El Rengo (Parte II).
El show duró casi tres horas, de las cuales, la primera hora, estuvo todo tranki. A pura música, a puro hard rock. Revoleando las cabelleras a full. Nos alejamos del pogo, para irnos a la parte trasera, donde no había tanto lío. A las canciones no las dejamos de corear jamás, obvio. Compró una coca para que bajemos un cacho. Tanto escabio y el humo del faso del público, me hizo querer calmarme un toque.
Le pedí un trago. La destapó, le puso la pajita y me convidó. La tomé mirándolo a los ojos, como diciéndole "dámela, forro". No la soltaba. Me recordaba a cuando estuve prendido del pete. La tensión empezó a subir. Comenzó a comportarse como un adolescente: me apoyaba la chota, la botellita cerrada y también abierta con la pajita, un dedo, etc.. En fin, buscaba distraerme.
De tanto que me hinchó las bolas, una vez que se calmó, me puse yo a joderlo: le manoseaba el bulto, le rocé la chota con la cola y seguía pidiéndole coca como si le estuviera cabeceando el pupo. Me tuvo que bancar una hora y pico así. Tampoco era fácil para mí, eh? No, señor, no soy de madera. Yo estaba calentándome de a poquito. Sobre todo, al ver que lo excitaba.
A su término, nos compramos unos panchitos para cenar e ir a dormir, aunque, él insistía en que no quería pegar pestaña. Deseaba seguirla toda la noche y, como si esto fuera poco, la cabeceada no le bastó. Se moría por degustar "esta colita". Claro, en lugar de calmarlo, le abrí el apetito.
Desgraciadamente, como había mucha gente por doquier (incluso el rinconcito que elegimos como primer nidito de amor), encaramos directo a nuestras carpas. La del grupo de Pitu, nos encontrarían al toque. Fija que nos iban a interrumpir. No quedó otra que ir a la mía. Esa tensión, me excitaba más todavía. Para él, tampoco fue la primera vez. Ya se había culeado una chica trans, según me contó.
Me hace pasar primero, para que, claro, me tenga que agachar y él me pueda dejar sus huellitas dactilares... con la mano o con la chota, da igual. Caigo de jeta dentro de la carpa, debido a un empujón que provino de afuera, pero quedo en una pose con glamour. Obvio, siempre divina.
Él, como todo un dandi, se recuesta boca arriba al lado mío. Me puse nervioso, como si fuera un virgencito y eso que ya estaba más agujereado que queso gruyere. Quien avanza, fue Daro, manoseándose la pinchila. Manoteándome la cola al mismo tiempo. Una vez que se le pone bien tiesa, se baja el pantalón hippie para dejarla afuera. Toda al aire.
Lo sublime fue cuando me pidió hacer un 69. Le hago caso, me bajo el lompa, la tanga y me pongo en cuatro encima suyo. A gozar. Con sus dos dedos medio, me abrió el orto para poder facilitarse las lamidas. Qué rico uso le da a su lengua. A su vez, la mía se paseaba como Pancho por su casa a lo largo y ancho de su chota. Se la empapé toda. Sin piedad.
Para mi suerte, tenía la poronga levemente inclinada hacia mí, la cual, me ayudaba en el pete. Era re yo tragándosela hasta los huevos. Hasta el fondo. Garganta profunda a full. Para este entonces, mi comisura no podía salir de otra manera, si no era acompañada de hilos de semen. Idem para él, mi culito se asemejaba a una cañería chorreando sus litros de baba. Me hacía gemir.
La estábamos pasando tan bien, que pensé que no me iba a hacer la cola. Eso pasó. Fue tan rica la mamada, que me eyaculó toda la cara. No me avisó el muy sinvergüenza, pero qué rica que era. Me dejó un bigote de leche que pude retirar con un lengüetazo bien sabroso. Tan extenso, que abarcó gran parte de mi bozo.
Me limpio la cara (aunque no lo suficiente) para recibir a los amigos de Pituto. Lo andaban buscando y este bolú, metido en mi carpa, guasqueándome. Del mentón me pendía, una gotita rebelde que no quiso ser removida por mi mano. Se quiso hacer ver por los demás. Eso hizo que los chicos se den cuenta de que estaba conmigo.
Ahora, no había forma de hacerles entender que no había pasado nada. Nos quisimos hacer los que no habíamos cogido. Aunque, era bastante obvio que, un buen rapidín, nos echamos. Así que nos relajamos. Que digan lo que quieran. Total, ¿qué más daba si lo hacían? Yo no le debía nada a nadie. Él tampoco. No estábamos engañando a nadie, en definitiva.
Sale para ver qué querían estos rompe pelota. Los calma, que no nos habíamos perdido. Que, simplemente, estábamos hablando. Que no nos habían perdido. Debían despreocuparse. No pasaba nada. Se tranquilizaron. Al parecer, pensaron lo peor. Es más, Daro, abrió la puerta y les mostró que ahí me encontraba yo también. Sí, me tapé para hacerme el dormido.
Luego de la pésima secuencia que se habían hecho en la cabeza, procedieron a invitarlo a una joda. Al negarse, se dirigieron a irse por ellos mismos. Tras asegurarse de que no habían moros en la costa, Pituto abrió y se encontró con una infame imagen: yo, recostado boca abajo, destapado, sin tanga, ni nada, esperando que me clave el aguijón. Esto, le provocó una hermosa erección que le hizo tirarse de jeta a mi culito.
Oh, sí, por fin se abocó a chuparme el orto. Se concentró en mí completamente. Separó mis nalgas con sus manotas, lo lame. Se ayuda con unos deditos, con su lengüita juguetona a hacerme gemir cuál puta en celo. Humectándome. Inundando, con su saliva, mi hoyito deseoso de carne. Tristemente, aún no era su leche. Debía esperar y ganarme el premio.
Esa corta sesión de mamada (o, al menos a mí, me lo pareció), derivó en unas tremendas ganas de hacerme la cola. Porque, sí, ya tanto tenérmelo abierto y dispuesto a todo, las hormonas se le alborotaron, parándole la pija. Se la empieza a manosear. Otra vez, por vez número tres, lo tengo semi desnudo, en slip, esperando penetrarme. Ahora sí, me iba a coger.
Se baja los pantalones hasta los tobillos, se tira al lado mío, de costado. Se escupe la mano. La pasea en el tronco para humedecérsela. Lleva para atrás todo el cuerito. Espera ansioso el acercamiento de mi culito a la nuez colorada a la que se le asemejaba el glande. Chorreante. Lujuriosa. Palpitante.
Arremete hasta mi profundo pozo. Despacio primero. Con el tiempo, va aumentando su velocidad, castigándome con su pelvis contra la piel de mis nalgas. Porque sí, aquel estruendo, se asemejaban a latigazos, más que a vergazos. Pero lo hacía bien rico. De coté, justo como a mí me fascina. Por favor, mi amor, nunca pares. Nunca paró de rellenarme el hoyo con su pomo.
Me tapaba la boca para que no gritara. Es que no lo podía evitar, mis sensaciones eran tan deliciosas que debía expresar mi locura oralmente. Por su parte, Daro también daba la impresión estar completamente dominado por la lujuria. Tanto así, que no me puso en cuatro. Fue raro, pero eso me dijo más que mil palabras. Claro que sí. No me cabían dudas al respecto.
Era la primera vez que me hacía el orto este muchacho, y parecía que no, porque, conectábamos demasiado bien, como si ya lo hubiéramos hecho. No lo podíamos creer lo bien que nos desenvolvíamos, como si ya supiésemos qué le gusta al otro y qué no. Terrible flash. En fin, desgraciadamente, como dice Ricardo Soulé "todo concluye al fin, nada puede escapar".
Obviamente, al culminar, la leche se desbordó, se derramó, ya que acabó una banda. Me dejó el agujero escupiendo baba blanca, vomitando leche. Me lo tuve que limpiar pasándome un dedo y chupándolo. Qué manjar. Nos tapamos, cuchareamos para que, finalmente, hablemos sobre esa conexión que fluyó entre ambos. Flashamos posta. Los dos lo percibimos. No pudimos escapar de ello.
Luego de pasada una hora de aquel polvo mágico, creí que nos dormiríamos. Pero no. Sucedió el segundo milagro, tras una más que interesante charla. Resulta que a Daro, le agarran ganas de mear. Sale así nomás, se va tras unos árboles que había cruzando el arroyo frente a la carpa, mea y vuelve como queriéndome contar algo urgente afuera. Que salga rápido, no había nadie igual.
Extrañadamente, manoteo la tanga, las medias, unas zapas y una remera que tenía. Salgo. Me hace levantar la vista, me señala al cielo: no había nada. Se pega más a mí (detrás mío, claro), para que me pueda apuntar mejor: tampoco, nada. Insiste en que espere, que ya volverá (supongo que se había dado cuenta, que desapareció). Una vez más, absolutamente nada resaltable en aquel cielo nocturno.
Lo único recalcable, era el suave murmullo del agua fluyendo en el arroyo. Las carpas que nos rodeaban que conformaban una pseudo ciudad y que, con su luz, ahuyentaban la temible oscuridad que nos acechaba tras el bosque. El cantar de los animales nocturnos. Ese dulce concierto. El tímido frío soplido del viento que movía la copa de los árboles, como también la remera que usaba cual vestido. Dilataba los poros de mis piernas.
Al notar esto, mi chongazo me rodea con sus brazos para convidarme de su calor. Me refriega sus manos en mis brazos. Apoya su mentón en mi cuello. Lo besa. Empieza a decirme cosas con doble sentido. Al principio, light, nada atrevido. Luego, conforme pasan las palabritas, el doble sentido va adquiriendo cada vez más fuerza. Se ponía terrible el muchacho cuando quería mi culito.
Sus primeras palabras eran que "qué rico perfumito tiene tu piel", que "qué suavecito es tu cuello", derrapando con un "me encanta hacerte tronar las nalgas". Por mi parte, mi único aporte, fue hacerme el que se me cae algo, agacharme y que la remera se vaya subiendo hasta dejarle mi colita frente a frente a su degenerado pene, el cual, sufre de un intenso calor que lo obliga a ponerse de pie.
Me arroja al pasto, caigo pero me repongo para ponerme frente a él y tener así, la hermosa vista de ese macho en slip. Con su bulterrier apretado en la pequeña tela que lo recubría. Se le hinchaba cada vez más. Las ganas me resecaban los labios, haciendo que me pase la lengua de un lado al otro. No veía la hora de pasársela en ese grueso pedazo. Estaba insaciable, con sed y hambre nuevamente.
Me acerqué de rodillas para pelarle el chori. Le brindé apoyo a su frenillo con mi labio inferior para empezar a succionarle el hongo y, así, comenzar con una nueva extracción seminal. Mi lengua recorrió el hoyito de su glande. Se puso jugoso. Un deleite para mis sentidos y, de ahora en más, el juego de lengüetearle toda la pija ha comenzado.
Su miembro se iba erectando en mi boca con mi buen desempeño. Ese vaivén pornográfico, era un vals que bailábamos juntos, unidos carnalmente por así decirlo. Éramos uno solo atados de mi agujero bucal y su carnosa pija. Encajábamos a la perfección, como dos piezas que al fin se encastran y, en caso de no poder, lo obligábamos a que se pueda. Si o si lo íbamos a lograr.
Nos olvidamos del frío por un largo instante. El calor embargó nuestros cuerpos. Esto mismo, internamente, nos alejaba de la hélida realidad en la que nos encontrábamos viviendo. Expuestos a esa ceguera de amor que nos drogó, enajenándonos por completo. Estábamos enfocados en terminar con lo empezado, a pesar de la temperatura. La nuestra propia, era más que suficiente.
A veces era él quién empujaba. Otras, era yo quién se desplazaba a lo largo de su tronco venoso. El que le empapaba todo con nuestros fluidos compuestos por mi saliva y su líquido preseminal. A veces, me la llevaba hasta el fondo, sin piedad. Otras, con solo tocarle la punta era suficiente para estremecerlo completamente. Todo dependía de cómo o de qué se hiciera en el trayecto.
No me dejaba decir ni "mu", sus brazos fuertes no permitían a sus manos soltarme ni un centímetro. Tampoco que me desprenda de su falo. Solo quejidos y onomatopeyas brotaban de mi boca ocupada. Es que, a mí, me enseñaron a no hablar con la boca llena. Cuando la comida está muy apetitosa, no hay tiempo de expresarla. Solo de saborearla, de disfrutarla a pleno.
Increíblemente, le di tan buenas mamadas, que lo obligó a dispararme de esos chorritos de miel blanquesina hirviente. La estaba pasando tan bien, que se olvidó de avisarme. No me quejo, su leche sabía tan rica, que no me importó que bañe mi lengua. Era lo que queríamos, al fin y al cabo. Pero, como no lo sabíamos, nos pedimos perdón. Él, por no avisar. Yo, por el amor que le puse al pete.
La sacó de mi jeta con un hilo de semen pegado a mi labio, la cual, se rompió pocos centímetros después. Tenía la mitad del glande para afuera. Coloradísimo. Estaba hipnotizado por esa belleza, a tal punto que, si Darío me habló, ni bola le di hasta que la guardó. Pero, aún así, seguía fichándole el tobul gordo ese que tenía. Por suerte, porque me iba a tirar de cabeza, sin dudarlo.
Se dirigió a la carpa haciéndome la seña para que lo siga, ya que podrían descubrirnos en pelotas. No daba que termináramos el finde en cana. Menos yo, que ni siquiera vivo allá. No le convenía a ninguno aquello. Así que me fuí tras él. Un poco en cuatro patas. Otro poco, corriendo. Lo importante es que nadie me vió. Me moví como el ninja más experto. El silencio mismo.
Allí estaba, acostado boca arriba, totalmente desnudo, con la pija apoyada sobre una de sus piernas. Reposando. Me llamaba. Golpeaba la parte de mi lado del colchón que hacía de cama. Me saco la remera y la tanga. Me recuesto en bolas yo también. A su lado. Cuchareamos. Me pegó su pija en la rayita. Sonreímos. Nos acurrucamos. Caímos en el más profundo de los sueños... ¿o este era el sueño? Quién sabe.

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