La parada I
En una de las tantas salidas con Lechu (alias Brian (?)), otra vez nos fuimos a bolichear, tal y como la primera cita, pero solos. Nada más que, en esta oportunidad, no nos tocamos dentro. No nos calentamos tanto (al menos no, hasta ese punto). Fuimos a bailar, tomar, escuchar algo de música, charlar y listo.
Nuevamente, de camino (a la salida del antro), nos pusimos melosos y mano larga, por lo que lamentábamos que nos tuviéramos que separar. Como estábamos un poco picados, aprovechamos ese rico mambo. También la soledad que abundaba en ese lugar. Solo los grillos nos hacían compañía.
"No es necesario que te vayas, vamos a casa -me susurraba-. Dale, quedate a dormir". No paraba de tentarme el muy maligno. Eso generaba que, por mi cabeza, rondaran ideas. Las ganas no me faltaban. Parecía el típico diablito de las caricaturas, que aparece encima de los hombros de los personajes.
Me manoseaba por detrás y, así, me transportaba al lugar más excitante del universo con sus dedos flacos y largos. Me plasmó sus huellas digitales por toda la ropa primero. Luego, por toda la piel cuando introdujo su manota en la parte trasera, por dentro del pantalón. Lo odiaba y lo amaba a la vez. Me poseía por completo.
Pasó el dedo medio por toda la tirita que cubre mi cola.
"Te odio. Me quiero ir a casa a dormir -le decía-. Pero, ahora, quiero pija. Por tu culpa. Me tentaste". Me sonrió picaronamente y, mientras pasaba mi bondi, me agarró de la cintura para chaparme de manera descarada. Me puso contra las cuerdas. A estas alturas del partido, solo pensaba en exprimirlo como a un limón.
Una vez lejos de ojos indiscretos, le agarré la verga estando en frente suyo y lo pajeaba, a la par que lo miraba. Nos decíamos de todo silenciosamente. Nuestras pupilas unidas, no se separaron por un rato largo. Se le puso como una roca, más todavía. Estaba re contra dura. Eso me deleitaba.
Una cosa era segura, ambos queríamos coger ya mismo, por lo que, caminar diez cuadras hasta su casa, iba a ser una tortura china larguísima. Le bajé el Jean ahí nomás, los bóxers y lo hicimos. Sí, en la parada.
Aprovechamos el amparo que nos daba la oscuridad, cuando no pasaban las luces de los colectivos, para arrebatarnos las ganas. La usamos como refugio, para poder dar rienda suelta a nuestra incontrolable pasión.
"Hablando de paradas, acá, tenés otra", me dijo, a la vez que me agarraba la mano y me la llevaba ahí. Ciertamente, estaba totalmente erguida esa poronga.
Me arrodillé ante él por vez número mil, le bajé la cremallera, le corrí el bóxer y succioné de su miembro viril como si fuera la primera vez.
Succioné y succioné bien profundamente ese trozo, con muchísimo amor. Como si se tratara de un banquete para un famélico. Me embarraba la cara con sus mieles, sin importarme nada. Aunque, de la nada, pudiera aparecernos alguien y encontrarme en esa situación. Estábamos desesperados. Hambrientos. Sobre todo yo.
Me la frotaba por la cara, la cogoteaba como podía. Le lamía el tronco, los huevos, le hacía la paja. Fue una mamada bien deliciosa. Cómo amaba petearlo. Era mi vicio predilecto.
Me pidió, entre suspiros, que, por favor, le entregue la colita. Necesitaba sentir eso de nuevo. Así que... eso hice. Me la saqué de la boca, solo para complacer a mi chongo. Dejé mi comida preferida, solo para darle lo que más quería.
Me puse de pie, nos chapamos un rato mas ferozmente para que, el calor y sus manos, que jugueteaban con mis nalgas, aumentaran la temperatura de nuestro cuerpo.
Subían y bajaban a lo largo y ancho de mis posaderas. Me las abría para introducir sus dedos. Las cacheteaba. Qué rico se sentía.
Me puso de espaldas, abrazando el caño que nos alertaba de ser una parada, me bajó los lienzos y en seguida, me abordó sin compasión alguna.
Despacito se iba metiendo bien dentro mío. Su glande costó, ya que era bastante cabezona. Pero, una vez que lo logró, lo demás fue mas sencillo.
Se escupía la chota para que pase con menos dificultad. Ya no hacía falta, porque el tronco pasaba mucho mejor. Hasta bailaba allí dentro.
Mi agujerito, que no estaba nada pequeño, se agrandaba facilmente a medida que me la iba poniendo. Nos hacía gozar a ambos.
Se me acercó y me comentó algo que me resultó incomprensible. No sé si era porque yo estaba re en mi mambo, o porque él lo estaba y no podía hablar claro. Cuando lo miré, comprendí.
Me saca la chota del orto, se sienta en el cordón de la vereda y estaba claro qué quería. Me pedía más, pero con otra posición. Una más deliciosa, que pudiéramos sacarle más provecho.
Desde su perspectiva, allí abajo, se podía observar que yo estaba de espaldas. Con la remera que me llegaba a la puerta del orto. Mirándolo por encima de mis hombros, en el suelo. Sonriéndole. Preguntándole por qué me la sacó de la colita en el mejor momento. Ya la extrañaba.
Usé el caño, nuevamente, para sujetarme y darle culazos en la verga, para poder desplazarme como yo quisiera encima suyo. Para poder darle de comer al enano en la medida que yo quisiera.
Para que yo no sea el único, dejé de moverme, para que Brai también lo haga. Se lo gane con su esfuerzo. Me quedaba quietito, para que él me diera mis merecidos vergazos en la colita. Qué rico se sentía. Me hacía gritar.
Me tapó la boca para no despertar ningún vecino. Pero sabía que eso le generaba mas ganas de culearme. Era verdad, lo ponía más loquito. Así que... traté de no hacerlo fuerte, pero sí a su oído, para que solo se enterara.
Me agarró de la panza. Me trajo hacia sí. Caí encima suyo, para que luego me pusiera de coté, con las piernitas separadas. Así recibiría a su amiguito (bah... amigazo) bien dentro mío.
Cada tanto se le escapaba, pero se la agarraba y me la volvía a meter (otras ocasiones, lo hacía él). Nos repartíamos esa gloriosa labor.
No podía destaparme la boca, pues, si lo hacía, gritaría como una loba en celo. Despertaría a medio mundo con mis aullidos de amor.
Culminó todo al ponerme en cuatro patitas. Ese fue el mayor de nuestros deleites. La introducía toda hasta el final de la cueva. Solo dejaba sus dos huevos de custodios, fuera.
Cómo amaba ponerme en cuatro, nalguearme, escupirse la verga y entregarse al disfrute del sonidito que emitimos al meter su pito húmedo en mi zanjita abierta. Lo calentaba con solo pensarlo. Increíble.
Me daba bien duro. Hasta el fondo. Me encantaba en esa posición. Mi favorita. Estábamos en la misma sintonía de placer. Volando en el mismo cielo.
Así fue, mi hoyo abierto en cuatro patas, le produjeron un shock en su verga, capaz de hacerlo sacar un aluvión lácteo que provenían de sus huevos. Tanto así que, me la sacó del orto, y seguía botándole de la punta.
Me rellenó el agujerito. También afuera, claro. Quedaron mis cachetes con sus renacuajos nadando sobre mí. Para colmo, se limpiaba el glande en la puerta de mi ano, dejando un largo rastro de sus pibes crudos.
Uf, se desvaneció encima mío. Como si aquel acto, lo debilitara. Como si le hubiera absorbido toda la energía vital. Sudaba. Se limpió. Se puso de pie. Qué rico fue tenerlo así.
Yo igual, me levanté como pude. Me temblaban las patitas, pero pude reponerme. A diferencia suya, que quedó exhausto. Y eso que solo nos echamos uno. Mirá si me agarraba ninfómano, lo dejaba seco. Pegado al pavimento.
A lo lejos, se alcanzaba a divisar un solitario colectivo. No llevaba prisas, tampoco ganas de llevarme. Aún así, lo frené, no sin antes abrazar a mi chongo como señal de despedida y dejar ese intento de hombre que ya no era ni la mitad de lo que solía ser.
Arriba del bondi, reflexioné que era la primera vez que me hacía la colita. Ya te agarraré la próximo, mi pequeño Brashan. Será terrible.

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