El electripija.

 Como sabrán, mi putez, la tengo desde muy adolescente. Esto me permitió ser el peor durante mi más ferviente juventud (a los veintipoquitos, digamos), cuando mis hormonas se alborotaban con facilidad.

 La historia comienza luego de una madrugada larga de jolgorio, en la que llego a mi casa. No recordé que mi vieja tenía que recibir al electricista en casa, por lo que me dormí placenteramente, despreocupado de todo.

 Al ratito de quedarme mosca, suena el timbre. Era este señor. Le abre mi señora madre y, junto a la de ella, suena una voz ronca, como de fumador. Me asusté, pues recordé que tenía que venir el electricista a nuestra pieza. Alto susto.

 Abro un ojo, que enfoca medio nublado, logro divisar a un tipo alto, medio desgarbado subido a la escalera. Parecía cincuentón, con un mameluco beige. Bigote tupido bajo una prominente nariz. Sí, a pesar de no tener la mejor de las visiones, para ver a un chongo, lo hago clarito.

 Recordé que tenía de pijama solamente una camiseta musculosa. Nada más. Estaba semi desnudo. Una que, a duras penas, tapaba mi cola. Lo único que me cubría, en ese momento, era la sábana. Ni eso, porque, ni bien recordé que vendría, del susto voló toda reminiscencia que pudiera interferir su observación.

 Acomodó una escalera justo debajo del ventilador de techo, precisamente al lado de donde se encontraban mis partes traseras. Le quedaban a mano, digamos. En otras palabras, tenía un pingo a unos centímetros de mi cara también.

 Para mi suerte, mi madre no entró al cuarto, porque quería vigilar la comida que estaba preparando. Así que... se le ocurrió dejarme a mí al mando de lo que ocurría. No parecía mala idea en el papel. Aplicarla, sería todo un tema.

 Aproveché el corto lapso que, involuntariamente, me cedió para coquetearle. Me puse de coté, con el brazo en triángulo sosteniendo mi cabeza desde la sien y la otra mano apoyada sobre la cadera. Me sentía el más sexy del universo.

 Mi vieja, que ya había controlado lo suficiente la comida, se acuerda que debía comprar ingredientes que le faltaba. Qué mujer más desmemoriada. Me avisa que debe salir, dejándome a solas con mi nueva víctima.

 Arrojé lejos la sábana, pero con carpa. Que no se avive que andaba con ganas de pija. Que me desperté caliente. Ese era mi truco: ser la femme fatale que no quería nada. Una verdadera calienta braguetas.

 Para estas alturas, el hombre estaba terminando con sus quehaceres, pero, al inclinar su cabeza para pedirme una herramienta, observa a una putita boca abajo, con una camiseta musculosa que, a duras penas, le tapa la cola. Casi se cae. Tambalea desde las alturas.

 "Si te vas a caer, que sea sobre mi cama. Así amortigua el golpe" le digo beboteando en son de broma. Ríe para retrucarme con una insólita pregunta: "mirá que soy grandote, ¿tu cama sería capaz de parar mi caída?" Y yo, ni lerda, ni perezosa: "mi cama no, mi cola las para todas. Incluídas las de grandotes".

 Con una mirada de sexópata, murmuró un suave "no me caben dudas". Yo, con la rapidez que me caracteriza, tiré un rotundo "a mí sí me caben bastante dudas". Su mente, era una mansión repleta de ratones. Lo había conseguido.

 Varias poses más tarde, me pongo en cuatro solo para tomar el impulso que me haga salir de mi lecho. Todo bajo la estricta supervisión de mi nuevo machimbre. Mi nueva adquisición. 

 De forma consciente (o inconsciente, no lo sé), me pide que le alcance un destornillador, guardado en la caja de herramientas, puesto en una silla alojada en el rincón opuesto al que estaba yo. Alta fiaca. 

 Me dirijo hacia aquella herramienta, pero, para sacarla, debía agacharme. Eso hice. Le mostré hasta el apellido, todo a propósito, claro. Me hacía el que no la podía encontrar para quedarme así un rato largo.

 Para alcanzársela, me dispongo a circundarle para estar frente a frente. Allí descubro lo que tanto intentó esconderme: una erección. Claro, ahora entiendo por qué no se ponía derecho. Me ocultaba algo muy importante.

 Se la sujeté bien fuerte, aunque se nos interponga su uniforme, para poderlo pajear. De ahí, se la empecé a zamarrear, ocasionando que no pare de crecer. Hasta se la chupé por encima de su traje y todo, mientras nos echábamos unas miraditas. Nos comimos vivos.

 Harto de tanta previa, se baja la super bragueta que le abarca todo el torso. Ni bien llega a la parte baja, se la acomoda y pela una terrible chaucha cabezona. Era hermosa. Se me hizo agua la boca en ese primer segundo. 

 Rodeamos las escaleras nuevamente, para que él quede a espaldas de ellas. Solo los talones lo mantenían parado allí. Parecía un equilibrista intentado que le quede cómodo aquella posición.

 Con una mano, se pajeaba. Con la otra, me agarraba y me acariciaba el mentón para acercarme a su pepino de carne. Se la escupo y su mano arrastra el escupitajo, embadurnando toda la verga de punta a punta.

 Le sujeté la poronga. Luego, le devoré su rico glande. Abracé su casquito de bombero lingualmente. Paseé por cada centímetro con mis ojos cerrados, disfrutando como si fuera mi plato favorito. Aunque sí, lo era.

 Su cabeza inclinada, apuntando hacia mí, me encantaba. Lo podía ver en su rostro, deleitándose, a la par que yo le saboreaba el "heladito". Estábamos en la misma sintonía. Era evidente.

 Se le pusieron blancos los ojos una vez que le arrimé la lengua a su carnosa banana. Las sensaciones lo volvían loco del puro roce. Estaba poseído (o esa era mi impresión).

 Baja de las escaleras, para sentarse en mi catrera. Se quita bien, bien el mameluco, haciendo que caiga hasta sus rodillas casi. Se baja bien el bóxer y se acomoda plácidamente allí.

 Me sostiene del pelo fuertemente, me mira con desprecio, me da una bofetada para finalizar escupiéndome en la jeta. Sigue pegándome con la mano abierta. Es casi un abuso, pero me encanta.

 Me lleva violentamente hacia su nutria, obligándome a prolongar la mamada que le estaba haciendo. Qué macho más hijo de puta, nunca me habían tratado así. Era mi primera vez, me sentí una primeriza.

 Entraba y salía de mi boca, hasta que le pintara tocarme la garganta para provocarme arcadas. Me pegaba. Cachetazos o pijazos, me daba igual. Me encantaba de todas formas. Yo no paraba de chupar.

 Sostenía mi capocha, como si fuera un balón de basketball, para darme chota de forma brutal. Bien salvaje y fuerte. Estaba re sacado. Casi que me atraganta el muy guacho. 

 Los gemidos aparecieron, endulzaban mis oídos. Con sus palabras podría decirme que la estaba pasando mal, pero esos sonidos lo desmentirían al toque. No mentirían jamás. Imposible.

 Le solté la pija, para deslizarme a sus huevos. Creo que ese fue el punto de "no retorno", en el que, el placer, aumentó el ritmo. Estaba feliz de verme ahí, comiéndole las pelotas. No es por agrandarme, pero pienso que lo hacía bien.

 La combinación entre la paja que le estaba clavando y la devorada de bolas que le estaba pegando, eran perfectas. Presentía que no le quedaba mucho tiempo más para el gran capítulo final: el lechazo de su vida. 

 Sabiendo eso, me la jugué para volver a subir y recibir su bendición (o bendiciones) en el rostro. Estaba ansioso para hacerlo. Necesitaba sentir su mema escurriéndose por todos lados.  

 Nunca dejé de masturbarlo, aunque su verga y mis manos estén empapadas en semen y saliva. Mis labios estaban igual. No me importaba. Al contrario, nos calentaba muchísimo más. 

 "Dame toda la leche", supliqué. Fue el inconsciente, creo, porque ni lo pensé. Pasé directamente a pronunciar cada letra de forma automática. Como si ni siquiera hubiera salido de mi perverso cerebro.

 El color rojo se apoderó de su cara, señal de que la lechita estaba próxima en llegar. Me preparé. Abrí mi boca, dejando la lengua a centímetros de su uretra. Y al fin, me colmó de sus jugos del amor.

 El primer gotón, recuerdo que salió como si fuera crema expulsada de una manga pastelera, bañando, así, mis dientes, lengua y labios inferiores. Lo tengo clavado en la memoria, como si fuera poronga en mi cola.

 El resto de gotitas, se disciparon en las mismas zonas. Pero, algunas rebeldonas, se amotinaron en la comisura hasta rebalsarla y escurrirse hacia mi pera. Incluso en la parte frontal también me pasó.

 ¿Te pensás que eso me detuvo? No, para nada. Proseguí tirándole la goma por un rato más, sabía que tenía más para mí. No se le achicaba, así que... eso era pie para que continúe mi búsqueda de más lácteo.

 Ahora, quienes reemplazaban sus manos, eran mis gordos labios, mismos que abarcaban en su totalidad el grosor de ese miembro. Que no era poca cosa, era bastante grueso. 

 Solo me la sacaba para tomar aire, sacarme pelos traviesos de la boca o intentar no vomitar, ya que, cada vez que me la metía, entraba hasta el fondo. Lo más profundo que podía. 

 Se puso de pie solo para que su falo imite una botella de champaña, rociándome todo lo que se llama cara. No me avisó y el resultado fue una frente, unas mejillas, una boca y un mentón repleto de sus hijos crudos.

 Tres dedos fueron más que suficientes para correr el viscoso líquido. Pero, con el total insaciable que soy, no me bastó con la que ya tragué, que también los limpié con la lengua. A su vez, le mostraba que me quedaban allí y que, luego, daban a parar a mi garganta. 

 No me quejo, pues me encanta que me hagan un facial, que me quede como una máscara de esas que te dejan tersa la piel. Igual, eso debe ser mito. De ser real, tendría el cutis como culo de bebé. No es mi caso.

 Cogoteo unos segundos más, pero solo para limpiársela. No era de golosa... ¿o sí? No lo sé, pero puso una cara como diciendo: "nena, tan petera vas a ser?" Y bueno, papi, bancatela, si podés.

 Unas llaves alertaron la llegada de mi vieja. Como estaba de rodillas, me puse de pie. Cerré la puerta, me vestí y la fui a distraer para que no vea mi chongazo desnudo. 

 Por su parte, se subió la ropa interior, el overol y salió de mi cuarto, precisamente en el comedor, donde estábamos todos nosotros.

 Le comentó a mi madre que debía volver para colocar un tornillo más gordo. Ninguno entraba, eran demasiado delgados. Debía seguir probando embocarla en esos hoyuelos. Mi vieja acepta para el viernes próximo.

 Lo invito hasta la salida. Le abro, me reitera la siguiente. Me guiña el ojo. Hasta pronto. Tenemos una nueva cita.



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