El chorro de leche.

 De regreso a casa, una madrugada fiestera, me decido volver por una calle oscura, poco transitada. La peor idea y, a la vez, la mejor que se me pudo haber ocurrido, por los siguientes motivos.

 A unas pocas cuadras que anduve, yo sentía unos pasos que se acercaban a mí. Sentí que me llamaba una voz. Tuve una mala espina al respecto, así que... traté de acelerar el paso, lo más que pude, con carpa.

 Fueron en vano mis intentos, ya que, la susodicha persona, era de piernas más largas que yo. Debido a esto, siento una mano sobre mi brazo y la misma voz que me susurró: "entregame la guita o el orto".

 Quedé sorprendido por la segunda opción, así que... le pedí amablemente que me repitiera el pedido. Medio que se enojó. "¿Sos sordo o pelotudo vos? Entregame la guita o el orto", repitió algo enfurecido.

 Yo, sabiendo que me costó muchísimo cobrar la plata que tenía (que tampoco era mucha, por cierto), sin dudarlo, me bajé los pantalones. Es que me rompí el culo para ganarla. Desgraciadamente, eso no fue literal.

 El ladrón queda asombrado. Quizás porque no esperaba que eligiera la opción dos, o quizás porque no creía que fuera a ver una tanga tan colada. O, tal vez, porque no se imaginaba que se encontraría con una cola así de redonda. O las 3.

 Se le paró la pija al instante. Obvio. No quisiera pecar de engreída, pero estaba cantado que, al ver semejante cola, se le iba a entumecer todo lo que se le llame verga. Él vino buscando cobre y encontró un orto, digo... oro.

 Sin soltarme del brazo, me llevó al lugar más recóndito de la calle. Donde, la tan ansiada oscuridad, se apoderaba de cada persona, animal o cosa que pasase por ahí, y me hizo suyo de una vez por todas.

 Caminé los pocos metros que nos quedaban con la bombachita roja diminuta al aire, para su propio deleite. Para que se vaya estimulando visualmente hasta que llegásemos a nuestro nidito de amor.

 Me puso contra una pared de una casa que había por ahí, se bajó el pantalón wachiturril que tenía, me corrió la tanga, se escupió la poronga, mi hoyito también y empezó a introducirla con todo el amor del mundo.

 ¡Ay, qué deliciosa sensación me produjo! Grité de placer. Aunque traté de aplacarlo, se me escapó de más. Me tapó la boca, un tanto tarde, porque ya se me había salido gran parte de ello. Mejor afuera que adentro, diría el "Sherk".

 Ya me había metido hasta el tronco, ahora, lo que faltaba, era que me serruchara el orto. O sea, la mejor parte. Apoyó su mano contra el muro, y me bombeó el ojete de una forma extraordinaria. Creo que, hasta ese momento, nunca me había culeado así.

 La rapidez con la que la mandaba y la sacaba, me hizo pensar que tenía bastante experiencia haciendo culitos. Eso se podía sentir. Era un muchacho bastante agil. Desde esto, mis ganas por conocerlo mejor, se reflejaban cada vez más.

 Cambiamos de pose. Ahora, me llevó a las escaleras de una casa que había por ahí, solo para ponerme en cuatro patitas para él. Abrí mi hoyito usando las manos y entró bailando esa chota rabiosa. Coloradísima.

 Mientras me daba bomba, me dio mis merecidísimas nalgadas hasta marcármelas. Las pellizcaba. Sí, a ambas. Me tiraba del cabello con bastante fuerza. Me decía las cosas más sucias que me podría imaginar.

 Me mordía los labios del goce. No lo podía evitar. Estaba volando en pleno orgasmo. No quería que pare de clavarme. Necesitaba mucha de esa pija enviciable. Hijo de puta, cogeme, rompeme el orto, le gritaba.

 Él me dio con los gustos que tanto le exigía. Me serruchaba el orto con más fuerza, como un toro enardecido. Pero estaba cayendo en mi trampa, si lo hacía más rápido, todo su néctar divino se esparciría a la misma velocidad.

 Así fue. Unos segundos después, tenía toda su leche agolpándose en su poronga gorda, apunto de querer salir expulsada. Emergió hasta hacer contacto con mi ano. Se desparramó por todo mi interior y lo expelí, como una catarata blanca.

 Junto con su pija, el muchacho quedó rendido sobre mí. Casi en pose de marchitarse. Es que le succioné toda la mema que podía, casi como si le hubiera colocado años de vida. Pobre lechero, le dejé secos los huevos.

 Al fin le "vi" la cara, bah... en realidad, solo estuvimos frente a frente, ya que tenía un pasamontañas puesto. No se lo quitó por nada del mundo, por obvias razones. Yo tampoco quería eso.

 Se subió los pantalones. Yo hice lo mismo. Agradeció la extracción láctea que le hice. Nos saludamos. Nos dimos la vuelta. Seguimos caminos separados. Opuestos. Cada uno, por su lado y, si te he visto, no me acuerdo.

 


Comentarios

Entradas populares de este blog

Caperu-colita rota y el choto feroz.

Pinta mi colita.

Calza justo.