UrbexXx I
En las puertas de Agronomía, esperaba a un chabón con el que ya había tenido un par de saliditas copadas. Como no laburaba lejos, le propuse que vayamos a caminar por ahí, que es hermoso lugar.
Su nombre era Martín, lo conocí por una compañera del laburo, era su amigo y bueh... nos acompañó a una salida, nos cagamos de risa, pegamos onda y todo fue fluyendo naturalmente. Como se debe.
Era siete años más grandes que yo. Era un morochón bien rico, grandote, como los que siempre describo, gente. No lo haré de nuevo. En fin... no hay mucho más , solo que era como los de siempre.
En cuanto a mi "outfit" (como dicen los pibes hoy en día) constaba de una bonita pollerita a cuadrillé tipo colegiala y unas pantimedias negras que, con toda la furia, pasaban unos pocos centímetros mis rodillas.
Después de un rato, al fin llegó. Bajó de su auto, me saludó y nos dirigimos por la puerta que estaba abierta de par en par, solo para recibir a toda la gente que tenía ganas de pasear por un barrio tan lindo.
Por si alguien me lee y no sea de Argentina, Agronomía es un hermoso barrio que comprende desde una especie de barrio cerrado (pero que es público) y tiene espacios verdes y una facultad, hasta edificios en el borde del exterior de esa zona cerrada.
Bueno, en fin... entramos (sí, al fin entramos). Después de veinte minutos de esperarlo, entramos. Pero valió la pena realmente. No me puedo quejar, a pesar de escribir este renglón algo sacada.
Ni bien me saludó, quedó encantado con la ropa que me puse. Le gustó mucho. No tardó nada en piropearme. Fue muy lindo de su parte. Tanto así, que me olvidé un poquito del enojo.
Pasamos. Seguimos el senderito que nos conducía hacia algún sitio desconocido. Mientras tanto, charlábamos. Charlábamos sin parar, mientras reíamos o nos poníamos al día con la vida del otro.
A nuestros costados, nos acompañaba un hermoso paisaje verde, adornado con algunos edificios un tanto viejos. Otros, más modernos. Eran edificaciones de la facultad que antes mencioné.
Además de eso, las personas también contagiaban de una energía alegre. Algunos se sentaban en ronda para charlar, comer algo o tocar unos instrumentos. Otros, iban con sus familias a pasar una linda tarde.
Llegamos a un diminuto montículo de césped que estaba a un paso de un muy bien adornado paso nivel. Lo pasamos sin problema alguno, ya que no estaba tan empinado, se podría decir.
Una vez terminado esto, un enorme campito se extiende ante nuestros ojos. Se trataba de un gigantesco espacio verde repleto de árboles, sin tanta presencia de construcciones humanas. Solo un par.
Allí, habían menos personas, pero lo había. No se podría decir que estábamos solo, pero lo estábamos. No sé cómo explicarme realmente. Quizás estaba más vacío que la otra parte.
Las pocas personas que habían ahí, también hacían lo mismo que del otro lado: algunas reían sentadas, otras simplemente caminaban, algunos otros se trepaban a los árboles con pañuelos gigantes, etc.
A un costado, más alejado de toda presencia humana, encontramos unas gradas de madera, como las que hacen para las escuelas y una especie de ranchito que serviría como una aula abandonada.
Nos sentamos un rato en una de esas viejas gradas que había por ahí, solo para continuar con esta descontracturada charlita. La verdad, quedé encantada, es muy gracioso el muchacho. Eso, me encanta.
La expedición urbana comenzó en el momento en el que vi ese salón escolar. Es que algo capturó mi atención definitivamente. Me acerqué de una para asomarme por el enorme ventanal.
El tema con esto, fue que, al levantarme de aquella grada para asomarme por la ventana, no me percaté de que mi pollerita se había subido, exhibiendo así, el pliegue de la parte inferior de mi cola.
Apoyé los brazos sobre el marco de la ventana con total felicidad. No paraba de sonreír mientras observaba cada parte del sitio, no sé por qué. Era como si algo se me hubiera despertado de repente.
Le señalé cada parte del lugar con mucho entusiasmo, le contaba todo lo que pasaba por mi mente como adivinando lo que hubiera pasado para quedar en esas condiciones.
Giro mi cabeza, lo miro sobre el hombro y noto que sus ojitos estaban fijados en una parte de mí que no era ni mi cara, ni otras partes que deberían ser normales sino, mi colita, obviamente.
Entonces, enrosco mis dedos, en la parte inferior de la falda, la levanto y la dejo apoyada en la parte superior de mi culito, para que observe cada parte que le conforma.
La meneo, para más deleite, de un lado al otro. Lo sigue con la mirada en cada milímetro que se mueve. No lo pierde de vista en lo absoluto, como si lo tuviera absolutamente hipnotizado.
Caminé así, los pocos metros que nos separaban de la puerta, me giré un toque para hacerle la seña con el dedo índice para que me siga, para que viniera conmigo mientras le hacía una sonrisa picarona.
El chabón, finalmente, despegó el culo de ese cacho de madera vieja y me siguió sin dudarlo. No se preguntó qué quería, ni nada. Fue detrás mío, sin importarle absolutamente nada.
Una vez dentro, nos internamos en la oscuridad que nos amparaba de cualquier mirada ajena. Nos daba refugio de todo aquel que intentara saber qué pasaba ahí. Era un completo resguardo.
Se acercó a mí, a pasos agigantados. Su cara, era la de un pervertido total. Tenía una sonrisita que daba miedo. Parecía otra persona, un ser de otro mundo, como poseído totalmente.
Apoyó lo que sería la falda de mi pollerita, encima de la parte superior de mi cola, solo para echarle un largo vistazo a ese objeto del deseo que tanto se le despertó terriblemente aquella tarde.
Ni bien me hizo eso, me corrió la tanga a un costado, se agachó y me comió el ojete. Sujetó uno de mis cachetes y metió la cara como para devorar cada centímetro de mi culito sin parar.
Qué hijo de puta, cómo deglutía este chabón. Su lengüita juguetona se mandaba bien hasta el fondo de mi orto. Me hizo ver las estrellas, todas las constelaciones en un solo segundo.
Para colmo, se puso agresivo y me entró a dar unas buenas nalgadas salvajes. Ponía de excusa, que me puse muy gemidora por culpa de su lengua. Tiene razón, lo hice, pero no es mi culpa realmente.
Esas manos chocando contra mis cachetes, retumbaban fuertemente. Generaban un sonido muy fuerte, casi como lo haría un látigo. Encima, se sujetaba bien fuerte a ellos, como un águila con sus garras.
Lo miraba por encima de mis hombros, me mordía los labios, fruncía el ceño, me mantenía erguida delante de la pobre ventana que me sostenía mientras él cumplía con su función.
Aprovechando la humedad de mi culo, el flaco peló la verga, se pajeó un poco mirándomela, pero no me penetró. No aún. Primero, se puso a jugar con sus dedos también bien adentro mío.
Me metió los dos deditos más largos bien en mi hoyo. Esto me hizo seguir gimiendo como una loca. No se conservó para nada las ganas de hacerme el orto con sus enormes falanges.
Por suerte, no pasaba nadie. Se veía como abandonado. O capaz era yo, que, al estar encieguecida de la calentura, no pude notar la presencia de absolutamente ningún cristiano que ande cerca.
Le siguió dando masa a uno de mis cachetes, con la mano que tenía desocupada. Qué hijo de puta, me quería dejar las nalgas coloradas... y creo que lo consiguió a la perfección.
Le dio masa un par de veces, con una bravura inusitada. Tanto así, que solo eso le puso la pija durísima como una piedra. No me creo haber conseguido todo eso yo, madre mía.
No solo me nalgueó con la mano, no solo me dedeó, también me dio pijazos bien ricos. Incluso creo que también me lo dejó marcado en uno de mis mofletes culales. Ay, qué delicia todo eso.
Ya estaba todo listo. Yo, estaba en mi posición, con la colita bien parada, preparada para comenzar con el show. Él, se pajeaba con ganas mientras miraba mi culito desde su perspectiva.
Ahora sí. Ya estaba dentro mío. La metió repentinamente. Ni me avisó. Se mandó de una sin siquiera preguntar. Mejor, no quiero que me pida permiso, quería un macho que me propine sus buenos pijazos.
Su pelvis iba y venía de atrás, golpeaba contra la piel de mis cachetes y generaban ese ruido encantador que hacen dos personas al garchar salvajemente. No solo éramos nosotros, era nuestro cuerpo hablando.
Se sujetaba de mi cuello con una de sus enormes manos, casi como ahorcándome. Me encantaba esas ganas que le ponía, me hacía calentar más todavía. Tanto así, que me giré para mirarlo a los ojos.
Lo apretadito de mi culito, le hacían poner como loquito el pito. Una vez que lo introdujo, no pudo parar de penetrarme. Lo estremecí demasiado con cada estocada que me propinaba el desgraciadito.
Sus manos que, al principio, se posaron sobre mi cadera, se pusieron a juguetonear salvajemente contra mis pobres cachetes. Le daba bien duro. Es más, llegué a creer que quedó encantado en hacerme eso.
La forma de mi agujerito, le permitía que el cuerito pueda tirarse para atrás en repetidas ocasiones. Eso lo estimulaba cada vez que me cogía el orto. A mí también, obvio. Estábamos embravecidos con esto.
- "No sabés cómo me calentaba lo apretado que te quedaba la pollerita, hija de puta -me decía al oído agitado-. Explotaba esa cola. Encima se te marcaba la tanga mal. Ahí supe que tenía que hacerte el orto mal".
Sus huevos, que golpeaban salvajemente, los podía sentir cómo se re contra bamboleaban mal. También sentía cómo su pelvis golpeteaba contra mi culito. Hacía un ruidito que nos volvía loquitos a los dos.
Yo creo que, al tener la colita paradita, quebrando la cintura, se calentó mucho más. Gracias a esto, me parece, pudo acabar mucho más rapidito, ya que tenía una excelente vista de mi cola glotona.
Sí, así como dije, empezó a acabar. A pesar de haberle pedido que me avise, no me hizo caso y dejó que la leche fluya a mi culito, sin siquiera advertirme del Tsunami colosal que se estaba aproximando.
Todo fue a dar a mi recto y que, gracias a unos ricos peditos, salieron como el chorrazo que le salen a las ballenas del lomo. No se salvó de mi cagada a pedos, ya que le pedí que me dijera cuando acabara.
Se sintió tan satisfecho el culeado este, que cayó desmayado sobre mi hombro. Casi dormido quedó. Me lo beso tiernamente, como para que lo perdone supongo. Alto maldito, porque lo logró.
Le importó un carajo que lo haya retado, me parece a mí. Hizo oídos sordos, el muy maldito. Es que se dejó llevar por las ricas sensaciones que le generaban mis gordas nalgas apretaditas.
Sentía sobre mi cola su pene durmiéndose. También la frotaba sobre mis cachetes para limpiar los hilos de semen que seguían quedando ahí, colgados. Qué rico todo, por favor. Que se repita.
Nos subimos rápidamente la ropita interior al menos, por si a alguien le pintaba adentrarse a la choza aquella. Alta vergüenza sería que alguien nos encuentre de esa forma: medio desnudos.

Comentarios
Publicar un comentario