Entre joda y joda, la sin-hueso se asoma.
"Paio" (o Pablo, como realmente se llamaba), era un chico común. Uno más del montón. Un stone (con flequillo incluido) de unos 38 bien cargados, de tez morenita, de 1,79 aprox (tal como me los recetó el doc), muy copado, el cual, disfrutaba a pleno de la buena música, la mejor compañía, los autos, los buenos petes y de los firmes ojetes.
Siempre muy infiel a su chica. Heterosexualmente, claro. Había fantaseado alguna vez con cogerse un pasivo, pero, los que conoció, arrugaban debido al termo que parecía tener entre las piernas. Era muy grande, como de unos 21 cms, y, además, la tenía anchita (como de 6 o 7 cms). No será de las más largas con las que estuve, pero... me encantaba. Era suficiente para mí.
Una buena noche de intenso calor, este muchacho, rompió con su novia. Al ver esto, un amigo en común que teníamos, lo invita a la casa, a una fiesta que había organizado. No estaba triste, mas no era mala idea despejarse un poco para conocer gente nueva.
Yo (que por aquel entonces, rondaba mis 25), fui uno de los invitados a ese mismo evento. Al mismo, decidí concurrir con una remera larga de Divididos y un Jean tan, pero tan ajustados, que parecían ser mis propias carnes. La primer prenda nombrada, a duras penas lograba tapar mis nalgas. Me sentía rockeramente sexy.
Al llegar allí, descubro que no había mucha gente. Llega a pensar que, o recién arrancaba la joda, o nosotros éramos todos. No me molestaba aquello. A veces, menos es más. En la cocina, cuando voy a buscar algo para tomar, lo noto por primera vez.
Se encontraba en el patio, sentado sobre unas gradas que llevaban al quincho que había en el fondo. Fumando. Parecía querer buscar el amparo de la soledad, la compañía de un pucho que lo intoxicara un rato.
Tenía la excusa perfecta, redactada en mi cabeza. Me animé a salir, a "tomar aire". Pabllto, a pesar de estar a unos escasos metros de mí, no se había percatado de mi presencia. Logré captar su atención, solo cuando me dejé desplomar encima suyo. Increíble lo colgado que es este muchacho.
Las miradas que, primero fueron de susto, se convirtieron en algo más romántico. Como si se tratara de una premonición, me miraba desde arriba, casi como agachando la cabeza y yo, sumisa, intentando sostenérsela (a la mirada), me sonrojo y río.
El ambiente se apaga, al escuchar que me llaman. Volvimos a nosotros, al presente. A darnos cuenta de que no daba. Me pregunta si estoy bien o si necesito algo. Al responderle con una negativa a ambas, se tranquiliza.
Mientras me sacudo la mugre que pudo haber trepado sobre mí cuando estuve apoyado en esas enormes escalinatas, una voz ronca, como de camionero, me indica que tenía "el ojete manchado". Sí, era él, me lo había pispeado bien, al haberme agachado de frente suyo.
-"Eu, con esa boquita decís 'mamá'?", le cuestiono.
-"OBVIO -contesta cautelosamente-. Siempre les puedo ordenar, a putitas como vos, 'vení y mamá' -decía a la vez que se agarraba la pija-. Me encanta. También puedo hacer otras cosas, como mamar ortos gigantes... como el tuyo, bebé".
Me quedé helada, bah... mojada, pero, además, perpleja. Me marché de allí, mas no sin escuchar un "ya vas a traer ese culito de vuelta, putito". Aluciné. Se había re mil dado cuenta.
Conforme pasaban las horas, el alcohol y el calor, hacían estragos en mi cabeza. Se me habían olvidado tanto Paio, como sus palabras, así que... se me cruzó la loca idea de lanzarme a la Pelopincho que había en el patio. No la nombré, pero porque no me pareció necesario. Igual sí, había una.
Me quedo en bóxer, pero uno de esos femeninos, esos que parecen un mini short. A las chicas les queda divino, a mí, era un trapo que alimentaba mis carnes.
Abro la puerta para aventarme y, en un microsegundo, logro divisarlo. Allí estaba, aún no se había marchado, tampoco se arrimó a hablarnos. Solari afuera casi toda la noche.
El tumulto se alejó, luego de ver mi sorpresiva reacción. De ver que no era más que un gordito arrojándose al agua.
Lo incité a meterse conmigo. Me preguntó si no saldría corriendo. Obvio, le dije que no.
Ni bien se bajó los pantalones, el slip que tenía, no ocultaba para nada el pedazo. Se le marcaba y, a pesar de tenerla dormida, daba a entender claramente, que era algo importante.
Luego, se sacó la remera sin vergüenza, dejando al descubierto, una hermosa pancita cervecera. Tierna. Con muchas noches y Rock and Roll encima. No le importaba nada. Claro está.
Sus piernas gruesas (como de futbolista) y peludas, se dejaron ver al fin. Surgió en el momento en el que las levantó para adentrarse al húmedo espacio. Al fin.
Empezó a salpicarme con las manos, como si no estuviera mojado ya (sí, en ambos sentidos). Me agarra de costado, como queriendo cucharear, y se sumerge conmigo.
Cuando, al fin, logro desatarme de sus brazos, en una maniobra más que increíble, logra sentarme delante suyo. A sus espaldas. Peligroso.
Al ver que, en una esquinita detrás nuestro dejó su atado de puchos, saca uno y se pone a fumar de nuevo. Le pido uno. Me agarra la mano y la lleva a su entrepierna. "Acá tenés un habano, si querés fumar", dijo. Vaya sorpresa.
Al sentir su paquetote, en lugar de ofenderme y quitarla, la sigo amasando. Al ver mi sonrisita pícara, le queda claro que me encantaba. Él también estaba satisfecho con lo que iba haciendo. No paramos.
Se corrió el calzón solo para permitir que masajee esa jirafa. La sentía grosa y gorda, por lo que no dudé en pajearlo un rato más.
Lo llené de besos en la boca, la pera y el cuello. Ahí, cayó rendido. Se entregó completamente.
Se avivó y metió unos dedos en mi zanjita húmeda. Ya estaba más que humectada, pero quería más. SIEMPRE quiere más.
Los metía en los interiores de mi caverna más profunda. Jugueteaba allí. Se quedó y daba la impresión de que sería una eternidad. Para mi desgracia, no fue así. Solo me estimuló analmente hasta que le explotara la verga de pasión.
La calentura nos obligó a escalar el siguiente nivel. Aprovechamos el cobijo de la soledad, para culear ahí nomás. Sin miedo al éxito (ni a excitarnos, ¡CUACK!).
Me hizo sentar en su pelado, no sin antes refregarme la chota entre las cachas. Sentía cómo la paseaba, como Pancho por su casa. Era de su propiedad en este momento. Hacía lo que quería.
Por mi cabeza, rondaba la duda de por qué se salteó el tan apreciado pete. Simplemente, pasó a querer hacerme la cola. Pasó al plato principal sin probar el aperitivo. En fin, apagué mi cabeza y me dejé llevar. Que me haga lo que quiera.
El pobre muchacho (que, de pobre, no tenía absolutamente nada), se agarra la pija para guiarla de camino a mi pozo sin fondo. La logra introducir, dando pie al sinfín de sensaciones hermosas que preceden al placer.
Después de darle unos cuantos "culazos" a esa pinga maravillosa, me hace poner en cuatro. Fue un espectáculo que ni el agua podía "aguar".
Ambos sabíamos que, en cualquier momento, alguien podría asomarse y cortar nuestro tan apreciado mambo. Por lo tanto, no podíamos darnos el lujo de tomarnos el tiempo. Debíamos apresurar el trámite.
Estábamos muy pendientes por si alguno la estropeara. Eso nos producía sentimientos encontrados. Por un lado, excitación. Por el otro, ganas bárbaras de acabar rápido.
Al borde del colapso lácteo, Pablis, de un chotazo en la cola, logra arrancarme un gemido de lo más profundo de mi ser. De mi alma, tal vez. El cual, da pie a una eyección de mis jugos de amor que van a dar al agua.
Con todo lo acontecido recientemente, busca complacerse a sí mismo. La saca de mi orto, solo para pajearse encima mío. A los dos segundos, tengo sobre el cutis de mi "culis", un nido de renacuajos. Todos nadando sobre mí.
Agua y leche mojaban mis redondas posaderas. Se escurrían las gotas más rebeldes que recorrieron mi piel trasera. Hasta bajar lo más que pudieron.
A su término, no pasaron ni veinte minutos hasta que los demás nos copien y se vengan a la pileta. Se llenó, no solo de gente, también de escabio, de joda. Se re puso.
A pesar de que no me comió el ojete, tal y como prometió, me fui contento, con las nalgas totalmente empapadas.

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