Lo que nos compete...

 Fiesta en la casa del amigo de un amigo de un amigo, etc. Posta que solo conocía a una persona entre las miles que habían en ese caserón. Alta vergüenza. No sé cómo acepté esa invitación. Re gila.

 La cuestión es que me conocí a un flaco llamado Damián, que estaba re bueno y era re copado encima. Por suerte, porque escabiar sola, ni daba. Manso embole sería. Entonces, agarra una birra y vamos al sofá.

 Entre el quilombo de la música, intentamos conocernos un toque, pero nos resultaba imposible. Por esto mismo, me invita a ir a la terraza, que no había nadie todavía. Íbamos a estar re solos y en paz.

 Subiendo las escaleras, Dami, decía cosas como "qué buena vista tengo de acá, eh?" o "Gabi, no sabía que tenías tan linda cara de orto". Cosas así que me hicieron reír de verdad.

 Podría llegar a decir (o esa fue mi sensación), que se agachó un poco para poder tener una mejor vista de mis cachetes moviéndose al subir cada escalón. Alto atrevido, le importó un carajo los demás.

 Cuando llegamos ahí, nos sentamos en el suelo para poder retomar la charla. Ahora sí que me podía enterar de lo que salía de su preciosa boca; me contó que tenía 38 años, que estaba soltero, una hija y eso.

 Los comentarios con doble sentido retomamos también. Me decía cosas como "si te parece incómodo el suelo, te podés sentar en esta... silla" o "cómo chupás", ya que nos habíamos llevado unas birras.

 Obvio que yo no me quedé atrás. Le hice saber que sí, estaba incómodo el suelo, así que... me senté encima suyo y, con la música que venía del piso de abajo, me puse a bailar, moviéndole la cola.

 Todo eso, solo generó que aumentara la temperatura considerablemente. Nos dirigimos a una especie de quincho re rústico que había ahí, y nos pusimos a chapar mal. Llegó el primer beso. 

 Se puso él contra la pared, a mí de frente y los besos no pararon de llover frenéticamente. Aunque tuviese yo que hacer piecito para alcanzar su boca, no me detuvo y se la comí deliciosamente.

 Los besos que nos dábamos salían tan furiosos, que resonaban con el eco que se propagaba en aquel destartalado quincho. No ayudaba a mantenernos en la clandestinidad realmente. Pero no nos detuvo.

 El chabón posó su enorme manota sobre mis muslos, sin preguntar ni nada. Eso me encantó. Proseguido, me dio unos más que merecidísimos chirlos, que se replicaron en el aire con forma de eco.

 Lo sujetó con tanta animosidad, que me levantó la nalga derecha. Lo hizo acompañado de un atrevido pellizco a la misma vez. Qué excitación me recorrió el cuerpo por su culpa. Una re electricidad.

 Qué duro que me pegaba el hijo de puta, seguramente plasmó su palma por eso mismo. Lo hizo con muchísimas ganas, y encima, lo hizo en reiteradas ocasiones. Como si rebotara su mano sobre ella.

 Mi mano no se quedó tranquila y visitó su bulto de izquierda a derecha. Incluso, se lo apreté efusivamente. Todo esto provocó que se inquietara un poquito más de lo que lo venía haciendo.

 Con sus dos manos, me levantó el vestido negro que me había puesto para aquella ocasión. No sé para qué, si ya era pequeño, no necesitaba hacerlo (no me tapaba ni la puerta del culo, sin exagerar).

 Fue así que quedé con la cola al aire. Entonces, aprovechó para sujetarme de los dos cachetes. Agarrarlos con fuerza desde cada lado, apretujarlos con calentura y observarlos desde ahí.

 Tres chirlitos bastante fuertes de seguido, uno tras otro, nunca viene mal (de nuevo). Me los dio con más ganas que antes, como para dejarme la colita marcada y decir que todo esto es suyo.

 La paré para que tuviera más que agarrar. Se ve que me hizo caso, entendió y se sujetó como si tuviera unas ventosas que me succionara la piel y se quedase así, bien encajado a esa superficie.

 De tantas caricias, la tenía recontra dura. La podía sentir a pesar de su Jean. Pese a lo que es esta prenda, no me impedía poder tantear el terreno que sería mío: ese precioso tobul.

 Rápidamente, se bajó el pantalón y los bóxers hasta las rodillas. Le chupó tres huevos que pudiese subir alguien y encontrarnos con las manos en la masa. No le iba a dar tiempo para vestirse.

 Bueno, en fin, peló la garcha ahí nomás, no me quedó otra que lamérsela. Lo hice, obvio, ni lo pensé. Me arrodillé ante él, abrí la boca y dejé que se introdujera ese porongón gigante dentro mío.

 Arranqué dándole besitos en la puntita. Luego, abrí un poco más y permití que se adentrara un poco más, unos centímetros de su rosado glande. Estaba realmente sabroso. Posta.

 Ladeé la cabeza y permití que mi lengua recorra cada centímetro de su frenillo. Iba y venía por ahí, con tal de no dejar ni un rinconcito seco. Era una forma de adueñarme de todo eso.

 Esto, hacía que dijera "oh, qué rico", cada dos por tres, como un disco rayado. Pero, ¿qué más da? Mejor, me hacía saber que le estaba encantando mi desempeño peterístico.

 Cansada de juegos, me puse bien de frente y, luego de morderme los labios de la calentura por la hermosa verga que tenía ante mis ojos, me dispuse a comérsela entera.

 Arranqué por la enorme cabeza, dándole mordisquitos. Otra vez, iba y venía por ahí. Luego, me animé a desplazarme por el gordo tronco que tenía. De a poco, obvio, no quería ahogarme tan pronto.

 Dami, al ver lo que me proponía, me sujeta de la mollera para hacerme mamar a su ritmo. Hijo de puta, con el pedazo que tiene, me hacía atragantar mal. Pero, al menos, pude tragar más. Llegué a la mitad.

 El chabón jugaba con mi pelo. Me peinaba y me despeinaba, para que no me moleste en medio del pete, obvio pero también parecía mi peluquero cómo lo hacía. Eso me dio algo de risa.

 Para descansar mi garganta, me fui para el borde a besársela. La llené de besitos re tiernos cada lugar donde mis labios se posaron. Tanto así, que él lo notó y me lo hizo saber. Fue re raro eso, ¡ja! 

 Fui a sus huevos. Se los lamí con muchas ganas. Primero el derecho, luego, el izquierdo. Se los mordisqueé a penitas con los dientes cubiertos por mis labios. Los estiré un poco. Qué ricos.

 Volví al tronco venoso. Una vez más le lustré el sable con la lengua mientras levantaba la mirada para ver qué hacía. Lo puse loquito. Miraba al cielo, con los ojos cerrados. Estaba a pleno.

 Empecé a subir despacito, hasta regresar a su puntita. Los cabeceos de pupo, no podían desaparecer. Debía hacerlo otra vez. Pero, en esta oportunidad, logré atragantarme con más centímetos suyos.

 Alejé mi boca para percatarme de que un travieso hilito nos unía. Uno que se amarraba fuertemente desde mi labio hasta el hoyito que tiene en su rozagante cabeza, el llamado "uretra".

 Escupitajo. Me quedé viendo por una milésima de segundo para poder ver cómo se estrelló contra su miembro, para después resbalarse y quedarse colgado como un equilibrista en una cuerda.

 ¡A devorar se ha dicho! Me la metí lo más que aguanté. Al ser una verga de unos veinte centímetros aproximadamente (medida a ojo, claro), me costó, pero llegué a alcanzar poco más de la mitad.

 Al ver lo en vano que fue el intento, la agarró y me la metió por su propia cuenta hasta donde pudo. Creo que llegué a tenerla casi toda entera. Desde mi perspectiva, vi sus dedos re cerca.

 Me hizo tirar un par de lagrimitas, ya que lo intentó como cinco veces seguidas y llegó a tantearme la campanita con la punta en más de una ocasión. Diría que dejé fuera, unos cuatro centímetros.

 Para finalizar, frotó su rico frenillo sobre mi lengua juguetona, dándole unos rápidos golpecitos. Pero no de arriba a abajo, como uno se imaginaría. Sino de lado a lado, como zamarreándola un poco.

 Ya sentía la mema ebullicionando mal, para salir de sus huevos, subir por su tronco y terminar saliendo disparado violentamente por la punta de su verga, como si se tratase de un balazo.

 Fue así que me avisa, para tener este más que tierno diálogo que transcribiré a continuación:

 -"Estoy por acabar, puta, ¿dónde querés la leche?"

 -"La quiero toda adentro de mi boquita. No derrames nada, por favor".

 -"Bueno, entonces, chupame la verga y no pares, bebé".

 Eso hice. Me la introduje en la boca sin saber la que se venía, sin preguntar. Puso su mano fuerte sobre mi nuca y no me dejó salir de allí hasta que su verga explote como un volcán en erupción.

 Así pasó. Desde su abdomen provinieron unos movimientos tipo espasmo, para que, pocos segundos después, su poronga vuelque todo su jugo masculino sobre mi boca. Lo prometió, lo cumplió.

 El problema fue que me pidió ver, no quería que trague. Mostrame, por favor, me pedía. Entonces, obedecí y, como si se tratase de una corta pero intensa lluvia, los borbotones de esperma salieron.

 Las gotas que salieron corriendo de mi boca ni bien la abrí, dibujaron un caminito blanco en mi pera. Sendero que se atenuó poco después, pero que igual se quedó un ratito colgando allí.

 De mala que soy, a pesar de haberlo hecho terminar, saqué mi traviesa lengua para seguir la cosa con la siempre vil excusa de "querer limpiársela", de "dejársela impecable" o porque "quedó sucia". 

 Para mi desgracia, tan solo atiné a rozársela en una pequeña partecita de su delicioso glande. Ni siquiera pude quitarle una gotita rebelde que me tentaba, quedándose colgada allí.

 Al ver que hice pucherito por esto y que me merecía recompensa por portarme bien, me dio con el gusto. La agarró, me la metió en la boca y permitió que me tragara hasta esa maldita testaruda.

 Una vez hecho esto, me la sacó (aunque yo quería más) solo para limpiarme a mí el mentón y retirar así, todo rastro de sus proyecto de hijitos que le salieron de los huevos. Todo un tierno.

 Pero no se quedó conforme con eso el muchachote. Tras limpiarme, me la metió de prepo una vez más, para que mis labios se deleiten por última vez en el día con el rico sabor de su esperma.

 Si fuera por mí, me la pasaría con esa pija en la boca. Pero alguien se avecinaba, así que no había tiempo de lamentos. Solo un limitado momento para cambiarnos y hacer como que no pasó nada.

 Dami se subió el pantalón y el bóxer a los pedos, sin chistar. Casi que ni le vi las manos de lo rápido que lo hizo. Nunca vi a alguien vestirse tan velozmente. Una locura.

 Por mi parte, solo me bajé bien el vestido, me lo acomodé un toque, agarré una birra y listo. Ya estaba como si nada hubiera ocurrido hace unos minutos ahí, se podría decir.



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