El chiquito en la boca.
Los días siguientes de aquel evento, transcurrieron normal. Nada resaltable. Solo que, un jueves, antes del viernes que jugaban, le pregunté qué onda con los pibes. Cómo andaban todos. Obviamente, yo solo quería saber de Lautaro, si había preguntado por mí. Qué onda, qué había pasado después de aquella calentada de "bija".
Su silencio me inquietaba. Me moría de ganas por saber. Cuando contestaba, solo atinaba a contarme por gente intrascendente. No quería preguntarle directamente por él, ya que se daría cuenta que algo pasó. Hasta que al fin largué la lengua, le conté del momento hot, a pesar de mi vergüenza. Pobre de mí.
Tras desembucharle lo que pasó (o, mejor dicho, lo que no pasó), la decepción fue mutua. Él quería que algo suceda. Pero, para su sorpresa, nada pasó. Todo fue una vil desilusión. Con esto, el loco creyó que yo no quería contarle. Flasheó cualquiera, porque, si fuera por mí, se la tragaba entera. Mas no fue lo ocurrido.
Como no hubo chisme, se negó a invitarme al partidito que se disputaría aquella noche, a pesar de que yo no quería ir a jugar. Yo quería verlo en acción. Transpirar como el machote sexy que es. En fin, tras varias insistencias, logro convencerlo a cambio de que le cuente. Acepto sus condiciones encantado. No puse ni un "pero" más.
Llegada aquella noche cruel de humedad, nos fuimos al club. Los muchachos ya estaban allá, precalentando. Esperando a mi compa. Practicando para que den lo mejor de sí durante el encuentro. Es que sí, se lo tomaban en serio porque, en general, el que perdía se pagaba las cosas, ya sea un asado, la coca, la birra, etc.
Bueno, en fin, todos me saludaron. En especial, mi chico, que se acercó, me preguntó qué hacía ahí y, al yo contestarle que nada, que iba a hacerle porras, me pasó su camiseta de la suerte y se fue para que arranque el juego. Qué lindo fue verlo alejarse, esa espalda negra, ancha, marcada, me hacía morderme los labios para luego suspirar.
El doparti comenzó tranqui, mi negro la pisaba como los dioses. La tenía atada. No paraba de generar situaciones peligrosas para el área chica rival. Era el más despierto, el único que tenía todas las pilas dignas para hacer de esto, un partidazo. Era inexplicable todo lo que corrió ese muchacho. Dejó el alma en esa cancha. Un crack.
Todavía me debía lo que gané la vez pasada y, aunque no le dije qué quería, me lo debía. De alguna forma me tenía que vengar. No podía quedarme con los brazos cruzados, mientras Lauta, se hubiera re contra cobrado la deuda, INCLUSO, el mismo día que ocurrió. No lo culpo. Así, tendríamos que ser todos, no?
Ni bien terminó el partido, lo veo irse al baño. Lo sigo. Pensé "esta es la mía". Me puse a buscarlo, estaba en el cubículo del inodoro. Me pongo la casaca de boca. Me saco el short que tenía puesto. Entro lo dejo colgado en el picaporte, del lado de adentro. Como Laucha estaba apretando el botón. No me ve, no me siente, no me nota. Los planetas se alinearon para mí.
Le susurro "soy tu porrista favorita". Del susto, se da vuelta rápidamente y me ve... el semblante le cambia automáticamente. Se puso en modo cachondo. No era para menos, yo estaba hecha una puta. Con una casaca que casi me tapa la cola, encima era la del club al cual, él era hincha. Para colmo, debajo tenía una tanguita con los mismos colores.
Me di vuelta, me subí la remera y le mostré la tanga anteriormente mencionada, pero con un pompón de conejo arriba. Eso, se ve, le puso la pinga tiesa. MUY TIESA. Estaba feliz, hoy por fin se me daba con este negrote hermoso y él también lo estaba, al fin se comía esta colita blanquita, redonda y juguetona.
Al principio, atinó a jugar con ella. Paseaba la yema de sus dedos desde el pliegue hasta la cima de la misma, levantando, en el trayecto, levemente la casaca. Dejó, momentáneamente, mi colita al aire. Lo cacheteó hasta dejarme su mano marcada. Era su tatuaje personal. La prueba fidedigna de que Lauta pasó por ahí.
Se agachó ante mi culito, lo abrió, corrió el hilito, hundió su hermoso rostro en mi zanja. Devoraba como famélico. Estaba desesperado con mis cachetes. Rodeaba la circunferencia de mi upite con su lengua. Lo dejó babosito. Chorreando cada vez que rebasaba de su saliva. Era un toro que quería embestirme con su durísimo cuerno de cuero.
Su respiración se agitaba, la podía sentir en la suave piel de mi nalgas. Su calor me contaba mucho más de lo que podría expresarlo en palabras. Me rascaba la colita con su barba prolijamente recortada. Estaba extasiado, hecho un demonio, deseando con todo su ser clavarme ese tridente de carne en la cola. Hermoso.
Por mi parte, no paraba de pensar en el momento en que me hinque hasta el fondo con ese pendorcho moreno. Me calentaba el triple si me ratoneaba con lo que aún no pasaba. En la cabeza tenía una mansión repleta de ratones. Era la locura misma, el infierno en persona lo que sucedía en el interior de mi cuerpo.
Me mordía con tal de que no se me escape un gemido gigante y nos delate. Quería seguir sintiendo a mi macho comiéndome el ojete. Era su cena favorita. Que no se vaya hasta que no termine. Me lo debía, yo gané la apuesta. Me corresponde ser satisfizo. Por mí, que esté todo el día pegado a mis mofletes traseros.
Se pone de pie. Mientras me pone su manota en mi cuello, me lo besa de atrás. Me recorre el cogote con sus labios rasposos, sobrepoblados de los pelos que conforman la barba y el bigote. Me encanta. Me arrastra a la locura orgásmica que me producen sus chupones. Es embriagador. Con cada segundo, lo deseo cada vez más.
Con una mano, me abre el culo. Con la otra, introduce unos dedos traviesos, empapados. A la par, me susurra las cochinadas más asquerosas que se le cruzaban por la mente, que no eran pocas. Estaba realmente inspirado. Encima les daba bien duro con la palma de la que soltó mis nalgas. Era alto sucio pajero.
En eso, se escucha que se abre la puerta. Luego de eso, los respectivos pasos de alguien que ingresó al baño. Finalmente, una voz que nos llama. Se trataba de unos de los amigos de Lautaro, que nos andaba buscando. Resulta que se estaban aburriendo de esperarnos en la vereda. Querían ver si ya se había ido o si andaba por ahí. Pelotudeando.
Lau lleva su dedo índice a sus labios, en son de pedirme que me calle. Le habla. Hace tiempo para esperar a que se le desinfle la verga. Una vez ocurrido eso, se pone la camiseta, abre la puerta y sale a recibirlo al muchacho, para inventarse una predecible coartada. Así es, estaba intentando cagar, le dijo, pero no pudo, por eso no había aroma. Se van.
Al rato, espero a que pase un buen tiempo. Me pongo el short. Abro la puerta. Me voy. En la vereda, ya no hay nadie. Solo circula un tímido viento que mueve la copa de los árboles. En mi cabeza, lo único que se movían eran los pensamientos. Meditaba sobre lo que pasó. Me asombraba el hecho de levantarme semejante chongo. ¡Wow, una sonrisa se me dibujó!

Comentarios
Publicar un comentario