San Caliente del Tuyú.

Mis vacaciones favoritas fueron en San Clemente del Tuyú. No por lo sexual solamente, sino, por todo. Allí conocí un maravilloso paisaje, gente muy linda y tuve la oportunidad de pasar días formidables junto a mis amigos. Éramos las mismas 5 personas del viaje anterior en un maravilloso lugar.

Entre toda esa gente linda que conocí, había un hombre que se destaca. Fue una noche que fuimos a un bar. La estábamos pasando genial con música, alcohol y charlas graciosas. 

Como una de las chicas estaba en el primer bimestre de embarazo, se quiso volver (obviamente, no tomó nada). Nos dijeron que podíamos quedarnos, que mis otras dos amigas la acompañarían hasta la casa donde nos hospedábamos. Quedamos Alejandro y yo. Nos pusimos a hablar, hasta que nos decidimos a jugar al Pool.

Tras ganarle una partida... (cof, cof...) un muchacho, en una de las mesas, notó que nos faltaba una ficha mas por jugar. Se acerca y nos propone un partido: él, contra nosotros dos. Aceptamos. 

Tras terminar el juego ganándole, y como nos cayó tan bien, lo invitamos a seguir escabiando a nuestra mesa. Estaba sólo. Era un tipo increíble. Me había encantado su onda de mochilero, las rastas que tenía, sus ojos, sus historias, su carisma. Era muy bello. Ya me había atrapado con solo verlo. Tres birras después, nos invita otro partido. Al no haber nadie jugando, compra la ficha, mas para tomar, y... ¡a poolear se ha dicho! 

Lo mas gracioso de todo esto, es que, en un momento, mientras yo me disponía a preparar uno de mis tiros más icónicos, no me había percatado de que le había puesto la colita a centímetros de donde se encontraban sentados ellos. 

Muy erradamente, le intenta susurrar a mi amigo un: "qué buena cola tiene tu amigo". Quedé helado al escucharlo. Se ve que estaba un toque ebrio y no se dio cuenta que lo había dicho muy poco bajito. El alcohol lo había puesto mimoso y mi culo, era su objetivo. Yo, aún, estaba bastante sobrio. Lo miro. Me tira un beso. Ale, le secretea algo al oído.

Llega el momento de ir al baño. Se levanta y siento un manotazo en una de mis nalgas. La distracción fue tan grande, que logro a penas empujar a la bocha blanca, en dirección equivocada, haciendo que se vaya por uno de los hoyos. 

Levanto la mirada, sorprendido. Todavía estaba ahí, mirándome. Esperando que lo note. Me hace un gestito con el dedo gordo y me guiña un ojo. Se va. Yo, todavía no caía. ¿Se habrá dado cuenta que era gay? 

Por gato, vuelvo a colocar la blanca. Tiro. En mi cabeza se reproducía, cuál video en loop, la secuencia que había vivido. Debido a sus intensas distracciones, nos terminó ganando. Parecía que jugaban ellos solos. Yo, no embocaba una.

A eso de las cuatro de la mañana, a Ale, le empieza a bajar el sueño. Este señorito, se decide a acompañarnos. Un amor. Igual, estábamos cerquita. Como me ve fresco como una lechuga, espera a que el otro entre a la casa, me propone ir a la playa. A esa hora, estaba semi vacía. Acepto encantado.

Una vez que lo dejamos en la casa, pasamos por un negocio a comprar unas birras. Pegamos cuatro. Llegamos a la orilla de la playa. Nos tiramos sobre la arena. Contemplamos las estrellas un rato. La oscuridad era abrumadora. Con suerte se veía el agua. Se podía escuchar. Era casi casi como estar con los ojos cerrados.

La sola situación, ya me llenaba de felicidad. Encima, se me ponía a hablar de cosas re flasheras. Escucharlo, era fumarme 50 porros juntos. Entre todo ese mambo loco que me había pintado, destapamos las dos primeras cervezas. Entre trago y trago, nos acostábamos juntos. Él, boca arriba. Yo, boca abajo, con los codos sosteniéndome. Nos hablábamos muy de cerca. A nada del beso.

Tras una larga mirada en silencio, le pido la botella. Me dice que me la da con la condición de que le dé un beso. Me voló tanto la tanga el beso, que nos dimos como tres. Puso cara de que le encantó. A mí también, y se me notó. Quedamos con hambre de mas.

Le insisto con la bebida. Se lleva el recipiente a la entrepierna, para desafiarme a que la saque de ahí. Con todo gusto, mientras le sonreía, llevé mis manos hacia esas partes para sujetarla sin problema alguno.

Como hice un sorbo largo, afirmó, con doble sentido y sorprendido, lo mucho que me prendí a chupar. 

-"Y eso no es nada", le dije con una sonrisa pícara.

-"¿No querés chupar otra cosa?" me invita.

-"¿Qué proponés?", fue mi instantánea respuesta, mientras lo miraba como el perversito que soy.

-"Podés chupar de ésta -mientras se agarraba la pija-. No es una botella como esa, es de carne. No tira cerveza, pero tira leche. Mucha leche si la mamás bien. Tu amigo ya me contó que la chupás extremadamente bien, así que... comprobémoslo", fueron las últimas palabras que le escuché pronunciar por un largo rato.

Me quedé absorto por su última confesión, ¿habrá sido eso lo que Ale le dijo al oído? Me metió mucha presión, pues, debo hacer una buena performance. Debo estar a la altura.

 Estábamos al borde del coma lácteo de la calentura que teníamos. Los besos llegaron nuevamente y, con ellos, las manoseaditas. Mis manos, automaticamente, se dirigieron a sus zonas pudendas, donde ya había bastante movimiento. La tenía como el faro de Mar del Plata, pero sin proyectar luz. 

Se baja el pantalón y el bóxer, para dejar asomar un pedazo precioso. Cabezón. Coloradísimo el casquito de bombero. No había vello alguno. Me quedo un rato observándolo. Disfrutándolo con la vista. El agua empieza a emerger de mi boca. Era la saliva. De pronto, una mano se posa en mi nuca, para llevarme directo a "Pijalandia".

Cada vez que esa verga me penetraba oralmente, se metía hasta el fondo. Era un vicioso que enloquecía con cada garganta profunda que le hacía. Hasta que, de la nada, me atragantaba con ella. Una arcada nos separaba y volvía a empezar el proceso anteriormente nombrado. Mi baba y su semen, nos unía.

Mientras todo esto ocurría, sus dedos se paseaban a lo largo y a lo ancho de mis muslos. Por ahora, con ropa puesta. Por encima. Nalgueaba. Cuando se animó a escurrirlos por dentro de mi ropita, notó que tenía un hilito dental puesto. El solo hecho de enterarse, lo calentó el doble. Casi que acaba, pensé. Me pide que le muestre. Le solté la pija, le mostré. Me puse de pie, me bajo el pantalón y quedo con la cola totalmente al aire. Pongo cada pierna a los costados de su cabeza, para que tenga a cms suyo, mis cachetitos.

Me pide encarecidamente hacer un 69. Se moría de ganas por pasarme la lengua. Le hago caso. Me siento en su cara. Era increíble lo rico que me mamó el ojete. Sus dedos también hicieron de las suyas. Me hizo aullar como una loba a la luz de una luna llena. Frente al mar, con su rugir acompañando nuestros gemidos. Rompiendo el silencio.

Al ver que mi hoyito ya estaba lo suficientemente abierto, pidiendo verga, le da una buena bofetada como queriendo que le entregue. Eso hice, me puse en cuatro para él, con todo el rosquete esperándolo. En esa misma pose, me incliné mas. Me sostuve con los codos sobre la arena. Así recibí todo lo que tenía entre sus piernas.

Primero, su glande. Pasó sin tanto problema. Luego, el enorme y ancho cuello de lo que vendría siendo su cabezota (ayudado por algunos escupitajos, claro). Parecía interminable, pero, ese mismo dolorcito, se terminaría por transformar en placer.

Me lo empezó a hacer despacito, relajadito, hasta que sacó la bestia que contenía. La misma música que emitía de mi voz, no lograba calmar a esa fiera. Al contrario, lo volvía mas y mas loco. Un perverso en búsqueda de ese ápice de calor corpórea. 

Los golpecitos que se producían con el choque de su ingle y mis nalgas, no ayudaban para nada a bajar esa insanía. Aumentaba su velocidad, conforme un lapso de tiempo. Era un ritmo endemoniadamente rico. 

Sus manos inquietas, se agarraban de donde podían. Sobre mis caderas, mi espalda. Hasta que fue a dar a mi pelo. Lo estiraba con fuerza, obligándome a llevar para atrás la cabeza. De tanto en tanto, me daba azotes. Mejor que una droga era. Sus vigorosos sopapos dejaron sus huellas dactilares plasmadas en mí, por mas de dos días. Parecían un tatuaje.

De tanto "treque-treque" que me daba por el ojete, mi pija, cual champán agitado, expulsó un chorro de semen increíble. Uno que muy pocas veces logré sacar. Wow, pensé. Wow, pienso ahora. Se me para de solo acordarme. De solo revivirlo en mi cabeza.

Demasiada transpiración recorría por mi cuerpo. Me dio sed de la venosa. Me balbucea algo incomprensible al oído. No le doy bola. Continúo gozando de ese miembro. Segundos mas tarde, me doy cuenta que lo que quería, era acabarme en la boca. ¿Cómo me doy cuenta? Bueno, me la saca de atrás, camina hacia mi cara y se pone frente a mí a masturbarse.

Dejo de estar en cuatro, para poder estar solo de rodillas ante él. Le pido la memis con carita de puta. Se sacude el ganso con más ímpetu todavía. Reclama mi trompa. Me prendo de ese pete como nunca lo hice con otro. Con tal ganas, que mis mejillas adquieren la forma de su falo.

Agarraba mi pelo para ahogarme. La sentía hasta en la campanita. Me miró. Lo miré. Y, a pesar de notar que estaba siendo demasiado bruto, notó que me estaba orgasmeando todo. Que estábamos al palo mal de igual forma.

Eso, calculo yo, generó que empezara a brotar el néctar caliente de su pene. Como la tenía bien metida, ni una gotita se desperdició. Todo fue a parar a mi lengua y garganta.

Tras su orgásmico "¡AH!", volvió a hablar normalmente. Por lo menos, se le entendía ahora. Le mostré que había tragado todo. Que no había quedado ni rastro de sus hijitos. Suspiró con alivio. Se secó cada gota de sudor que transitaban su bello rostro. Se pone solo el bóxer y la bermuda, quedando en cuero. No estaba trabado, ni nada, pero tenía lo suyo. Era algo muy bello de ver.

Le digo que, ya que no va a ponerse la musculosa, que me la preste, porque, la remera que me había puesto esa noche, era muy corta. No tenía ganas de vestirme totalmente aún. Me coloqué el hilo, su musculosa y fui feliz con su olorcito a MACHO impregnado en mi cuerpo.

Otra vez se acuesta boca arriba sobre la arena. Nuevamente me acuesto boca abajo sobre la arena. Pero, esta vuelta, al no tener pantalón puesto, quedo con la cola casi al aire. La tenía llena de arena. El muy atrevido, sin avisar, le da golpecitos para que se deslice. Le pongo cara de sorpresa. "Si te gusta que te haga eso, Cogote". Y sí, me encantaba.

No hacía falta preguntarnos qué tal estuvimos en el desempeño. Nuestras caras, lo decían todo. Hablaban por sí solas. Eran el polvazo que necesitábamos ambos. Yo, llevaba unos meses sin nada. Él, unas semanitas. Tenía la leche en la punta del pito, casi.

Eran pasadas las cinco. Le propuse que veamos el amanecer juntos, ya que estábamos. No me quería ir mas. Aceptó. A pesar de esa lujuria que se desencadenó, la pasábamos muy bien charlando. Demasiado. Temía que, cuando me tuviera que volver a Capital Federal, lo extrañe mucho. Omití pensar en eso y pasarla bien. Nos propusimos tomar lo último que quedaba de esas birras, que estaban mas calientes que nosotros dos.

Se levanta un dulce viento. No era tan frío para él. Para mí, sí. Por lo que procedí a ponerme mi buzo. Levantó solo la mitad del cuerpo, quedándose sentado, para proponerme que, si seguía sintiendo frío, se ofrecía a abrazarme. Separó las piernas, para darme lugar. Poné la colita acá, bebé, me decía. Quedamos así, mudos un rato largo. Observando la nada. El todo. Con una sonrisa de oreja a oreja. Pensando en quién sabe qué. 

La ternura nos embargó, hasta que... me clavó el beso más tierno y fogoso que me dieron en el cuello. O eso creí que era. No, era un chupón. Su llegada a mi vida, no solo se quedó impresa en mis posaderas, sino, también, en la parte baja de mi cogote. Otro de sus tatuajes. Parecía un zombi de "The Walkin dead", arrancándome la piel, o un vampiro clavándome los colmillos. Pero no. 

Su brutalidad me sonaba excitante. Esa mezcla de violencia, romance y lujuria. En la cuota justa, claro. Para defenderme, atiné a manotearle el ganso. Y, como un depravadito, me murmuró muy despacio, de forma casi ininteligible "ah, ¿querés pija de nuevo, putito?" Su voz muy masculina acarició los pabellones auriculares que cubrían mis orejas. Me engatuzó. Me perdí. Me entregué.

Su miembro, erectándose, se hacía sentir a mis espaldas y en mi mano. Lo frotaba contra mí. Inconscientemente, eso hizo que me mordiera los labios de manera libidinosa. Que quedaran de color carmesí. Ya en un trance idílico. Hermoso.

De pronto, siento que me suelta. Suavemente se deja caer a la arena, como si se tratase de un colchón cómodo. Al darme vuelta, lo veo entregado también, con su erección ejerciendo fuerza a la pobre prenda que tenía puesta. Me pongo de frente, se lo deslizo para que quede expuesta ante mis ojos. Todavía lograba babearme de forma sistemática.

Le corro todo el cuerito hasta abajo. Quedó como el famoso "pelado con polera". Nuevamente quiere ser estimulado oralmente. Me acuesto panza al suelo, para estar más confortable. Subo y bajo con mis labios a lo largo del tronco. Repito el ciclo que sé que lo lleva a tocar el cielo con las manos, con la gran diferencia de que, busqué también, lamerle el frenillo.

Se mordía él también. Lo vi cerrar los ojos. Parecía poseído. Sus tetillas estaban totalmente paradas. Se las toqué. Su pancita también. Su abdomen hasta bajar a sus huevos. Se retorcía del placer.

Yo estaba a pleno. Lengüeteando cada rincón de su poronga. Sin olvidarme de nada. Ni de sus bolas. De NADA. Recorriéndolo por completo, como si fuera un heladito delicioso. Cerraba los ojos y solo los abría para encontrar su mirada. Para que sepa lo excelente que la pasaba.

Mientras lo pajeaba con la boca, yo, me pajeaba a escondidas suyas. Acabé en la arena. Él, se preparaba para hacer lo mismo, pero en mi cara. Y así fue, luego de un rato largo, siendo su petera preferida, le pido la mema. Me complace, largando un violento escupitajo de leche directo a mi cara. Me regodeaba en sus restos. Una vez mas, la felicidad me acompañaba.

Ahora, con su cuasi flácido nepe en mi mano siendo masajeado, largué la carcajada mas sincera que salió de mi alma en toda mi vida. Estupefacto, se sienta y me pregunta qué me pasaba. El diálogo fue el siguiente:

-"Te acabo de hacer dos o tres petes, me culeaste, me chupaste el orto y, ¿podés creer que me olvidé tu nombre?" Su risa compinche me acompañó un tiempito, y añadió mas tarde:

-"Me llamo Darío, tengo 39 años. Soltero. Rosarino. Mucho gusto".

-"Gabriel, 27 años. Soltero también. De Capital federal. El placer es todo mío", decíamos mientras mi cara, llena de chechona por doquier, dibujaba una sonrisa de verdadera alegría.





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