El pájaro carpintero (Tercer día).
Tercer día del maravilloso camping con Luca. Llegó la tristísima hora de armar las valijas, ya que, en un par de horas, nos debíamos retirar para regresar a la horrorosa gran ciudad. La tristeza nos embargaba.
El problema surgió cuando Lu se dio cuenta que tenía el auto estacionado en la loma del orto. Debía ir por él para que sea más fácil depositar los bolsos en el baúl y hacer una retirada mucho más rápida.
Aclarado esto, debo decir que el vehículo se encontraba a varios kilómetros de donde estábamos, al costado de la ruta. No sé por qué hicimos eso. Sinceramente, nos sentimos recontra boludos.
Salimos de la hermosa cabaña. Cerramos bien con llave. La guardó cuidadosamente en su bolsillo. Encaramos hacia el lugar en búsqueda del susodicho auto que nos cortó tanto el mambo.
Seguimos un caminito cuidadosamente marcado por la gente del lugar. Encaramos directamente hacia la zona más segura, que nos dejaría directamente frente al auto. Estábamos seguros de eso.
En cierto momento, a nuestros costados, comenzaron a aparecer enormes pastizales de un tamaño importante. Tanto así, que nos impedía ver nuestro alrededor. Pero estábamos seguros de que era por ahí.
Él, al ser un tanto chapado a la antigua, se negaba rotundamente de que estaba perdido. No quería dar el brazo a torcer para mostrarse como el macho guiador que iba a llevarnos directamente al sitio requerido.
Del propio camino, se abrió otro brazo. La curiosidad, me llevó a querer tomarlo, mientras el gil de Luca prosiguió un par de metros más, sin darse cuenta de que yo ya no estaba detrás suyo.
En cuanto se percató de ello, corrió hacia aquel nuevo camino y se dirigió por detrás mío hacia la que pareció ser la nueva ruta que pensábamos tomar. Era hora de un cambio. Lo decidí yo.
-"Eh... ¿estás segura que es por acá, chinita?", preguntó el dubitativo hombre.
-"Obvio, confiá, chabón", le contesté.
El paisaje de los costados, se seguía poniendo espeso e imposible de admirar por toda la maleza, pero, al tener mi culito (tapado solamente por un diminuto putishort), no le importó nada más.
Llegamos a un sitio donde estaba más despejado. Por fin, pensamos, ya era hora. Pero no había ni rastro de alguna carretera, ruta o lo que sea que nos permitiera movernos en vehículo. Qué frustrante.
Entonces, me sincero. La verdad, es que quería volver a estar a solas con él, para poder hacer chanchadas. Me había aburrido de culear en la cabaña, quería algo diferente.
Entendió qué era lo que yo quería. Se me pegó al toque, para devorarme la boca, con tal pasión, que me calentó de una, me consumió el fuego que él mismo prendió. Qué talento tenía este chico.
Los besos, llegaron acompañados de unas buenas manoseadas, de esas que me vuelven loca y logran encenderme precipitadamente y, este chabón, tenía una vasta experiencia en ese campo. Se notaba.
Con sus manos, me abría el culito desaforadamente. Separaba mis nalgas la una de la otra. Lo hacía con una bravura inconcebible, que me hacía estremecer de la punta de los pies al último cabello de mi cabeza.
Estábamos tan pegados, que sentía cada movimiento que hacía. La erección no era la excepción. La sentí desde que estaba gomosa, hasta que se puso tan dura como una tremenda piedra.
Soltamos nuestros labios, los separamos, nos miramos directamente a los ojos y sonreímos con mucha complicidad implícita, que nacía de la absoluta nada. Sabíamos que esto recién empezaba.
Sus shorts, le apretaban tanto que debía bajárselos, dejando su hermosa pinchila al aire delante de mis ojos. La conocía tanto, que no le importaba para nada que la vea... otra vez, como por vez cien.
Miré a mi alrededor para ver si había alguien cerca (yo sí soy precavida). Para nuestra suerte, no había ni un solo alma cerca, entonces, proseguí con la tarea de complacer a mi hombre actual.
Cuando estaba dispuesta a arrodillarme, me chanta otro beso tierno. Me lo robó, prácticamente. Una especie de piquito se hizo presente, resonó entre el silencio que nos acompañaba.
Una vez más tenía ese dinosaurio de cogote largo para mí, enfrente mío, tan cerca de mi boca que podía palparla hasta con el aire que exhalo. Estaba lista para poderla devorar, tal como la vez primera.
Arranqué masajeándosela, como buena putita, mientras buscaba espacio para poder agacharme, ya que, recordemos, estamos en un lugar bastante incómodo para apoyar todo el peso de mi cuerpo sobre mis rodillas.
Al fin ya me estaba deleitando con el rico gusto de la piel de su pellejo, mezclado con mi saliva. Aunque, en definitiva, ahora que lo pienso, no hay tanto sabor ahí. En fin...
Cerré los ojos y permití potenciar el placer que me brindaba el pete que le estaba haciendo. Me enfoqué en esas sensaciones táctiles y auditivas, como los gemidos hermosos que emitía mi macho.
Lo agarré de los huevos, para poder tragar más pija. De a poquito, iba rompiendo mi propio récord. No es que fuese inmensa, pero pude pasar más de la mitad de su rica poronga. Qué disfrute, por favor.
Después de irme animando a atragantarme con más, me la jugué a hacerle una buena garganta profunda. Le encantó, ya que solo dejé sus enormes huevos fuera de mi boca, hasta tocarlos con los labios.
No necesitaba de las manos. Con tener un fluido movimiento del cogote, ya bastaba para darle el placer requerido. Con no desprenderme de su miembro, era suficiente para poder hacerle ver las estrellas con la jeta.
Empezó a felicitarme por el talento y hacérmelo notar con su cara, ya que, cuando levanté la vista de nuevo, me di cuenta de que se iba poniendo mas colorada. Había sinceridad en sus palabras, no lo podía esconder.
Desde su perspectiva, no solo podía ver mi cabeza ir de adelante hacia atrás o viceversa sobre su pedazo, también, podía contemplar mi culito siendo tapado únicamente por el diminuto short que, como una putita, me había puesto.
Seguí atragantándome con verga. Solo él podía provocar que mi cabeza parase de llevar ese método de sacarle la leche. Si me lo pedía nomás. Preferiría que no, ya que estaba encantada con el sabor a pija que tenía.
El muy pajero, me agarró de la nuca firmemente para ayudarme a ahogarme mejor. No solo lo logró, sino que, además, vio las estrellas. Fue su parte favorita del pete que hacía. No paraba de gemir como loco.
No quedó nada de carne sin tragar. Estaba toda adentro mío. Enterita. Podía sentir ese hermoso falo lleno de baba y algo de líquido preseminal, atascado en todo lo que sería mi boca. Qué delicia, qué deleite.
Desgraciadamente, me soltó. Fue repentina. Solo entonces, volví a aquella "rutina peterística" para sacarle la mayor cantidad de leche posible. Quería que siguiera apretándome, porque podía notar que le encantaba.
El ahogo que se reflejaba en mis ojos, no fue suficiente señal para aflojar. A él le calentaba más verme en esa situación. Tanto así, que intentaba meterme mas de su verga en la jeta, aunque fuera a asfixiarme en el proceso.
Siguió empujando salvajemente, no le importó nada. La movía hasta golpearme el paladar. De costado también, golpeándome la parte interna de la mejilla, se inflaba con la cabeza de su chota. Casi me dejó como Quico: con los cachetes inflados.
Otra vez soltó, pero, en esta oportunidad, se escapa de mi boca. Entonces, Lu, sin soltar el pedazo, lo regresa, pero a mi cachete. Me da unos golpes con él. Inmediatamente, la recorre por mi cara, dejando un rastro de babita y pre cum.
Usa su exquisita poronga como si fuera un lápiz labial para pasearlo por mis labios, hasta que al fin logra penetrar mi boca (ya que la abro, para ayudarlo) y entra hasta el fondo sin pedir permiso alguno.
A pesar de mis ojos llorosos, poniéndose colorados al punto casi de lagrimear, me agarra de la parte superior de mi cabeza para apoyarse y metérmela. En esta ocasión, logra adentrarse más en mi garganta, dejando afuera casi cinco centímetros (ponele).
Tanto que me garchó la jeta varias veces, llegué a casi vomitar. Para zafarme un poco, me tiré bien para atrás y pude ver todo lo que tenía adentro. No pude creer la cantidad de centímetros que llegué a aguantar en mi garganta. Me pareció re loco.
Utilizó su pene como un inmenso garrote solo para darme unos ricos garrotazos (valga la redundancia) en el rostro. Para ello, abrí mi boquita lo más que pude, saqué la lengua pero también moví la carita para que no deje ni un solo rinconcito sin pegarle.
-"¿Querés conocer el pájaro carpintero?", pregunto sonriendo con los ojos a punto de llorar.
El chabón no entendía nada, solo quería que le chupara la verga, me callara y no pregunte boludeces. Pero solo para no dejarme como una boluda, me siguió el juego. Contestó afirmativamente y me pidió que no pare ni un segundo.
Entonces, puse las manos a la obra y apliqué una más que bonita estrategia "peterística" que había aprendido en un interesante video (muy educativo, por cierto) que vi unos días antes: el método del pájaro carpintero.
Gracias a la comodidad que tenía en el cuello, pude moverlo rápidamente, tal como hace el pájaro anteriormente mencionado. Fue muy veloz, tanto así, que parecía que chocaba la nariz contra su pupo, imitando el movimiento. He ahí el nombre.
Tan solo paraba para ensalivarle el glande, mirarlo a los ojos, como toda una traviesa y pasármela por la lengua, como si nada. Solo entonces, me volvía a atragantar y volvía a empezar el ciclo de la deliciosa mamada deslecheadora.
A veces me ayudaba con la mano, para apurar el trámite a que me escupa en la cara su hermoso nene. Pero no era suficiente realmente, entonces, mis labios entraban a la cancha para hacer el trabajo que tanto requería.
Volví a hacer ese movimiento abrupto contra su ombligo. Le encantaba. Lo sé, lo podía ver en sus ojos, que reflejaban la felicidad que le propinaba mi lengua, mis labios, los roces de mi boca en general, mis manos, el calor que emanábamos.
Al cuarto intento, su verga comenzó a volcar abruptamente su exquisito semen sobre mi lengua. No fue poco lo que largó. Al contrario, era una buena cantidad que se agolpaba y, por culpa de que se me podría caer al suelo, me obligó a tragar.
Entonces, por los músculos de la lengua, todo se fue por ese drenaje. Toda esa leche calentita se vertía por la garganta, hasta caer por mi esófago y derivar en mi estómago. Qué rico, al fin tenía mi tan merecida mema.
Pidió que le mostrara, para corroborar que no hiciera trampa (alto desconfiado el loquito este). Obvio que le mostré. Saqué la lengua y, al ver que no había quedado ni rastro, se quedó tranquilo de mi honestidad de putita.
Los hilos de mema que pendían del frenillo de Luca, los tuve que limpiar, obviamente. No podía dejarle sucio su rico amiguito. Debía hacer bien la labor. Entonces, le pasé la lengua, y esto también le encantó. Se estremeció por completo.
-"Dale, pájaro carpintero, soltame la pija que va a venir alguien y nos va a ver".
Yo no quería. No había forma de que tuviera ganas de soltársela, no había chance de que, voluntariamente, la dejara en paz. Qué sé yo. Si fuera por mí, me la pasaba con esa chota en cualquiera de mis agujeros todo el día.
Para nuestra suerte, encontramos el auto a unos pocos kilómetros de donde nos encontrábamos. Fue una gran escapada. Lo valió realmente.

Comentarios
Publicar un comentario