El Rengo (Parte III).
Tras una ardua noche de una buena garchada, me despierto al lado del hippie bello que conocí hace unos días. Medio adolorida, intento ponerme de pie dentro de la carpa. Al no poder, me quedo sentada un rato, pensando en las cosas ricas que hicimos hace unas horas. Eso me calentaba, pero no debía dejarme llevar por esos pensamientos, ya que debía cambiarme.
Manoteé lo primero que encontré: la remera de Daro. Me saqué la lotería, pues, como medía casi dos metros el muy hijo de mil, me quedaba tipo vestido. No tuve que ponerme pantalón, ni nada. Así nomás. Ahora sí, me levanté y encaré el día (mi anteúltimo día en Córdoba) como corresponde. Al menos para poder acomodar las cosas un poco antes de partir al día siguiente.
Mi chongo roncaba como carcacha vieja, pero ni bien me puse su reme, hice movimientos en el piso que lo despabilaron. Abrió un ojo y pudo ver mi culito apenas asomándose por debajo del fino algodón cuando me puse de pie. Su lengua se paseaba por los labios al verme tan concentrada ordenando mi ropita. Colgada.
Como él también estaba completamente desnudo, ni se molestó en ocultarla. Se puso boca arriba totalmente, exhibiendo así, su hermoso aparato, el cual, abrió mi apetito cuando lo vi. Por supuesto que, para eso, faltaba. Ya que estaba de espaldas, ordenando mi quilombo.
Una mano se posó en mis muslos. Se paseó directo en mi rayita separándola, para darle lugar a un dedo juguetón que quiso encontrarse con el máximo tesoro anhelado por Pitu: mi culito. Como no tenía ropita interior, podía entretenerse con total comodidad con mi hoyito.
Al fin, allí estaba, abriéndose a medida que su dedito se iba introduciendo. Lo humedecía con su saliva al lamerlo, es que quería saborearme. Aunque ya lo había hecho, deseaba repetir su plato. Me hizo unos masajes tan ricos, que no me quedó otra que entregarme. No me pude contener.
Se arrodilló ante mí, ¿para implorarme? NO. ¿Para rezar por mí? TAMPOCO. ¿Para declararse? MENOS. ¿Entonces?¡para chuparme el culito! ¡ESO ES! Sí, utilizó sus rodillas para acercarse a mí y mamarme el orto. Bien rico, claro. Como el tata Dios manda. Tenía unas re ganas de desayunar ojete, terrible. Y yo, de que me lo hagan. No aguantaba más. Necesitaba pinga de inmediato.
Una vez detrás mío, su lengüita inquieta no paró de corretear por todo mi trasero que la esperaba ansiosa. Dispuesta a ser penetrada. Mojaba sus paredes, por el costado. Me rascaba el agujerito con pasión, como si fuera la última vez que chupara uno. Si hasta cerraba los ojos, con el afán de concentrarse completamente en su importante labor de satisfacerme.
Lo agarraba de la nuca, para hundirle la cara más profundamente. Lo incitaba a que jamás parase. También me agachaba, para que mis nalgas le den el lugar sin el más mínimo obstáculo. Quedaba abierto. Expuestísimo para que arranque a chupadas los jugos más sexys de mí. De los dos. Porque sí, ambos nos deleitábamos a la vez.
Cada tanto, cuando se hartaba de que lo sumergiera en mis abismos, me daba sus buenos chirlos. Eso, me excitaba el doble. Quería más. Necesitaba más. Me convertían en una puta ninfómana que exigía sus mieles a gritos. Me ponía peor. Ahora, era yo quien tomaría el control. Así que... corrí su cabeza, me puse de rodillas (siempre a espaldas suyas) y le pegué sus merecidos sentones.
Ay, qué delicia era agarrarle la pija y correrle el cuerito con el anillo de cuero. Le encantaba. NOS encantaba. Sobre todo cuando llevaba mis cachetes hasta el fondo. Tragándose todo a su paso, excepto las bolas. O, también, al moverlos con un ritmo veloz en mi estrecho conducto anal. Me lo hacía notar, obvio. Desde que puso su chota la noche anterior por primera vez, amó penetrarme.
Me puteaba, me gemía, me susurraba guasadas. Todo al oído. Eso me ponía peor y lo sabía. Su voz penetrante, me fascinaba más que su pija (y no es poco decir). Para colmo de males, conocía las palabras correctas, el tono perfecto. Cada cosa que emanaba de su boca, sumaba un montón. Era un hábil entendedor del arte de garchar.
Nuestra transpiración era evidente. Cada parte nos rociaba, incluyendo las de abajo, que provocaban ese suculento sonidito en el momento preciso que estrellábamos nuestras zonas más pudendas. Esta situación duplicó el deseo en él, haciendo que me coja más fuerte. Estaba sacadísimo. Encendido a full conforme mis pompas se lastraban esa zanahoria de carne.
Al oído, me pide en cuatro. Me pongo en cuatro. Nos acomodamos. Continúa con el proceso de apareamiento, solo que, ahora, los dos estamos mucho mejor. Sí, ya puedo recordar vívidamente esos vergazos que me daba. Me pone duro. Me la pone bien duro. Nos extasiamos. Estamos más cerca del lechazo que le pone punto final a este polvazo salvaje.
Me sujetaba fuertemente del cabello. Golpeaba mis nalgas. Las escupía. Aumentaba la velocidad con la que me propinaba su garchada. Transpirábamos más. Nos gritábamos cositas (con la voz baja, claro, no queríamos despertar a los vecinos). Tratábamos de no movernos bruscamente, para no levantar sospechas. Nos mordíamos los labios a ojos cerrados. Qué rico.
Y, de repente, como quién no quiere la cosa, la salvaje sesión se estaba por culminar. ¿Cómo sería? Obviamente, de mi forma predilecta: me avisó, me puse de rodillas nuevamente, abrí la boca, se ayudó un ratito con la mano, también con mi boca hasta que su cálida lluvia blanquecina se precipita sobre lo que vendría siendo mi orificio bucal.
Sí, me toma de la mollera, pone su pene en mi jeta, la mueve aprovechando el borde de mis labios para estimularlo, desplaza sus caderas para cogerme oralmente, hasta que... ¡SPLOSH! Todo el producto que fabrican sus huevos, lo termina depositando adentro de mi trompa. Ay, sí, todavía rememoro a la perfección cómo saboreaba cada gotita que esparció.
Los dientes, los labios, las comisuras, el mentón, todo bañado de gotones enormes de espeso esperma. Caían en cámara lenta, o por lo menos, yo así lo percibía de lo mucho que los disfrutaba. Estaba a pleno con sus hijitos nadando sobre mi piel, en su primera travesía fantástica. Wow, se sentía divino haberle sacado tantos litros. Poderosa.
No me detuve ahí igual. No. Proseguí chupándole la pija con toda la zona bucal llena de su mema. Con chorros gigantes cayendo de varias de mis zonas a la vez. Sacaba la lengua, y ahí también tenía dos gotitas picaronas que se escaparon. Hilitos que se sujetaban de su glande a mi pera, que no querían dejarme solita. Nos mantenían juntitos por un ratito. El alivio volvió a su cuerpo. Estaba relajado.
Ahora sí, la energía que le quitó la cogida, lo retornó a la camita. No quería saber nada con empezar el día. No lo culpo. Era domingo, diez de la matina maso. Estaba re loco yo si quería hacerlo despertar. Así que... le hice caso, lo seguí y me acosté a su lado, para que cuchareemos unas horas más. Total, me dejó rendido a mí también.
Antes de acostarme, acomodé un poco las cosas (tratando de no hacer mucho quilombo, claro). Hasta que me llamó para ir con él. No quería entregarse al sueño sin apretar conmigo. Después me ayudaría a guardar todo, que no me haga drama, me dice. En fin, siempre logra convencerme, no sé cómo lo hace, pero lo logra. Es un hijo de puta.
Convencido, voy a la camita, me recuesto. Me abraza por la cintura. Se me pega. Siento su chori arrimándose tímidamente a mi cola para darme el calorcito que andaba esperando. El suficiente. Eso sí que es la vida, dormir tranquilamente con un lindo chongo al costado. No esperaría nada más. Así soy feliz por siempre.
A las dos horas, se pone el lompa y se va. Tras su regreso, viene con comida. Me prepara unos sanguchitos, mientras yo estoy haciendo fiaca, antes de levantarme definitivamente. Es un amor. Eso le valió poder mirarme la cola desde donde estaba, que era un buen lugar.
Se hizo la paja mirándome la colita. Qué rico. Se manoseaba la pija mientras tocaba el pan que yo me iba a comer después. Qué considerado. Tenía un poco de mi rayita al aire, debido a la pose en la que estaba acostado. Eso, fue suficiente para calentarlo y dedicarme una. Se jaló el ganso unos minutos, se acercó a mí y me tiró todo su juguito a una de mis nalgas.
Recuerdo que le sacó un par de fotitos a mi orto. Qué pajero de mierda que es. Pero me encantó que sea así conmigo, eso demuestra lo mucho que le gusta mi cola. Yo tampoco me negué a que lo hiciera, al contrario. Como yo no le oculté que estaba despierto, me puse en distintas poses, para que tenga otras perspectivas cuando piense en mí. Le ofrecí bastante material.
De almuerzo nos comimos esos sanguchitos, pero, cuando le pregunté por el postre y se agarró la pija, sabía que todo podría derivar en algo sexual. No me quejo, obvio. Me encanta. De hecho, almorzó en pija. Nunca había morfado con alguien en pelotas. Entretanto, yo, solo estaba con su remera y debajo, una tanga que me puse que decía "La Renga".
-¿Y de postre qué hay para comer? -le pregunto con cara de puta.
-Te podés comer ésta- dice mientras se la agarra.
-Ay, qué rico, no me cansaría de alimentarme a base de leche, huevos y carne. Alta dieta.
Lo gracioso de esto, fue que no mintió. Ni bien terminé, me di vuelta para acomodar el bolso OTRA VEZ, sin darme cuenta que, al ponerme en cuatro patitas, se me subiría la remera y me dejaría la cola totalmente expuesta hacia donde Daro se encontraba. Otra vez. Ni bien regresé la mirada hacia su lado, estaba acogotándose el ganso observándome. Cochino, degenerado.
Estaba re dura. Parecía un dinosaurio, de esos de cogote largo, pero colorado. Con la cabeza semi expuesta. Chorreando algo de babita. Jugosa. Con dos huevos largos al final de su cuello. Lampiña. Con venas salidas. La sangre se disparaba, haciendo que se ponga más tiesa. Ay, mi amor, cada vez que como una banana, me acuerdo de esa poronga hermosa. Mi preferida. No tan blanca, claro.
Me arrimé a chuparle la pija. Se la agarré. La saboreé de arriba a abajo. Le ponía una carita de petera y, sumado al beboteo que le hacía al hablar, se puso más "hot". Le encantó. Hizo que las primeras gotitas se asomaran. Las limpiaba. Repetía aquel ciclo orgásmico que le generaban una electricidad de la punta de los pies, hasta sus cabellos más diminutos perdidos en lo más recóndito de su ser. El segundo polvo del día, se podría decir.
Le masajeé los huevos y la pija con mucha pasión. Como siempre, le pongo todo el amor cada vez que hago petes. Estaba inspiradísimo. Su verga venosa me ponía así. No lo podíamos creer. Recién había almorzado y ya estaba tragando pija. Mientras tanto, Pitu, lo que no podía creer era lo rico que lo hacía. Cada vez mejor. Era una evolución constante en ese arte para dominar el sexo oral.
Continuamos con el frenesí, hasta que me salpicó con toda su leche post almuerzo. Qué delicia. Ya no estaba en ayunas. Quería por el culo, pero no me dio tiempo a sacármela de mis labios gruesos y metérmela por ahí. Una penita muy grande. Pero bueno... su semen ya se había esparcido por toda mi cara, sobre todo, mi garganta.
Me prometió que me ayudaría con el bolso, y lo cumplió. Tardamos mucho tiempo menos del que yo tardaría. Un tierno. Guardó mis tangas, mis jeans pegados, las zapas que no usé. Pero logré evitar que viera la prenda que usaría en este último recital. Uno que elegí como sorpresa para usarlo exclusivamente en esa ocasión. Menos mal que evitamos arruinarla.

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