El Rengo (Parte I).
En el 2013, una de mis bandas favoritas (La Renga), tocó en Cosquín, Córdoba. Obviamente, no me lo podía perder. Debía ir, aunque tenga que donar mis órganos.
El primer conflicto, se dio cuando ninguno de mis amigos podía ir. No habían cobrado aún. Estábamos todos quebrados. Me quería morir. Debía ir solo.
El segundo, fue cuando ninguno de mis parientes que vivían en la provincia, podían darme techo. Una frustración bárbara me agarró. Me perdería del recital, pensé.
Al final, me terminé mandando sólo. Mandé a todos y a todo al carajo. Fui de todos modos. No me importó nada. No me lo podía perder. Era un evento único.
Si el concierto se dio sábado y domingo, yo llegué viernes. Me saqué la entrada, acá, en Capital Federal, viajé en micro común y fue. Hice todo por mis medios.
Me llevé una carpita, una mochila, ropita, plata y listo. Era yo. No necesitaba más. Era re yo.
Ni bien llegué a la ciudad, me puse a chusmear. No me pude contener. Paseé por la terminal, algunas calles, algunos negocios hasta dar con un río y unas montañas.
En ese bello lugar, donde empezó a caer el primer gentío, planté bandera. Armé la carpa y allí me quedé hasta el mediodía que me picó el bagre por primera vez.
Lo sé, mi querido lector, esto no es una bitácora de viaje. No se apure. Ya voy a llegar. Todo a su tiempo. "Vísteme despacio, que estoy apurado", decía Fernando VII. Oh, esto no es solo paja. También hay cultura.
Estuve todo el día conociendo gente, recorriendo de a poco el lugar, comiendo, escabiando, riéndome con desconocidos, hasta bien entrada la noche. Qué recuerdo.
En eso, en plena madrugada, se siente que alguien golpea mi carpa, como queriendo algo. Subo el cierre que hacía de puerta, y... ahí estaba: el morocho más lindo que vi... ese día, ¡JE!
Alta vergüenza recibir así a ese HOMBRE. Yo estaba boca abajo, con los codos apoyados en el suelo, vestido con mi... "piyama". Tenía una re paja de ponerme de pie.
La cremallera que hacía de puerta, se me fue hasta el tope, dejándome exhibido en mi totalidad. Para colmo, mi pijama constaba de un mini-short de algodón que era devorado por mis nalgas. Sí, tenía el famoso come trapo.
Al toque intenté desenredarlo, momentaneamente. Era inútil, más se pronunciaban esas montañas. Es más, creo que eso hacía que llamase más su atención. Quizás, no lo hubiera notado de no ser por eso.
Estaba demasiado bueno el guachito ese como para caretearla. Era el típico hippie escuálido que seguía a la banda, encima fue el flaco más copado de todos los que conocí.
Se llamaba Darío, pero le decían "el pitu". Era de Córdoba Capital. Se mudó para otra zona mucho más hippona por obvias razones. Llegó a detestar toda la ciudad, a ese punto. Tenía como 39 pirulos.
Habiéndolo descrito, paso a relatar lo que pasó. NADA. Así es, NADA. Le cerré en la cara, dejándolo con la palabra en la boca. Ratito después, se fue.
Es que me colgué acomodándome el pantaloncito, me concentré más en eso que en esos ojazos dulces. Pero como no podía, lo corrí. Creo que también se colgó... mirándome ahí.
Al otro día, quise esquivarlo debido a lo vergonzoso de la situación. No quería saber más nada con él. El tema era su grupito que, sí o sí, se me pegaban, por ende, Pitu también.
Lo vi tan heterosexual, que sentí que le di asco. Era la sensación que menos quería generarle. Traté de evitarlo por todas las maneras posibles, pero... sus amigos eran todo un caso.
La mañana y la tarde fue, practicamente, normal, hasta que cometió el grave error de recordarme lo que pasó la noche anterior. Yo, estaba sobrio, sino, probablemente, me lo hubiera comido crudo ahí nomás.
Me tapé la cara de la pena. Trató de despreocuparme, de hacerme entender que no tenía por qué sentirme así. Al contrario, alto tacho me decía, mientras que lo acariciaba. Te quedaba pintado ese piyama.
Llegué a pensar que era el alcohol o el faso que consumió, el que hablaba por él. Pero no, a pesar de ser una bolsa de humo, se lo veía bastante consciente de lo que decía.
Solo bastó un microsegundo para que, el trabajo de sus manos sobre mis nalgas, fomenten el hervor que me faltaba sentir en todo el cuerpo. Sabía lo que hacía a la perfección.
Tuvimos que esperar a que las hordas de fans pasen, ya que, la hora del show, estaba cada vez más cerca. Los preparativos estaban a la vuelta de la esquina.
Cuando al fin pasó el último, el juego de "las manitos calientes" volvieron al ataque. Él ocupándose de mis partes traseras. Yo, por mi parte, de su bulto, que no paraba de crecer.
Nos fuimos corriendo a unos yuyos que habían por ahí. Se bajó el pantalón babucha que tenía. Nos quedamos en slip y tanga. Por cierto, su ropa interior, estaba a punto de explotar. Se le marcaba y quería escapar todo.
Hizo que me arrodille ante él. Me acarició el mentón, la papada. Yo ya me estaba poniendo extremadamente cariñosa. No podía pensar en otra cosa que no fuera su garcha.
Hizo que le soplara el caño de carne largo que tenía. No era gordo, pero era precioso igual. Era como su dedo medio, pero, en vez de uña, tenía un glande tipo hongo.
En sus ojos, se reflejaba el placer intenso que andaba sintiendo. Le encantaba mi talento. Incluso, me quiso hacer probar hasta el fondo. Se estremecía.
La chupada de huevos que le pegué, fue bestial. Se los dejé tan húmedos, como si los hubiera sumergido en un fuentón lleno de agua. Su punto débil era allí. Se notaba.
Se nos hacía tarde, por lo que teníamos que apurarnos. Evoqué todo mi don peterístico para desempeñarme de la mejor forma y lograr, al fin, que eyacule.
Ataqué los puntos más sensibles de la chota. Se la sacudí tanto lingual como manualmente, que le provoqué un lechazo re-contra caliente y muy abundante. No paraba de salir.
Salió toda espesa, acompañada de un suspiro sexual bien profundo. Directo a mi boca, donde durmió un microsegundo hasta terminar en mi garganta y desaparecer por completo.
En honor al formidable petardo que le hice, me intentó comer el ojete (me puso de pie, de espaldas y todo). Pero lo apuré, porque íbamos a entrar tarde. No íbamos a estar en el mejor lugar. Quedó helado al haberme rehusado. Le duró un lapso muy corto igual.
Me miró y me prometió que no me iba a salvar de la devorada de ojete que me quería pegar. Tenía muchas ganas de dejarme rengo. Como que no se calmó del todo, a pesar del súper pete que le hice.
Volvió en sí, para ir detrás mío al toque, correr hacia el recinto y deleitarnos, al fin, de un buen rocanrol que nos recorriera todo el cuerpo consumido por el éxtasis que nos embargó.

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