Piso siete.

 Obviamente que, con Lucho, nos seguimos viendo. No podíamos dejar escapar estas sensaciones únicas que nos floreció. Debíamos hacer algo y aprovecharlas. Son oportunidades únicas.

 Las subsiguientes citas fueron en el cine (ya ni recuerdo qué peli fue), en la plaza de mi barrio y en el Rosedal (sí, fuimos hasta allá, re romántico). Se ve que, el hecho de soportar su chorizo en el culo, me valió como recompensa, tener su lado romanticón a flor de piel. Lo enamoré.

 Nos reíamos mucho de eso. Pero, a mí, en el fondo, me encantaba. Me hacía la que me causaba risa, pero me parecían re tiernos esos detalles. Daba la sensación de que inicíabamos algo, no solo fogoso, sino, además, algo sentimental.

 Al volver a nuestros hogares, obtenía su respectiva recompensa. Como en la primer cita, que fuimos al cine. Salimos de allí, nos subimos en su moto y emprendimos el camino hacia nuestro nidito de amor.

 Todo aparentaba normal. Yo, lo invitaba a subir para que tome o coma algo antes de irse a su casa. Pero tranqui, no pensaba en nada "sexoso", lo juro. 

 La cosa cambió, no sé por qué, cuando empecé a subir los dos primeros peldaños de mi edificio, los que me llevan camino al depto donde resido. Allí, esperó a tener mis nalgas a la altura de su cara, me los agarró, arrancó el ajustado Jogging que me había puesto y sumergió su rostro en ellas. 

 Recuerdo que, ni bien giré la cabeza para ver qué me estaba haciendo, al tener mi culo desnudo frente a él, sonrió, poniendo cara de satisfacción y luego, lo perdí de vista. Seguido a eso, el placer se apoderó de mí.

 Su lengua correteaba por todo el prado que conformaba mi voluptuosa colita. Cada endidura, cada relieve del cutis, fue bañado en el cálido ungüento que brotaba de su boca. No eran pocas gotas, no. Yo diría, que fueron litros.

 Atiné a agarrarme de donde podía, una columna por ejemplo que pasaba por ahí, para sostener la construcción. La abracé como si fuera mi madre, como si hubieran pasado años sin verla. Sabía que se venía algo groso.

 En cuanto a mi culo... bueno, ¿qué decir? Lo dejé expuesto, más abierto de lo que podía. Sentía el aire transitar por en medio, mientras mi comensal deglutía su manjar que, de ahora en más, se convertiría en su plato favorito.

 No paraba de escupirlo el muy guanaco, de dedearlo, de prepararlo, de hacerme suya una vez más. A sufrir pero del placer y del vértigo que genera la incertidumbre de que alguna persona nos pueda atrapar. Por primera vez tuve esa adrenalina, a pesar de ya haberla sentido, pero no tanto así.

 Otra vez estábamos a merced de que nos atrapen. A disposición de un Dios que no permita que entre alguien. Calculo que eso era lo que más lo calentaba a mi chico, y eso quería darle, todo lo que lo caliente mal... aunque terminemos presos.

 Hasta que, al fin, no aguantó más y saca su enorme "lápiz japonés". Esta vez fue más precavido, no se bajó los lienzos hasta los pies. Solo se bajó la cremallera, se corrió el bóxer y peló la tararira. Fue mucho más vivo que nuestra primera vez.

 Se escupió la palma, humedeció la paloma y me la puso toda. No me metió los huevos, porque no podía. Sino, lo hacía. 

 Mi culo abierto recibía con total dicha esa jugosa morcilla. Se iba manchando con cada vergazo, con gotas del jugo que surgía de allí. 

Bramía como el toro loco que era. Me empotraba con su poderosa poronga venosa. Estaba desquiciado con mi angelical culito. Estaba poseído por un demonio empotrador.

Un ruido nos alertó de que deberíamos hacerlo en otro lugar y, con la pija dentro, corrimos unos pisos más arriba. Obvio, no llegamos al mío que ya estábamos culeando de nuevo. Las ganas nos venció. Allí seguimos.

 Muy cerca de mi piso, en sus escaleras, nos detuvimos para seguir garchando. Aproveché de pararle la colita y antojarlo a proseguir con lo que nos propusimos. 

 Se sentó en un peldaño, paró la pinchila, abrí mi ocote y le seguimos dando cumbia a mi culito goloso. 

 En este momento, al control lo tenía yo. Decidía hasta donde me entraba y en cuál instante sacarla. Me sentía poderosa decidiendo algo así, aunque cansaba.

 Era increíble, pero había desarrollado un vicio por mi culito. No podía parar de darme bomba por atrás. Le había encantado, porque, casi ninguna de sus ex parejas, aguantó entregarle el tira pedos. Yo sí y lo hice estoicamente.

 Me faltaban tetas con las que pueda jugar, mientras me rompe el orto. Esa idea le encantaba, ya que amaba los pechos femeninos. Pero nunca había podido quebrar un ano, por lo que, esto le resultaba más atractivo.

 No se abstuvo más y, entre nuestros gemidos y las nalgadas que me propinó, un vecino más se percató de aquellos sonidos, haciendo que quieran salir a chusmear. Tuvimos que proseguir camino aunque no sea donde yo vivo. 

 Llegando a los pasillos del piso cuatro, me puse en cuatro. Por suerte, estaba despejado, podía hacerme el ojete sin más interrupciones. 

 Recuerdo sus largos dedos tapándome la boca para no emitir más ruido que llame la atención de intrusos. Esas manos de MACHO, me obligaban a callar, a no emitir palabra que pudiera expresar lo rico que se sentía su verga en mi ser. Era desesperante, pero un morbo delicioso.

 Me susurraba preguntas que estremecían mis sentidos. Le encantaba saber lo bien que la estaba gozando. Que los dos estemos a pleno, disfrutando de la cogida que me estaba pegando.

 Mis respuestas eran concisas, pues no podía pensar con claridad. Quería concentrar todo en las sensaciones que acontecían con cada pijazo. Era único. Encima, debía tratar de no hacerlo en voz muy alta.

 Para nuestra desgracia, hizo ruido la llave de una puerta, el cual, nos asustó, haciéndonos salir corriendo lo más que podamos. Era un depto que usaban como consultorio de algo. No recuerdo bien. 

 Me comía el cuello, la espaldita, escupía mi trasero. Todo eso y más. Soy su puta favorita.

 Ahora, el escándalo provenía de nuestra piel, de su pelvis colisionando violentamente contra mis nalgas. Es que, las ganas, lo hacían llevarla hasta el final. 

 No me daban las patas para salir corriendo. Las escaleras se transformaron en una trampa mortal debido a mis pantalones bajos. Además, si me caía, me rompía todo. Fija. La ventaja de mi chongo, era que ya los tenia puestos. No le costaba nada dar pasos largos. Encima, sus extensas piernas, se lo permitían.

 Llegamos al séptimo, para que mi chongazo me coja el siete. Así fue. Me puso contra la pared, la que sostenía las escaleras, se escupió la "capocha" de nuevo y me orteó todo.

 Para estas alturas, mi culito, estaba más abierto que una flor. Le habían dado de comer morcilla como nunca. Se estaba sobrealimentando el desgraciado. 

 Su chota oscura tenía el tronco manchado de blanco. Lo sacaba, lo limpiaba sobre mi terso cutis y proseguía en la suya, cogiéndome durísimo. Metiéndomela hasta el fondo, con toda la pasión del mundo. Estaba completamente ido en su calentura.

 Mi orto estaba igual. Insaciable. Deseaba lastrar más. Que se la mande lo más profundamente que se pueda y eso hacía, me la daba toda. No sé cómo todavía aguantaba, pero le re daba la nafta aún. Podía estar así todo el día me parece, pienso yo.

 Litros de sudor más tarde, se retuerce. Esa fue la primer señal del manguerazo que se avecinaba. No era una exageración, no logra alejar ni dos centímetros su pija de mis cachas que ya estaba regándome la flor. Ni bien la sacó, se masajeó la gallina dos segundos y, como si fuera una botella de Champagne, se volcaron sus ricos jugos masculinos.

 Todo fue a parar a mi cola, sobre todo. En la parte más alta, en su mayoría. Gran parte se quedó ahí, pero otra, se deslizó hasta mi hoyito (y más allá también). El resto que quedó aferrado a su miembro, se lo quitó con el roce de nuestras pieles. Nuevamente, su costado pulcro surgía espontaneamente. 

 Tras arduos minutos de "treque-treque", recién me entero de que mi chico estaba como yo: sin calzones. Yo, porque mi Joggin se marcaba demasiado, era bastante ajustado. Entonces, ponerme una tanga, haría notarlo. No quería eso, la verdad. 

  Por su parte, la excusa era que sabía que íbamos a garchar, por lo que, ni lerdo ni perezoso, no se puso. Muy perspicaz de su parte, ya que nos da segundos más para hacer el amor. Prioridades.

 Una vez impecable la pija, se subió los lompas. Yo igual. Nos acomodamos lo que había que acomodar y encaramos directo a la salida. Sí, ya era tarde, debíamos cortar con tanta calentura. Mañana había que trabajar.

 


Comentarios

Entradas populares de este blog

Caperu-colita rota y el choto feroz.

Pinta mi colita.

Calza justo.