Fede-rico (1era parte).
Era una tarde de mucho calor, pero de mucho calor corporal sobre todas las cosas. Yo me encontraba en mi cuarto, intentando sacarme manualmente algo de la temperatura que me invadía hasta el hartazgo.
Así es, querido lector, estaba dele jugar con mi culito y los juguetitos grandes que siempre me acompañaron a cada lugar al que visitaba. Es que no estaba en mi casa, estaba en lo de mi primo.
Allí, no paraba de gritar como si nadie más en la tierra existiera. Estaba buenísimo. Mi imaginación me había llevado a los rincones más recónditos, que aún no conocía ni yo. Estaba cuasi volando del placer.
Erróneamente creía que estaba sola, pero no. Mi primo, que andaba por ahí, se arrimó a la habitación que me habían prestado con todo el amor del mundo, para poder pispear qué cosa me hacía gemir así.
Fede, al escuchar esta locura que venía de mi pieza, salió del suyo para tratar de desenmarañar este misterio. Se pegó a mi puerta y, levemente, la empujó para que no se atraviese en el camino.
Ahí estaba yo, metiéndome el consolador negro más grande en mi gordo culito apretadito (porque sí, soy terrible putita insaciable que quiere jugar con cosas gigantes, no me conformo fácilmente).
No se pudo aguantar más, tuvo que correrse el bóxer para dejar salir a tomar algo de aire, su pija hermosa y masajeársela por un rato mientras observaba con muchísima atención mi juego privado.
Desde su perspectiva, podía observar mi culito siendo abierto por esa enorme pija de plástico. Eso lo calentaba mal, ya que tenía todo mi agujerito apuntando justo donde él se encontraba.
Se mordía los labios mientras no quitaba sus degenerados ojos de mi culito abierto. También, acogotaba el ganso sin parar, sin darle descanso, como queriendo que vomite su sabrosa lactosa de una vez.
Pasaron unos cortos, pero extensos cinco minutos, el cual fueron suficientes para satisfacer mi culito goloso. Bah... en realidad, solo paré para tomar agua. Así que... me acomodé la pollerita y salí.
Esto alertó enormemente a Federico, que estaba con la pija parada (tuvo que guardarla urgentemente) mirando toda la secuencia que se le había presentado. Se va de allí y se mete de nuevo en su cuarto.
Una vez fuera, aproveché de acomodarme la pollerita bien para abajo, mientras que espiaba a ver si no había alguien por ahí, dando vueltas. Alta gila poco prevenida, el momento que elegí para hacer eso.
No importa, no me vio nadie igual, pensé. Entonces, confiada, me dirigí a la heladera a sacar mi tan añorada agua, que pueda ayudarme a sacar algo del calor que aún me ahogaba (otro calor, claro).
Mientras estoy buscando mi agüita, un Fede en modo pajero, se asoma a mi habitación. No me halla. Entonces, me busca ciegamente en la cocina. Allá estaba, encontró el objeto que tanto deseaba.
Enfocada en hallar inmediatamente mi tan anhelada agua, descuidé mi culito que, con cada agachada que pegaba, se iba asomando por debajo de la diminuta pollerita de Jean que tenía puesta.
Al encontrarse con esta secuencia, Fede se aproximó silenciosamente a mí, se corrió el bóxer, dejó al aire su pinchila, se la pajeó un poquito, levantó con mucha carpa mi pollerita y me la metió toda.
Qué rico fue el percibir su verga abriéndose paso a lo largo de mis cachetes, hasta alcanzar mi agujerito al final del camino. Me sorprendió, no esperé que fuera a darme esta más que grata sorpresa. Posta.
Cerré la heladera al toque, para sujetarme mejor de la mesada que estaba al lado. Es que, cada pijazo que me daba, me hacía mover como si fuera el terremoto más fuerte que haya resonado en estas tierras.
Me encantaba sentir cómo se adentraba violentamente en mi agujerito. Me hacía doler, pero también me daba una sensación deliciosa de calor que quería que me quitara ya mismo. La quería toda.
Una de sus manos, hizo un bollo terrible mi pollera para poder hacerme ir y venir. Me la arrugó toda, ¡Ja, ja! La otra, se apoyó sobre mis glúteos que hacían olitas por la fuerza que ejercía contra ella.
Levanté mi blusa, para dejar escapar mis tetas. Quería que las acariciara, que jugara con ellas. Pero, sin embargo, solo se dedicó a masajearme la cola con todo el cariño del mundo. Era un dulce en el fondo.
Me tuvo un rato largo así, en esa pose exquisita. Me puso a gemir como una loba en celo. No me quejo, pero necesitaba algo más, ya mismo. Así que... me levanté para que me siguiera rompiendo el orto.
En cuanto me levanté, sus manos se dirigieron a otras partes. Primero, me empezó a besar el cuello. Segundo, me acarició una gamba, cerquita de la cola. Tercero, me manoseó las tetas sin piedad.
Mientras pasaba todo esto, el ritmo del garche aminoró. Esto hizo que disfrutemos mucho más del hecho de estar pegados. Nos encantaba. Incluso recuerdo haberlo mirado a los ojos desde abajo.
Quería tanta leche, que me puse a moverme yo sobre su pija. Le movía la rosca como si le estuviera bailando, solo que, en esta ocasión, estábamos cogiendo de lo lindo. Como dos sacados.
Desde su punto de vista, podía ver perfectamente mis dos cachetes saltando, como si fuera la gelatina más deliciosa de la galaxia. Se la quería comer toda, pero prefirió que siga con ese ritmo sin parar.
Paré en cuanto sentí que él quería cogerme. Eso hizo, me penetraba con toda, con muchas ganas. Le encantaba, tanto que su respiración agitada se volvía cada vez más evidente. No lo escondía.
Traté de mirarlo, pero no podía. Estaba demasiado detrás mío. Él sí notó que quería esto, así que... se arrimó a mí para, no solo eso, sino que, además, escucharme gemir como una loca descocada.
Me advirtió que se avecinaba el aluvión de lactosa, entonces, me agaché. La saqué de mi culito al toque. Me puse de rodillas ante él para metérmela en la boca y succionar de cada gotita que suelte.
Al principio, en realidad, lo pajeé. Le habré jalado la verga dos veces, en realidad, hasta que abrí la boca y ahí sí, me la metí entera. O al menos eso intenté. Fue solo el glande para luego jugármela más.
Puse la boquita como una tortuga y me paseé descaradamente por la cabecita de su anaconda venosa de un solo ojo, que quería eyectarme todo su veneno lo más pronto posible, la muy maldita.
Por fin la pude ver, la tendría como de unos diecinueve centímetros ponele, sería relativamente gorda, venosa y ligeramente arqueada hacia arriba, como el cogote de un braquiosaurio. Algo así la describiría.
Allí, me fui a sus huevos, pero no sin antes descender por su hermoso tronco carente de pelos con mis labios gruesos. Estaba sabrosa, debo decir. Posta, tenía una pija re peteable. Me encantaba.
Le devoré las dos pelotas al toque. De una sola "abrida" de boca, pude meterme ambas al mismo tiempo. Esto, lo hizo asombrarse. No esperaba que fuera tan buena comiendo huevo.
Volví a su cabezón, de inmediato. Obviamente que pasé a recorrer su pija enteramente. No me quería perder esa oportunidad. A pesar de ya haberla disfrutado, no quería que se acabase nunca esto.
Solté su verga y el chabón me agarró de la nuca. Fue re loco, porque tuvimos un timing terrible. Casi inesperado. Si lo hubiésemos ensayado, no hubiera salido. Bueh... se re cebaba hablando de esta gilada.
El chabón tenía tanto calor, que se puso la parte de abajo detrás del cogote, como para quedar con su barriga al aire. No sé si logro explicarme bien qué quiero decir. Espero que sí, porque fue gracioso.
Desde allá abajo, podía ver, no solo la cara de pelotudo que ponía con cada lamida que le pegaba, sino que, aparte, su pancita tallada a mano. Bueno... quiero decir, era demasiado flaco, pero algo se asomaba.
Seguí un rato metiéndomela, hasta que me avivé y revoleé la lengua por abajo de su pija, para saborearle el frenillo. Fue una idea maso buena, porque esto lo apuró a empujarme el semen a la cara.
También me di un par de golpecitos con su garrote de carne en el rostro. Qué rico, porque algunas de esas, me tiraron unas cuantas gotitas que saltaron directo a mis mejillas y parte de mi ojo.
En un momento que me saqué la garcha de la boca, unos hilitos de mi babita fueron a pegarse entre mis dientes y labios. Bah... ya no se podría decir si era baba o era semen, porque algo blanquito se veían.
Al ver que no le salía más la guasca, se me ocurrió la idea de meterla entre mis gomas para que me las coja. Sí, ya era hora de darle un bello placer con ellas, se lo había merecido por nene bueno.
Me apreté las dos tetas y puse la mano delante, solo para procurar de que no se le escape entre los movimientos que emplearía. Todo para que pueda cogérmelas sin el menor de los obstáculos.
Saqué la lengua sin dudarlo, solamente para que, si llegaba a surgir el milagro de que le salte la leche en ese momento, pudiese dármelo todo en la boca y probar algo de su suculento esperma.
Todavía recuerdo ver desde ahí, cómo su pija era arremangada por mis gomas para que se asome ese glande precioso. Estaba ahí, mirándome con ese ojito picarón que guardaba el líquido deseado.
Paró de mover sus caderas, para permitirme a mí pajearlo con ellas. Le encantó este cambio, eso me lo hizo saber con los ademanes que ponía mientras lo cascaba sin parar. Altos pajeros.
Al fin, de la nada, toda su guasca empezó a salir violentamente de su uretra para chocar contra mi cara.
Qué rico. Todavía recuerdo cómo comenzó a expulsar sus primeros chorros que fueron a dar a mi pera y mis labios. El más fuerte, fue a mi pómulo izquierdo. A centímetros de mi ojo, si no me equivoco.
Pude saborear cada pibe crudo que eyectó sobre mi persona. Era un deleite excelente, que me calentaba mal (se ve que a él también, porque habrán salido como cinco chorrazos intermitentemente).
En cuanto se terminó ese festival de lechazos, me la metí en la boca nuevamente y pude degustar los rebeldes que no quisieron venir hacia mí, los que quedaron en la punta de su pinocho.
Lo habré cabeceado como una loca hasta por un minuto más, aproximadamente, y ahí, levanté la mirada que apunte hacia su carita de pajero y sonreírle pícaramente. Me la devolvió, estaba satisfecho.
Sin quitarle la vista de encima, limpié todo el jugo calentito que cayó en mi cara, con las yemas de mis dedos, metiéndomelos luego en la boca. Todo fue para allá, a los abismos de mi garganta profunda.

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