Broma, sale mal.

 Mi novio, su hermano y yo, nos estábamos preparando algo para almorzar. Bah... en realidad, la que estaba por preparar algo, era yo. Estaba con delantal blanco y un putishort del mismo color también.

 Lo mandamos a comprar cerveza a mi novio, ya que se había acabado y necesitábamos para acompañar el rico morfi que me estaba preparando. No daba tomar agua, jugo o coca, necesitábamos birra.

 Quedamos solos con Fabio, su lindo hermano. Pero no nos incomodó para nada a ninguno de los dos, ya que nos llevábamos bárbaro. Casi como de amigos era nuestra relación, se la podría describir.

 Apoyé mis codos sobre la isla cocina, me incliné levemente y le pedí encarecidamente que me ayudara a desanudarme el delantal, ya que tenía las manos sucias y me iban a resultar totalmente inútiles.

 Obvio que aceptó el chabón. Puso cara de "uff... no quiero, me da mucha fiaca", pero aceptó. Dio la vuelta al rededor de toda la isla, hasta llegar al otro lado, justo detrás de mí, para desanudármelo.

 Parado detrás mío, se posicionó correctamente para darme aquella manito que tanto le había pedido. Echó un leve vistazo, observó minuciosamente cada detalle, apoyó sus manos y... me bajó el putishort.

 -"¿¡Qué hacés, nene!?", le pregunto histéricamente.

 -"¿No era lo que querías?"

 -"NO, quería que me saques el delantal", respondí más tranquila.

 Mientras teníamos este corto diálogo, su enorme mano se posicionó sobre una de mis nalgas para pellizcármela y recorrer cada espacio que tenía mi cola. No perdió el tiempo ni a palos el desgraciado.

 También se hizo bien el sota, para arrimarme el amigo a la colita. Aprovechaba que seguía en la misma posición, pero ahora, con las nalgas al aire, ya que no me había puesto una tanga aquella tarde.

 El chabón seguía justificándose, como diciendo que se había equivocado, que pensaba que le estaba histeriqueando, que malinterpretó las supuestas señales que yo le hacía, cuando nada que ver.

 Aprovechó mi pose para escupirme el hoyito, humectarlo con el dedo, bajarse el pantalón después, escupirse la pija ahora y, tras embadurnarme la cola, me envainó brutalmente con esa verga hermosa.

 Despacito, se iba adentrando, casi sin pedir permiso, como abriéndose paso a través de mis nalgas. Para adelante y para atrás hacía su cadera. Todo esto, mientras me sostenía de la cintura con esas manotas.

 Los movimientos que ejecutaba me hacían doler un poco el culo, pero, en el fondo, me parecían sabrosos, así que... nunca le pedí que se detuviera. Al contrario. Este chaboncito sí que sabía hacerlo.

 Mis gemidos de puta en celo, lo ponían más cachondo y, a la vez, lo descontrolaban el doble para que me la clave bien hasta el fondo. Sus quejidos orgásmicos sobre mi oreja, eran la más bella música que podía escuchar.

Seguía tirándome del pelo, dándome palmadas también. Me hizo inclinar un poco más, para quedar con la colita bien paradita para él, para que me haga lo que quiera. Era totalmente suya desde entonces. 

 Con mis nalguitas separadas, el hoyito húmedo, esperando ser atravesado por su gran pedazo. Me tenía sujetado de las manos para atrás. Estaba semi inmóvil. Levanta una de sus piernas a mi costado. Qué sacado estaba. 

 Cambiamos de pose, andaba deseoso de que me sentara yo en su pelado. Le hice caso, obviamente. Yo era capaz de hacer lo que Fabio me pidiese. Estaba a su entera disposición.

 Una vez que se acomodó en una de sus sillas, mis glúteos se dispusieron a devorarle la verga. Su hermoso miembro de diecinueve centímetros se desaparecía entre mis nalgas, cada vez que me la ponía.

 Subía y bajaba, al compás de un delicioso frenesí que nos unía. Sobre todo, cuando me entraba con toda su pedazo. Fue hipnótico, erótico, todo junto. Estábamos entrelazados por completo.

 Sus manos golpeaban contra una de mis nalgas. Nos encantaba. Al notar esto, prosiguió un par de veces más, hasta saciar su infinito hambre de sexo y dejarme la cola colorada... como a él le gustaba.

 Usé sus rodillas como impulso para poder elevarme una vez que me haya entrado y, de esa forma, podernos estimular juntos. Estaba resultando, y nos estaba calentando mal, posta.

 Me agarra y me lleva hasta el sofá, donde me arroja como si fuera su juguete preferido. Allí, Me abre de piernas a su gusto, para que mi agujerito se expanda y poder darle espacio a su poronga.

 Me sujeta del cogote e introduce en mi culito, con toda violencia, su enorme pija, como un loco demente que solo busca desahogarse con mi cuerpo. Soy su juguete favorito de la perversión.

 Tanto menear salvajemente sus sensuales caderas para poder llevar hasta el fondo de mi orto su verga, logra alcanzar el punto más álgido en la excitación. Estaba a pleno, volando del placer.

 De la calentura que tengo, inconscientemente, le saco la lengua para mostrar cómo la muevo, mientras pongo la cara más de chupapija que pude encontrar entre mi repertorio de gestos.

 De pronto, deja de hacerme el orto, se quita del sofá, para ponerse justo encima mío y pajearse por un lindo rato, mientras me miraba. Estaba a nada de acabar, ya era hora de darme la mema.

 Hasta gruñía ferozmente porque su semen salió de sus huevos, escaló hasta su tronco, llegó a su cabeza y se disparó con violencia de su glande, para terminar estampado contra mi carita de puta.

Su chota me regó casi toda la carita, en gotitas muy pequeñas, pero también el pelo y parte del sofá. Además, manchó mi remera el muy tarado, casi lo puteo, porque podría descubrirnos, pero bueh... ya fue.
 
 Por suerte, algo de su leche también me cayó en la lengua, pudiendo degustar, así, su producto peneano. La verdad, estaba muy rico, no podía quejarme. ¿
Ma qué birra? Mejor, la leche de un macho pijudo como él.

 


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