Pescando una tararira (segundo día).

 Al otro día, me levanto temprano, poco después de que saliera el sol para recorrer el lugar. Me animé a salir tal y como estaba vestida a la hora de dormir. Estaba re loca, no me importó nada. Me pintó la de salir a pasear, y no escuché a la voz de la razón. Es que estaba en el quinto sueño.

 Luego de caminar tanto por las cercanías de la carpa, me animé a mojar mis pies en el río más cercano que tenía por ahí. Me quedé así un buen rato, hasta que un viento divino se decidió a levantarse para abrazarme. Pero no solo acariciaba mi piel, también la remerita que tenía. La alzaba con sus invisibles manos, dejando que mi cutis quede expuesta a cualquiera que se asome por ahí.

 Afortunadamente, el único par de ojos que se asomó, eran los de Luca, que acababa de salir de la cama. Vio mi culito al aire gracias al dulce viento que se despertó repentinamente. Llegó al momento justo para fotografiar visualmente el instante en el que me estaba oxigenando para conectarme con la naturaleza.

 Como sentía los pasos cada vez más cerca, me pintó menear las nalgas para que la prenda que llevaba puesta se subiera un poco más. Eso provocó que, no solo sus pupilas se posen sobre mí, sino que también, su amigo que venía en alza cada vez más. 

 Me rodeó bien fuerte con sus tatuados brazos. Esto me asustó en un corto lapso, hasta que sentí un bulto rozándome la cola. Ahí me relajé, le reconocí la pija. Supe que era él. Entonces, apoyé mi mano sobre sus brazos, los acaricié y, en cuanto a mis nalgas, me puse a moverlos más rápido de un lado al otro.

 El vientito, ese hombre abrazándome y apoyándome, el agüita mojando mis pies. Era todo un momento perfecto. No podía pedir más nada. Solo eso... ya sabe, que se anime a cogerme el orto de una forma salvaje e irrefrenable. Necesitaba probar ese pedazo de carne... y era precisamente lo que iba a pasar.

 Después de toquetearnos tanto, se excitó. Es que, estaba tan pegado a mí, que podía sentir su respiración sobre la piel de mi cogote. De hecho, el ritmo de su respiración cambió. Ahora, lo tenía más agitado. Eso me decía claramente que se estaba calentando mal. No necesitaba otra señal para que me tirase a la pileta.

 Para su suerte, olvidé ponerme bombachita, por lo que meterme el pito, no fue muy complicado. Solo necesitaba subirme la remera, bajarse el pijama y el calzón que tenía y arremeter contra mi culito tragón. Cosa que hicimos. Al fin, me empezó a garchar.

 No queríamos hacer mucho ruido, para no despertar al resto de turistas que andaban por las carpas, así que... me tapó la boca, guió a su pija con la mano de camino a mi hoyo y... ¡LLEGÓ LA HORA, A GARCHAR SE HA DICHO, AMIGOS!

 Los pijazos eran cortitos, justamente, para no levantar sospecha. Para que no nos escuchen. Pero eran en vano, ya que eso me ponía peor, más golosa. Maldito, era como darme un juguete y quitármelo a los pocos segundos. Eso no se hace, malalo.

 El tema era que no tenía dónde carajo sujetarme. Me malacostumbré a que me pongan contra algo, ya sea una pared, un árbol, lo que sea. Lo necesitaba urgentemente. Pero bueno, no quise interrumpir, estábamos re contra enganchados con el polvo. Sobre todo él, que no paraba más.

  Como la gente empezó a dar señales de vida, nos apresuramos para buscar otro nidito de amor. De tanto mirar por doquier, junto al río, encontramos un árbol que salían tres troncos de la misma raíz. Encima, su caída copa, era casi como el de un sauce llorón. Aquello nos permitiría taparnos mejor.

 Nos acostamos como haciendo una "T". Me agarró de uno de mis hombros y me empezó a dar bien duro por el culo, como cajón que no cierra. Yo, en tanto, tenía los brazos bien extendidos, sujetándome de uno de los troncos y parándole el culito para que reciba su gordo pedazo.

 Oh, qué rico cómo me abría el hoyo con esa chota hermosa. Alto hijo de puta era por cómo me bombeaba el culo. Sí que sabía coger ortos el muy forro. Me serruchaba el ojete como un campeón. Tanto así, que ni sentía dolor por su gorda poronga. No, al contrario, me llenaba de placer la cabeza.

 Me acariciaba el pelito el muy tierno. Era un osito meloso cuando quería. Lástima que no era el momento. Yo quería que se vuelva ese ser sexual que no paraba de pijearme sin piedad. Sin que le importe que tanto me abre el culo. Sin cesar, hasta saciar sus ganas de darme bomba.

 Nuestra respiración contagiaba al otro. Nos calentaba mucho escucharnos tan extasiados, tan entregados a ese momento mágico en el que queríamos estallar. Encima, me tocaba en cada punto estratégico en el que sabía que iba a volvernos loquitos.

 Sujetaba mi cadera para poder palanquearse contra mí cuando tendría que meterla. Esa mano gigante, que era capaz de acariciarla en su totalidad. De dejar sus huellas digitales por todo mi cuerpo de una pasada. Me estremecía, ya no lo podía dudar.

 Cuando no me cogía Luca, me tocaba a mí remarla, moviéndole el ojete de adelante para atrás, o a los costados también. Es que... para mí, era complicado, ya que el lugar donde estábamos, no me lo permitía tanto. Pero no me importaba, con tal de que me garche, lo hacía.

 Nos movimos un poquito. Yo, más arriba. Él, más abajo. Eso nos permitió un ángulo mucho más cómodo para que me entre toda al agujerito. De lleno. Qué placer me daba aquello. Estaba en mi salsa, viendo las estrellas en pleno día. Todo un astrónomo.

 Su mano solo iba en mi cuello, para sujetarse. De allí, me ahorcaba como si fuera un psicópata. Esto, lo transformó en alto garche. Lo acrecentó más todavía. Para peores de males, su manota lo abarcaba casi todo el espacio que tenía entre mi pecho y mi cabeza. Terrible.

 Soltó mi cadera, solo para que sea yo quien se mueva. Hijo de puta, se ve que le gusta que yo me lo coja a él, y no al revés. Encima, recuerdo que, se me resbalaba tanto, que lo llegué a arañar un par de veces. Parecía huella hecha por algún vehículo.

 Me hizo poner con la cabeza mirando para arriba, con la boca abierta, como si fuera una muerta que solo quería saciar su deseo. Estaba en piloto automático recibiendo esos vergazos. Qué hermosa pose, hacía tanto que no la practicaba, que no recordaba que se sentía así.

Cómo devoraba mi orto, no te lo puedo contar, querido lector. Se ve que estaba bastante hambriento. Cuando no se la comía entera desde la punta hasta los huevos, hacía unos cortitos desde su pancita hasta unos pocos centímetros de ahí. Sin sacármela de adentro.

 La batata nunca dejó de enterrarse por un rato extenso en el que nos movíamos a la par. Los suspiros teatrales jamás terminaron, se volvieron cuasi eternos. La mejor música que podíamos oír en ese momento, junto al rugir del río que teníamos al lado.

 De pronto, le pintó el violento. Me agarró un buen mechón para tironeármelo con mucha fuerza. Esto me calienta más todavía. Para colmo, también se aviva de que tengo las nalgas más blancas que las nubes, así que... las pintó de rojo dejando sus dedos bien marcados.

 Nos paramos. Cambiamos de pose. Ahora, teníamos que estar de pie, pero inclinada lo suficiente como para tener la cola bien paradita y abiertita. Ideal para que él pueda adentrar su chori con tal intensidad, que me pueda hacer el amor como más nos gusta: salvajemente.

 Otra vez, su zanahoria juguetona entraba y salía por mi golosa puertita trasera. Ampliaba el sin esquinas con su poderoso vigor masculino. De hecho, nunca se detuvo. Me dio sin parar con unas terribles ganas inusitadas. Nunca había vivido un chongo así. 

 El sujeto apoyaba su brazo en mis nalgas. Aunque, no solo eso, la paseó bastante por ahí. No lo dejó en un solo lugar. No. Parecía intentar buscar el sitio correcto para poder quedarse quietito. Pero no lo hallaba. Incluso intentó agarrarme la cintura en ambos lados.

 Tristemente, como dice Ricardo Soulé: todo concluye al fin, nada puede escapar. El garche que nos pegamos, no fue la excepción. Me la sacó del orto, se tiró el cuerito dos veces y de ahí, salieron disparados dos chorros de leche bastante extensos que dieron a parar a la parte inferior de mi nalga derecha. Los otros tres, se estrellaron de lleno contra mis expectantes cachetes.

 El resultado final, fue una explosión de guasca sobre mi cacha. Quedó toda empapada de pe a pa con sus potenciales hijitos. A tal punto, que formaron un rastro hasta casi alcanzar mi gamba. Me dio un terrible cachetazo, miró para nuestro lado y se subió los pantalones velozmente porque ya habían movimientos por allá.

 Limpié mi culito rápidamente debido a este último comentario. Me bajé bien la remera, me acomodé la remera, cruzamos un poco el río y nos dirigimos volando hacia allá. No nos daban las piernas para la velocidad que empleamos. Parecíamos Sonic.

El resto del día, de nuevo, continuó normal. A pesar de ese polvo feroz, no nos animamos a hacer más, ya que estuvimos con mucha gente al rededor. Casi que no pudimos sacárnoslos de en medio. Parecían nuestras sombras. Solamente tuvimos que esperar al momento propicio. Paciencia.



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