Historias Navideñaxxx (segunda parte): el deseo navideño.

 Daniel, un virgo común y corriente, estaba boludeando relojeando su celular. Como siempre. Estaba sentado con las piernas cruzadas en su sofá. Todo tranquilo, por ahora. Nada fuera de lo común de lo que hacía en las tardes, cuando volvía de trabajar.

 De pronto, una señorita de exuberantes senos, con una pollera colorada y lanita falsa blanca en la parte baja de la misma, unas medias negras de Lycra y un gorro a lo Papá Noel, se hizo presente mágicamente. Esa chica tan sonriente, era yo, obviamente.

 El muchacho, sorprendido y algo asustado, suelta el teléfono repentinamente para preguntarme qué hago ahí y cómo entré. A lo que mi respuesta más inmediata, es la siguiente presentación: "hola, soy Mamá Noel y leí tu carta, chinwenwencha".

 ¿Qué carta?, se pregunta el señorito. La que escribiste y luego dejaste debajo del árbol con tanto amor, contesté mientras me mordía los labios pícaramente. La misma continuaba diciendo que su deseo era la de perder la virginidad antes de terminar el año.

 Mientras estaba de cuclillas delante suyo, apoyé mis manos sobre sus rodillas a la vez que le miraba la entrepierna y terminaba mis palabras, haciéndole saber que, como se había portado diez puntos, su premio era ser recompensado cumpliendo su deseo.

 Al terminar de decir eso, elevé solo la mitad inferior de mi cuerpo, haciendo que se refleje en un espejo, que estaba muy cerquita nuestro, la diminuta bombachita colorada que tenía puesto. Esto, captó la atención del fogoso señorito, haciendo que tuerza su vista para que se desvíe de mis ojos.

 Empezamos por lo básico, volví a ponerme de cuclillas delante de Dani, solo para levantarle la remera y acariciarle la pancita hasta alcanzar sus partes bajas. Nunca dejé de mirarlo tampoco, mordiéndome los labios hasta que queden color carmesí.

 Luego, hice mi primer contacto labial con su piel; los aterricé sobre la parte inferior de la panza. Eso lo hizo estremecer, ya que, cuando mis labios se toparon con su pancita, medio que tembló un poquito y emitió un quejido de placer.

 Subí más su remera, solo para poder tener más terreno de su torso para besar. Estaba encantada con poder hacerle eso. Arranqué casi por sus pectorales, pasé por sus abdominales y finalicé en la zona que ya podría denominarse pelvis.

 Al fin mis labios estaban besando su miembro. Lo chapé bien chapado por encima de su calzón. No me importó que algo se interponga entre nosotros, solamente quería alargar la previa hasta que me implore que le chupe la pija. Muy garca de mi parte, lo sé.

 Se podría decir que ya le estaba haciendo un pete en toda su regla, ya que moví su bóxer y pude obtener acceso a su pija hermosa. Aclaro, no era grande (quizás rondaba los dieciséis centímetros aproximadamente, pero era gordita y estaba bastante bien rasuradita). No podía quejarme, la verdad.

 Le bajé la ropa interior hasta los pies, solo para poder tener más comodidad para hacerle una rica paja a su verga. Se la hice un ratito. Un par de tirones de cueros mientras le hacía cara de puta para estimularlo un poco más. Una ayudita extra, nunca viene mal en momentos así.

 No tardé nada en ponerme en cuatro para prenderme al pete. A mi mano, la ayudé con la boca. Tironeaba del cuerito colorado con mis gruesos labios con mucho amor. Tanto así, que mi lengua terminaba toda rellena de su líquido preseminal. Sí, tan pronto quedaba así.

 Empecé a hacerle garganta profunda a lo loco, incluso intenté tocarle los huevos con el mentón. Hasta quedar con mis ojos llorosos y eyectados en sangre de tanto empujarme la campanita con la punta de su chorizo, no paré.

 De hecho, desde mi labio inferior, empecé a tener una gotera importante por culpa de esto. No paraba de babear sin quererlo. Se me escapaban varios hilos que fueron a dar a la alfombra de este pibe. Pobrecito, el enchastre que le estaba haciendo.

 Casi que vomito, pero ahí fue cuando me detuve y me dirigí a la punta de su morcilla blanca para lamérselo mejor. Para mamarle el frenillo sin piedad. Iba y venía en el mismo sitio, bajaba y subía en su tronco todo venoso que pedía que siga así.

 Tanto cebarme pajeándolo con la boca, se me pianta el chori, quedando como recostado sobre su estómago. Yo, al ver esto, automáticamente saqué la lengua. Me dio un hambre terrible, pero fue todo inconciente. Claro, siempre pensando como una terrible petera.

 Lo primero que hice, fue estirar la mano para alcanzar su pija. Solo atino a acariciársela hasta alcanzar sus huevos. También a recorrérsela con la lengua, de pie a cabeza. Pero, ya que estaba ahí, me quedé en sus dulces bolas gordas, un buen rato.

 Jugueteé con ellas bastante. Las lamí una por una, más que nada en la parte de la base. Las metí en mi boca totalmente. Que no quede nada afuera. Las estiré un poco. Bah... les hice de todo, para resumir. En definitiva, fueron mías.

 Para finalizar, pasé mi lengua atrevida a lo largo de ese tronco venoso, hasta llegar a la punta de su chota y terminar tragándomela entera de nuevo. En realidad, esto último, lo logré gracias a Dani, que me empujó con sus manos, las que puso sobre mi nuca.

 Luego de volver a la cabecita y quedármela un rato adentro, se me suelta de nuevo. A lo que, su rápidez mental, lo llevó a agarrársela de inmediato para colocarla sobre mis labios. Pero, como eso no le bastó, decidió golpearme con ella hasta ver que le ponía carita de puta lechera y se apiadó.

 Con una cara de trola bárbara, solté su amiguito de abajo para rogarle que me dé su silla de carne. Necesitaba sentarme ahí de una vez por todas y quitarle la virginidad de forma definitiva, es que estaba cansada pero, además, urgida de que me taladreen la cola. 

 ¿Podría decirse que el chico ya perdió su virginidad? Puede ser, pero lo mejor sería terminar de asegurarse de que la pierda en su totalidad. Entonces, de espaldas, paré la cola y el muchacho guió mi camino directo hacia la felicidad momentánea... su porongón.

 Cuando finalmente entró toda en mi colita, empecé a subir y bajar por encima de su falo. Usaba mis rodillas y mis manos apoyadas en sus piernas firmes para poder columpiarme con mayor facilidad. Qué rico se sentía. Encima, el guacho, me daba durísimas bofetadas.

 Los culazos que le propinaba, me hacían gemir de la felicidad. Él no se quedaba atrás tampoco, ¿eh? Se lo escuchaba bastante contento recibiendo mi hoyito que le tiraba el cuerito para atrás con cada sentón que recibía.

 Como él era el que deseaba, rápidamente me pidió que me ponga en cuatro, así que... me llevó a una especie de sofá que había al otro lado de la pieza, me puso en cuatro como él me pidió, me sube la pollerita que tenía, me corre el hilito dental y termina enchufándome hasta el fondo.

 Arranqué rebotando mis nalgas despacito, solo para hacerlo endulzar. Me sujetaba de las nalgas firmemente, para atraerme cada vez que me escapaba de su miembro. La montada que me estaba pegando, abría mi hoyito sin piedad. Era una hermosura.

 Como si fuese una yegua, me daba unas buenas nalgadas. Buscó dejármelas coloradas el hijo de puta, eso hacía que quisiese más, que me diera bien duro, o que me las pellizcara, no sé. Algo. Lo que sea, pero que me marque como si fuese de su propiedad.

 Con cada golpe, la velocidad fue aumentando gradualmente. Se cebaba cada vez más, como si estuviese loco. No lo podía controlar. Quería más y más. Para colmo, nunca dejó de golpearme duramente los cachetes.

 Mis nalgas, que se estrolaban contra su pelvis, hacían un estruendo terrible. Colisionaban ambas y quedaban como un acordeón cuando se lo encogía. Encima de todo, me tironeaba el pelo como si fuera la peor de todas las putas que se pudo haber cogido.

 Estuvimos así bastante tiempo, dándome como a cajón que no cierra. Para lo último, parecía que se le iba a prender fuego el muñeco de tan rápido que me la ponía. Era increíble el supuesto virgen este. No podía creer que lo fuera.

 Dejó de cogerme, solo para pedirme espacio en el sofá y poder acostarse. Sí, quería que yo lo cabalgue un poco, pero bueno... le hice caso. Me senté encima suyo, sujeté su pene y lo dirigí hacia mi agujerito ya abierto. El show recién comenzaba.

 En esa pose, mi balanceo le proporcionaba el placer. Solo necesitaba comodidad para poder permitir que su chota penetre en mi ser. Brincarle salvajemente con toda la furia encima suyo. En otras palabras, dependía de mi culito para pasarla rico.

 No voy a negar que me encantaba que mi culito comiera así. De hecho, para él, era la gloria. Peor todavía fue cuando se avivó y me empezó a serruchar el ojete con toda su rabia. Pero mi crueldad fue mayor cuando le pedí volver a cambiar al toque.

 Volvimos a la primer posición, pero, en esta oportunidad, frente al espejo. Sí, el muy vanidoso se miraba mientras me garchaba. Yo, ni bola al espejo, pero... cuando pispeaba, lo veía a él haciendo caras muy graciosas de placer. Casi que me distrae.

 Mi agujerito no podía más de tanto tragar, necesitaba que me echara todo su semen en la cara lo más pronto posible. Entonces, fue así que me dio bola. Paró de clavarme para sacarla y apuntar a mi carita de ángel endiablada.

 Ni bien la sacó, la estrujó un poquito y empezó la escupidera que fue a dar directamente a mi garganta. Las primeras gotas entraron de lleno a la misma con total facilidad, pero las últimas, fueron todo lo contrario. Terminaron en mi comisura, creando un caminito y otro poco a mi mentón.

 Seguí un ratito más mamándole la cabeza, prendida a ese pete que se iba aliviando de a poco. Todo eso, mientras tragaba de manera gradual lo que iba largando, sin quitarle la mirada de sus ojos de forma lasciva. Alta puta esta mamá Noelia, eh?

 Por último, le mostré la laguna blanquecina que se formó en mi lengua, para que luego se perdieran sus hijitos en las inmensidades oscuras de mis entrañas. Así es, toda una canibal profesional asesina de futuros ingenieros.

 Ya estaba confirmadísimo, Dani perdió su virginidad por portarse bien todo el año, yo le cumplí el deseo, sacié mi sed de leche y mi hambre de carne por un momento. Todo marchaba bien para todos. Nadie puede quejarse de ello.

 


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