavía tenía sus pectorales al aire, pero la intención de cubrirse estaban. No me quejo, se partía solo, el hijo de re mil puta ese. Estaba bien fuerte, como patada de allanamiento. 

 Ni bien se dignó a mover el culo para salir de encima mío, pude divisar esos muslos bien duritos. Estaba buenísimo por donde se lo mire. Esa espalda ancha, por favor... bueno... ejem, ejem... ¿vuelvo en mí? Sí, dale. Yo también me puse de pie. Me acomodé la tanga, la remera (sí, no me gusta estar en cuero) y, a la vez que se sentaba en la reposera, yo, me instalé en el brazo de la misma. Con mis piernas sobre las suyas. Siempre muy mimosos.

 


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